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1704. Los muertos del kilómetro 411

Milagros perdió a su madre y a su hermano cuando solo tenía diez años. La ciencia y la investigación histórica quieren ayudarla a encontrar sus restos.


Ángela Bernardo - Hipertextual

Hay lecciones de historia que caben en un metro cuadrado. La misma superficie en la que Milagros espera encontrar a su hermano y a su madre. Tenía solo diez años cuando los asesinaron en el kilómetro 411 de la carretera general Madrid-La Coruña. Pero los recuerdos permanecen imborrables en su memoria.

Ella aún conserva una cicatriz en el labio que le hizo un guardia. "Tú lo que no sabes es ladrar", cuenta que le gritó el hombre, empujándola contra un banco. "Pasé de ser una niña mimada, a la que había que cuidar como un grano de perejil, decía mi padre, a ser una huérfana desgraciada", nos relata emocionada al otro lado del teléfono. Milagros reside hoy en Badalona, donde se fue con trece años huyendo del horror que había vivido.

Durante décadas permaneció en silencio. "Mi hermano mayor, Aquilino, que estuvo en la cárcel, no quería que habláramos del tema". Tras su fallecimiento, Milagros decidió pedir el certificado de defunción de su madre y su hermano, donde consta como motivo la muerte natural. "Esa es la mayor injusticia", nos relata entre lágrimas. "Me vine para Barcelona con un disgusto tremendo, solo quiero que quiten eso de ahí porque no es verdad". Según el registro de la autopsia al que hemos tenido acceso, Vicenta López y Jesús Camuñas fallecieron por "rotura traumática del corazón". Era el 28 de octubre de 1948. Habían pasado nueve años desde el final de la Guerra Civil.


"Nos arruinaron la vida"

El día anterior, 27 de octubre de 1948, una llamada en la puerta a la hora de comer sorprendió a la familia. "Somos los rojos, queremos entrar a descansar, que venimos muy cargados", les dijeron, según declaró Vicenta a la Comandancia de la Guardia Civil de Villafranca del Bierzo, al oeste de la provincia de León. Se trataba de un grupo de guerrilleros antifranquistas, popularmente conocidos como maquis, que se escondían en los montes de los Ancares. Vicenta les abrió la puerta, permitiéndoles que pasaran la noche en el pajar. No imaginaba que darles cobijo le llevaría a la muerte.

Al día siguiente, tres policías hacían la ronda habitual por Castañeiras, el pueblo natal de los Camuñas López. Uno de los guardias, Sabas, conocía a la propia familia y se acercó a la ventana. Una mujer estaba dentro, según nos cuenta Milagros, y entró a saludar confundiéndola con una prima. Pero la joven era en realidad la novia de uno de los maquis, y disparó cuando los policías abrieron la puerta. Sabas murió en el acto.

"Nos arruinaron la vida", lamenta Milagros. La menor se encontraba en un prado cercano y al regresar a casa vio a su madre detenida y al policía asesinado. "Las cosas que vives de pequeña se te quedan marcadas. Años después yo no podía ir sola, mis hermanos siempre me acompañaban. Tenía miedo de ver un muerto". El muerto era Sabas. Como resultado, Vicenta y Jesús fueron arrestados acusados de "auxilio a huidos". Ambos fueron interrogados en las dependencias del cuartel de la Guardia Civil. Según se puede leer en las diligencias judiciales, Vicenta dijo que "[a los maquis] les habían cobijado en todas las casas del pueblo excepto en la de un vecino". El testimonio fue corroborado por Jesús. En el pie de página del documento aún puede verse la huella del dedo pulgar de su mano derecha. Vicenta no sabía leer ni escribir.

