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1135. Lluis Companys, por Ramón Suárez Picallo




María Torres / 15 Octubre 2014


Lluís Companys, Presidente de la Generalitat de Catalunya, fue capturado por la Gestapo y la policía franquista en la localidad bretona de Ar Baol (La Baule, en francés) el 13 de agosto de 1940. La entrega a las autoridades franquistas se realizó el 29 de septiembre por el policía español Pedro Urraca Rendueles -el agente 477- a través de la frontera de Irún. Este agente escribió en su dietario de 1940 una página dedicada a Lluís Companys, donde señalaba que el presidente estaba dispuesto al sacrificio.


Companys fue llevado a la Dirección General de Seguridad en Madrid, torturado hasta el 3 de octubre que es trasladado al castillo de Montjuic habilitado como prisión. El 14 de octubre de 1940, a las diez de la mañana, fue juzgado en consejo de guerra.  El juicio farsa duró apenas una hora. Como ya había sido juzgado en rebeldía en aplicación retroactiva de la Ley de Responsabilidades Políticas por un tribunal especial de Barcelona, en esta ocasión se le juzgó  por "Adhesión a la rebelión militar" y se le sentenció  a la pena de muerte por fusilamiento. No tardó el caudilloporlagraciadedios en firmar el "enterado". Al día siguiente, 15 de octubre, Companys era fusilado en el foso de Santa Eulalia del Castillo de Montjuïc. No quiso que le vendaran los ojos y sus ultimas palabras fueron:  "Per Catalunya".


Hoy le recordamos con un texto de Ramón Suarez Picallo publicado publicado en el diario La Hora en Santiago de Chile el día 18 de octubre de 1942.



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Los catalanes residentes en América y los demócratas de toda España, celebran estos días, el segundo aniversario de la inmolación de Luis Companys, ex diputado a las Cortes republicanas, ex Ministro de Marina de la República, y después de la muerte de Francisco Maciá, Presidente de la Generalidad de Cataluña.

¿Qué día y de qué modo fue muerto Luis Companys? No se sabe aún de un modo cierto. Terminada la guerra en Cataluña entró en Francia por Le Pertus, el 8 de febrero de 1939. Su primera preocupación fue un hijo enfermo en un Sanatorio francés. Para pagar su pensión durante un año, se desprendió de todo el dinero que llevaba y que era toda su fortuna -35.000 francos-; cuando Francia fue invadida, alguien lo invitó a salir ofreciéndole medios. Se negó Luis Companys, para no apartarse de su hijo enfermo. Lo atrapó la Gestapo y lo mandó a España. Secretamente fue juzgado por un Tribunal Militar y condenado a muerte. Una mañana del suave y luminoso otoño catalán, salió de la capilla hacia el patíbulo. ¿Fusilamiento o garrote vil? No se sabe. Lo que se sabe es que Companys, salió descalzo para que la carne de sus pies, en el tránsito supremo, tocase la tierra amada de su dulce Cataluña.

La noticia corrió como un reguero de pólvora encendida de Pirineo al Ebro. ¡Han ejecutado a Companys! Durante un mes en todas las ciudades y villas y aldeas de Cataluña, todo el Mundo vistió luto. ¿Por quién? Por un familiar muy querido –decían las gentes-. El familiar era el Presidente bien amado de un pueblo. Amado como lo fueron muy pocos gobernantes. Por demócrata, por honesto, por patriota y por bondadoso.

Companys, abogado ilustre, defendió mil veces a los sindicatos obreros de Cataluña. Hijo de campesinos acomodados fue paladín del bienestar de los labradores catalanes que eran ricos en una tierra pobre. Catalanista fervoroso, jamás perdía de vista la solidaridad debida a los demás pueblos ibéricos que quería ver unidos dentro de un Gran Estado español federal y democrático. Tenía enemigos políticos, reaccionarios ciegos que lo persiguieron y lo maltrataron. Pese a ello, en los duros momentos de la guerra civil, con el pueblo en armas, se dedicó a salvar vidas de adversarios con ahínco tesonero. Amparados por su autoridad política y por su prestigio personal, cruzaron la frontera antiguos gobernantes monárquicos que lo habían encarcelado, agitadores que lo habían injuriado y hasta algún Príncipe de la Iglesia que lo había excomulgado.

Ante el Tribunal que lo condenó, no pronunció un solo nombre. No conocía a nadie. ¡El que conocía y amaba a todo el Mundo! Ese era Luis Companys, el inmolado Presidente de Cataluña. Descalzo y humilde como San Francisco, marchó hacia la muerte física para entrar en la inmortalidad. Como un santo, un mártir o héroe. Así lo evocan, estos días, los catalanes y todos los hombres libres del Mundo.


Ramón Suárez Picallo
La Hora en Santiago de Chile, 18 de octubre de 1942










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