El 3 de febrero de 1936, José Díaz
Ramos publicaba en Mundo Obrero el siguiente artículo, bajo el título de “El
significado de las elecciones del 16 de febrero”:
«Estamos a las puertas de las elecciones. Todas las
masas trabajadoras y democráticas del país están en pie, unidas, con el
proletariado a la cabeza, para dar la batalla, derrotar a la reacción y abrir amplio cauce
al desarrollo ulterior de la revolución democrático-burguesa. Nuestros enemigos, que son los
enemigos del pueblo trabajador, también están en pie de guerra, también se unen,
pretendiendo alcanzar el triunfo en las urnas, para hundir a nuestro país en la barbarie
fascista.
La lucha está planteada con absoluta claridad.
Fascismo o antifascismo, revolución o contrarrevolución. Libertad, justicia
social y bienestar, es decir, amplio cauce para el desarrollo del movimiento de las masas
populares, aniquilamiento de los opresores, o terror, barbarie, despotismo, salarios de
1,50, cárceles llenas de trabajadores y fuerzas democráticas; en una palabra,
estrangulamiento del movimiento emancipador. Por eso, todo proletario, todo
hombre honrado, amante de la democracia y de la libertad, comprende la importancia histórica de
la lucha entablada, y al grito de ¡No pasarán! se dispone a luchar y a vencer.
“Destruiremos la revolución”, dicen la CEDA y demás
reaccionarios. La cosa es clara. Precipitar al pueblo laborioso, más todavía, al
hambre más espantosa y a la esclavitud. Pero no será. Todos unidos, marchamos hoy
y marcharemos mañana hacia la meta, para cambiar la faz de nuestro país, destruyendo
los privilegios de los terratenientes, de la Iglesia, de los nobles.
Conseguiremos la libertad para el pueblo, tierra para los campesinos, libertad para Catalunya,
Euskadi y Galicia; bienestar para los trabajadores asalariados, jornadas de trabajo humanas,
etcétera. Desarrollaremos las fuerzas del trabajo y de la cultura, que la reacción
pretende ahogar desde el altar del oscurantismo jesuítico.
Nuestra lucha, en España, no tiene el menor parecido
con las “elecciones de tipo normal” de países como Inglaterra, Norteamérica,
Suiza; etcétera. Aquí se ventila mucho más. La movilización de las masas por nuestra
parte, su llamamiento a las urnas bajo la bandera del Bloque Popular, tiene más
significación que el simple hecho de designar a unos representantes en Cortes. Con los
votos, va a decidirse esta vez el futuro, la forma y el cauce por los que ha de marchar
el movimiento ascendente de los oprimidos.
La reacción llama a las urnas para aplastar
todo vestigio de libertad y de democracia, para destruir las organizaciones del
proletariado y de las fuerzas democráticas. No caben términos medios. No cabe la
abstención, como preconizan algunos jefes anarquistas, cometiendo un error grave,
ya que las elecciones son una de las formas de la lucha por la revolución; con
abstenerse, con aconsejar a los obreros que no voten, tratando de quitarle importancia al hecho
revolucionario que representa esta lucha, no se hace sino favorecer los propósitos de la
reacción.
La lucha es dura, y todos hemos de ponernos en pie
para lograr el triunfo del Bloque Popular. Los comunistas estamos orgullosos de
haber propugnado y defendido el Bloque Popular, como una de las condiciones
necesarias para el triunfo frente al enemigo. La unidad antifascista realizada ha levantado
en todo el país una ola de entusiasmo que es prenda de victoria y garantía de
triunfo.
Todos los antifascistas están en el Bloque Popular. Todas las organizaciones y las
masas no organizadas tienen sus ojos puestos en el Bloque Popular. Una obligación
tenemos que cumplir: asegurarnos de que el triunfo próximo, seguro, no se malogre. El
medio es que la unidad hecha no quede rota con las elecciones. La tarea a cumplir es
muy grande y la ejecución del programa obliga a los antifascistas a permanecer
unidos. Esto, por una parte. Por otra, sería un grave error pensar que la reacción va a resignarse con su derrota y no ha de hacer cuanto esté en sus manos para arrebatar al
pueblo sus conquistas. Hoy, amenazan ya con la guerra Civil. Contra ello están las
organizaciones del Bloque Popular, los obreros, los campesinos, las fuerzas democráticas,
dando entrada a los elementos no organizados. La lucha no termina el día 16. Hay que
cumplir el programa y entrar a fondo para quitar a la contrarrevolución su base
material. Esta base material, asiento de privilegios y de zánganos, plataforma de dominación de
las masas campesinas, es utilizada por la reacción para sus fines contrarrevolucionarios. La minaremos y cumpliremos dos fines: dar a los campesinos
trabajadores lo que es suyo, la tierra, y arrebatar de manos de la reacción su más poderoso
instrumento: la posesión de la tierra.
Expropiar sin indemnización la tierra de los
terratenientes, de la Iglesia, entregarla a los campesinos pobres y obreros agrícolas: he aquí el
golpe más certero contra la reacción.
Hay que asegurar la completa libertad de los pueblos catalán, vasco y gallego. Hay que disolver las organizaciones monárquicas y
fascistas. Las libertades democráticas de las masas trabajadoras no pueden estar
a merced de un golpe de las fuerzas contrarrevolucionarias.
Hay que movilizar y
poner en acción a todos los obreros y campesinos, a los intelectuales, a los empleados,
funcionarios, etcétera. A los hombres y a las mujeres. Hay que prestar a la mujer una
atención especial. La Iglesia y sus servidores no descansan para ganara las mujeres a su
causa. En esto, llevamos retraso.
Hay que ganar el tiempo perdido, organizar rápidamente
la distribución de literatura, reuniones y creaciones de organizaciones
femeninas.
Luchemos con fe por el triunfo. ¡En pie por la
libertad, por el bienestar, por el triunfo de la revolución democrática y en marcha hacia
el socialismo!»
José Díaz Ramos
Mundo Obrero, 3 de febrero de 1936
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