Enrique Tierno Galván
(Madrid, 8 de febrero de 1918 - 19 de enero de 1986)
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El profesor Tierno Galván, catedrático de Derecho Político de la Universidad de Salamanca, asume la responsabilidad de un grupo de oposición cuya ideología socialista parece coherente y bien perfilada, aunque se mantenga independiente, al menos oficialmente, de los restantes grupos y partidos continuadores o herederos del socialismo histórico español. Cuadernos de Ruedo Ibérico ha estimado muy interesante el desarrollo de un diálogo con el profesor, diálogo que asimismo intentará establecer con otros líderes de la oposición.
R. I.: Nosotros,
profesor, queremos defender en nuestra revista posiciones marxistas abiertas,
con exclusión de todo dogmatismo. Usted, como es generalmente sabido, se
proclama socialista. En la polémica actualmente en desarrollo en el movimiento
comunista internacional se enfrentan criterios que en la discusión se definen,
a la recíproca, peyorativamente: uno de los términos que más circula es el de
"revisionismo". Por otro lado, la socialdemocracia occidental, y
particularmente la alemana, ha reformado su contenido, abandonando el método
marxista. Reina un cierto confusionismo, sino en las ideas, sí en las
expresiones y clasificaciones. Usted, que como hemos dicho, se proclama
socialista, ¿qué actitud adopta con respecto a la actual situación de la teoría
marxista?
TIERNO: Me
parece que ustedes conocen mi inevitable inclinación a la exposición
sistemática y concisa. Disculpen si en una conversación procedo prácticamente
como en un artículo y respondo a las cuestiones enumerándolas.
1. En cuanto
socialista me gustaría que los estudiosos y prácticos del marxismo, fuéramos
substituyendo el término "revisionismo". No sólo tiene este vocablo
una evidente connotación peyorativa, si no que parece indicar de antemano que
se corrige dogmáticamente o se pretende dogmatizar la corrección. A mi juicio
no hay un revisionismo marxista. El marxismo evoluciona según las condiciones
objetivas le imponen y toda reflexión inteligente sobre la obra de Marx y sus
comentadores es una contribución al progreso de una teoría, cuya fecundidad
exige pluralidad de opiniones y cuyos postulados niegan la posibilidad de una
cristalización dogmática. El marxismo no puede ser, por principio, un
escolasticismo. No hay pues revisionismo, si no el inevitable proceso
mecánico-dialéctico de toda idea de fecundidad excepcional.
2. En cuanto a
la actual situación de la teoría marxista, les diré que a mi juicio pasa por un
momento de crisis, coincidente con un momento de auge. El marxismo se está
convirtiendo en un tema académico. Los "intelectuales", por lo común
personas condicionadas por una preparación metafísica y ajenos a las
condiciones de vida reales que dan sentido práctico al marxismo, están
falsificando una teoría de la acción y un método para transformar al mundo, en
un tema para disertaciones psicológicas, autoanálisis y esquemas previos de una
explicación histórica. En la medida en que el marxismo se convierta en una
"filosofía", es decir en una explicación concluyente de la realidad,
se traiciona a sí mismo. La realidad se conoce por la acción y el proceso de la
acción, que es proceso de la especie, no concluye. Ni siquiera es necesario que
se convierta en una metafísica; basta que se tome como tema de reflexión sin
conectarlo con la dinámica política que necesariamente exige, para que no se
pueda hablar de marxismo. En esto se diferencia un marxista de un filósofo
marxista. El marxista quiere transformar el mundo; el filósofo marxista quiere
reflexionar o conversar sobre el marxismo.
No obstante, es
inevitable que los estudios sobre el marxismo aumenten. Marx planteó las
cuestiones que hoy son, explícita o implícitamente, los ternas vivos del
pensamiento culto.
R. I.: Usted
disculpe, profesor, una interrupción. Observamos que habla de
"filosofía" con menosprecio, o al menos, con algún menosprecio. ¿Cree
usted que la palabra y su posible contenido no tienen ya valor?
