La esperanza orientaba a los grupos de campesinos a
través de la obscuridad. Iban a casa de «Seisdedos». Volvían del Sindicato. Se agrupaban en
los rincones sin demasiada precaución, y se cambiaban palabras y cartuchos. Estos movimientos
llegaron a conocimiento de las autoridades, naturalmente. El cura, un jovenzuelo que vive en la
fonda y que pasea por la plaza con el libro de horas. El sargento y los tres guardias civiles. El alcalde.
Pero éste —Juan Bascuñana— no daba importancia a aquéllo. No estaba en ninguno de los dos bandos. La
autoridad se la habían dado de arriba, pero tampoco estaba seguro de que fuera verdadera autoridad. Allí
la autoridad estaba en la casa-cuartel. Era alcalde a disgusto, porque sólo podía ser un instrumento más al
servicio del orden. Y el orden era allí la casacuartel. Mientras la Guardia civil velaba por el orden hacían
sus números los propietarios. Había un presupuesto del Estado para la autoridad armada y
rentas pingües para los propietarios. Él, que no cobraba sino cuando trabajaba, no podía ser verdadera
autoridad, ni veía en el orden público el mismo orden de las autoridades. Pero tampoco era obrero,
porque para serlo íntegramente había que estar en el Sindicato. En definitiva, creía que todo seguiría
siempre como cuando nació. Y que los campesinos eran hombres honrados, incapaces de verdaderos crímenes. No
comprendía bien el miedo de los cuatro propietarios al afianzar las cerraduras de la cancela,
repasar los contrafuertes de las ventanas y dejar y volver a coger el rifle o la pistola con la obsesión
de ser esclavos de su propiedad, como los otros de su hambre. En las familias de los propietarios se hablaba
de listas negras, en las que aparecen los nombres de los que han de ser degollados y las mujeres burguesas
que han de ser repartidas. El alcalde les dice que son cuentos, y entonces los propietarios miran al
alcalde con recelo. ¿No será de los otros? ¿No será un espía? El alcalde pretende disuadirles. Es sereno y
reflexivo, y cree que todo aquello está fuera de lugar. No le hacen caso. Ve en las miradas rencor y escama, y
se va a la calle pensando que algún remordimiento llevarán en la conciencia para tanto
sobresalto. Se dirige al Sindicato, pero no llega, porque observa el mismo recelo y despego en los
obreros. Antes, esa actitud, siendo la misma, no era agresiva, como esta noche. Se dirige entonces al
cuartel. El sargento se ha quitado las polainas y lleva las cuerdas del pantalón gris en torno a la rodilla. Se
cubre la cabeza con un gorro de cuartel. Va a hacer él alcalde algunas observaciones al sargento, pero éste
no le escucha. «Leña es lo que necesitan esos vagos. El pueblo está envenenao.» El alcalde quiere
advertirle que los campesinos deben ser tratados humanitariamente. Pero el sargento le acompaña a la
puerta, le da un pitillo y le dice:
—Si pasa algo, venga usted aquí.
Se va el alcalde, una vez más, con la impresión de no
ser alcalde, de no ser nadie. Todos pueden más que él. Recuerda que una vez habló de las leyes
republicanas a los obreros, y éstos replicaron que ni comían con la monarquía ni con la República; que les
habló de la República a los propietarios, y éstos respondieron: «¿Qué República?» Y que, al referirse en
cierta ocasión a las libertades individuales con la Guardia civil, ésta le dijo muy atenta: «Mire usted:
aquí, con todos los respetos, lo que rige es nuestro reglamento orgánico. Las Ordenanzas.»
No hay Ayuntamiento en el pueblo, porque es un
agregado de Medina Sidonia. Aunque lo hubiera, como el Sindicato no va a las elecciones, es
«apolítico», el Ayuntamiento sería un órgano artificial e ineficaz. Pero, además, ¿qué Ayuntamiento armonizador
cabe en un pueblo donde sólo existe un hombre no ligado directamente al interés de clase? ¿Qué Ayuntamiento
republicano cabe en un pueblo donde sólo hay un republicano? Porque Bascuñana, el alcalde
pedáneo, es el único republicano que hay en Casas Viejas. Un republicano ingenuo y de buena fe, que cree
que todas las cosas tienen arreglo dentro de la República con intención recta y con «buena voluntad».
Ramón J. Sender
Viaje a la aldea del crimen (Documental de Casas Viejas) 1933
En la imagen Juan Bascuñana Astudillo, el alcalde pedáneo.
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