Ángel Pestaña Núñez (Santo Tomás de las Ollas, 14 de febrero de 1886 - Barcelona, 11 de diciembre de 1937) |
Ángel Pestaña, el líder sindicalista, ha muerto en Barcelona. Una víctima más de la lucha que ensangrienta España. Un auténtico héroe cívico. La constitución física de Ángel Pestaña —minada por muchos años de sufrimientos, persecuciones y trabajos— no ha podido resistir la dura prueba de la guerra.
Fue, ciertamente, Barcelona el gran escenario glorioso
y dramático de la más intensa actuación de Ángel Pestaña. Desde el año 14 al 23
es Pestaña uno de los caudillos dé la enorme lucha sostenida por el proletariado
catalán. Con el Noy del Sucre, con Massoni, los Ascaso, Durruti, Boal y tantos
otros. Pestaña hace frente a aquel «terrorismo blanco» que la alta burguesía
barcelonesa desencadena contra las reivindicaciones de los Sindicatos. Eran los
tiempos de las bandas de pistoleros de Arlegui, a sueldo de las
Patronales.
Un día los asesinos de Layret inmolaban a Seguí;
otro caía Evelio Boal. Ángel Pestaña va a un mitin en Manresa y lo acribillan
a tiros. Gravemente herido está en el hospital. No muere. Pero el caudillo,
postrado en el lecho, aun despierta la codicia enemiga. Quieren rematarlo. Para
relevar a la guardia puesta al hospital llegan de Barcelona unos pistoleros
disfrazados de agentes de la autoridad. Su misión es acabar con la vida precaria
del líder. No consiguen su propósito, porque alrededor del hospital han montado
centinela compañeros leales, que descubren a los falsos guardias y evitan el
asesinato.
De episodios así estaba esmaltada la vida de
Ángel Pestaña. Le conocimos en 1917, en los días que siguieron al movimiento llamado
de «las Juntas de Defensa». Pestaña dirigía Solidaridad Obrera. No era fácil
encontrar entonces a Pestaña. La Soli sufría tres o cuatro denuncias por número
y todos los días la Policía visitaba la Redacción.
Pestaña, que no bebía, que no fumaba, que era de una
frugalidad extrema en las comidas escribía muchas veces sus artículos y
dirigía el periódico, cuyo local sitiaban los guardias, en un cafetín de una
calleja por los alrededores del Arco del Teatro. Aquel «bebedor de agua»
enérgico, tenaz, perseguido; aquel anarquista cuya vida estaba expuesta a
perderse diariamente, tenia, sin embargo, aun en aquellos tiempos de extrema
lucha, una extraña serenidad. Reposo en el ademán, serenidad en las ideas, precisión
en el verbo. Admiraba en Pestaña su clara visión política, su sentido
constructivo de la política, su ecuánime valoración de la realidad. El ambiente
era de lucha exasperada, propicio a todas las exaltaciones. En él, Pestaña era
la ecuanimidad; sus más audaces concepciones ideológicas estaban frenadas por
un profundo sentido de la responsabilidad y, sobre todo, por un alto sentimiento de solidaridad humana.
Pestaña, anarquista, era profundamente español. Castellano de origen, de tierras leonesas, pese a su internacionalismo
ideológico, en él palpitaba irreductible un concepto racial de la Patria, un
sentido puramente celtíbero de la independencia.
En sus famosas «doce palabras de la victoria»,
habladas en Madrid al empezar el año 1937, Pestaña dijo: Venceremos, porque
somos los descendientes de los que antes de ver el suelo donde nacieron sus
padres hollado por la planta extranjera prefirieron morir en defensa, de sus
libertades y de su suelo.
La ideología de Pestaña, proyectada hacia el
futuro de una España grande, pero justa y libre, tenía una auténtica enjundia
tradicional. Su sindicalismo generoso, henchido de aliento humanitario,
encontraba sus raíces, profundamente españolas, en la tradición representada
por los comuneros de Castilla, las germanias valencianas y los gremios
andaluces y catalanes.
La guerra sorprendió a Pestaña en pleno proceso
evolutivo. Apartándose del apoliticismo de sus años heroicos, había fundado un
partido político.
El estallido de la sublevación militar hizo
abortar el magnífico fruto que se hubiera logrado de una colaboración activa de
Ángel Pestaña en la política gubernamental de la República.
Ángel Pestaña fue desde el primer momento un
combatiente más. En las trincheras de Guadarrama, y en los caminos de Madrid,
el veterano luchador se arriesgó como el miliciano más bisoño.
El 8 de Noviembre Pestaña salió de Madrid a cumplir
una misión que había de contribuir en gran manera a salvar del alud fascista a
la capital de la República.
Fue a Albacete a organizar los envíos de todo
cuánto en Madrid faltaba y era necesario para su defensa. Durante un mes
Pestaña trabajó frenéticamente, incansablemente, hasta el agotamiento. Madrid
tuvo lo que necesitaba. El líder quedó extenuado, enfermo. Aquellos treinta
días de excesiva tensión agotaron sus fuerzas.
Desde entonces vivió hospitalizado, sostenido tan sólo
por el espíritu. Aun el día final de año pudo venir al Madrid heroico y mártir
a pronunciar sus luminosas «doce palabras
de la victoria».
Ha muerto sin haber visto su aurora presentida, Con él
se ha extinguido uno de los más grandes
valorores de nuestro tiempo. Ángel Pestaña era, ante todo y sobre todo, un
auténtico gran español, un cerebro de clara visión política, una conciencia
plena del sentido de la responsabilidad y un corazón henchido de solidaridad!
humana.
Juan Ferragut
Mundo Gráfico, núm. 1364
22 de diciembre de 1937
22 de diciembre de 1937
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