Josep Lluis Facerías, (Barcelona, 6 de enero de 1920 - 30 de agosto de 1957) |
Pedro Costa / El País / 23 Agosto 2007
“Luchó toda su vida por el triunfo de
las ideas libertarias y murió en una emboscada como si se tratara de un animal
rabioso. Fue abatido en las puertas del manicomio de Sant Andreu, en Barcelona.
Ni tiempo tuvo para sacar el arma.
Y había tomado las precauciones de
siempre, como era su estilo. Llegó en un taxi una hora antes a la cita y dio
una vuelta por el lugar para comprobar que no hubiera nada sospechoso. Se apeó
del vehículo en la confluencia de Doctor Urrutia con Pi i Molist y, apenas se
quedó solo, abrieron fuego contra él desde ventanas y azoteas. Aún herido, tuvo
un reflejo y saltó un pequeño muro para dejarse caer en un solar que estaba
cuatro metros más abajo. Desde las ventanas de un edificio de la calle Nilo,
inspectores y agentes de la Brigada Político Social (BPS) le remataron con
fusiles y armas automáticas. Murió como siempre han muerto los bandidos.
Ocurrió hace ahora 50 años, el 30 de
agosto de 1957. El muerto, además de una pistola y cinco cargadores, llevaba
500 francos franceses, 1.000 pesetas, librillo de papel de fumar, petaca y un
espejito, porque siempre le gustó mucho cuidar su imagen. Le llamaban Petronio
por su elegancia. Era Josep Lluís Facerías, enemigo público número uno de la
policía franquista, uno de los cuatro jinetes de la lucha libertaria junto a
Sabaté, Massana y Ramón Vila.
Facerías murió en una España muy
distinta de aquella en la que empezó su lucha. Se había iniciado una nueva
época y, como les ocurrió a los viejos forajidos del Oeste americano, no se dio
cuenta de que la oposición a la injusticia y la opresión ya no estaba en el
poder de las pistolas, sino en la lucha política. Apenas unos meses antes se
habían iniciado huelgas laborales en el País Vasco y Cataluña, y habían sido
encarcelados estudiantes, hijos de la burguesía, a causa de las protestas en la
Universidad. La política de "reconciliación nacional" de los
comunistas comenzaba a dar sus frutos.
Pero para Facerías, Sabaté, Ramón Vila y
Massana, el derrocamiento del franquismo estuvo siempre ligado a la lucha
armada, a atentar contra los represores del régimen y a "infligir golpes a
la economía del Estado". Y, como escribía el historiador anarquista
Antonio Téllez, "la tragedia de estos hombres es que tuvieron que batirse
contra dos frentes: la represión franquista y el abandono de sus propios
compañeros de ideas".
Facerías, como los otros, se pasó la
vida recibiendo hostias de todas partes: de la República, del franquismo, de
los comunistas, de la organización anarquista ortodoxa... Biografías similares:
al estallar la Guerra Civil, con 16 años, se afilió a las Juventudes
Libertarias, marchó al frente de Aragón con la Columna Ascaso, fue hecho
prisionero y, tras la cárcel, la mili obligatoria. Así hasta 1945. Atrás
quedaron una mujer y una hija que tomaron el camino del destierro y a las que
nunca volvería a ver, porque la vida familiar y la lucha clandestina han sido
siempre incompatibles.
En 1945, libre al fin, creó el
Movimiento Libertario de Resistencia para seguir la lucha en el interior,
renunciando al cómodo exilio en Francia. Había que demostrar que la guerra no
había terminado e impedir que la ONU aceptara el régimen de Franco y que los
americanos pactaran con el dictador. Según la propia BPS, los objetivos de
estos grupos de acción eran: "Desorganizar la economía del país, cometer
atracos para financiar a la organización anarquista en Toulouse, eliminar a
personas adictas y fieles al Nuevo Estado y crear, en definitiva, un ambiente
de terror que desmoralice al pueblo y provoque la intervención extranjera ante
la incapacidad del gobierno español para dominar el caos".
La II Guerra Mundial había terminado y
los aliados habían perdonado la vida a Franco. El esfuerzo de todos los
españoles que habían luchado en Europa contra el fascismo había resultado baldío.
Y mientras los comunistas decidieron abandonar la lucha armada, los anarquistas
intensificaron la guerrilla urbana haciendo de Barcelona su centro de
operaciones.