Como resultado de los interrogatorios, la madre y el hijo fueron detenidos para ser conducidos a la Prisión de Villafranca del Bierzo, a pocos kilómetros de allí. Pero Vicenta y Jesús jamás llegaron a su destino. "Que les hubieran juzgado como juzgan a todo el mundo ahora", reclama Milagros. En el camino hacia la cárcel, los guardias que les custodiaban les ejecutaron sin mediar palabra. En el informe remitido al juez consta lo siguiente:

Los fallecidos Vicenta López Digón y su hijo Jesús Camuñas López, los cuales fueron muertos en ocasión en que se daban a la fuga cuando eran conducidos a la Prisión de Ponferrada por fuerzas de la Guardia Civil, por ser encubridores de elementos huidos del monte y por tanto responsables de la muerte del Guardia Sabas Andres Salazar" (sic)

El asesinato de Vicenta y Jesús se justificó mediante la aplicación de la conocida como ley de fugas. "Una ley no escrita, por la que la policía se llevaba al reo a dar un paseo y volvía al cuartelillo sin él", explicaba el jurista Carlos Pérez Vaquero en el programa La noche en vela. Aunque se suele decir que el texto fue aprobado por el Parlamento español el 20 de enero de 1921, lo cierto es que esa fecha coincidió con la ejecución de cinco sindicalistas en Barcelona por un procedimiento parecido. Los guardias se fueron quedando rezagados al custodiar a los detenidos, hasta que les dispararon. El abogado Sergio Carrasco también señala a Hipertextual que la aplicación española de la ley de fugas puede encontrarse en textos históricos como Three Weeks in Majorca de William Dodd (1863) o A Spanish Holiday de Charles Marriott (1908). Otros países como México o la Alemania nazi también usaron esta práctica en diversas épocas de la historia.

Durante la represión franquista, la "ley no escrita" sirvió de pretexto para el fusilamiento de muchos detenidos. El caso de Vicenta y Jesús, por desgracia, fue uno más entre la barbarie cometida por el dictador Francisco Franco, de cuyo fallecimiento se cumplieron el pasado viernes cuarenta años. "No son los únicos ejemplos de enlaces de guerrilleros asesinados mediante esta ley de fugas", nos cuenta también Alejandro Rodríguez Gutiérrez, historiador y miembro de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Solo en esta zona del noroeste peninsular, diez personas fueron asesinadas de manera similar entre 1945 y 1951.

Distinta suerte corrió Aquilino Camuñas. El hermano mayor de Milagros fue procesado mediante un Consejo de Guerra ordinario, a través de la Causa Sumarísima número 495 de 1948. ¿Su delito? "Comprarle iodo y alcohol, el 27 de junio de 1.948 y llevarle a arreglar un reloj, el cual le fué ocupado al llevar a cabo su detención a finales de Octubre próximo pasado" (sic), según se lee en las diligencias judiciales. Estos hechos constituían un "delito de auxilio a huidos", por el que de acuerdo al Decreto Ley de 18 de abril de 1947, fue inicialmente condenado a dos años de prisión menor y 5.000 pesetas de multa.

Nunca una compra y el arreglo de un reloj fueron tan caros. Al procesarle por la vía militar, Aquilino Camuñas fue obligado a elegir como defensor a un jefe u oficial del Ejército. Permaneció siete meses y siete días en la cárcel, según consta en el procedimiento judicial almacenado en el Archivo del Tribunal Militar número 4 de A Coruña, con sede en Ferrol. En el documento también se puede leer que "el procesado es de mala conducta en todos los aspectos". Milagros nos cuenta que su hermano volvió a casa con la espalda llena de hematomas, a causa de los "cintanazos" que le daban durante los interrogatorios. "Vino azotado a palos y trajo los dedos quemados con cerillas", relata su hermana. La transcripción del juicio a Aquilino reza lo siguiente:

El representante de la Ley con la venia de la sala interroga al procesado y le dice cuantas veces bió a los bandoleros en casa de su madre y contesta que una y que es cierto le dieron cien pesetas para que fuera a arreglar un reloj. [...] El Sr. Presidente le hace las mismas preguntas al procesado y le dice que si la diferencia de las cien pesetas que le dieron con lo que le costó el reloj se quedó con ello y dice que sí se quedó, pero no en concepto de gratificación" (sic)

El fiscal solicitó finalmente para él seis meses y un día de prisión menor. Había cumplido un mes y seis días más de cárcel como medida "preventiva". Cuando fue puesto en libertad, Aquilino no quiso volver a hablar de todo lo que había ocurrido. "He aguantado muchos años con la boca cerrada y ahora ya no me callo", responde Milagros ante nuestras preguntas. La niña a la que "arruinaron la vida" busca ahora a su madre y a su hermano.

