Marcelino Camacho Abad (Osma-La Rasa, Soria, 21 de enero de 1918 - Madrid, 29 de octubre de 2010) |
"Su vida fue la autoconstrucción de un dirigente obrero, que luchó como peón de la Historia en la Guerra Civil, y que, a partir de la derrota personal y de clase, se movió como un héroe griego positivo, en la lucha contra el destino programado por los vencedores, personal y coralmente... Toda su vida será un trabajador que considera que el mundo no está bien hecho. Es decir, que no está hecho a la medida de los débiles". (Manuel Vázquez Montalbán)
La reconstrucción del movimiento obrero
La derrota de la República, el 28 de marzo de 1939, supuso no solo la pérdida de las grandes conquistas sociales obtenidas durante el período de 1936 a 1939 en la zona republicana, sino también otras más limitadas conseguidas en épocas anteriores. Terminada la guerra, fueron disueltas las organizaciones sindicales de clase UGT y CNT, incautados sus locales, perseguidos sus militantes y la huelga considerada como delito de sedición. Fusilados o desaparecidos gran parte de los dirigentes sindicales; encarcelados, perseguidos o exiliados los restantes, se inició una época terriblemente difícil para los trabajadores. Simultáneamente, la represión física se completó con la liquidación del espíritu de clase, creando los sindicatos verticales, la CNS. La dictadura franquista trató de domar a los obreros y obreras poniéndoles una doble camisa de fuerza, material e ideológica.
El preámbulo de la Ley de Bases de la Organización Sindical de diciembre de 1940 decía: «Cuantos con un servicio de producción contribuyen a la potencia de la Patria, quedan así, como consigna de nuestro Movimiento, ordenados en milicia».
Como puede verse es la misma filosofía de la Alemania de Hitler o la Italia de Mussolini. La Central Nacional de Sindicatos y los Sindicatos Nacionales eran la base de encuadramiento social, y así lo establecía la ley: «Constituyen el fondo de encuadramiento y disciplina en el que se inserta la articulación de los intereses económicos de los que son exponentes los Sindicatos Nacionales».
El artículo 1.º de esta ley señalaba: «Los españoles, en tanto colaboran en la producción, constituyen la Comunidad Nacional-sindicalista como unidad militante en disciplina del Movimiento». El artículo 2.º decía que la jefatura de esa comunidad la asumía la Delegación Nacional de Sindicatos de Falange, y el artículo 19 determinaba: «… todos los mandos de los Sindicatos recaerán, necesariamente, en militantes de Falange Española Tradicionalista y de las JONS». Esta cláusula del artículo 19 fue derogada en 1953, cuando se alcanzaron los niveles económicos de 1935, se firmaron los acuerdos sobre la instalación de las bases militares de los EE UU y acabó el período de autarquía.
Sin embargo, aunque derrotados como clase, los trabajadores no nos sometimos fácilmente, luchamos desde el interior unos, y desde el exilio otros. Las guerrillas que se mantuvieron al terminar la guerra fueron desarrolladas y estimuladas especialmente por los comunistas, mientras otras fuerzas, que esperaban ser llamadas al poder por los aliados occidentales después de terminar la Segunda Guerra Mundial contra el nazifascismo, practicaron una especie de «pasividad». Ambas posiciones, guerrilla y pasividad, aunque radicalmente diferentes, constituyeron dos ejes fundamentales de la proyección político-social que se caracterizaron, en la práctica, por una subestimación de la lucha de masas hasta 1948.
Los hombres que estaban en la lucha guerrillera eran los militantes más destacados y a ella se dedicaban también la mayor parte de los recursos económicos de que se disponía, ya que esta lucha armada se consideraba fundamental y decisiva en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Los que creyeron que los aliados los iban a restablecer en el poder, simplemente esperaron; practicaron el más puro «attentismo», la pasividad, creyendo que el final de la guerra supondría automáticamente la desaparición de las diferentes formas de dictadura fascista o filofascista. Lo uno y lo otro conducía a subestimar la acción sindical como base esencial de la lucha de masas. Por supuesto, el juicio que la Historia reserva es radicalmente distinto para los que actúan que para los que permanecen pasivos.
Los sindicatos tradicionales, encerrados, en la clandestinidad
Los trabajadores conservábamos vivo el sentimiento antifascista; habíamos sido derrotados, pero no ganados para la dictadura y sus sindicatos verticales. Por eso, y pensando en la restauración de las libertades, tratamos de reconstruir las viejas organizaciones de clase, UGT y CNT, mostrando así nuestra repulsa a los sindicatos del régimen. Se consideraba indignos o traidores a quienes actuaban en ellos con alguna responsabilidad, aunque fuera mínima, ya que como decía la ley todos los mandos debían ser militantes de Falange, algo que modificaron después.
