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1590. Paco Ponzán o el beso del olvido

“…Deseo que mis restos sean trasladados un día a tierra española y enterrados en Huesca, al lado de mi maestro, el profesor Ramón Acín, y de mi amigo Evaristo Viñuales”.

Testamento de Francisco Ponzán escrito el 27 de diciembre de 1943 en la prisión militar de Fourgolle (Toulouse).


Quizá porque su padre murió cuando él tenía siete años y por haberse criado rodeado de los cuidados que le prodigaban su madre y sus hermanas, Francisco Ponzán Vidal (Oviedo, 30 de marzo de 1911-Toulouse, 17 de agosto de 1944) era un niño un poco melancólico, con propensión a la tristeza. Hizo los estudios primarios en los salesianos de Huesca, y después ingresó en la Escuela Normal de maestros. Allí conoció a Evaristo Viñuales, que se suicidó en el puerto de Alicante en 1939, antes de dejarse atrapar por las tropas de Franco. Además, en la Normal le aguardaba el gran descubrimiento que explica su vida: el profesor Ramón Acín, a quien admiró por su sensibilidad, su concepto de la justicia, su fe en la humanidad, su preocupación por el bienestar de los humildes. Para aquellos jóvenes que se asomaban a la vida, Acín era un ejemplo de honestidad. Por eso, Ponzán se afilió a los 18 años a la CNT.

Cuando terminó magisterio, ejerció en Ipas y en Castejón de Monegros. Entonces ya le habían detenido varias veces por su participación en mítines, en huelgas o en pequeños sabotajes. Luego estuvo destinado en municipios de La Coruña. En julio de 1936, nada más terminar el curso, acudió a Huesca. Ponzán era partidario de defender la República con las armas. Ramón Acín le pidió un poco de calma, pero al día siguiente ya fue tarde. Paco Ponzán huyó de Huesca. Cuando se enteró del asesinato de Ramón Acín, fusilado el 6 de agosto de 1936, lloró amargamente.

En octubre de 1936, fue nombrado Consejero de Transportes y Comunicaciones del primer Consejo Regional de Defensa de Aragón. Después ocupó la subsecretaría del Departamento de Información y Propaganda. En Caspe, en el desconcierto y el dolor de la guerra, conoció a Palmira Plá, una maestra que había llegado de Teruel para responsabilizarse de las colonias escolares. Con ella compartió muchos sueños hasta el final de su vida. Se hubiera quedado para siempre con ella, pero Ponzán era un hombre de acción y solicitó formar parte del Grupo Libertador, que en agosto de 1937 se integró en el Servicio de Información Especial Periférico (SIEP), encargado de elevar informes sobre la situación de los destacamentos enemigos, de realizar sabotajes y de pasar a zona republicana a personas perseguidas.

El 10 de febrero de 1939, Ponzán pasó la frontera francesa. Estuvo unos meses en un campo de concentración de Vernet d’Ariège. En agosto se instaló, junto a su hermana Pilar, maestra de Jaca, y a la viuda y la hija de Evaristo Viñuales, en Virelhes, aunque unos meses más tarde se trasladarían a Toulouse. Desde ese mismo instante, empezó a tejer una organización de guías y pasadores que sacaba personas de España. Durante la segunda guerra mundial, trabajó para los aliados, convencido de que “trabajar para ellos era trabajar para nosotros”. Colaboró con los servicios de inteligencia ingleses, belgas y franceses. Facilitó la salida de Francia a centenares de personas a cambio de armas y de dinero para la luchar contra Franco, para llevar esperanza a los presos en España.

En 1941 se organizó la cadena de evasión Pat O’Leary con el principal objetivo de rescatar a los aviadores aliados que caían en suelo francés y conducirlos a refugios seguros, procurarles ropa, comida, documentación para cruzar los Pirineos y devolverlos desde Portugal o Gibraltar a territorio aliado. En este último eslabón de la cadena trabajaban los hombres de Paco Ponzán.

Aquella Francia resistente era un mundo de sospechas y traiciones, de calumnias, de agentes dobles y de confidentes. Un complicado juego de estrategia en el que Ponzán, un hombre inteligente y calculador, se desenvolvía con increíble soltura. Una de aquellas traiciones fue la causa de la detención de Ponzán en Toulouse en abril de 1943. Cuando en la primavera de 1944 Palmira Plá, que sufría el exilio en Chartres, se enteró de su detención, se desplazó a Toulouse.

Dos días antes de que los alemanes abandonaran Toulouse, el 17 de agosto de 1944, Ponzán, que acababa de cumplir 33 años, fue asesinado en Buzet-sur-Tarn, un bosque de las afueras de la ciudad, junto a unas cincuenta personas. Como quemaron sus cuerpos, no pudo cumplirse su última voluntad: ser enterrado junto Ramón Acín y a Evaristo Viñuales.

Los sesenta años transcurridos desde el asesinato de Paco Ponzán son muy pocos para quienes paseamos por las mismas calles que él frecuentaba y miramos el mismo cielo que él miró, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas pensando en ella y pensado en Ramón Acín. Ante su testamento incumplido podemos –y debemos- escribir su nombre para que el recuerdo sea una manera de devolver a Paco Ponzán a esta tierra.


Víctor M. Juan Borroy,                 
Qriterio Aragonés, 6 de agosto de 2004 











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