Jamás dejó de hacerlo en las últimas décadas. Pero no sabía dónde habían sido enterrados. La única que lo supo fue una mujer que trabajó para su familia; por desgracia, falleció antes de poder decirle el lugar exacto donde habían sepultado sus cuerpos. El trabajo de investigación histórica de Rodríguez Gutiérrez permitió a Milagros descubrir el paradero donde podrían encontrarse los restos de su madre y su hermano. "Solo quiero verlos y que me entierren con ellos", nos explica visiblemente emocionada.


"Exhumamos respuestas"

Las nueve menos cuarto de la mañana del 13 de agosto de 2015. Han pasado sesenta y siete años del asesinato de Vicenta y Jesús. Voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica viajan camino del cementerio de Villafranca. Algunos vienen incluso de países tan lejanos como Australia. Es el caso de Natalia Majstorovic, que realiza su doctorado en la judicialización de la exhumación de fosas comunes en la Universidad de Sydney y colabora desde hace años con la ARMH. La organización fue creada en el año 2000, tras la recuperación de "los trece de Priaranza", con el objetivo de ayudar a las familias en la búsqueda de los desaparecidos. Desde aquella fecha la entidad ha exhumado más de 150 fosas comunes en toda España -siempre por expresa petición de sus familias- y recuperado los restos de 1.300 personas como la madre y el hermano de Milagros.

La mañana amenaza lluvia y frío, a pesar de que estamos en pleno verano. Cuando llegamos al cementerio de Villafranca del Bierzo, los voluntarios se afanan en colocar un toldo azul para evitar que el agua impida las tareas de apertura y estudio de la fosa donde, según la reseña de sepultura localizada por la ARMH, reposarían los cuerpos. Si la diligencia es correcta, Jesús habría sido enterrado debajo y Vicenta encima a una profundidad de un metro setenta y cinco centímetros. René Pacheco, arqueólogo de la asociación, expresa las primeras dudas. "Es raro que estén más abajo del metro para una sepultura de estas características".

Los voluntarios Marco, Alejandro, Juan Carlos y René empiezan a cavar en la zona señalada. Sus herramientas son simples: pico, pala y azada. Estos son los medios con los que se desentierra la memoria, gracias a entidades de carácter voluntario y sin ánimo de lucro. Marco Antonio González, vicepresidente de la ARMH, nos cuenta que la organización recibió desde 2007 hasta 2011 subvenciones públicas para los trabajos de exhumación de las fosas, que pueden consultarse en su página web. Actualmente, la ARMH solo se financia a través de las cuotas de sus asociados y mediante premios y distinciones, como el de Derechos Humanos concedido por los Archivos de la Brigada Abraham Lincoln (ALBA), dotado con 100.000 euros. "Ningún gobierno ha querido encargarse de esto", se lamenta Emilio Silva, presidente de la entidad y nieto del primer desaparecido del franquismo identificado por una prueba de ADN, dentro del grupo de "los trece de Priaranza".

Los medios son precarios. El frío del norte tampoco perdona. "Venga, vamos", se escucha. Pero los voluntarios se encuentran con un inconveniente más: el suelo del cementerio está más duro de lo previsto. Lo que en principio iba a ser trabajo de una mañana se convierte en una jornada completa de excavación. Tras las primeras dos horas sacando tierra, el suelo comienza a estar húmedo y removido. Pacheco comprueba la zona, dado que estas características podrían indicar que están próximos a restos biológicos. Pero se trata en realidad de un hormiguero. "Mierda", se escucha.

"Venga, hay que seguir", se oye después. Son las doce y media de la mañana y continúa lloviendo. "Espera, para, para". Un resto minúsculo de un hueso aparece entre la tierra arcillosa. René se mete dentro de la fosa y retira la tierra con herramientas más pequeñas y un pincel. Pronto la sorpresa y esperanza de que "sean ellos" se transforma en desilusión y cansancio. Son los restos de un niño. Vicenta y Jesús no están en el lugar indicado. Los voluntarios devuelven el hueso y tapan de nuevo la fosa abierta. Vuelven a cavar, esta vez más hacia el norte. Las posibilidades de retirar tierra son limitadas, ya que el lugar está rodeado de panteones y tumbas.

