Marina Ginestá, Durruti y Mijaíl Kolstov en Bujaraloz, 14 de agosto de 1936 - Foto EFE |
Bujaraloz está totalmente cubierto de banderas
rojinegras, con decretos, firmados pro Durruti, pegados a las paredes o,
simplemente, con carteles. "Durruti ha ordenado esto y lo otro". La
plaza de la villa se llama "Plaza de Durruti". El propio Durruti, con
su Estado Mayor, se ha instalado en la casita de un peón caminero, al pie de la
carretera, a dos kilómetros del enemigo. Esto no es muy prudente, pero aquí
todo se halla subordinado a hacer un alarde de valentía aparatosa.
"moriremos o venceremos", "moriremos pero tomaremos
Zaragoza", "moriremos cubriéndonos de gloria entre todo el
mundo": Esto se lee en banderas, en carteles y en octavillas.
El famoso anarquista nos ha recibido, al principio,
sin prestarnos mucha atención, pero al leer en la carta de Oliver las palabras
Moscú, Pravda, enseguida se ha animado. Ahí mismo, en la carretera, entre sus
soldados, con el evidente propósito de atraer su atención, ha iniciado una
fogosa polémica. Sus palabras están saturadas de pasión tenebrosa y fanática:
- Es posible que tan solo un centenar de nosotros
sobreviva, pero ese centenar entrará en Zaragoza, aplastara el fascismo,
levantará la bandera de los anarcosindicalistas, proclamará el comunismo
libertario... Yo seré el primero en entrar en Zaragoza, proclamaré allí la
comuna libre. No nos subordinaremos ni a Madrid ni a Barcelona, ni a Azaña ni a
Giralt, ni a Companys ni a Casanovas. Si quieren, que vivan en paz con
nosotros; si no quieren, nos plantaremos en Madrid... Les mostraremos a
ustedes, bolcheviques, rusos y españoles, cómo se hace la revolución, cómo se
ha de llevar hasta el final. En su país, hay dictadura, en el Ejército Rojo
tienen coroneles y generales, mientras que en mi columna no hay ni jefes ni
subordinados, todos somos iguales en derechos, todos somos soldados, y aquí yo
también soy un simple soldado.
Viste mono azul; lleva gorro confeccionado con satén
rojo y negro; es alto, de complexión atlética, de hermosa cabeza, en la que
apuntan tan solo las canas, autoritario; se impone a los que le rodean, pero
hay en sus ojos algo excesivamente emocional, casi femenino, con una mirada, a
veces, de animal herido. A mí me parece que le falta voluntad.
- Entre mis hombres, nadie presta servicio por deber,
pro disciplina; todos han venido aquí movidos solo por el deseo de luchar,
porque están dispuestos a morir por la libertad. Ayer, dos pidieron permiso
para ir a ver a sus familias -les quité los fusiles y les dejé marchar
definitivamente-; hombres así no me hacen falta. Uno dijo que había cambiado de
opinión, que había decidido quedarse. No le admití. Así haré con todos, ¡Aunque
nos quedemos una docena! Solo de este modo se puede formar un ejército
revolucionario. La población está obligada a ayudarnos -no en vano luchamos
contra toda dictadura, ¡por la libertad de todos!-. Al que no nos ayude, lo
borraremos de la faz de la tierra. ¡Barreremos a todos cuantos obstaculizan el
camino de la libertad! Ayer disolví el Consejo Municipal de Bujaraloz; no prestaba
ayuda a la guerra, obstaculizaba el camino de la victoria.
- De todos modos esto huele a dictadura - he dicho-.
Cuando los bolcheviques, durante la guerra civil, disolvían a veces las
organizaciones infectadas de enemigos del pueblo, eran acusados de emplear
métodos dictatoriales. Pero no nos encubríamos con palabras sobre la libertad
universal. Nunca hemos negado la dictadura del proletariado y siempre la hemos
fortalecido a banderas descubiertas. Además, ¿qué ejército pueden formar
ustedes sin jefes, sin disciplina, sin obediencia? O no piensan combatir en
serio o disimulan; Tienen ustedes cierta disciplina y cierta subordinación,
solo que con otro nombre.
- Nosotros tenemos la indisciplina organizada. Cada
uno responde ante sí y ante la colectividad. A los cobardes y a los
merodeadores, los fusilamos, los que juzga el comité.
- Esto aún no significa nada. ¿De quién es este
automóvil?
Todas las cabezas se han vuelto hacia el lugar que yo
señalaba con la mano. En una pista, junto a la carretera, había unos quince
automóviles, en su mayor parte Fords y Adlers desvencijados, deslucidos, y
entre ellos un lujoso Hispano-Suiza abierto, con incrustaciones de plata, con almohadas
recubiertas de lujoso cuero.
- Es el mío -ha dicho Durruti-. He decidido tomar el
más veloz para llegar antes a todos los sectores del frente.
- Muy bien hecho -he contestado-. El comandante ha de
tener un buen coche, si es posible. Sería ridículo que los combatientes de
filas fueran en este Hispano y que usted, entre tanto, fuera andando o en un
Ford desvencijado. He visto sus órdenes, están pegadas en los muros de
Bujaraloz. Empiezan con las palabras: "Durruti ha ordenado..."
