Recordando a Emilio Prados en el aniversario de su nacimiento.
Destino fiel
¿Qué tengo yo que en medio de esta hoguera
donde
la muerte ataca de continuo,
por
dentro de sus llamas me manejo
y
en ellas, si ardo más, tanto más vivo?
¿En
dónde está mi cuerpo, que aun reposa,
cuando
la noche ofrece a mi fatiga
lecho
de sombra y sueño iluminado,
si
por sus lentos párpados se olvida?
Me
persigue la fuerza que me acaba
y
más la miro porque me acompañe.
Si
más me aprieta, más alegre pido
que
apriete más porque el dolor me salve.
A
veces tanto extraño que aun persista
de
pie en el mismo suelo levantado,
donde
tanto he perdido y aun me queda,
que
mi presencia busco por mi tacto.
Hallo
mi piel y en ella mi destino
y
al encontrarlo más mi temor crece:
¿Vivo
en la muerte acaso por ventura
y
es mi congoja sólo estar ausente?
En
medio de la guerra se debate
inútilmente
esta desdicha mía
de
no perder mi amor por su locura
y
no entregarlo entero a su porfía.
Y
aunque puebla mi sueño su tormenta
y
en los salones del recuerdo hallo
preparadas
las armas de la muerte,
sus
armas dejo y sólo mi voz alzo
Pero
al mirar a tierra, en mis pies mismos
siento
que se desangra mi memoria,
que
tanto está quitándome la guerra
que
temo un día verme ya sin sombra.
No
estoy deshabitado ni vencido,
aunque
continuamente devastado
por
tanta angustia cruel que me combate
los
campos de mi cuerpo desdichado.
Murieron
mis amigos. Los más fuertes,
primeramente
entraron tras sus ímpetus,
pisando
por su gloria, en las tinieblas
que
los condujo a sus eternos ríos.
Sin
tocar las batallas bajo el viento,
hermosos
en su lucha misteriosa,
los
que llamaron débiles en vida,
dan
fortaleza, muertos, con su historia.
Dentro
y fuera, el dolor va conduciéndome
con
mi amargura a soledad tan torpe,
que
el sentirme vivir sólo es mi apuro:
¿Qué
tengo yo que el mundo así me escoge?
Sobre
la misma piel que la contiene
modela
el mismo cielo mi figura.
Hora
tras hora en libre movimiento
la
abandona a los sueños que la alumbran.
Igual
caudal enseñan las corrientes
de
los internos ramos de mis venas.
Si
en el agua me miro, allí mis ojos
copian
la misma luz por que navegan.
Cruzo
la guerra y con las mismas armas
que
en mi niñez, por ella voy vestido...
¿Por
qué la muerte al verme así se aleja?
Triste
sino nacer y quedar vivo.
Vine
serenamente al mundo. Ileso
atravesé
la selva de su engaño,
ocupándome
activo en la aventura
de
preparar la luz de mi trabajo.
Un
tesoro invadió mi gran cosecha:
el
mar, la tierra, el cielo, la palabra,
el
hombre hermoso bajo el sol severo...
Ya
todo, hasta la vista, me sobraba.
Ay,
la guerra que incendia los caminos
y a
la desolación y espanto enseña
alucinada
el vuelo que destruye,
arremetió
también con mi cosecha.
Pisó
su pie candente en las semillas:
la
fina adolescencia en que se alzaba
la
generosidad que la ejercía,
se
lanzó, por salvarla, entre sus llamas.
Todo
desbaratado ya gemía.
La
alegría y el orden, preparados
en
constantes esfuerzos con las horas,
en
sangrientas cenizas se cambiaron.
Tonsuraron
sus hilos las riquezas,
la
miseria se alzó con arrogancia,
se
buscaron los hombres sin hallarse:
sólo
reconocieron ya sus armas.
Las
casas destruidas, sus escombros
húmedos
por la sangre fratricida,
como
terribles flores del espanto
en
las ramas del odio se ofrecían.
Como
cuchilla el ojo se aguzaba
clavado
en la sospecha del hermano.
El
amante, inseguro de su dueño,
de
amor languideció martirizado.
Ay,
la guerra no estaba en mi tesoro.
¿Dónde
poner mi cuerpo en estos trances?
¿Adonde
me llevó con sus tormentas
tan
fatal tiempo en sus terribles aires?
Blanco
es el pan y es en la paz sabroso,
igual
que el vino es dulce en la alegría;
pero
el vino y el pan con muerte nacen,
al
dar mosto la uva, el trigo harina.
De
los terribles fuertes vendavales
que
asolan los pedazos de esta tierra
como
el vino y el pan, desde la muerte
un
hombre nace v su verdad eleva.
Con
él mi cuerpo vive y se acompaña:
mi
mismo cuerpo nace en su victoria.
¿Qué tengo yo que en medio de esta hoguera
ni
muerto estoy, ni vivo soy aurora?
Sólo
tengo mi voz y aquí la pongo.
Mi
canto dejo, igual que sus espumas
deja
el mar por la arena que visita:
así
mi voz derramo por mi pluma.
Así
dejo mi voz, mojada en llanto,
porque
apartado de la muerte vivo.
Quisiera
desprenderme de mi cuerpo
por
ver más pronto lo que tanto ansío.
Mas
si nada merezco y con mi sombra
he
de acabar las horas que aun me quedan:
cumpla
mi voz lo que mi vida pierde,
lo
que la muerte de mi vida espera.
Que
cuando al fin la guerra esté en su término
y
se pierda en los tiempos la ceniza
de
esta terrible llama en que nos prende,
mi
voz, bajo la paz, se oirá más viva.
Emilio
Prados
Hora
de España XX
Valencia,
Agosto 1938
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