Nos hemos vuelto demasiado civilizados para ver lo evidente. Porque la
verdad es muy sencilla: para sobrevivir, a menudo hay que luchar; y para
luchar, hay que mancharse las manos. La guerra es mala y es, con
frecuencia, el mal menor. Los que tomen la espada, perecerán por la espada;
y los que no la tomen, perecerán de enfermedades malolientes. El hecho de
que valga la pena recordar aquí este lugar común revela lo que han
producido en nosotros estos años de capitalismo de rentistas.
En relación con lo que acabo de decir, una breve nota sobre
atrocidades: Tengo poco conocimiento directo de las atrocidades que se
cometieron en la guerra civil española. Sé que los republicanos fueron
responsables de algunas y que los fascistas lo fueron de muchas más (y
todavía siguen en ello). Pero lo que me llamó mucho la atención por
aquellas fechas, y sigue llamándomela desde entonces, es que los individuos se creen
las atrocidades o no se las creen basándose única y exclusivamente en sus
inclinaciones políticas. Todos se creen las atrocidades del enemigo y no
dan crédito a las que se cuentan del bando propio, sin molestarse
en analizar las pruebas.
Hace poco, elaboré una lista de atrocidades cometidas entre 1918 y el
presente; no pasó un año sin que se cometieran en alguna parte y no había
prácticamente ningún caso en el que la derecha y la izquierda creyeran las
mismas historias al mismo tiempo. Y, lo que es más curioso aún,
en cualquier momento se puede revertir la situación de manera radical y
hacer posible que la atrocidad totalmente demostrada de ayer mismo se
convierta en una mentira absurda, sólo porque haya cambiado el panorama
político.
En la guerra actual, estamos en la curiosa situación de que emprendimos
nuestra campaña contra las atrocidades mucho antes de que se iniciase el
conflicto, y la emprendió sobre todo la izquierda, la gente que acostumbra
a enorgullecerse de su incredulidad. En el mismo periodo, la derecha,
divulgadora de las atrocidades en 1914-1918, observaba la Alemania nazi y se
negaba de plano a ver ningún peligro en ella. Pero cuando la guerra
estalló, fueron los pronazis de ayer los que se pusieron a repetir cuentos
de miedo, mientras que los antinazis se quedaban de pronto dudando de si
la Gestapo existía en realidad. No fue sólo por el pacto germano-soviético. Por
un lado, fue porque antes de la guerra la izquierda había confiado
erróneamente en que Gran Bretaña y Alemania no llegarían a enfrentarse;
por tanto, podía ser antialemana y antibritánica al mismo tiempo. Y por el
otro, fue porque la propaganda bélica oficial, con su hipocresía y
fariseísmo nauseabundos, siempre consigue que la gente sensata simpatice
con el enemigo.
Parte del precio que pagamos por las mentiras sistemáticas de 1914-1918 fue
la exagerada reacción germanófila que siguió. Entre 1918 y 1933, a uno lo
abucheaban en los círculos izquierdistas si insinuaba que Alemania había tenido
siquiera una mínima responsabilidad en el estallido del conflicto. En
todas las condenas de Versalles que oí durante aquellos años no recuerdo
que nadie preguntara qué habría pasado si Alemania hubiera vencido, y menos
aún, que se comentara la posibilidad. Lo mismo cabe decir de las
atrocidades.
Es sabido que la verdad se vuelve mentira cuando la formula el
enemigo. Últimamente he comprobado que las mismas personas que se tragaron
todos los cuentos de miedo sobre los japoneses en Nanking, en 1937, se han
negado a creer los mismos cuentos en relación con Hong Kong en 1942. Incluso se
notaba cierta tendencia a creer que las atrocidades de Nanking se habían
vuelto retrospectivamente falsas -por así decirlo- porque el gobierno
británico llamaba ahora la atención sobre ellas.
Pero, por desgracia, la verdad sobre las atrocidades es mucho peor que las
mentiras que se inventan al respecto y con las que se hace la propaganda.
La verdad es que se producen. Lo único que consigue el argumento que se
aduce a menudo como motivación para el escepticismo -que en todas las
guerras se divulgan las mismas historias- es aumentar las probabilidades de que
las historias sean ciertas. Sin duda se trata de fantasías muy extendidas
y la guerra proporciona una oportunidad para ponerlas en práctica. Además,
aunque ya no esté de moda decirlo, no se puede negar que los que en
términos generales llamamos «blancos» cometen muchas más y
peores atrocidades que los «rojos». El comportamiento de los
japoneses en China, por ejemplo, constituye una prueba. Tampoco caben
muchas dudas sobre la larga lista de barbaridades que han cometido los
fascistas en Europa en los últimos diez años. Hay una cantidad enorme de
testimonios y una parte respetable de los mismos procede de la prensa y la
radio alemanas. Estos hechos ocurrieron realmente, y esto es lo que no hay
que perder de vista. Ocurrieron incluso a pesar de que lord Halifax dijera
que ocurrían. Violaciones y matanzas en ciudades chinas, torturas en
sótanos de la Gestapo, ancianos profesores judíos arrojados a pozos
negros, ametrallamiento de refugiados en las carreteras españolas. Todas
esas cosas sucedieron y no sucedieron menos porque el Daily Telegraph
las descubra de pronto con cinco años de retraso.
George Orwell
Recuerdos de la Guerra civil española
Capítulo II
Recuerdos de la Guerra civil española I
Recuerdos de la Guerra civil española III
Recuerdos de la Guerra civil española IV
Recuerdos de la Guerra civil española V
Recuerdos de la Guerra civil española VI
Recuerdos de la Guerra civil española VII
Recuerdos de la Guerra civil española III
Recuerdos de la Guerra civil española IV
Recuerdos de la Guerra civil española V
Recuerdos de la Guerra civil española VI
Recuerdos de la Guerra civil española VII
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