TIERNO: Su
pregunta es oportuna y contribuye a aclarar lo que quiero decir. Cuando hablo
de "filosofía" con algún menosprecio, como ustedes dicen, me refiero
al saber académico tradicional, que se ampara bajo este nombre y a su
tratamiento convencional de temas sin vigencia práctica. A mi juicio,
"filosofar" consiste hoy en la reflexión generalizada sobre las
preocupaciones más comunes. Quien sepa captar las preocupaciones más comunes y
construir un saber sistematizado sobre ellas es un filósofo.
Precisamente su
pregunta me permite enlazar con lo que iba diciendo. Marx descubrió las
preocupaciones más comunes de nuestro tiempo; citaré las que a mi juicio son
principales:
a) ¿Hasta qué
punto se puede hablar de un pensamiento "desinteresado", en el
sentido de estar más allá de los condicionantes sociales?
b) ¿Cuál es el
condicionante social que puede definir de modo más general y último el proceso
del pensamiento?
c) ¿En qué
medida el análisis de este condicionante demuestra que el pensamiento falsea la
realidad y que es necesario cambiar la estructura del elemento condicionante
–las relaciones de producción– para que el pensamiento coincida con la
realidad?
d) Preciso, por
último, que la coincidencia de pensamiento y realidad es una exigencia moral.
Conocimiento auténtico y moral deben coincidir; de modo que en tanto cuanto la
estructura de las relaciones de producción condicionen el conocimiento y
lo clasifiquen según los intereses, quien domine las estructuras de las
relaciones de producción, dominará el mundo según sus intereses, desde un
conocimiento falseado, que implicará una moral falsa.
No hay duda que
estas son preocupaciones comunes y la reflexión, sobre ellas según el planteamiento
marxista, es una filosofía que nos ha proporcionado un método hoy inexcusable
para el análisis de las estructuras sociales. No hay que olvidar, además, que
se está produciendo un fenómeno que es dialéctica y mecánicamente inevitable:
la regionalización del marxismo. Toda gran idea, cuando está en conexión real
con la práctica, tiende a regionalizarse. Ocurrió con el cristianismo y está
ocurriendo con el marxismo. La regionalización responde a exigencias previstas
por la propia teoría marxista. Las diversas condiciones objetivas determinan
diversas aplicaciones de la misma teoría. Yo veo muy clara, por ejemplo, una
regionalización latinomediterránea del marxismo. China y Cuba están dando su
propia versión. Esto es un síntoma de fecundidad, no de agotamiento, y es
inevitable.
3. Por lo que a
mí respecta les diré que es cierto que quienes hacemos el análisis marxista de
la realidad sin abandonar las consecuencias implícitas en los supuestos del
método nos llamamos de "izquierdas", pero no es menos cierto que el
método se generaliza y que hay mucho marxismo en pensadores que, por exigencias
de las que no pueden escapar, se llaman, a veces sin demasiada propiedad, de
"derechas". Lo mismo ocurre con los programas. No son pocos los
programas políticos de grupos de derechas, construidos sobre supuestos
marxistas. Es un buen ejemplo de lo que pudiéramos llamar intensidad ideológica
del marxismo.
R. I.: La
revolución española –es decir, los intentos de llevarla a cabo–, se ha
frustrado reiteradamente a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX. A este
repetido fracaso han contribuido en cada caso factores concretos muy diversos:
el temor al pueblo por parte de los "ilustrados" del siglo de las
luces, la debilidad de nuestra burguesía, la división del proletariado. Es este
un tema que conviene afrontar, puesto que puede ser rico en enseñanzas si se
plantea con objetividad y se analiza desde el marxismo. Usted, que ha estudiado
la historia social española, ¿qué hipótesis podría formular al respecto?
TIERNO: A mi
juicio Europa ha avanzado desde el Renacimiento por consecuencia de la
dirección y evolución de su dinámica industrial desde la calidad a la cantidad.
