Ilya Ehrenburg (centro) y a la derecha de André Malraux en el II Congreso internacional de Escritores en defensa de la Cultura Valencia, Julio 1937 (Foto: Gerda Taro) |
Dos años nos separan del primer Congreso de
Escritores. Como cada Ejército, nosotros hemos tenido desertores. En París fué
el desfile. Aquí es la guerra. Allí, nosotros, los escritores, éramos más
numerosos; pero aquí, a nuestro lado, trabajan, piensan, luchan los verdaderos
defensores de la cultura, el pueblo español. La cultura no es el inventario de
la naturaleza mecánica ni el catálogo de bibliotecas o de Museos. Ni las
ciudades, islas de coral.
La cultura es el hombre. Es la piedra, el artífice y
la estatua. ¿Hace falta hablar de las destrucciones exteriores en el país donde
cada ciudad es una herida fresca? Por el pueblo de Hita, que ha dado al mundo
uno de los más grandes poetas, Juan Ruiz, merodean los soldados de Mussolini.
Al pasar, como quien roba un pollo, roban los manuscritos raros. Las bombas de
los aviadores alemanes destruyen el Palacio del Infantado, en el cual los
sueños de mar se han hecho piedra, en el cual las perspectivas del Oriente son
juegos de luz y sombra, se unen con la verdad del Renacimiento en su culto del
hombre. Pero no es esto la explicación de la muerte.
El fascismo puede respetar los monumentos antiguos
mientras no le molesten. Aspira a destruir la base de la cultura: el hombre. Ha
localizado al hombre, como el cañón puede localizar una carretera o una casa.
En su lugar pone un maniquí que trabaja, un soldado privado de pensamiento y de
sentir. El mal no está en que los fascistas alemanes han quemado en su país decenas
de miles de libros, sino en que han transformado el alma de los lectores
de ayer. Ellos han hecho de los sabios, de los obreros, de los poetas, los
destructores de Guernica. Yo he visto a los italianos derrotados cerca de
Guadalajara. Yo he conocido el pueblo italiano antes del fascismo. Con
vergüenza y cólera he escuchado el balbuceo servil de los cachorros de la loba
romana.
Los milicianos del Quinto Regimiento han salvado,
bajo el fuego, a los niños mimados del destino: los Infantes, de Velázquez. Un
miliciano ha puesto en salvo los trabajos del oftalmólogo Márquez, en la Ciudad
Universitaria. El salvamento del tesoro del Prado será aprobado también por los
humanitarios ingleses. Pero, ¿qué pueden hacer los artistas del mundo hipócrita
y tranquilo? ¿Qué van a crear ellos entre la miseria dorada del espíritu y el
vacío confortable? Yo he visto a los obreros de Pozoblanco que continuaban
trabajando bajo el bombardeo, como bajo los bombardeos Solana pintaba sus
naturalezas muertas. El 5.° Regimiento no ha salvado solamente los valores
pasados en su lucha heroica; ha creado también los valores del porvenir. La
defensa de la cultura no consiste en el salvamento de las cosas creadas. La
nueva Guerra de la Independencia inspira un nuevo Goya aún desconocido.
El hombre se oculta de la muerte bajo la tierra. Es
rechazado a la época de las cavernas. Los colores de camuflaje han absorbido a
todos los demás colores. Se han perdido las vidas de los héroes, los
monumentos, las ciudades, las estatuas, los jardines. El jefe militar sabe que
la pérdida de territorio no presupone el resultado de la guerra mientras el
Ejército está íntegro. ¿Qué es lo que ha salvado España aceptando estos
combates? El pueblo. La cultura española ha sido siempre popular. El inundo del
dinero, de la jerarquía, de la vanidad, no ha llegado a envenenarla. La
literatura española era para todos nosotros la lección de lo humano.
Ciertamente, los hombres no han cuidado durante decenas de años los olivos para
que los obuses arrasen los olivares; ciertamente, la tierra generosa española
no ha dado al mundo a García Lorca para para que un soldado ignorante lo mate. Pero la guerra no es solamente la destrucción y los cadáveres. España ha encontrado ahora nuevas fuerzas creadoras. Los pueblos, como los hombres, cambian a ojos vistas. Del mundo de las tertulias, España ha pasado a la epopeya
¿De qué han hablado los escritores en París? De la defensa. Cuando la caballería africana recorría las carreteras de Extremadura, los soñadores en Valencia, pegaban carteles: «No deis a vuestros niños soldados de juguete para no despertar en eUos el gusto por el militarismo». Defendiendo la cultura se puede llegar solamente a perderla. La ofensiva, esta palabra, llena ahora España. Que entre también en esta sala. Hay un solo medio de defender la cultura: exterminar el fascismo. Hemos entrado en la época de acción; ¿quién sabe si serán terminados los libros concebidos por muchos de nosotros? Durante años, si no es por docenas de años, la cultura estará en los campos de combate. Puede ocultarse en los refugios; áUí, más pronto o más tarde será atrapada por la muerte. Puede pasar a la ofensiva.
