Se cumplieron con creces las palabras
del General Varela: "En Cádiz, no dejaremos ni un sólo republicano, ni
nadie que huela a izquierdas con vida".
Domingo Vélez Clemente no era un don nadie. Se sabe poco de él, pero algo se sabe. Sobre todo por lo que su hermana Juana contaba, entre el miedo y la incertidumbre durante todos los años de su vida, y que día tras día acudía al Cementerio de San José como un ritual para saber de su paradero. Ella, siempre dió su voz a través del tiempo, de alguien tan importante que ocupó su vida en este mundo.
Domingo era una persona no muy alta, bastante moreno y bien parecido por las fotos escasas que de él nos quedan. ¡Toda la pinta de un gaditano cabal!
Como casi todos los hombres de esa época en las fotos (como los viejos galanes de cine) parece más pequeño de lo que era. Vivió curiosamente sólo; para aquellos tiempos, una modernidad, en la calle San Félix en el célebre Barrio de la Viña, al lado justo de una farmacia. Tenía una novia de la que no se conoce el nombre, mala dicha quedarse viuda antes de poder casarse. Pero desde la perspectiva de hoy, se puede pensar si la llevaría a su apartamento en aquélla época. Adelantados en una época aciaga, donde todo lo relacionado con el progreso se sesgó y quisieron sepultar en el olvido.
A Domingo se lo llevaron de su casa el 10 de febrero de 1937. Dos meses y medio más tarde, el 24 de abril lo sacaron de la cárcel y en el foso de las Puertas de Tierra le arrancaron la flor de su vida, así tal cuál a un chaval con sólo 25 años. Trabajador en el dique algunos dicen como electricista, otros como albañil. Lo que si está constatado es que perteneció a la CNT y que tenía fama en Cádiz de "rojillo", cuestionando su vestimenta "moderna" y su "gran melena". El fiscal pidió cadena perpetua y el defensor intentó salvar su vida pidiendo 12 años de prisión. Sin embargo, fue condenado a muerte. Lo pasaron por las armas, según consta en su inscripción en el registro Civil, según oficio recibido del presidente del Consejo de Guerra, con otros seis ciudadanos esa misma jornada a las 6 de la mañana, al alba. Su hermana (mi abuela) se enteró al día siguiente, cuando fue a visitarlo a la cárcel Real en el Campo del Sur. Sus cargos fueron de masón, de maleante, de participar en saqueos, de parásito para la sociedad, porque decían que no tenía casa, cuando cualquiera podría haber constatado que si tenía trabajo, y que vivía en el número 6 de la citada calle San Felix.
Cuando lo asesinaron,
pretendieron también dejarlo en el olvido: lo enterraron bajo cal en una fosa
común (dónde por cruel que parezca, aún continúa) y en el certificado de
defunción tacharon claramente el "Don" delante de su nombre completo,
así como su domicilio, donde tantas veces pasó sus ratos de chaval ¡Puede haber
mayor crueldad!.
Pero pasa el tiempo y Don Domingo no era ni es un Don nadie.
Pervive en el amor y en el recuerdo emocionado de sus familiares vivos, e
incluso familiares políticos que se han unido a su familia más tarde en el
tiempo. Queremos darle nombre y sacarlo del anonimato, porque tal y como dijo
José Saramago "no hay mayor respeto que llorar por una persona que no se
ha conocido".
Rosa Arauz Ramírez
José Luis Amaya Zulueta
Muchísimas gracias María de corazón a corazón.
ResponderEliminarGracias a ti Rosa, de corazón a corazón, siempre.
EliminarMuchas gracias María , ya tengo donde rebloguear hechos reales , saludos de una cubana . Abrazos fraternos .
ResponderEliminarGracias a ti por caminar con nosotr@s en el árido camino contra la desmemoria. Abrazo.
EliminarPrecioso el recuerdo, pero sobre todo preciosa la constancia de la familia por darle dignidad a su muerte.
ResponderEliminarGracias Rosa.
EliminarMilitemos en la memoria ...