Mar Mediterráneo, otoño de 1938: Ramón Franco estalla
en el aire.
En 1926, había atravesado el océano desde Huelva hasta
Buenos Aires, en un avión llamado Plus Ultra. Y mientras el mundo entero
aplaudía su hazaña, él la celebraba en noches de juerga, bebiéndose la gloria y
cantando la Marsellesa y maldiciendo a los reyes y a los papas.
Y no mucho después, en alguna borrachera, lanzó su
avión sobre el Palacio Real de Madrid, y no echó las bombas porque había niños
jugando en los jardines.
Y sumó y siguió: alzó la bandera republicana,
participó en una sublevación anarquista, fue elegido diputado por el
nacionalismo catalán y una mujer lo denunció por bigamia, aunque en realidad
era trígamo.
Pero cuando su hermano Francisco se alzó, Ramón Franco
sufrió un súbito ataque de familismo y se incorporó a las filas de la cruz y la
espada.
Al cabo de dos años de guerra, los restos del avión,
su avión, se pierden en las aguas del Mediterráneo. Ramón, cargado de bombas,
se dirigía a Barcelona. Iba a matar a los que habían sido sus compañeros y al
loco lindo que él había sido.
Eduardo Galeano
Espejos. Una historia casi universal
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