La ruta de cada escritor está marcada por su naturaleza, sus aptitudes, sus fuerzas. Unos han tomado el fusil. En el Pleno de nuestra Asociación, en Londres, Ralph Fox nos ha recibido. Era vagabundo y soñador. Amaba apasionadamente la vida. Y precisamente por esto ha muerto en España como un soldado republicano. Lukacs, alegre, vivo, afectivo, bueno... Aquí, con nosotros, Regler, Renn.
¿Qué deben hacer los otros? Jules Valles ha dicho acerca del verdugo de la Comuna, de París: «El que describa la vida de Galiffé lo matará tan solo esto». Debemos cuidar el odio en el corazón de los hombres, para que los vivientes sientan que no se puede existir sobre la misma tierra con los fascistas. Nosotros conocemos la fuerza de los sonidos, de las imágenes, de las palabras. Elevan el alma, hacen nacer el valor. Demos todas nuestras fuerzas al valor del nuevo siglo. Contemos de la vida bella, sabrosa, con el gusto de la cual el hombre va tranquilamente a la muerte. Contemos la dicha de la fraternidad caliente como la lana. Destruyamos la cobardía. Yo hablo, no de los temas, ni de la propaganda, ni de los poemas de ocasión; yo hablo de la pasión, del arte y de la voz.
Si no queremos que todo el mundo se convierta en Madrid, transformemos el corazón de los hombres en el corazón de los combatientes que están ahora a nuestro lado en los parapetos de la Casa de Campo.
He ido esta mañana a Brúñete y a Villanueva de la Cañada, he visto pueblos libertados por heroicos combatientes. Que esto sea el principio de la liberación de las ciudades, de los países, del mundo.
¿De qué han hablado los escritores en París? De la defensa. Cuando la caballería africana recorría las carreteras de Extremadura, los soñadores en Valencia, pegaban carteles: «No deis a vuestros niños soldados de juguete para no despertar en eUos el gusto por el militarismo». Defendiendo la cultura se puede llegar solamente a perderla. La ofensiva, esta palabra, llena ahora España. Que entre también en esta sala. Hay un solo medio de defender la cultura: exterminar el fascismo. Hemos entrado en la época de acción; ¿quién sabe si serán terminados los libros concebidos por muchos de nosotros? Durante años, si no es por docenas de años, la cultura estará en los campos de combate. Puede ocultarse en los refugios; áUí, más pronto o más tarde será atrapada por la muerte. Puede pasar a la ofensiva.
La ruta de cada escritor está marcada por su naturaleza, sus aptitudes, sus fuerzas. Unos han tomado el fusil. En el Pleno de nuestra Asociación, en Londres, Ralph Fox nos ha recibido. Era vagabundo y soñador. Amaba apasionadamente la vida. Y precisamente por esto ha muerto en España como un soldado republicano. Lukacs, alegre, vivo, afectivo, bueno... Aquí, con nosotros, Regler, Renn.
¿Qué deben hacer los otros? Jules Valles ha dicho acerca del verdugo de la Comuna, de París: «El que describa la vida de Galiffé lo matará tan solo esto». Debemos cuidar el odio en el corazón de los hombres, para que los vivientes sientan que no se puede existir sobre la misma tierra con los fascistas. Nosotros conocemos la fuerza de los sonidos, de las imágenes, de las palabras. Elevan el alma, hacen nacer el valor. Demos todas nuestras fuerzas al valor del nuevo siglo. Contemos de la vida bella, sabrosa, con el gusto de la cual el hombre va tranquilamente a la muerte. Contemos la dicha de la fraternidad caliente como la lana. Destruyamos la cobardía. Yo hablo, no de los temas, ni de la propaganda, ni de los poemas de ocasión; yo hablo de la pasión, del arte y de la voz.
Si no queremos que todo el mundo se convierta en Madrid, transformemos el corazón de los hombres en el corazón de los combatientes que están ahora a nuestro lado en los parapetos de la Casa de Campo.
He ido esta mañana a Brúñete y a Villanueva de la Cañada, he visto pueblos libertados por heroicos combatientes. Que esto sea el principio de la liberación de las ciudades, de los países, del mundo.
Ilya Ehrenburg
Madrid, Julio 1937
Publicado en Hora de España VIII
Valencia, Agosto 1937
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