El suelo sigue igual de duro que al comienzo de la mañana. A media tarde, cuando el cansancio ya empieza a hacer mella, se vuelve a oír la voz de René Pacheco. "Espera, para, para". Son las tres palabras mágicas con las que el resto de voluntarios dejan de picar y sacar tierra. El arqueólogo baja de nuevo a un metro de profundidad. Hay varios huesos humanos, pero es imposible discernir si los restos podrían ser los de Vicenta y Jesús. "Necesitamos traer una máquina, es imposible sacar tanta tierra a mano para ver si son ellos", lamenta Marco.

Después de devolver los huesos a su lugar de origen y cubrir con la tierra el agujero, los voluntarios regresan de nuevo a Ponferrada. Allí se encuentra el laboratorio de la ARMH, cedido por la Universidad de León. Es en este rincón donde una vez recuperados los restos, se limpian y se procesan para los posteriores análisis antropológicos y forenses. Cuando visitamos este espacio, Nuria Maqueda, auxiliar de arqueología en la ARMH, se encuentra limpiando huesos encontrados en una fosa en Casasola de Rueda este verano. Lo hace con mesura, utilizando un pequeño instrumento metálico. "A veces tenemos que lavarlos con agua, pero en muchas ocasiones son tan frágiles que se rompen algunas partes, por lo que hay que tener cuidado", comenta.

"Cuando abrimos una fosa tenemos que dejarla completamente al descubierto, con el fin de comprobar la posición de los cuerpos y ver si existe algún objeto personal junto a los huesos", nos explica René. La ARMH sigue el método arqueológico que se aplica en cualquier excavación de este tipo, tras recibir la petición de familias como la de Milagros y obtener los permisos necesarios para la exhumación. "Somos los únicos que vamos a observar el lugar de un crimen", señala Pacheco.

Posteriormente, los huesos se sacan y se almacenan en cajas individuales. Ya en el laboratorio, el trabajo de restauración y limpieza que nos mostraba Nuria es fundamental para los estudios de antropología forense. En el momento en el que logran reconstruir el esqueleto completo, los voluntarios determinan el perfil biológico y otras pistas de interés. René explica que estudiando los huesos podemos inferir el sexo, la edad o la altura de la persona exhumada. "También es posible comprobar si presentaba alguna enfermedad o problema que nos ayudara en la identificación, como una cojera". En ocasiones, este paso facilita la labor del análisis forense.

En las imágenes anteriores se muestran los restos de una persona joven. "Se ven perfectamente las bóvedas craneales", comenta René mientras apunta a unas líneas curvas e irregulares en el cráneo, asociadas a individuos de edad no muy avanzada. Antes de realizar el estudio forense, la observación a simple vista de este hueso también ofrece una nueva pista. Un agujero de bala, perfectamente redondeado, indica el motivo de la muerte del joven. En la unión de dos partes del cráneo, comenta Nuria, se ven además restos de otro agujero. "Posiblemente le mataron por la espalda y le dieron el tiro de gracia para asegurarse", nos explica, aunque estas hipótesis deban ser confirmadas posteriormente por los forenses que colaboran con la ARMH.

Además de las investigaciones de carácter histórico y documental y de los trabajos de antropología forense, pequeños detalles como un botón, un anillo o la suela de un zapato pueden servir en la identificación de un desaparecido. René nos comenta que en una exhumación encontraron un objeto personal de ese tipo. Así pudieron entender que entre los restos se hallaban posiblemente los de un antiguo ferroviario. "Antes de la creación de RENFE, existían compañías como la del Norte, la del Oeste o la MZA", apunta. El botón bajo la lupa no miente: es posible que aquel fusilado trabajase para la Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste, que desapareció en 1941 al integrarse en RENFE. La próxima semana, cuando comiencen de nuevo los trabajos para encontrar a Vicenta y Jesús, tratarán de descubrir no solo sus huesos, sino también objetos personales que ayuden en su identificación. En otras zonas de España, nos explica el Dr. José Luis Marcello, profesor de Geografía en la Universidad de Salamanca, "hubo quien utilizaba botellas de cristal en las que introducían en un papel el nombre y apellidos del muerto, tapándolas luego con cera". Este truco pudo hacerse en fosas como la de Paterna (Valencia), donde los familiares sobornaron al enterrador por cinco duros para poder identificar mejor el cadáver del padre en un futuro hipotético.