Quiero decir, que los supuestos desde los cuales se han interpretado los hechos
y la propia mecánica de los hechos han sido supuestos cuantativos, en estrecha
conexión con el progreso técnico y científico. Las revoluciones modernas,
concretamente la Revolución Francesa, son revoluciones desde la cantidad, o si
ustedes prefieren, desde la mentalidad cuantitativa que definía al burgués
preindustrial. Ya sé que había elementos estético-románticos, pero el
romanticismo, en general las exaltaciones de lo cualitativo, suelen ser la
contradicción estética del predominio real de la cantidad. En España, por
razones que se han comentado muchas veces, ha habido un predominio constante en
la clase dirigente de la mentalidad cualitativa, correspondiente a la
ausencia de un mercado con dinámica y estructura moderna, hasta fines del siglo
XIX. En la medida que la mentalidad estética y predominio de la cualidad
coinciden, se tiende a pensar desde unas ideas que se construyen a sí mismas
como realidad, sin estar en conexión real con las fuerzas productivas. En el
caso español, la debilidad de estas fuerzas productivas produjo una clase
directora dominada por la ideología de la cualidad, en constante contradicción
con las aspiraciones de cambio, expresadas periódicamente y de modo violento,
del pueblo español al que la clase directora no ofreció cauce adecuado para sus
reivindicaciones. Se ha buscado siempre lo perfecto, el héroe, la solución de
los problemas sociales por la caridad. Por consiguiente, no ha
habido revoluciones porque no ha podido haber líderes revolucionarios. Yo no
recuerdo en nuestra historia moderna un solo pensador revolucionario de altura.
Las condiciones objetivas no han permitido el paso a la cantidad, condición
imprescindible para forjar una revolución auténtica. Ahora en las generaciones
modernas, tampoco hay revolucionarios. No me atrevo a decir lo mismo con
referencia a la generación ascendente, especialmente en la universidad.
Canalizar esa mentalidad, de la que descubro algunos síntomas, es una de
nuestras mayores preocupaciones; me refiero a los socialistas que hemos
superado la mentalidad demagógica proudhoniana o pequeñoburguesa.
R. I.: El
socialismo histórico español, y especialmente el Partido Socialista Obrero
Español fundado por Pablo Iglesias, a pesar de haber contado con una base
social poderosa y con algunas oportunidades favorables, nunca llegó a alcanzar
el poder. Nosotros creemos que su nivel teórico fue siempre bajo –y con esto no
hacemos más que formular una verdad histórica, no se trata de resucitar viejas
querellas ni organizar otras nuevas– lo cual en cierto modo lo desmeduló,
frenándolo en su marcha hacia la dirección del Estado. ¿Cómo entiende usted
esta cuestión?
TIERNO: El
socialismo histórico español no alcanzó el poder –en España nunca ha habido un
gobierno por completo socialista–, porque ha carecido de teorías y tácticas de
altura. Ha sido un partido socialista tardío, porque surgió en los comienzos de
nuestro despegue industrial y no tuvo tiempo ni contaba con las condiciones
objetivas necesarias para encontrar el impulso intelectual imprescindible para
definir con rigor sus aspiraciones y para construir un programa de gobierno que
superase las meras reivindicaciones de clase. Le han faltado programas de
movilización nacional y conocimiento bastante de sus fuentes y aspiraciones
teóricas. Esto le ha dado una gran dignidad pero también impotencia. Se ha
perdido en el laberinto de la pequeñez. En los momentos decisivos no ha tenido
un programa coherente, a escala nacional, que ofrecer al país. Desde luego
nadie ignora que ha habido en nuestro país algún teórico y dirigente socialista
de gran personalidad. Pero eso no basta. La estructura económico-social de
España no permitió disponer al socialismo de una organización en equipo,
racionalizada, que sacase al proletario de su aislamiento y suspicacia respecto
del teórico procedente de la pequeña burguesía, ni ofreció posibilidades
suficientes a la clase media culta para colaborar en los cuadros de
organización de base.
