El
hombre entró con pisar silencioso: alpargatas viejas, viejas; traje de pana lleno de inefables remiendos, un remiendo sobre otro puesto por las manos
cariñosas y cansadas de su mujer. Venía mustio, tristísimo, arrastrando la
carga de sus sesenta y tantos años. Y venía limpio:
¡El agua la dan de balde!
(Y
era en tiempos monárquicos, cuyo espíritu revive hoy en la facción sublevada
al amparo italogermano. Y era en mi natal Andalucía.
Le
habían despedido los amos, al cabo de veintitantos años de servicios.
Era
guarda de un cortijo grande, de cuatro ricos propietarios. Ganaba dos pesetas
al día. Cada propietario tocaba a cincuenta céntimos diarios. Pero los tiempos
estaban malos para despilfarrar dos reales cada veinticuatro horas, en pagar a
un hombre que ya no podía trabajar como antes y que tenía—por virtud de su
segundo matrimonio: un hombre sin mujer se arregla difícilmente en los campos
y además no lo quieren de guarda, pues la mujer presta servicios de limpieza en
la casa—que tenía, sigo diciendo, cinco o seis hijos pequeños que no hacían
sino enredar en el cortijo.
—Enredar
y lo que fuese, porque poco jornal y muchas bocas...—decía uno de los cuatro
amos, que era listo).
Su
mujer, al verle entrar, pensó que venía enfermo.
No
era así —disimuló él—, sino que se trasladaban al pueblo, donde un mejor
retribuido oficio le esperaba. Además, los chicos irían a la escuela. Y, etc.
Hubo de enfadarse porque la mujer se resistía a creerlo y a abandonar la
guardería del cortijo, donde tantos años habían pasado.
Y
que el campo es el campo. Sol y aire, forma extraordinaria de alimento.
—Estás
loco—dijo transigiendo, a la fuerza, la mujer.
—Estoy,
estoy...—aquí el hombre recortó un taco que salió trasformado: —¡Andando!
Pero
allá, en el pueblo, no pudo continuar su disimulo.
No
encontró trabajo.
El
hambre apareció en la casa.
El
hombre enfermó.
Por
las noches, cuando los demás dormían, se levantaba para salir a la calle.
—¿Dónde
vas, hombre?
—A
buscar trabajo—contestaba siempre, en el delirio de la fiebre.
Buscar
trabajo, buscar trabajo.
En
el pueblo había un casino (¡!) donde los señores (¿?) holgaban y se
lamentaban, entre sorbo y sorbo, de lo malos que estaban los tiempos.
Una
noche, sin ser oído, salió el hombre a la calle a buscar trabajo.
Un
labrador lo encontró, de madrugada, tendido en una acera. Lo conoció. Llamó a
un amigo y lo llevaron a su casa.
El
hombre estaba muerto.
(En
1936, las cuentas corrientes inmovilizadas de los pobres propietarios que no
podían pagar cincuenta céntimos diarios de jornal, alojaban sumas
importantes.)
Antonio Porras
Hora de España IV
Valencia, abril 1937
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