Las botellas de cristal que se utilizan hoy en día se llaman pruebas de ADN. "Gracias a series como CSI, se ha extendido la creencia de que el ADN es la pista definitiva, pero no es la única", nos explica René. En el laboratorio de Ponferrada también guardan fragmentos de los huesos recuperados para extraer la información genética. "Se usan huesos grandes como el fémur y los dientes molares sin caries", destaca. Pero la conservación de los restos es muy desigual. Pacheco señala que "la humedad, la filtración del agua, la acidez del suelo o los movimientos de tierra como los provocados por las cunetas pueden afectar a los huesos". En ocasiones estos se han transformado en una estructura parecida a la madera, "de la que es imposible extraer ADN", lamenta.

Aun en el caso de que se pueda obtener ADN, no siempre es factible realizar los análisis genéticos. Según publica Ainhoa Iriberri en El Español, las pruebas de ADN consiguieron relacionar el 34,52% de los restos de fosas comunes del norte de España con sus parientes. El motivo es la falta de familiares con los que comparar los perfiles genéticos. La recuperación de la memoria histórica llega tarde, a pesar de los esfuerzos de las asociaciones.

"Los resultados óptimos se obtienen con familiares de primer grado [padres, madres e hijos]", nos explica la Dra. Carme Barrot, responsable del Laboratorio de Genética Forense de la Universitat de Barcelona. En el mejor de los casos, los hijos de las víctimas tienen 75 años. Necesitábamos un repositorio donde guardar las muestras de ADN de los hijos, para tenerlas como "referencia" en la identificación de los desaparecidos por la represión franquista. Así fue como nació el pasado mes de julio el Banco de ADN de la UB de víctimas de la Guerra Civil española, coordinado por la investigadora.

Barrot decidió impulsar esta iniciativa al conocer dos historias personales como la de Milagros, Vicenta y Jesús. "El ADN sirve como una utilidad más que, junto al estudio histórico, la localización y la investigación antropométrica y forense, ayuda en la identificación", sostiene. En el caso de tratarse de parentesco de primer grado, se emplean los biomarcadores típicos de las pruebas de paternidad. "Si hablamos del sobrino de un desaparecido, podemos mirar el cromosoma Y, mientras que en el caso de que sea una línea femenina, tendremos que fijarnos en el ADN mitocondrial". Su laboratorio también trabaja en una técnica conocida como "fotografía a través del ADN". "Nos gustaría conocer la forma craneal o rasgos como el color del pelo y de los ojos a partir de la información genética", comenta. Aunque esta metodología está en sus fases iniciales, puesto que, por ejemplo, no puede usarse como prueba en un juicio, tal vez en el futuro sirva como herramienta complementaria.

El banco guarda dos copias de la muestra de ADN del pariente del desaparecido. "Una se almacena en un congelador bajo llave en la Universidad, mientras que la segunda se entrega en extracto seco en un sobre cerrado a las familias", explica. Esta última copia puede conservarse en casa, siempre que se guarde en un lugar seco y oscuro para evitar la degradación del ADN. Por el trabajo de conservación de la muestra y recogida de datos, la Universitat de Barcelona cobra 150 euros, coste en el que se incluiría también el análisis genético. "Este precio nos ayuda a sufragar los reactivos y el almacenamiento", se justifica Barrot, quien lamenta que no existan ayudas públicas para la realización de estos trabajos. "Me da mucha rabia lo que sucede en España y envidio el trabajo hecho en Argentina en los últimos años", comenta.

Argentina ha sido clave en el trabajo de la ARMH. "Antes de 2011 enviábamos las muestras a un laboratorio privado para hacer el análisis genético y nos cobraban 600 euros por prueba", sostiene el vicepresidente de la asociación. "Nuestro propósito es que las víctimas no paguen un duro en la búsqueda e identificación de los desaparecidos", señala González. La entidad ha sido crítica con la UB por cobrar este servicio, motivo por el que no existe una colaboración directa. "Debería haber una iniciativa estatal para hacer un banco como el de Barcelona", comenta Pacheco, que coincide con Barrot al lamentar la falta de voluntad política.

