Blas de Otero Muñoz (Bilbao, 15 de marzo de 1916 - 30 de junio de 1979) |
Lo primero que recuerdo es que no recuerdo nada. Yo sé que había nacido, incluso que andaba a gatas o trepaba hacia el seno de mi madre, mas ignoro qué sentía, veía, escuchaba o vislumbraba por aquellos años. De pronto, aparezco en Hurtado de Amézaga, en el número 52, aquella casa con terraza y pérgola que construyó mi padre en los años de la primera guerra, que tan provechosa resultó para los industriales y almacenistas bilbaínos. Debajo de nuestro piso –esto lo supe más tarde- vivía don Genaro, un belga director de la Compañía de Tranvías, y durante los días de huelga yo oía decir que peligraba su vida ante un posible atentado anarquista. Era aquel un piso grande, amplio, de buena burguesía, con dos o tres muchachas –Candelas, Margarita– a nuestro servicio y un gran comedor donde un atardecer Julia me mostró su muslo blanco, y ante cuyos cristales yo me quedaba pensativo, mirando la triste, fina lluvia de mi país. Ahora estoy en Madrid, en el colegio de la calle de Atocha, donde conocí a María del Carmen, jarroncito de porcelana, que tanto iba a suponer en toda mi vida sentimental y hasta poética. Era una chiquilla encantadora, con un trajecito verde con cuello de puntilla blanca, cutis de sèvres y pechitos apenas insinuados. Era la imagen de la santísima virgen y del niño jesús al mismo tiempo, pero nosotros nos íbamos al Retiro a retozar en los verdes bancos o entre los troncos; todas las noches, a la salida de clase, le acompañaba hasta su portal de Espoz y Mina, y mírala la pilla ella que, contemplando el escaparate de la joyería de enfrente, me dice que mañana domingo se queda en la cama hasta la una, de modo que la misa voló y yo me quedé asombrado, casi un poco asustado pero admirado profundamente.
Tenía un amigo que se llamaba Enrique y era aprendiz
en un taller de pintura, detrás del Ayuntamiento, y con él me iba a la Escuela
Taurina de las Ventas, a ver torear el aire y al carrito para las banderillas,
algunas veces sacaban unos becerros graduados en monaguillos y toda mi ilusión
era lucirme ante uno de ellos, pero los ocho duros que había que apoquinarle al
valenciano era imposible soñar con ellos, así que le propusimos pintarle un
bonito cartel para la entrada de la placita. Y con esto conseguimos que nos
echara un becerrete al que lanceé dos o tres veces, pues el valenciano no me
dejaba acercarme al bicho y me gritaba que yo tenía los huesos demasiado
tiernos.
*
Me voy a París, te digo que me voy a París aunque
tenga que vender toda mi biblioteca. Y la vendí. En el andén de Amara me
esperaban Gabriel y Amparitxu, asustándose un poco al ver que el mozo sacaba
tanta maleta por la ventanilla. Aquella noche cenamos con Eugenio, y al ir
llegando a los postres le hice, a bocajarro, la pregunta dostoyevskiana de
nuestro siglo: -¿Tú eres…? Salí de la estación de Irún con el pecho arrugado
por tanta falta de aire durante tantos años, y al llegar a Hendaya el aire era
distinto, simplemente existía, y el mundo se tendía inmenso y maravilloso ante
mi vista. Escribir la historia de mi vida podría resultar escandaloso para los
demás, que no aman la terrible sinceridad, mas no para mí que toda mi vida me
hundí hasta tocar el fondo, con un lema único: Prefiero una verdad desagradable
a una mentira agradable. Yo diré siempre la verdad, no sé si toda y sin
ofender a ningún hombre y mujer que se hayan cruzado o convivido conmigo. La
verdad que no pretendo objetiva, pues esto ¿quién lo sabe? Seguramente no lo
sabe ni dios.
Blas de Otero
"Historia (casi) de mi vida" (Fragmento)
"Historia (casi) de mi vida" es una breve
autobiografía que Blas de Otero comenzó a redactar durante los meses de febrero
y marzo de 1969, y finalizó en octubre de ese mismo año, quedando inédita a su
muerte. Publicada en "Obra completa". Blas de Otero. Editorial
Galaxia Gutenberg. Barcelona 2013
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