Juan Ramón Jiménez Mantecón (Moguer, Huelva, 23 de diciembre de 1881 – San Juan, Puerto Rico, 29 de mayo de 1958) |
Recuerdo a Juan Ramón , sentado a dos
pasos de nosotros, de medio perfil, como si al hablar mirara al infinito, con
las piernas cruzadas, y uno de los brazos apoyado en una mesa sobre la que se
levantaba, al compás de la conversación, como ligero trazo de lo que
iba diciendo, su mano blanca; de su figura se desprendía un sabor
principesco; pero oriental, andaluz por tanto. Ese rostro pudo haberlo tenido,
en nuestra imaginación un Omeya: pálido, de rasgos muy finos y trabajados por
un fervor oculto, con los ojos ahondados en las órbitas, esos ojos a los que
les cuesta moverse, no por estáticos sino por graves. Llevaba, como se sabe,
barba, cuidada, ni decimonónica, descansando sobre el pecho, ni de las que,
lineales y condotieriles, comenzaban a exhibir los
petulantes jóvenes italianos; recordaba, más bien, a esas,
levemente rizadas, que nuestros tallistas gustan de perfilar en los
Cristos muertos y que le daba, por tanto, más que apostura, un dejo de flaqueza.
El timbre de su voz, que yo oía por vez primera, sonaba también, para mí, por
última vez. Aquella tarde pasó revista a los acontecimientos
intestinos y tuvo, para todos, alfilerazos, y aun algo más. Pedro Salinas se
llevó, que yo recuerde, la peor parte.
Parecía una encarnación del Tiempo, y
con él, de los rincones del tiempo. En una isla del Caribe, como
un emigrado más, recibiría, junto al cadáver de
su mujer, solo por tanto, la noticia de habérsele adjudicado el
premio Nobel.
Juan Gil Albert, Memorabilia
Juan Gil Albert, Memorabilia
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