Julián Marías Aguilera / Foto: Dante Cosenza 1996 (Valladolid, 17 de junio de 1914 - Madrid, 15 de diciembre de 2005) |
No está bien que sea yo quien escriba este artículo.
Es poco elegante que el padre hable del hijo o el hijo del padre. Pero el padre
cumple ochenta años el 17 de junio y el hijo ha tenido que oír en su vida
demasiadas sandeces en boca de imbéciles o de malvados. En este país casi nadie
recuerda nada; de los que recuerdan; muchos falsean; y los que no tienen edad
simplemente no saben. Además, en la literatura y el cine hay tradición de hijos
justicieros, o vengativos o rencorosos. No me importa hacer por una vez ese
papel. Este es un artículo, así pues, rencoroso, como podrían serlo los que
escribieran los vástagos de otros republicanos, fuera cual fuese la profesión
de sus padres.
Este padre tenía seguramente dos vocaciones, por
recuperar la palabra antigua pero vigente en su juventud: la de escritor y la
de profesor. La segunda no pudo cumplirla, la primera sí, y mucho, pero a duras
penas durante bastantes años. El padre estuvo en el bando republicano durante
la Guerra Civil; escribía en el Abc de Madrid y en Hora
de España: colaboró con Besteiro -tan ensalzado hoy por los socialistas y
por casi todo el mundo-, hasta su rendición y aun después. Al terminar la
contienda, fue denunciado por su mejor amigo y por un profesor de arqueología
que luego reinó en su cátedra durante largos decenios (el supuesto amigo
también obtuvo la suya más adelante, en Santiago, y aún se las dio de
izquierdista). Pasó un tiempo en la cárcel y pudo ser fusilado. Fue juzgado
cuando lo que había que demostrar era la inocencia; tuvo suerte, y algún
bendito testigo al que cuando el juez le espetó: "Oiga, le recuerdo que
usted ha sido llamado como testigo de cargo", tuvo el valor de contestar:
"Ah, yo creía que se me había llamado para decir la verdad". Pudo
salir, pero se encontró con la hostilidad y el veto del régimen victorioso. Por
razones políticas le fue suspendida la tesis en 1942, no pudo ser doctor hasta
1951, año en el que por fin se le permitió publicar artículos en la prensa
diaria. Cuando la cátedra de su maestro Ortega hubo de cubrirse en 1953, un
influyente miembro del Opus escribió que si el padre llegaba a ocuparla la
consecuencia sería clara y funesta: nada menos que "la República". El
padre no opositó. Se sabe que cuando fue propuesto para la Real Academia,
Franco se lamentó con estas palabras: "Es un enemigo del régimen, pero no
puedo hacer nada. Sobre la Academia no tenemos control directo". Cuando
amainó la ira y se pudo pensar que el padre se incorporara por fin a la
Universidad, él no estaba dispuesto a solicitar el certificado de adhesión al
régimen que por fuerza obtuvieron cuantos sí se incorporaron a ella; todos,
también los legendarios héroes que fueron expulsados más tarde.
¿Qué ocurría con los compañeros de generación mientras
tanto, durante la guerra y la victoria? Algunos han muerto ya y otros están
vivos y son muy celebrados: unos con justicia, otros sin tanta. Todos fueron
cambiando, unos pronto, otros tardíamente. Algunos reconocieron sus debilidades
o equivocaciones del pasado; otros las ocultaron; algunos hasta las negaron y
tergiversaron, biografía-ficción debería llamarse el género.
No importa mucho hoy día. Pero en los años treinta y cuarenta y cincuenta sí
importó bastante. Y así, mientras al padre le pasaba cuanto vengo contando, el
otro filósofo tildaba en un libro de "jolgorio plebeyo" a la
República y ocupaba el saneado puesto de delegado de Tabacalera en una
provincia; el novelista eximio se ofrecía como delator y luego recibía alguna
condecoración franquista; el poeta, el humanista, el filólogo, el otro
novelista: todos de Falange, colaboradores del diario Arriba, o
rectores de Universidad, o intérpretes entre Franco y Hitler; fue ministro
quien luego pudo defender al pueblo, tuvo cargos institucionales el historiador
que lanzó soflamas en plena guerra contra "los tibios". Nadie les ha
pasado cuentas, y está bastante bien que así sea. La etapa democrática los ha
jaleado y los considera maestros. Lo serán sin duda, de sus disciplinas.
Mientras tanto el padre republicano y vetado ha sido
más bien ignorado por esta etapa democrática, por los herederos de Julián
Besteiro. No ha tenido reconocimientos oficiales, igual que en tiempos de
Franco. Ni siquiera un mísero Premio Nacional de Ensayo, que se ha otorgado
hasta a autores noveles con obras más bien escolares. Nada de esto es grave, no
creo que al padre le importe mucho. Pero el hijo ha tenido que escuchar muchas
sandeces en boca de imbéciles y de malvados. En otro periódico ha escrito una
semblanza pacífica. El hijo se disculpa por hacer hoy público en este su
resentimiento.
Javier Marías
Publicado por primera vez en El País, 16 de junio de
1994
Recogido en el libro Vida del Fantasma Alfaguara
2001
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