Miguel Hernández, Carmen Conde y Antonio Oliver en el molino del tio Poli. Los Dolores (Cargatena), 24 de agosto de 1935 |
Hace demasiado tiempo, pero ha sido ayer o poco más... Yo no sé cómo es que se alejan los años, y vienen, según está nuestro corazón cada día. Cuando conocí a Ramón Sijé y a Miguel Hernández, en Orihuela, en Sierra Espuña, en Cartagena, Gabriel Sijé no era aún este muchacho cuyo recuerdo vamos a levantar como un ramo. Y tampoco estaba muerto Miguel Hernández, cuando Ramón ya no existía; no sé donde estarán unas cuartillas mías en honor de Ramón Sijé, pedidas por Miguel Hernández, y a él dadas, poco antes de la guerra española. Ahora, otro amigo viene a decirme que le dé nuevas cuartillas sobre un muchacho, un poeta, muerto; por revista de importancia andan las que hice a su hermoso libro «Del sencillo Amor», cuando aún vivía. Las de hoy, loándole su dinastía lírica, –voluntaria de Sijés descollantes– son para afirmar que le quise –sin haberlo visto nunca– porque era poeta, hermano de Ramón, amigo de Miguel... ¡oh, pena de mis muchachos de Orihuela! Yo los vi crecer, veloces acacia místicas; yo los conocí balbucientes, y rotundos precoces; y vinieron a mi amistad, a mi casa, y se han quedado en mi corazón para siempre.
Tengo fotografías de los dos primeros, adolescentes, y
como fondo –en la memoria– va el río turbio de Orihuela. Luego los pinares de
Espuña, y el llano campo cartagenero...
¡Qué voz la de Ramón Sijé, qué ojos ardientes de
inteligencia! ¡Qué risa la de Miguel, qué olor de tierra mojada en sus ojos
azules! Gabriel era ellos, esos dos que admiré y quise para eterno. A Gabriel
Sijé yo le quise, y leí, y di mi ternura de hermana mayor, porque él seguía la
estirpe noble del pueblo de Orihuela.
Ya no está ninguno. Y hay que hablar de éste, de
aquéllos, para que los nombres floten sobre las aguas sucias del mal tiempo que
se los llevó...
Vosotros, los que sabíais del dolorido chiquillo
último, contad lo que supisteis. Para mí, los tres, eran uno: el Arcángel de la
Poesía mediterránea, levemente, transitoriamente de paso por el mundo.
Y que no los olvidaré. Que Ramón, Miguel, Gabriel, tienen
siempre el corazón mío.
Carmen Conde
(Cartagena, 15 de agosto de 1907 - Madrid, 8 de enero de 1996)
Qué bonita reseña
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