Carta de María Teresa León a Emilia
Gorriarán, madre de Camilo Cienfuegos. Los padres de héroe cubano, Ramón Cienfuegos Flores y Emilia Gorriarán Zaballa eran anarquistas españoles, naturales de Pravia (Asturias) y de Castro Urdiales (Cantabria).
Camilo Cienfuegos, "el Comandante del Pueblo", falleció el 28 de octubre de 1959 en un accidente de aviación a causa del mal tiempo, según la versión oficial. Nunca se encontraron sus restos ni los del avión en que viajaba, que no emitió ninguna llamada de auxilio.
Camilo Cienfuegos, "el Comandante del Pueblo", falleció el 28 de octubre de 1959 en un accidente de aviación a causa del mal tiempo, según la versión oficial. Nunca se encontraron sus restos ni los del avión en que viajaba, que no emitió ninguna llamada de auxilio.
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La carta es para Ud., madre de Camilo
Cienfuegos, héroe de Cuba. No voy a hablarle de su hijo, hoy su nombre en
tantos lugares de la Isla como una jaculatoria de heroísmo, voy a hablarle de
Ud. que perdió su nombre de soltera al casarse y su nombre de casada al
cambiarlo por el de: es la madre de Camilo Cienfuegos. La vi por primera vez en
la Casa de la Cultura. Se habían reunido las mujeres para tomar amablemente sus
decisiones que ya fueron tomadas en las reuniones de Chile y de La Habana sino
para hablar, para mirarnos y en vez de la rueca antigua tener en la mano una
copa con una bebida que jamás se bebe. Servía todo ello para darnos felicidad
al encontrarnos y valor porque estábamos solas en la casa esperando al marido,
silenciosas y perdidas en una angustia transmitida de generación en generación;
habíamos roto la soledad en el beneficio común. Todas sabíamos que la mitad del
mundo, qué digo, más de la mitad responde a nombres de mujeres, son los ejércitos
pasivos, las hacedoras de hijos, el lujo juvenil de una mañana primaveral.
Alguien murmuró junto a mí para que atendiera a una mujer que entraba: era la
madre de Camilo Cienfuegos y yo, tonta de mí, no la veía entre las cabezas de
las invitadas porque estaba oculta por un enorme campo lleno de obras en sus
comienzos. Edificios a medio construir, montones de piedras, vigas, bolsas de
cemento, pistas y caminos recientes. Las montañas como fondo limpio de aquella
hazaña cívica y los soldados paseando entre aquel proyecto enorme, descansando
del alegre cansancio de construir la ciudad Camilo Cienfuegos para los hijos de
los campesinos de la Sierra Maestra. La cabeza de madre tomó de pronto una
proporción (ilegible). Se me desvanecieron las palabras y me quedé frente a
frente de una mujer española con los ojos muy recios bordeados de tibio rosa
que dejan las muchas lágrimas. No supe hablar. Durante un momento tomé con
reverencia sus manos. Ni supe cómo era el pelo gris y tirante, el pecho
erguido, los hombros cansados. Sé que todas las agonías las ha sentido en el
corazón empeñado en latir. Yo que siento que aún conservo una palpitación
última para sostener su esperanza. Sí, Camilo volverá un día cualquiera con su
barba de héroe del monte y me gritará: Madre. Madre y no mamá, porque los
padres santanderinos de España tienen hablares secos, formales. Madre, para que
la palabra resuene entre los dientes en la lengua pura y hermosa. Casi lo oí
¡Madre! y una fila infinita de madres escuchaban la llamada de sus hijos
valientes, unos, muertos durante los días amargos, otros durante las horas sin
fin de la Sierra Maestra, otros cuando se abrieron los frentes de batalla por
la libertad. Volví a alejarme de usted, de su mano, pues al estrecharse con la
mía yo noté dentro una mano infantil; no, no era la de su hijo Camilo antes de
ser héroe de Cuba, era la de los niños que tomaron la mía en la ciudad de la
Sierra Maestra. Miles de niños hijos todos de usted y de todas las mujeres
cubanas, miles y miles de niños de guajiros montañeses que ahora bajaban hasta
la ciudad que lleva el nombre de Camilo Cienfuegos para inaugurar la estirpe de
los libres de Cuba. Yo casi no podía hablarle. Yo no sé si Ud. lo notó. Nos
rodeaban mujeres españolas residentes en La Habana. Hay muchas. Casi todos los
hombres enérgicos de esta isla de Cuba son hijos de españoles. La cuna de
Cienfuegos fue Santander, el linaje de Fidel Castro de Galicia. Y no sé de
donde, castellano, tal vez, el de Núñez Giménez (sic). Algunas de estas mujeres
españolas eran amigas nuevas, otras como viejas amigas del tiempo de la guerra
de España. Me habían dicho: La madre de Camilo Cienfuegos nos ayuda mucho,
trabaja con nosotros. ¡Ay, estos trabajos de las mujeres españolas desde hace
veinte años, siempre los mismos! Y usted, señora, con su santa paciencia, usted
que se ha quedado junto a su marido en la verdadera orfandad de un héroe, va de
casa en tienda suplicando por los presos de España para aliviarles los pobres
huesos con algo, para taparles sus dolores de abandonados. ¿Y quién puede
resistir su voz tan tenue que lleva en sí el eco de tantos dolores? Y yo sé que
vuelve usted con las manos vacías y sentí ganas de inclinarme y de besarlas en
nombre de los de allá y de las mujeres de acá, las que vivimos un destierro largo
en años y esperanzas. No lo hice entonces por tímida. Había muchas mujeres
exaltadas de libertad, colmadas de planes para su hermoso país, del que yo dije
que se curvaba como una hoja de otoño en el mar Caribe y ahora he de decir que
es una hoja de primavera. No, no le besé a Ud. la mano, pero lo hago hoy
respetuosamente. ¿Me recuerda usted? Yo no podré olvidarla jamás. Dicen que a
veces los símbolos son la síntesis sagrada de algo que los hombres admiran o
creen o esperan. Déjeme, señora, dejarla en el cielo de los símbolos que correspondan a las madres de España y asegurarle que si alguna vez se cierra el
ciclo de muertos, sus sufrimientos, con una victoria sobre una cárcel
destruida, elevaremos a la madre cubana una escuela para nuestros niños y llevará
este nombre: Madre de Camilo Cienfuegos. Y todos sabrán que usted fue pidiendo
por los presos de España por las calles habaneras mientras lleva dentro de su
corazón a su propio hijo muerto. Esa es la verdadera fraternidad
hispanoamericana.
Gracias, señora.
María Teresa León
Buenos Aires, 1960
Publicada en Juventud Rebelde, 28 de
octubre de 2006
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