Sin duda, de no
haberse producido la guerra civil, hubiera, como el resto del socialismo
europeo, alcanzado este nivel y entrado con más vigor en el sistema de
convivencia democrática. Hoy queda como una tarea más que cumplir. Confiemos
que no tarde el panorama político y social de España en ofrecerse propicio, ya
que no favorable, para que el socialismo realice esta tarea.
R. I.: La
oposición española está muy dividida; éste es un hecho que desgraciadamente
podemos constatar todos los días. Es obvio que conviene analizar las causas de
esta falta de entendimiento entre los distintos grupos, tanto las subjetivas
como las objetivas, puesto que el fenómeno en cuestión tiene raíces muy
complejas. ¿Cuál es su punto de vista sobre el problema?
TIERNO: La
oposición está dividida –en algunos casos llega hasta el fraccionamiento– por
una razón fundamental que se corresponde con el paternalismo en cuanto sistema
de gobierno. Durante los diez últimos años el régimen español, ha evolucionado
hacia un paternalismo que tolera casi toda protesta verbal, pero que no
consiente la protesta en cuanto acto. Pasar de la palabra al acto, en el orden
de la protesta política, equivale, en la mayoría de los casos, pasar de la
libertad a la prisión. La consecuencia de esta situación es el fraccionamiento;
porque en política las palabras dividen, las obras unen. Por otra parte, casi
todos los españoles coinciden en la protesta verbal y esto contribuye a hacer
más confusa la imagen. Los funcionarios,los miembros de Falange, los
Tradicionalistas... apenas hay nadie que no proteste contra el sistema, de modo
que la protesta generalizada es la base de la ambigüedad de lo que llamamos
oposición. A juzgar por las palabras, casi toda España es oposición y oposición
consentida. De este "babelismo" es muy difícil escapar. La protesta
verbal satisface estéticamente a la burguesía comprometida con el sistema
paternalista. A mi juicio esto es peligrosísimo en cuanto es una fuente
constante de immoralidad, violencia y falseamiento. Es también fuente de
actitudes políticas irresponsables y de la aparición casi cotidiana de
liderazgos de un mes. El aglutinamiento de la oposición exige acción política cualificada
y la acción está hoy constantemente frenada por el semiconsuelo de la protesta
verbal. Tenemos que pasar de las palabras a los hechos, pero ya saben ustedes
que a los padres les gusta que sus hijos sean sumisos y que hablen como
rebeldes.
R. I.: ¿Pero
usted cree que este «babelismo» como le ha llamado, durará mucho tiempo?
TIERNO: No. Si
conseguimos encauzar la opinión a través de programas políticos concretos,
quizás se logre una acción que vincule. En los grupos de oposición" que
tienen conciencia de su función política ya se ha alcanzado este nivel, que se
puede resumir así:
1. Que la
actividad constructiva tiene que superar el esteticismo que se queda en
palabras.
2. Que la
política tiende en el mundo moderno a ser más cooperación que competencia.
R. I.: A
raíz de las huelgas de abril y mayo de 1962 en Asturias, y de las acciones
estudiantiles paralelas, se amplió el equipo gubernamental con la entrada,
entre otros, de Manuel Fraga Iribarne, que se presentó ante el país como el
hombre de la "liberalización". Enseguida se advirtió que la
operación, hábilmente planteada por Fraga, tendía a aislar a los grupos de
izquierdas más consecuentes, incorporándose a aquellos que, por la naturaleza
de sus reivindicaciones, podían ceder ante el señuelo de la
"apertura". Fraga no tuvo éxito y se vio obligado a retroceder muy
pronto: el régimen demostraba una vez más su falta de flexibilidad, su
incapacidad para imprimir una evolución a las estructuras políticas en que se
asienta. ¿Cabe considerar aún, después de esta experiencia, la posibilidad de
que una liberalización efectiva –no sólo de palabras–, se realice?
