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1379. Machado es elegido académico

«Es un honor al cual no aspiré nunca; casi me atreveré a decir que aspiré a no tenerlo nunca. Pero Dios da pañuelo a quien no tiene narices..».
(Antonio Machado)


El 24 de marzo de 1927 Antonio Machado es elegido académico de número de la Real Academia de la Lengua Española, (Silla V).

En 1931 redactó un proyecto de discurso de ingreso pero nunca llego a leerlo ni a tomar posesión de su puesto en la Academia.

El 23 de marzo de 1997, el poeta Ángel González, uno de los más aplicados biógrafos y estudiosos de la figura y la obra de Antonio Machado, dedicó su discurso de ingreso a Las otras soledades de Antonio Machado.


Las otras soledades de Antonio Machado

Señores Académicos:

Como es bien sabido, Antonio Machado, académico electo desde 1927, comenzó a escribir un proyectado discurso de ingreso en la Academia Española hacia 1929, e interrumpió su redacción definitivamente en 1931 por razones que se desconocen, aunque yo creo que pueden deducirse del preámbulo de ese proyecto. 

En ese texto inacabado, las primeras palabras de Machado son para expresar la "muy alta idea" que tiene de la Academia, y para confesar que se siente demasiado honrado por la elección: un honor en su caso desmedido y perturbador. Tras esas declaraciones, pasa el poeta a hacer algunas consideraciones un tanto inesperadas y ambiguas acerca de su aspiración a vivir de realidades que no estén en pugna —dice textualmente— "con la norma ideal que habíamos sacado de nuestra experiencia". ¿Insinúa Machado que la condición de académico podría ser una de esas  realidades que pugnan con su norma ideal? Como aclara enseguida, el ingreso en la Academia le plantea efectivamente un conflicto entre la realidad y el ideal, pero son las deficiencias de su propia realidad, y en ningún caso las atribuibles a la Academia, las que establecen ese desajuste: Antonio Machado no cree tener "las dotes específicas del académico". Y para acreditar su falta de cualidades presenta un desastroso historial de deméritos que justificaría, no ya la revocación de su nombramiento académico, sino la expulsión del instituto de segunda enseñanza donde daba clases. El no es humanista, ni filólogo, ni erudito; sus letras son pobres; ha olvidado casi todo lo que ha leído; las bellas letras nunca le apasionaron, etc. Es evidente que Machado no está diciendo la verdad: el desarrollo posterior de su discurso, tan rico en erudición e ideas originales, lo desmiente.

"No se achique usted tanto, señor Rodríguez. Agrada la modestia pero no el propio menosprecio", dice Juan de Mairena a uno de sus más aventajados discípulos, que había comenzado en semejantes términos un ejercicio de retórica. Yo sospecho que Mairena se estaba riendo del académico electo, que se autodenigra de modo tan inmisericorde como injusto, aunque, en mi opinión, con una intención benemérita: disimular, para no ofender a la institución que le había abierto las puertas, su falta de simpatía por lo académico, que en otras ocasiones no tuvo empacho en declarar. "Pasé por el Instituto y la Universidad" —escribe en 1913 a Juan Ramón Jiménez—, "pero de estos centros no tengo huella alguna, como no sea mi aversión a todo lo académico".

Más o menos repite ese juicio en carta a Ortega, en la que incurre en otras imprudencias: además de decirle que la vida —"la calle, el café, el teatro, la taberna"— es "algo muy superior a la universidad", comete el doble error de llamarlo "maestro", y de elogiar la obra de "el gran Menéndez Pelayo". Con nada de eso está de acuerdo Ortega, que —abriendo un largo capítulo de desavenencias con el poeta, del que daré noticia más detallada— le expresa su disgusto a vuelta de correo: el desdén por la universidad puede implicar desdén a su persona, la palabra "maestro" connota vejez, y de Menéndez y Pelayo no es partidario. Desde entonces Machado llamará a Ortega "joven maestro" y rebajará su entusiasmo por don Marcelino, pero reafirmará, siempre que a mano venga, su aversión por la universidad. "El árbol de la cultura" —insiste tercamente Mairena— "no tiene más savia que nuestra propia sangre, y sus raíces no habéis de hallarlas sino por azar en las aulas de nuestras escuelas, Academias, Universidades, etc.".











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