Ya para fines de octubre, Albacete es una torre de Babel. Un barco proveniente de Marsella trajo quinientos voluntarios, otros quinientos llegan a Alicante. Albacete, la base militar, no sabe ya ni a qué santo encomendarse. No llegan los camiones de aprovisionamiento. Los alemanes quieren cerveza, los italianos espagueti, los franceses patatas fritas, vino hay y mucho, pero todo lo demás falta. Nadie entiende a nadie. Los franceses, los belgas, los ingleses, los alemanes, se jactan de su formación de combatientes; estuvieron en la guerra de 1914 y presumen: “ Hemos combatido en los Balcanes, en el Marne, en los Alpes. En Libia. Tenemos experiencia, recibimos un entrenamiento; hicimos, al menos, nuestro servicio militar”. Desprecian a la gran mayoría que no tiene la menor disciplina e ignora hasta cuál es el cañón de un fusil. Los más calificados, los más políticos son comunistas, los demás tienen diferentes ideologías. “Babel, esto es Babel” dice Longo al caminar entre los campamentos. “Unirlos va a ser mi prueba de fuego”. ¿Qué voy a hacer con ellos? ¿Cómo voy a hispanizarlos?” Entre ellos se pelean comunistas con socialistas, anarquistas con antimilitaristas (que sin embargo piden fusil); elegirán a sus oficiales, a sus suboficiales, las medidas se discutirán y tomarán de común acuerdo: cualquier acción tiene que aprobarse y votarse. Los ingleses, los escoceses, los irlandeses, sobre todo, miran consternados. Ralph Fox, un joven inglés, escribe todas las mañanas en un cuaderno escolar antes de salir a entrenarse en las madrigueras cercanas. “Puedo organizar una comida con lo que tenga a la mano”, ofrece. “Lo malo es que no tenemos nada a la mano”. Seguramente los voluntarios de cincuenta y tres países incluyendo hindúes, argelinos, árabes, sudafricanos, latinoamericanos, esperaban otra cosa, pero ¿qué puede darles Luigi Longo si no tiene nada? “Paciencia, por el momento, les pido paciencia.” Gallo encanece. Lo peor es la falta de armas. ¿Qué va a ofrecerles a estos hombres que Malraux llamará más tarde voluntarios de la libertad? ¿Cómo unir a hombres tan dispares en una sola voluntad?
Radio Salamanca, de los nacionalistas, los trata de aventureros, canallas, piojosos malhechores, borrachos, criminales; las cárceles de Europa han abierto sus puertas para dejar salir a toda su podredumbre, su cloaca. Radio Salamanca se ensaña contra la horda del comunismo internacional, que vierte sus aguas negras sobre la tierra de España. En cambio, los nacionalistas reciben el apoyo de verdaderos ejércitos rigurosamente entrenados, de la Alemania de Hitler y de la Italia de Mussolini.
Así, por su idioma, se van dividiendo los voluntarios en brigadas, la Thaelmann de los alemanes, la Gastone-Sozzi de los italianos y suizos. El flujo de hombres y mujeres es cada vez mayor. Nino Nanetti los recluta, Palmiro Togliatti –Alfredo o Ercole, de la Comintern- y Pietro Nenni los transforman en unidades de ofensiva. Ludwig Renn, el alemán, escribe lo que ve; Gregory Stern toma el nombre de General Kleber; Mata Zelka, el húngaro, el de Paul Lukács. Las brigadas reciben entrenamiento del francés André Marty, un hombre duro, que instruye a la fuerza: “Las tres cosas esenciales para la victoria son la unidad política, líderes militares y disciplina” y les dice que están aquí para matar fascistas, no para suicidarse frente a ellos. No cree en el falso heroismo, “No tendréis condecoraciones o cruces de guerra, vuestras viudas no recibirán pensión. Ateneos a las consecuencias.” Entre tanto, los ingleses, irlandeses, franceses, los voluntarios de América tienen que acostumbrarse a la falta de higiene, a la mala comida, a la incomunicación, pero sobre todo, y es lo que más les duele, a las armas obsoletas. Las piezas de artillería no sirven. Aunque André Marty advierte: “Los entrenamos para ser buenos soldados y salir a la acción bien equipados y con buenos fusiles; se avecina una guerra, no una masacre”, la verdad es que las armas no sirven y las pésimas condiciones de vida siguen igual.
La causa: esto es bueno para la causa, estos es malo para la causa. Ya no hay civiles en España, todos llevan uniformes. Las gorras, las botas, los zapatos pueden ser distintos, pero todos quieren que se les identifique como milicianos.
Circulan los porrones de vino y los extranjeros distinguen porque no saben recibir el chorro y por más que abren la boca, el vino les cae en la cara, en el pelo, y los demás ríen.
Cuando Tina regresa en tren a Madrid, al bajar en la estación e Chamartín va corriendo al cuartel de Francos Rodríguez. Vittorio ha salido a París con Matilde Landa.