TIERNO: Sería
contradictorio con mis afirmaciones antidogmáticas afirmar dogmáticamente que
un sistema político cualquiera carece de condiciones de evolución. A mi juicio
el régimen español tiene que evolucionar, necesariamente, porque la sociedad
española evoluciona. Las fuerzas productivas españolas están rebasando en tal
medida el sistema institucional, sobre el que se apoya el Régimen, que apenas
existe estructura político-económica que funcione de acuerdo con la realidad.
Esto hace inexcusable una evolución del Régimen. No creo que sea una evolución
abierta y claramente progresista. Estoy convencido, quizás me equivoque, que
será una evolución encubierta y hecha de mala gana; pero es inexcusable. La
propia seguridad del capitalismo español –con sus implicaciones atlánticas–
exige una evolución. Si la situación actual de incoherencia en la organización,
lentitud en las funciones y obscuridad en los principios y las conductas
económico-políticas continúa, los intereses oligárquicos corren peligro.
Ustedes se harán cargo de que grupos de presión tan inteligentes como el
eclesiástico y el financiero no van a dejar que la amenaza se realice. Bajo una
u otra fórmula, habrá "evolución" dentro de las coordenadas del
neocapitalismo. No hay que hacerse demasiadas ilusiones sobre el signo
progresista de la evolución, pero precisamente ahí está, a mi juicio, el papel
de la oposición. No tiene sentido exigir un cambio radical que no es hacedero.
Debemos contribuir con un estímulo constante a acelerar lo que, para
entendernos, llamamos evolución. Este aceleramiento constituye hoy por hoy
nuestro papel histórico, hasta que las condiciones objetivas hayan cambiado lo
suficiente para crear un sistema democrático con estructura socialista. En esta
tarea de estímulo para vencer las resistencias que impiden al país avanzar por
el buen camino y acelerar progresivamente su proceso debe unirse la oposición
sobre la plataforma más amplia posible. El socialismo, nuestro socialismo
moderno, será uno de los estimulantes más eficaces para este progreso y unión.
Sería absolutamente incorrecto pedir más. Hay un refrán que tiene plena
vigencia en política: "No pedir peras al olmo". Empleando otro
lenguaje les diré que el análisis de la estratificación social española y las
consecuencias psicológicas del proceso económico nos llevan a la conclusión de
que las reivindicaciones de signo violento son hoy improcedentes. El camino más
beneficioso estará a mi juicio, en la movilización ideológica de la clase
media, cuyos intereses, no hay [86] duda, han sufrido un grave quebranto.
R. I.: El
problema político español ha estado condicionado a lo largo de muchos años por
la relaciones internacionales y la guerra fría. ¿Sigue vigente este
condicionamiento?
TIERNO: Desde
luego. Las relaciones internacionales suponen el condicionamiento recíproco en
los asuntos internos y externos de cada Estado. El condicionamiento es mayor en
cuanto las actividades económicas han creado estructuras, no sólo
interestatales, sino supraestatatales, de tal modo que el concepto de soberanía
no tiene hoy alcance real si se toma en el sentido de autodeterminación
absoluta. En términos generales la política se está convirtiendo, en el ámbito
internacional, en política económica, y por consiguiente, la hegemonía política
en hegemonía económica. Llevando esta hipótesis a sus consecuencias últimas
resultaría que los grupos económicamente hegemónicos serían los que realmente poseen
el poder político, de tal manera que una mayor conexión económica entre los
grupos dirigentes implicaría una mayor complicidad en las relaciones
internacionales. Parece que este proceso –estamos quizá en sus comienzos– es
general en Occidente y no debe sorprendernos que el Estado español y la
sociedad española estén dentro de él.
Sin embargo, que
los intereses hegemónicos internacionales condicionen la vida de un país, hasta
el punto de ponerle en contradicción con su pasado y su futuro, dañando a sus
intereses básicos, es poco frecuente, sobre todo si la contradicción alcanza
niveles irónicos. En el orden internacional, "alinearse" en una
determinada dirección no debe significar, en cualquier caso, contradicción sino
ventajas generales para el país de que se trate, aunque no sean exclusivamente
de orden económico. Pero ustedes me preguntaban España, y sospecho que
desmintiendo lo que en un principio dije, empiezo a divagar.