Los que venían del exterior se quedaban
sorprendidos de cómo habían cambiado las cosas en unos pocos años, se
encontraban con compañeros que nada tenían que ver con los de hacía unos años,
aun siendo los mismos. Los motivos del cambio se hallaban sin duda tras las
terroríficas estadísticas: 180.000 desaparecidos y 75.000 fusilados. Era una población
esquilmada por la guerra, hambrienta, apaleada y asustada.
Así lo explica el historiador Bernat
Muniesa: "Facerías y Sabaté adquirieron una personalidad mítica en estos
años porque los que habían perdido la guerra se consolaban de alguna forma con
sus acciones. Ellos eran los que seguían una lucha en nombre de todos, ya que
la gran mayoría estaba quieta por el miedo a la supervivencia".
Unos tipos arriesgados y audaces que lo
mismo se aventuraban a ir a tomar un café en el bar de Vía Layetana frecuentado
por policías de la cercana jefatura que, como Massana, mostraban gran sentido
del humor al dedicarle un "disco solicitado" al comandante de la
Guardia Civil de Berga, Espérame en el cielo.
Facerías y Sabaté fueron los mitos de la
clase obrera oprimida a la vez que sus nombres poblaron de pesadillas los
sueños de los niños de buena familia a los que sus padres amenazaban
diciéndoles que si no eran buenos, vendrían Sabaté o Facerías, capaces de todo
tipo de atrocidades.
"Acciones económicas" o
"expropiaciones", según los activistas; vulgares atracos para la
policía y la prensa. Pero el sentido ético de los libertarios era de tal
magnitud que se planteó un debate sobre la conveniencia de elegir bancos o
fábricas para sus actividades. Y escogieron los bancos por la sencilla razón de
que sería el Estado el responsable de indemnizar a los afectados, mientras que
si se asaltaban las cajas fuertes de las fábricas, se corría el riesgo de que
los obreros se quedaran sin cobrar su semanada.
Se calculan en unos 400 los golpes
económicos dados por los anarquistas entre 1945 y 1950; posteriormente, la
actividad fue mucho menor tras la gran derrota sufrida por la guerrilla al
final de los cuarenta. Hubo asaltos a joyerías, a fábricas de automóviles, a
constructoras y a empresas de otros sectores industriales, pero la mayor parte
de las "expropiaciones" se efectuaron en entidades bancarias de
Cataluña y, concretamente, de Barcelona.
Valga como ejemplo de su forma de actuar
lo ocurrido con motivo de un atraco que Facerías llevó a cabo en Madrid,
probablemente la única ocasión en la que actuó fuera del territorio catalán.
Una anécdota que relata Josep M. Loperena, autor de la novela Ulls de
Falcó, basada en la personalidad de Facerías.
Wenceslao Giménez Orive, el legendario luchador
libertario Wences, pidió a Facerías que le acompañara a Madrid para ayudarle en
un intento de matar a Franco. Wences había hecho un contacto con alguien del
interior de El Pardo quien, a cambio de una importante suma de dinero, les
facilitaría la entrada en el palacio en que residía el Caudillo, para que
pudieran volarlo por los aires.
Como no tenían el dinero que les exigía
el desconocido, decidieron atracar un banco y escogieron una sucursal del
Popular en la calle de Embajadores. Necesitaban un vehículo y se dirigieron a
las inmediaciones del hotel Palace, donde se fijaron en un cochazo americano
(un haiga, como se decía en la época) en cuyo interior aguardaba un chófer
uniformado. Facerías, que era de finos modales, subió al vehículo y le contó al
conductor que eran anarquistas y necesitaban el coche para una acción, pero que
no temiera nada porque se lo devolverían una vez realizada.
Se dirigieron a la puerta del banco y
entraron en él Facerías y Wences mientras los otros dos preparaban la retirada.
En menos de dos minutos vaciaron las arcas y, cuando ya salían, Facerías reparó
en una viejecita que lloraba desconsolada porque se habían llevado 10.000
pesetas que acababa de darle al cajero para realizar un ingreso. Facerías le
dijo a Wences que aguardara y sacó, no 10.000, sino 20.000 pesetas, y se las
entregó a la mujer, que, agradecida, le dio un beso.
La salida resultó espectacular. Fueron
sorprendidos por unos policías cuando arrancaban y comenzaron a cruzarse
disparos. Los asaltantes lograron salir de Embajadores, pero, como no conocían
Madrid, fueron a dar de nuevo a la puerta del banco, donde se habían congregado
gran número de policías. Finalmente le devolvieron el coche al chófer tal y
como le habían prometido y, al comprobar que el contacto de El Pardo no daba
señales de vida, Facerías regresó a Barcelona y los otros se fueron hacia
Andalucía a contactar con compañeros y a repartir el botín entre personas
necesitadas.
