Lo Último

1159. De muchas cosas he de hablaros



De muchas cosas he de hablaros. Quiero decirlas a tapadas en estas hojas que nadie leerá. He salvado apenas unas cenizas alegres, vivido una lección. Estoy en ese punto doloroso que es como un gemido que avergüenza y que mis maestros de moral llamaban arrepentimiento. Llevo los ojos cargados de verdades, que no me pertenecen. No sé cómo hacerlas salir. Soy un navío atracado a la soledad de un puerto y sufro porque quisiera encontrarme con el marinero borracho que conoce las mejores tabernas y acompañarle muelle abajo, en silencio, pensando en las alegres cosas que se fueron. ¿Dónde están? ¡Oh, que vuelvan mis amigos con su risa clara y su fortaleza! Pero ¿soy yo o ellos los que se han marchado? Rezo mucho. Soy famoso por mi fervor. Quien lo dude puede preguntar a los que me rodean: al padre Superior, enemigo de los iluminados, o al padre Blas Torrero, ese santo que arranca páginas de su san Juan de la Cruz para leerlas en la iglesia, fervorosamente: "Pastores, los que fuerdes allá por las majadas al otero..." Todos los pastores que me guardan estarán conformes en que la prodigiosa experiencia que he vivido sirvió para multiplicar mi renunciamiento. ¡Ay, si supieran que la más estrecha disciplina no consigue arrancar la duda de mi corazón! ¡Si adivinaran que me horroriza la palabra matar y, sin embargo, he aplaudido al ver un avión enemigo caer envuelto en llamas! No, no creo en sus razones de orden, de jerarquía, de tradición, de buen sentido. Mi doblez, sí, mi doblez, el otro color de mi corazón, me lleva a negarlos, en cuanto oigo hablar de victoria. Yo he visto esa victoria. ¡Que poco tiempo se necesita para establecer el mal! Jamas creí que los mortales pudieran encontrarlo tan a mano, ahí con sólo inclinar la mejilla a derecha o izquierda, con solo emborracharse de poder. Y lo digo tristemente en la noche de mi remordimiento, en el túnel de lagrimas donde camino. Seré un ignorante, pero aun me pregunto: ¿quiénes, quiénes tenían razón? Porque mis hábitos, mis pobres hábitos negros de paño mal tostado de sol místico, se adelgazan, de pronto, sobre mis rodillas, hasta desvanecerse en el humilde color verde garbanzo de soldado de la República.


María Teresa León, 
Juego limpio
Goyanarte, Buenos Aires, 1959











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