Actualmente la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica envía las muestras al Equipo de Antropología Forense Argentino, en el que participa la bióloga española Mercedes Salado-Puerto. En una charla en TEDxBuenos Aires, la científica explicaba que "no exhumaban huesos, sino que exhumaban respuestas". El grupo argentino de investigación ayuda a la ARMH en la identificación de las víctimas, realizando las pruebas de ADN de manera gratuita. Pacheco nos explica que les dejan las muestras bien cuando ambos equipos se reúnen, o bien a través del Consulado de Vigo. El arqueólogo destaca que el citado consulado se ha ofrecido para enviar las muestras mediante "valija diplomática", porque creen "que el Estado debe hacerse cargo". Algo que lamentablemente no puede extenderse a otros lugares de España.

La situación ha sido también criticada por Naciones Unidas, que valoró el "limitado alcance" de la Ley de la Memoria Histórica (Ley 52/2007 de 26 de diciembre). Según recoge el informe de trabajo, asumiendo la instrucción penal de la Audiencia Nacional, "el número de víctimas de desapariciones forzadas del 17 de julio de 1936 a diciembre de 1951 ascendería a 114.226". Esta cifra convierte a España en el segundo país del mundo con más desaparecidos tras Camboya, una situación calificada de "vergonzosa" por organizaciones como Amnistía Internacional.


"Ya no tengo miedo"

Las víctimas de las desapariciones forzadas tienen nombre y apellidos. Como los de Vicenta López, natural de O Freixo (Lugo), que contaba con 48 años. O los de Jesús Camuñas, asesinado con 20 años en el kilómetro 411. "Es cuestión de reconocer el dolor", nos explica Raúl de la Fuente, miembro de Psicólogos sin Fronteras, organización que también colabora con la ARMH. Dolor como el que ha sentido Milagros, que nos repite emocionada que toda su vida decía "ay, mamaíta mía, ayúdame" cuando tenía un problema. 

Es el grito desesperado de una niña, la pequeña a la que le arrebataron a buena parte de su familia con solo diez años.

En menos de una semana, la ARMH comenzará de nuevo las labores de búsqueda de Vicenta y Jesús. Unos trabajos en los que también ayudará Raúl de la Fuente, quien destaca que "debemos escuchar de una forma activa y responsable a las víctimas y acompañarlas". El psicólogo ha participado en tareas similares en Centroamérica, donde se valora mucho el trabajo colectivo para realizar la reparación moral, familiar y social de las víctimas. "Lo ideal sería comenzar a ayudar y a abordar a las familias un mes antes de la exhumación, pero en la mayoría de los casos eso no es posible por ser labores voluntarias", lamenta.

Según el especialista, los mecanismos de represión que se dieron en España fueron una enseñanza para los horrores que luego se vivieron en el Cono Sur. "Se cargaron al colectivo, por lo que proyectaban el miedo en uno mismo. Además, los rumores sobre las desapariciones forzadas hacían que las víctimas interiorizaran el terror", sostiene. El pánico vivido por Aquilino Camuñas y la propia Milagros son un ejemplo claro. "Por eso es importante hacer una reconstrucción de la historia de su vida y, sobre todo, acompañar y gestionar sus expectativas", añade.

La recuperación de los cuerpos de Vicenta y Jesús es algo que Milagros ha anhelado toda su vida. "No sé si sentiré disgusto o alegría", nos confiesa. Raúl explica que es importante que los psicólogos atiendan a las víctimas, especialmente para prepararlas ante la exhumación, por si no se encontrasen los restos o el momento fuera demasiado impactante. Marco también nos cuenta el caso de un anciano que se sentó a esperar al borde de la fosa. "Me quitaron a mi padre y ahora que puedo estar con él no me va a mover nadie de aquí", les dijo. En los días que duró la exhumación, el hombre llevó una silla y mantas para soportar el frío y la espera.

"Es una cuestión de empatía", comenta el psicólogo. "Aunque las víctimas directas vayan falleciendo, las heridas producidas se heredan", apunta. Hijos y nietos de personas como Milagros también sienten un dolor parecido, por lo que es preciso que el Estado aborde este tema. Raúl de la Fuente señala que "no estamos acostumbrados al conflicto, pero al final sana". Durante años, Milagros escribió cartas a la Luna pidiéndole por su madre y su hermano. La última vez que estuvo en Villafranca entró al cementerio donde presumiblemente reposan Vicenta y Jesús. "No tenía miedo, ya no tengo miedo", concluye.









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