¿Quién es ésta que ahora se apoya contra el muro? ¿Quién soy yo aquí clavada escuchando que Vittorio se ha ido con otra? Una inmensa opresión la paraliza, el ardor en su pecho se transforma en una aguda punzada. También el brazo izquierdo le punza, imposible moverlo, duele, duele tanto como su costado. “Soy una mujer inmune”, se repite. Pero no es cierto. Los celos desplazan un lugar en su corazón; sus latidos son puñetazos sonoros, nada los amortigua. Cálmate, camarada María, calma, calma, ¿no eres tan independiente de espíritu como él? Súbitamente se le aparece Edward, todo el color se ha ido de su rostro. Y yo que me burlaba de sus ataques de celos. Tina los descubre por primera vez y sabe que no hay antídoto contra semejante mal.
Sus pasos trastabillantes camino al Hospital Obrero son de anciana. O de ebria.
- Oye, parecemos una posesión rusa, Madrid está lleno de rubios deslavados. A mí no me gusta la gente así, tan sin color.
- ¿Qué te pasa, chica? –se enoja María Luisa Lafita con Mari Valero-. Estamos viviendo una revolución de gran alcance, esto ya nadie lo puede parar. ¿Qué daríamos por tener una revolución como la rusa?
- Yo sigo pensando que son muchos rusos.
Estas dos discuten siempre.
La Pasionaria las arenga: “Sed las heroínas de esta lucha gloriosa por la libertad del pueblo y la independencia de España.” “Las mujeres debemos exigir valor a nuestros maridos.”
Las madrileñas responden: “Si los hombres no defienden Madrid, lo defenderemos nosotras mismas. Moriremos antes que caer en manos de los moros. ¡Madrid no será nunca del fascismo!”
Pepe Díaz viaja por España enardeciendo a los hombres y a las mujeres que se agrupan en torno suyo. Jesús Hernández, Pietro Nenni y André Marty hacen lo mismo frente a las brigadas internacionales. “Las trincheras que surcan la tierra de España son los trincheras de la libertad de Europa.”
La rusificación es natural. En octubre, se celebra el aniversario de la Revolución Rusa y en los cines madrileños se exhiben El acorazado Potemkin, El asalto al Palacio de Invierno ,Lenin en octubre.
El Genil, un afluente del río Guadalquivir, rompe en dos un pueblo; la parte rica a la derecha, la pobre a la izquierda. Los de la derecha llaman al otro lado del río Genil, el izquierdo, Rusia. ¿Te vas a Rusia?” Allá están la UGT, la CNT, los jornaleros y los combatientes más aguerridos. Al niño de nueve años, Federico Álvarez, le dice su primo:
- ¿Sabes qué? Tu papá es ruso.
Federico corre a confesarse:
- Padre, mi papá es ruso.
- ¡Pero qué va a ser ruso, hijo mío, claro que no es ruso, quiérele mucho, quiérele mucho, yo casé a tu padre y a tu madre, no te digo más, quiere a tus padres, quiere a tus padres!
- Don Vicente, el confesor, abraza al niño.
Los muros de Madrid, cubiertos de propaganda prosoviética, hacen que la España republicana aguarde la llegada de los Chatos, los Moscas, los Katiushkas, los Ratas, los Natashas, aviones prometidos de la Unión Soviética. Cuando Águeda Serna Morales, Mura –como la llaman- los ve en el cielo dibujar con humo la hoz y el martillo, no cabe en sí de la dicha, “¡Ay, ya tenemos aviación, ya tenemos quien nos ayude, ya no estamos solos!”
- ¡No sabes lo bien que se ve cuando están ametrallándose arriba!
- Muchachas, entrad, entrad, es peligroso.
- No importa quien nos maten, ya llegaron los rusos, nos ayudan los rusos, nos mandaron aviación.
Mura se pone un pañuelo floreado en la cabeza y amarra las dos puntas bajo su mentón:
- Qué bonita, pareces rusa.
- ¡Qué bueno, me encantaría ser rusa! Es que yo desde jovencita he sido rebelde y no creo que Rusia me vaya a desilusionar jamás.
Lo que no saben sus compañeros es que la joven Mura está aprendiendo a dinamitar puentes. Después del primer bombardeo, cuando vio que los Junkers y los trimotores escogían las entradas del metro, los barrios populares y las colas de gente en espera de pan y leche para masacrarlos, decidió unirse a un grupo en la sierra que recibiría un entrenamiento especial guerrillero. La movilizaron para Extremadura. Más tarde la encontrará Ernest Hemingway y será el modelo de María, en la novela Por quién doblan las campanas.
Tina lee:
Se le vio caminando entre fusiles
por una calle larga
salir al campo frío
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
me osó mirarle a la cara.
Todos cerraron los ojos,
rezaron: ¡ni Dios te salva!
muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo
en las entrañas-.
Que fue en Granada al crimen
sabed -¡pobre Granada!., -¡en su Granada!
A Tina se le humedecen los ojos, no por Federico, por don Alejandro que murió. ¡Cuánto desea conocer a Antonio Machado, qué poeta maravilloso!
Elena Poniatowska
Tinísima, 1992
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