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1343. Declaración del Capitán Rojas



«En Madrid, a 1º de marzo de 1933, hago este documento, por si las estratagemas y promesas sobre el Gobierno y la República que el Director general de Seguridad, don Arturo Menéndez, me dice para sostenerlos no fueran verdad y sí todo esto es una mentira o falsedad para salvarse él, lo comunico en estos papeles para su conocimiento y efectos.

El día 10 de enero anterior me llamó a su despacho para darme órdenes respecto a un movimiento monárquico, o análogo al del 10 de agosto, que estallaría en Jerez de la Frontera, o que por lo menos sería con dinero monárquico, y que como tenía confianza en mí, me mandaba con la compañía para que lo solucionase. Que las órdenes que me daba eran que tan pronto se manifestasen en cualquier sentido, no tuviera miedo a nada ni a responsabilidades de ninguna clase, pues no había más remedio que obrar así. Que no quería que hubiese ni heridos ni prisioneros, pues éstos podían declarar lo sucedido, y para evitarlo empleara hasta la ley de fugas y todo lo que fuese necesario y análogo. Que a todos los que tuvieran armas o estuviesen complicados, les tirara a la cabeza, «que no dejara títere con cabeza». Que aunque me sacaran pañuelos blancos, no les hiciera caso y les contestara con descargas, pues ya se habían dado casos parecidos y al acercarse nos habían hecho bajas. En fin, que no tuviera compasión de ninguna clase, pues por bien de la República no tenía más remedio que hacerlo y dar un ejemplo para que no se repitieran más estos casos. Yo le dije que me parecían un poco fuertes estas órdenes, contestándome que no había más remedio que hacerlo y que tuviera la conciencia tranquila; además, él se hacía responsable de todo.

Con éstas órdenes me fui con la Compañía a la estación de Atocha, para salir en el expreso de Sevilla. Una vez en la estación y con la fuerza montada para salir, nos reunió a todos los oficiales para repetirnos que no quería ni heridos ni prisioneros y que me recordaba las órdenes: «Tú ya sabes lo que te he dicho», me dijo. Y salimos para Jerez.

A mi regreso a Madrid le conté todo lo sucedido y me dijo que no convenía para el Gobierno que dijera la forma en que habíamos matado a los prisioneros y que no se enterara absolutamente nadie, pues correría la voz por ahí. Me exigió la palabra de honor de que no se lo diría absolutamente a nadie, cosa que hice, dándole la palabra de honor.

Cuando el ministro de la Gobernación me llamó a su despacho para que le contase lo sucedido, estaba el señor Menéndez con él, que fue quien me presentó, y al entrar en el despacho me acerqué a Menéndez y le dije que si le contaba al señor ministro todo, refiriéndome a los fusilamientos, contestándome que le dijera todo menos eso; como así lo hice, teniendo la felicitación del señor ministro.

Fui a ver a Menéndez a su despacho y le dije que temía que el teniente Artal, dado su carácter, me figuraba que se lo contaría a todo el mundo, y entonces me dijo Menéndez que fuese en seguida a Sevilla con el carné militar; que dijera que era para ver lo que hacían en Jerez en los cuarteles de Asalto y viera al teniente Artal para animarle en su decaimiento y que no dijera a nadie la verdad. Así lo hice, regresando aquella misma noche para Madrid. Para el viaje, como yo no tenía dinero le dije al señor Gainza, su secretario, que me diera veinte duros, y así lo hizo, dinero con el cual viajé. A mi llegada a Madrid, estaba en la estación esperándome el señor Gainza con dos agentes. Nos montamos el señor Gainza y yo en su coche, y me dijo que desayunáramos juntos; cosa que hicimos en un café de la calle de Alcalá, junto a la Puerta del Sol. Mientras desayunábamos, me habló de muchas cosas, diciéndome al final que había ido a esperarme porque el Gobierno estaba en peligro, pues por los sucesos de Casas Viejas tenía que caer; que para que no cayera el señor Presidente, tenía que caer el ministro de la Gobernación, y para que no cayera éste, tenía que caer el Director de Seguridad. Que venía para decirme que si yo, como amigo de él, compañero y director mío que era, y en vista de lo que hacían los demás, si yo me prestaba a sacrificarme por él. En seguida le contesté que sí, que estaba dispuesto a todo, y que haría lo que él me dijese o quisiera.  Del café fui a Pontejos, a dejar el maletín, y en seguida a la Dirección, donde todos me dijeron que ya sabían que yo era un hombre, etc. Me dijo Menéndez que hiciera una información de todo según Gainza me fuera escribiendo y dictando, con relación a lo que yo también le decía, y que no pusiese nada de las órdenes que me había dado, cuya copia de información entrego con este escrito. Al enterarse los capitanes de esta faena me dijeron todos la mar de cosas del Director, que no daba crédito a ellas, pero que me abrieron los ojos. Y como en el transcurso del informe sucedió que una noche me presentaron a la señora de Menéndez, la cual, entre unas cosas y otras, que para eso estábamos; que unas veces nos tocaba sacrificarnos a unos y otras a otros, y que cuando viniera otro Gobierno a mí me harían santo. Y como otro día, estando escribiendo el señor Gainza, a mi izquierda, me dijo que ahora a mí me darían un mes de permiso para que fuera donde quisiera y un montón de billetes para que me los gastase alegremente. Y como la otra noche, en el baile de“Miss Voz” organizado por el diario de este nombre, el jefe superior de Vigilancia, acompañado del señor Lorda y del abogado del Estado señor Franqueira me dijeron que no me preocupara de nada; que si ahora me pasaba algo, que en seguida ellos me lo quitarían y me darían un buen destino, es por lo que por todo esto he comprendido la mala faena que están haciendo tanto al Gobierno como a mí, y es por lo que me he negado a firmar la información si no pongo todas las órdenes que me dieron.

Por este motivo es por lo que hago esta declaración de mi puño y letra, para que una persona la guarde, y si es verdad todo lo que dice el señor Menéndez, para bien de España, de la República y del Gobierno, se rompa; pero si es para lo contrario, sirva esto para esclarecer los hechos y, como principio del trabajo que estoy haciendo, para descubrir a los traidores que así luchan en contra de la República.

¡Ojalá tengan estos pliegos que romperse porque fuera verdad mi sacrificio por España y por el bien de la República; pero si todo lo que está sucediendo lo trama un hombre solamente por conservar su bien, sin mirar el mal que hace, que salgan estas cuartillas a la luz del día para que se juzgue con justicia.

Hoy, 1º de marzo de 1933. - El capitán de Asalto, Miguel Rojas Feijenspan. (Rubricado.)»









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