En los primeros momentos la represión se abatió sobre los que pretendieron continuar la acción de los sindicatos desde la clandestinidad. Maso Riera, secretario general de la CNT, fue fusilado a finales de 1939, y tres años más tarde Pallarols; otros comités nacionales fueron también desarticulados. Se produjeron igualmente numerosos intentos de reconstruir la UGT y otras organizaciones, como sucedió en Valencia cuando Martínez Amutio organizó unas Alianzas Obreras. A la ejecutiva de UGT la detuvieron varias veces, la primera de ellas en 1944. En el exilio, en esas fechas, hubo paralelamente dos ejecutivas de UGT; una con Trifón Gómez y Rodolfo Llopis en cabeza, mayoritaria en el exterior, y otra dirigida, después de la dimisión de Largo Caballero en la guerra, por su antiguo secretario general, Rodríguez Vega, acompañado por Amaro del Rosal y otros. Estas ejecutivas reprodujeron las divisiones surgidas con la Junta de Casado en el mes de marzo de 1939 en la zona republicana. Yo militaba en esta última hasta que, en 1957, pasé a la Oposición Sindical Obrera (OSO) antes de que nacieran las Comisiones Obreras.
Igualmente se reconstituyó la CNT en el exilio en 1944, pero al optar una parte por colaborar con los partidos de izquierda, llevaría a sus filas la división entre los que se denominaban políticos y los apolíticos, división que ya existía en el exilio en México y que aún arrastran en nuestros días, aunque actualmente con escasa o nula influencia entre los trabajadores.
Hasta 1951 los españoles no recuperamos el nivel económico que teníamos en 1935, antes de la Guerra Civil, y esa recuperación se hizo sobre la base de una superexplotación contra la que no cabía la menor oposición. La resistencia en aquellos años fue heroica porque los peligros que se corrían eran enormes. Hubo numerosas huelgas y luchas obreras en este período, en 1945 y primer semestre de 1946, pero fue el Primero de Mayo de 1947 en Bilbao y Euskadi el que pasó a la historia por ser el acto más amplio y más profundo de todas las protestas de este período. Fue convocado unitariamente por UGT, STV, CNT, las fuerzas políticas de la oposición y el Consejo de la Resistencia y, aunque no fue secundado en el resto del país, durante varios días el desafío del proletariado vasco y de los antifranquistas de Euskadi mantuvo en jaque a las fuerzas de la dictadura.
Aquellas luchas eran, en cierta medida, explosiones heroicas, pero en gran parte residuales del potencial obrero anterior. Era la protesta desesperada porque los aliados no cumplieron sus promesas de restablecer la libertad sindical, y las libertades democráticas, expulsando, como lo hicieron en otros países, a los regímenes fascistas que apoyaron a las potencias del Eje. También eran consecuencia de la difícil situación económica de los trabajadores y de las ansias de libertad del primer pueblo que no se resignó y luchó contra el fascismo.
Pero la represión desarticuló las viejas organizaciones sindicales, que se sumieron en la clandestinidad más absoluta y, sin contacto con los trabajadores, el sindicalismo tradicional acabó por desaparecer de la escena, con la excepción de algunos núcleos aislados de UGT en Asturias o en Bilbao, por ejemplo. Aquí terminó una primera fase, a la que la dictadura puso su broche de oro con los acuerdos para la instalación de las bases militares norteamericanas en España que dieron paso al fin del aislamiento político y de la autarquía.
Pasada la primera etapa y durante un largo período de represión, hubo un reflujo del movimiento obrero sindical. La gravedad de los riesgos que había que asumir condujo a que la masa de trabajadores sin partido no ingresara en los pequeños grupos clandestinos de UGT o de CNT por temor a las represalias. Perdido el contacto con las amplias masas de asalariados, esos pequeños núcleos sindicales fueron condenados al estado de hibernación, como mínimo, y a veces incluso a su desaparición definitiva. Fue preciso reflexionar y hacer un análisis profundo de las causas originarias de este estado de postración, así como de los principios del movimiento sindical y de su táctica en las condiciones de regímenes de carácter fascista. Lo que estaba claro era que con los métodos y organizaciones propias de una sociedad democrática, en una situación de clandestinidad no se podía hacer un trabajo de masas.
Marcelino Camacho,
"Confieso que he luchado", 1990
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