- Alguien tiene que ordenar -ha replicado Durruti sonriendo-.
Esto es una manifestación de la iniciativa. Esto es utilizar la autoridad que
tengo entre las masas. Desde luego, a los comunistas no puede gustarles... -ha
lanzado una mirada a Trueba, quien se ha mantenido aparte durante todo este
tiempo.
- Los comunistas nunca hemos negado el valor de la
personalidad y de la autoridad personal. La autoridad personal no es un
obstáculo para el movimiento de las masas, a menudo las cohesiona y fortalece.
Usted es un comandante, no finja ser un combatiente de filas, esto no da nada
ni aumenta la capacidad combativa de la columna.
- Con nuestra muerte -ha dicho Durruti-, con nuestra
muerte, mostraremos a Rusia y a todo el mundo lo que significa el anarquismo en
acción, lo que significan los anarquistas de Iberia.
- Con la muerte no se demuestra nada -he replicado-,
hay que demostrar con la victoria. El pueblo soviético desea con toda el alma
la victoria del pueblo español, desea la victoria a los obreros anarquistas y a
sus dirigentes con el mismo fervor que la desea a los obreros comunistas,
socialistas y a todos los demás luchadores contra el fascismo.
Se ha vuelto hacia la muchedumbre que nos rodeaba y
pasando del francés al español, ha exclamado:
- Este camarada ha venido para transmitirnos a
nosotros, combatientes de la CNT-FAI, un caluroso saludo del proletariado ruso
y sus votos para que alcancemos la victoria sobre los capitalistas. ¡Viva la
CNT-FAI! ¡Viva el comunismo libertario!
- ¡Viva!- ha exclamado la muchedumbre. Las caras se
han vuelto más alegre y mucho más amistosas.
- ¿Cómo está la situación? -he preguntado.
Durruti ha sacado un mapa y ha mostrado la disposición
de los destacamentos.
- Nos retiene la estación ferroviaria de Pina. El
pueblo está en nuestras manos, pero la estación la tienen ellos. Mañana o
pasado mañana, cruzaremos el Ebro, nos dirigiremos hacia la estación y la
limpiaremos de enemigos (entonces nuestro flanco derecho quedará libre,
ocuparemos Quinto, Fuentes del Ebro, y nos plantaremos ante los muros de
Zaragoza. Belchite se entregará por sí mismo), quedará cercado en nuestra
retaguardia. Y ellos -señaló con la cabeza a Trueba- ¿Siguen entretenidos con
Huesca?
- Estamos dispuestos a esperar en Huesca para apoyar
vuestro golpe desde el flanco derecho -ha dicho modestamente Trueba-. Desde
luego, si el ataque es serio.
Durruti ha permanecido un rato en silencio. Luego ha
respondido de mala gana:
- Si lo deseáis, ayudad; si no lo deseáis, no ayudéis.
La operación de Zaragoza es mía, en el aspecto militar, en el político y en el político
militar. Yo respondo de ella. ¿Creéis que por darnos un millar de hombres,
vamos a repartir Zaragoza con vosotros? En Zaragoza o habrá comunismo
libertario o fascismo. ¡Tomad para vosotros toda España, pero dejadme a mí
tranquilo con Zaragoza!
Luego ha suavizado el tomo y ha seguido conversando
sin causticidad. Ha visto que hemos ido a visitarle sin malas intenciones, pero
que a las palabras duras se les respondería con no menor dureza. (Aquí, pese a
la igualdad universal, nadie se atreve a discutir con él). Ha hecho muchas
ávidas preguntas sobre la situación internacional, sobre las posibilidades de
ayuda a España, sobre cuestiones militares y tácticas, ha preguntado cómo se
llevaba el trabajo político durante la guerra civil en Rusia. Ha dicho que la columna
está bien armada y que dispone de muchas municiones, pero hay serias
dificultades de dirección. El "técnico" solo tienes funciones
consultivas. Todo lo resuelve él mismo, Durruti. Según propias palabras,
Durruti pronuncia unos veinte discursos al día, y esto le agota. Ejercicios de
instrucción militar, casi no se hacen; a los combatientes no les gustan, y el
caso es que no tienen experiencia, solo han peleado en las calles de Barcelona.
Es bastante elevada la deserción. Ahora quedan en la columna mil doscientos
hombres.
De pronto ha preguntado si habíamos comido, nos ha
propuesto esperar hasta que traigan la marmita. No hemos aceptado por no quitar
raciones a los combatientes. Entonces Durruti ha dado una nota a Marina.
Al despedirme, le he dicho con toda sinceridad:
- Hasta la vista, Durruti. Iré a verle a Zaragoza. Si
no le matan aquí, si no le matan en las calles de Barcelona peleando con los
comunistas, dentro de unos seis años quizás se haga usted bolchevique.
Ha sonreído y enseguida, volviendo sus anchas espaldas,
se ha puesto ha hablar con alguien que casualmente se encontraba allí.
Mijaíl Kolstov
Diario de la Guerra de España
Ed. Ruedo ibérico, 1963
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