Por otra parte, simpatizantes de color de distintos
orígenes ayudan al Ejército Popular; en zonas rurales aún se usan yuntas de
bueyes.
Segundo de una serie de artículos semanales escritos
especialmente para los periódicos afroamericanos sobre España y la gente de
color en España, enviados con fotografías directamente desde el frente de
guerra.
Langston Hughes
Madrid
En un viaje por carretera a través de
la campiña catalana, nuestro coche pasa por pueblos tan antiguos como los
romanos, y hacia el Mediterráneo, brillante y azul como el cielo de la mañana.
Al otro lado, Italia; al norte, Francia; y aquí, España. Las tierras latinas.
Italia, fascista. Francia, demócrata. España, desgarrada entre el fascismo y la
democracia.
¿A qué he venido a España? A escribir
para la prensa de color. Yo sabía que España perteneció alguna vez a los moros,
un pueblo de color que abarca desde el oscuro claro al blanco oscuro. Ahora los
moros han regresado a España con los ejércitos fascistas como carne de cañón de
Franco. Pero en el bando republicano hay mucha gente de color de diversos
países dentro de las Brigadas Internacionales. Quiero escribir sobre ambos: los
moros y la gente de color.
Yo iba sentado cómodamente en el
asiento trasero del coche junto al excelente escritor de color Nicolás Guillén,
que ha venido de Cuba enviado por la revista Mediodía, de la cual es editor. Nos dirigíamos al sur,
hacia Valencia, desde Barcelona, la noche después de un ataque aéreo,
contemplando campos de trigo, olivares y naranjales, así como ciudades que
habían sido bombardeadas recientemente desde el aire o desde el mar. Y, a
medida que contemplaba el trágico y bello paisaje, empecé a recordar las
primeras etapas de mi viaje a España.
Llegué de California tras escribir
una ópera con Grant Still. Navegué solo en el Aquitania desde Nueva York, pero una vez a bordo me encontré con
algunos conocidos. Entre ellos estaba Mary Church-Terrell, de Washington, que
viajaba a Londres para dictar una conferencia sobre «Los avances y problemas de
las mujeres de color» en la Asamblea Internacional de la World Fellowship of
Faith. Me presentó al obispo J. A. Hamlet y a su esposa, de Kansas City,
quienes iban a Oxford para asistir a la conferencia mundial del Universal
Christian Council, a la que, dijeron, asistirían otros clérigos de color, como
el Dr. Mays de la Universidad de Howard, el Dr. King de Gammon, el obispo
Ransom y el obispo Kyles.
Muchos de Washington
Washington, sin duda, estaba bien
representada a bordo. La señora de Lorenzo Turner se dirigía a Londres a
reunirse con su esposo, el Dr. Turner del Departamento de Inglés de Fisk. La
señora Marie B. Schanks, relacionada con el trabajo juvenil del Departamento de
Policía del Distrito de Columbia, se iba de vacaciones a Inglaterra, Francia,
Holanda y Bélgica con la señora Kathryn Cameron Brown, profesora de Ciencias en
Washington, y la señora E. T. Fields de Chatanooga. La señorita Catherine
Grigsby, también de la capital, se dirigía a un curso de verano en la
Universidad de París.
Todos ellos formaban un amplio grupo
representativo de la gente de color. Algunos de ellos viajaban en misiones
culturales y cristianas, y otros con fines de estudio o de placer.
Además, otras cuatro personas nos
dirigíamos a España: yo mismo, en calidad de escritor; dos muchachos en tercera
clase que no informaron de su destino, pero a los cuales encontré más tarde en
España —aviadores de una isla del Caribe—; y por último, C. G. Carter, antiguo
alumno de la escuela de Medicina de la Universidad de Minnesota.
Este último era la única persona de
color entre los miembros de la Novena Unidad Médica de la Agencia Médica
Americana de Ayuda a la Democracia Española, que también viajaban en el Aquitania. Los doce miembros de la unidad, con sus
elegantes uniformes, resultaron ser un grupo atractivo e interesante.