El caso de
España ofrece, en este aspecto, a mi juicio, un ejemplo excepcional. El
condicionamiento económico de los grupos hegemónicos occidentales, nos ha
llevado a contradecirnos con nuestro pasado histórico cultural, de modo que
siendo la cabeza natural del Tercer Mundo latino americano, obedecemos a
principios hegemónicos contrarios a los intereses e ideologías de estos pueblos
con los que estamos unidos por lazos históricos muy fuertes, vigorizados por
situaciones muy parecidas.
En segundo lugar
ocurre que el condicionamiento hegemónico a que me estoy refiriendo ha
sostenido una estructura económico-política que nos impide entrar en el Mercado
Común. Cultural y psicológicamente somos europeos, no obstante no participamos
en las instituciones fundamentales que están iniciando la integración europea.
Por último el
condicionamiento internacional contribuye poderosamente a que el régimen
español encuentre dificultades máximas para salir del problema político en que
se encuentra. Tiene que ofrecer una fórmula que satisfaga los intereses
hegemónicos de sus protectores que, por ahora, coinciden con los intereses de
la clase dominante, pero que no satisfacen los intereses del pueblo.
Se trata, a mi
juicio, de un condicionamiento tan fuerte que puede incluso perjudicar en el
futuro a la potencia piloto, me refiero a Estados Unidos, si no orienta su
política exterior en el sentido de estimular al Estado español a que salga de
sus contradicciones.
En todo caso,
hay una contradicción máxima que explica en buena parte, desde el nivel
internacional, la desorientación política del español medio, e incluso, su
perplejidad psicológica. Le ofrecen de continuo mercancía democrática, pero le
impiden consumirla democráticamente. La consecuencia irónica es que, al
parecer, somos demócratas sin quererlo.
En cualquier
caso, como ustedes ven, mi opinión es manifiestamente optimista. Sean cuales
sean las condiciones objetivas, externas e internas, dispone el pueblo español
de posibilidades de pensamiento y acción capaces de actuar sobre estas
condiciones adaptándolas al progreso y al bien del país. Mi confianza no es
irracional. A mi juicio, el pueblo español, especialmente la juventud española,
poseen, en conjunción, vitalidad, capacidad creadora y deseos de renovación
suficientes para ser, con unos u otros contradicionamientos, el fulminante de
Europa.
R. I.: No
compartimos, desde luego, su fe en la eficacia revolucionaria de lo que usted
llama "clase media" a través de su movilización ideológica. A este
respecto entendemos como tarea primordial la realización de un análisis de las
distintas clases que componen la sociedad española y de sus actuales
relaciones, sus compromisos y sus luchas. Esta empresa significa, para un
marxista, el indispensable punto de arranque para establecer una estrategia y
una táctica justas. También nos gustaría discutir con usted acerca de su
concepción de la dialéctica. Sabemos que este momento prepara un ensayo sobre
este tema, uno de los fundamentales del marxismo. La discusión deberá, pues,
quedar relegada hasta la publicación de su trabajo.
Cuadernos Ruedo Ibérico núm. 1, páginas 80-87
París, junio-julio 1965
Siendo la política un arte que guía, marca y condiciona toda nuestra existencia, me pregunto constantemente ¿qué educación recibimos para poder opinar y elegir aquellas opciones acordes a nuestras formas de vida? y la respuesta que resuena en mi cabeza es casi siempre la misma ¡¡¡soy analfabeto político!!! Se que puedo aprender por mi mismo si me lo propongo, aunque también pienso que son muchos los interés ajenos a la ciudadanía, los que están en contra de favorecer la “educación en política” y así vemos día a día situaciones inexplicables “políticamente”
ResponderEliminarProfesor Tierno Galván, muchos pudimos aprender de tu forma de ver las cosas, gracias por haber servido de ejemplo para una generación.
Suscribo tus palabras Antonio.
EliminarUn saludo fraternal.