La actividad de los "grupos de
acción", exceptuando alguna tirada de octavillas o una acción de
propaganda, se centraba prácticamente en la "recaudación de fondos".
Fondos que eran escrupulosamente entregados a la sede de la CNT en Toulouse,
cuyos dirigentes no tenían reparos en aceptarlos, pero a la vez criticaban a
los activistas por la mala imagen que daban de la organización.
A Facerías se le ocurrieron otras formas
de llevar a cabo "expropiaciones" que supusieran menos peligro que
atracar un banco. Los controles, por ejemplo. Escogían una carretera adecuada,
como el cruce de los Cuatro Caminos de Molins de Rey o las sinuosas curvas del
ascenso a Montserrat, y se dedicaban a detener a todos los vehículos que
pasaban y a quitarles a sus propietarios el dinero, la documentación y todo lo
que de valor llevaban. En ocasiones llegaron a formar largas colas de
retenciones. Y cuando llegaba el verano solían elegir carreteras de playa, más
frecuentadas, como la costa de Garraf, entre Castelldefels y Sitges.
Este sistema lo practicaron también en
los garajes donde la gente rica solía guardar sus coches. Encerraban en un
cuartucho al vigilante nocturno y, a medida que llegaban los coches, iban
desplumando a sus propietarios. Las noches de ópera en el Liceo eran las
preferidas de Facerías y los suyos.
Y luego estaban los asaltos a los
meublés, esa institución barcelonesa que no desapareció ni en los años más
duros de la dictadura: unos hotelitos que alquilaban habitaciones por horas a
parejas sin necesidad de que mostraran el libro de familia. Nada que ver con la
prostitución, ya que sus clientes, mayoritariamente de clase alta, los utilizaban
para aventuras pre o extramatrimoniales.
Una vez reducido el único responsable
del meublé, el camarero, los asaltantes, que solían ser cuatro, iban por
parejas de habitación en habitación y se apoderaban de las pertenencias de los
clientes. Era un trabajo sin demasiadas complicaciones, por lo menos hasta la
medianoche del domingo 21 de octubre de 1951, cuando se produjo un incidente en
el hotel Pedralbes, situado en la carretera de Esplugas.
Uno de los clientes no sólo se resistió,
sino que sacó un arma, y José Avelino Cortés, compañero de Facerías, disparó la
metralleta sin pensarlo dos veces y dio muerte a toda una personalidad, Antonio
M. S., uno de los más poderosos e influyentes constructores de Barcelona, que
estaba acompañado de una chica menor de edad, hija de buena familia. Al oír los
disparos, Facerías acudió y, al descubrir a la muchacha llorando, le pidió que
se vistiera y que saliera del meublé con ellos.
Subieron al Cadillac, previamente
confiscado, y lo detuvieron en las inmediaciones del monasterio de Pedralbes
para reflexionar, analizar la situación y decidir lo más aconsejable para la
chica. Facerías tomó la determinación de que acudiera a la policía y contara
toda la verdad de lo ocurrido. Y tuvieron la gentileza de acompañar a la menor hasta
los alrededores de una comisaría.
Los diarios del martes (entonces los
lunes no había más que la Hoja) dieron cuenta en unas breves líneas de "un
atraco a mano armada en un hotel", pero en las calles empezó a propagarse
la verdad de lo ocurrido, y la imaginación popular añadió al suceso que la
menor era sobrina del constructor y que se iba a casar en unos pocos días. Dos
esquelas típicas ("murió cristianamente") aparecieron en la misma
edición confirmando la realidad de los hechos.
Aunque públicamente no se citó su
nombre, la persecución contra Facerías se intensificó de tal forma que decidió
marcharse a Italia, donde pasó una larga temporada.
El año 1949 fue clave en la lucha de los
anarquistas para derrotar a Franco. Entre mayo y noviembre se produjo la gran
ascensión y la caída de la guerrilla urbana libertaria.