La Agencia Médica Americana ha enviado
a España más de cien médicos y enfermeras, quinientas camas, gran cantidad de
material sanitario y más de treinta ambulancias. No se han establecido
diferencias de color en la selección de médicos, enfermeras y ayudantes, y al
menos una enfermera de color, Salaria Kee, de Harlem, ha venido a España bajo
su auspicio. También hay varios conductores de ambulancia que son de color.
Hasta el momento, me parece que no
hay médicos de color en España, aunque la Agencia aceptaría gustosa la
participación de doctores para trabajar con ellos, según me aseguró el médico
encargado de la novena unidad.
Carter, que es natural de Ogden,
Utah, llamó bastante la atención en el barco por su uniforme color caqui. Las
enfermeras iban ataviadas con unas largas capas de color azul con capuchas.
Carter me comentó que le parecía un magnífico grupo y que, a pesar de que una
de las enfermeras era del Sur, había demostrado ser una persona espléndida y
cordial.
Esta Novena Unidad Médica estaba a
cargo del Dr. S. N. Franklin de Milwaukee y compuesta, además del Dr. Franklin,
de un radiólogo, un técnico dental, seis enfermeras graduadas, dos conductores
de ambulancias y un mecánico. Habían enviado ya cuatro ambulancias, dos
camiones y un gran suministro de mantas, sábanas, instrumentos quirúrgicos y
alimentos enlatados, así como lavadoras automáticas, secadoras y otros equipos
para instalar una lavandería de hospital moderna.
En su unidad participaban dos
católicos, así como protestantes y judíos. Iban a España para realizar trabajos
humanitarios en el territorio del Gobierno y parecían estar encantados de tener
entre ellos a una persona de color como colaboradora. Cuando vi a Carter unas
semanas más tarde en España, me contó que había aprendido más en el poco tiempo
que había estado en el extranjero que en sus treinta y tantos años en Estados
Unidos.
«España es un país magnífico», dijo.
«Yo espero que esta gente gane su guerra. Mussolini quiere apoderarse de España
igual que hizo con Etiopía, pero tal como es esta gente, no creo que vaya a
hacerlo. ¿Quién quiere ser esclavo de Mussolini?».
Aquella mañana soleada, mientras
nuestro coche se apresuraba hacia el sur en dirección a Valencia, dejé de
recordar el inicio de mi viaje para mirar por la ventanilla y comprendí de
pronto, con toda claridad, que el pueblo español no quería ser esclavizado por
nadie, nativo ni extranjero.
Saludos de los campesinos
Cuando pasábamos en el coche por los
campos de labranza, los campesinos levantaban los puños cerrados con el saludo
del Gobierno. En los muros rotos por los bombardeos fascistas había lemas
recién pintados aclamando al Ejército Popular. En los pueblos, los hombres
jóvenes se instruían, preparándose para ir al frente.
Los bellos paisajes españoles
discurrían frente a nosotros mientras el coche circulaba por la carretera. Es
la España que desde hace más de un año ha ocupado las portadas de los
periódicos del mundo.
La España de las grandes reuniones a
las que había asistido en mi país, con colectas de tres o cuatro mil dólares
para alimentos y material médico, así como leche para los niños más pequeños.
La nueva España democrática, cuyas
pancartas he visto en las calles principales de ciudades como Denver y Salt
Lake City, a las que he ido a dar conferencias. ¡AYUDA PARA LA ESPAÑA
REPUBLICANA! ¡LECHE PARA LOS NIÑOS DE LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA! La España para la
que Josephine Baker había danzado en una fiesta benéfica en apoyo de los niños
refugiados; y para la que Paul Robeson había cantado en Londres.
También una orquesta de color del
Moulin Rouge de París había tocado a su regreso a Francia desde Madrid en honor
del Segundo Congreso Internacional de Escritores al que han acudido el escritor
franco africano René Maran, el poeta franco antillano Leon Damas y el poeta
haitiano Jacques Roumain, además de Nicolás Guillén y de mí mismo, cinco
escritores de color, cada uno de un lugar distinto del mundo.
En el último año, personas de color
de muchos países han enviado hombres, dinero y solidaridad a España en su lucha
contra los ejércitos que han violado Etiopía y que claramente no traen nada
bueno a ningún pueblo pobre e indefenso. ¡No sólo los artistas y los escritores
con nombres conocidos, los Paul Robesons o René Marans, de fama internacional,
sino la gente de color normal, como los que conocí en el club cubano de
Barcelona y como Carter, el conductor de ambulancias, o la enfermera del
Harlem! Esta es la gente que está en España y sobre la que quiero escribir
especialmente.
Interés por los moros
Naturalmente, también estoy
interesado en los moros y en todo lo que pueda descubrir sobre ellos. Tal como
suele suceder con las tropas de color al servicio de los imperialistas blancos,
los moros han sido colocados en las primeras líneas de la ofensiva de Franco en
España y se les mata como a moscas. Han sido traídos a miles desde el Marruecos
español, donde los fascistas se adueñaron del poder en los primeros días del
levantamiento.
En primer lugar, vinieron a España
las unidades regulares de la caballería y la guardia mora, después los reclutas
civiles obligados a ingresar en el ejército o engañados por promesas falsas de
botines y salarios altos. Cuando llegaron a España, tal como ya han escrito
reputados corresponsales de prensa, les pagaban con marcos alemanes sin valor
alguno que les dijeron podrían gastar cuando volvieran a África.
Pero la mayoría de los moros no logró
sobrevivir para regresar a África. Ahora, en el segundo año de guerra, ya no
son las potentes huestes del ejército de Franco. ¡Muchos de ellos han acabado
muertos!
¿Y qué hay de los prejuicios?
Lo que yo debía averiguar en España
era el efecto —si acaso había alguno— que podía haber causado la llegada de
tropas oscuras a Europa en el pueblo español respecto a sus sentimientos
raciales. ¿Se habían creado prejuicios y odios en una tierra que no los había
conocido hasta entonces? ¿Cuál había sido el trato hacia los prisioneros moros por
parte de los republicanos? ¿Son segregados y maltratados? ¿Hay moros en la
facción del Gobierno?
Mientras pensaba en estas cosas,
nuestro coche disminuyó la velocidad y me di cuenta de que el tráfico se había
hecho más denso. Se iban sumaban burros, camiones y carros tirados por bueyes
formando largas hileras de nubes de polvo. Coches Ford y bueyes, ¡lo viejo y lo
nuevo! Campesinos a lomos de mulas, soldados en enormes camiones americanos. A
ambos lados había naranjales hasta donde alcanzaba la vista. Y a lo lejos las
altas torres medievales se mezclaban con las estructuras modernas. Nos
acercábamos a una ciudad, a una gran ciudad.
«Valencia», dijo el conductor.
Valencia, el antiguo puerto marítimo del Mediterráneo y hoy sede del Gobierno
español. Había estado allí hacía doce años cuando era marinero en la época en
que había un rey en el trono de España. Ahora, es el pueblo el que está en el
poder y prevalece la democracia, a pesar de que los ricos, los generales y los
antiguos amigos del rey están tratando de aplastarla y han contratado a Franco
para volver a poner cadenas al país.
En su ayuda llamaron a soldados
profesionales, italianos, alemanes y moros, para castigar al Gobierno
legítimamente elegido. Sólo cuatro regimientos del ejército regular
permanecieron con el Gobierno, por lo que éste tuvo que formar su propio
ejército, el Ejército Popular, constituido por campesinos y trabajadores.
Han llegado a España hombres de todo
el planeta para ayudar al Ejército Popular a luchar contra el fascismo, antes
de que obtenga mayores triunfos sobre el mundo. Todos ellos formaron las
Brigadas Internacionales. En estas brigadas hay mucha gente de color. Para
conocerles y estar cerca de ellos, he venido a España.
Langston Hughes «Hughes ve en España moros
utilizados como peones por los fascistas»
The Afro American, 30 de octubre de 1937
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