Facerías llegó a Barcelona a primeros de
mayo y convocó una reunión en un pinar de la montaña de San Pedro Mártir, en
las inmediaciones de la ciudad. Franco se disponía a visitar Barcelona con motivo
de la Feria de Muestras y había que dar una respuesta. Acudieron unos cincuenta
hombres, entre ellos Sabaté, Domingo Ibars, Ramón Vila... los más destacados
activistas. Se plantearon acciones puntuales, como la colocación de bombas en
los consulados de Bolivia, Perú y Brasil -tres países que apoyaban la entrada
de España en la ONU-, pero, sobre todo, aquel encuentro histórico sirvió para
diseñar un levantamiento popular en Barcelona, algo como poner en pie un sueño.
Se fijó la fecha para diciembre, en
torno a navidades; éste era el plan a seguir: Facerías, con sus hombres, se
encargaría de asaltar la cárcel Modelo y liberar a todos los presos mientras
Sabaté estrellaría un coche cargado de dinamita contra la Jefatura de Policía
para dejarla convertida en escombros. Otro grupo irrumpiría en la sede de Radio
Barcelona, desde cuyos micrófonos se daría lectura a un comunicado que incitara
al pueblo a tomar la ciudad para liberarla, y, paralelamente, otros se
encargarían de confiscar los talleres de Solidaridad Nacional y sacarían una
edición con la cabecera de Solidaridad Obrera, el órgano informativo de la CNT
hasta 1939. Massana y Ramón Vila se encargarían de aislar la ciudad a base de
volar las líneas telefónicas y de alta tensión que la alimentaban. Así,
Barcelona sería de nuevo, como en julio de 1936, territorio libertario.
Pero lo real fue que Franco llegó el 1
de junio, y la presencia en la Feria de Muestras de banderas de Francia, EE UU,
Inglaterra y Alemania Occidental dejaba bien a las claras que el reconocimiento
del franquismo por la ONU estaba a la vuelta de la esquina. Aunque la presencia
del maquis libertario se dejó sentir, ya que, además de las explosiones en los
consulados, una bomba dejó paralizada la central eléctrica La Afortunada, y Facerías,
personalmente, voló varios camiones cisterna en unas dependencias de Campsa.
Antes de que llegaran las navidades, los
libertarios vieron desvanecerse su sueño. No solamente no pudieron acabar con
el franquismo, sino que fue el franquismo el que acabó con ellos. En aquel
otoño-invierno de 1949, la resistencia libertaria fue aniquilada. Cayeron
prácticamente todos los militantes del maquis, y los que no fueron muertos a
tiros en la calle o ejecutados serían sentenciados a largas condenas. El
exterminio se cerró el 14 de marzo de 1952 con el fusilamiento de cinco
anarquistas en el Campo de la Bota, en el mismo lugar en el que, 50 años
después, se levantarían las instalaciones del Fòrum. Y así se inició el largo
túnel de los cincuenta.
Porque los años cincuenta fueron un
túnel en la lucha libertaria. Desaparecidos los cuadros del interior, retirado
Massana, su presencia se limitaba a pequeñas acciones esporádicas de escasa
repercusión social. Facerías fue expulsado de la CNT por "moroso" y
marchó a Italia, donde entró en contacto con jóvenes anarquistas de Grupos de
Acción Proletaria con los que compartió adoctrinamiento teórico y prácticas en
"expropiaciones", que llevaron a cabo en bancos y joyerías de Génova
y Roma.
A Facerías se le pasó por la cabeza la idea
de marcharse a Brasil, pero no podía resignarse a seguir en el empeño de luchar
frontalmente contra el franquismo. En 1956 decidió volver a España; lo hizo con
su viejo compañero Luis Agustín Vicente y un joven italiano, Goliardo Fiaschi.
Los tres en bicicleta y mochila a la espalda. El 17 de agosto cruzaron la
frontera con documentación falsa. Entraban en una España que nada tenía que ver
ya con la de la posguerra: el aislamiento internacional había terminado, Franco
ya estaba en la ONU y no cesaba de firmar pactos y alianzas con las potencias
democráticas. Como dijo Churchill, "Franco puede ser un problema para los
españoles, pero no lo es para Europa".
Llegaron a Barcelona el día 27 y se
alojaron en una cabaña al pie del Tibidabo. Luis se fue a Sabadell a ver a un
amigo y allí le detuvieron. El día 30, Facerías le dijo a Goliardo que tenía
que ir a una cita en Barcelona y que, si a medianoche no había regresado, se
marchara a Francia. Cogió su bicicleta y después un taxi para tomar
precauciones antes de la cita, pero...
Su muerte, que fue silenciada por la
prensa libertaria, pareció de alguna forma un anacronismo.”
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