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Un grupo de escritores visita 40 cárceles «clandestinas» para derechistas en Barcelona

Muestran los «calabozos»

Entre los dispositivos señalados, «sierras» en el suelo para impedir que los prisioneros se tumben


William P. Carney
Cable especial a The New York Times
Barcelona, España, 30 de enero

Las autoridades judiciales del Generalísimo Francisco Franco se enfrentan a la tarea ingente de verificar las acusaciones de barbarie y terrorismo indiscriminado contra extremistas, reales o supuestos, además de contra criminales comunes, de quienes se afirma que han actuado durante todo el régimen republicano. Hoy, acompañaron a los corresponsales de la prensa extranjera en su visita de unas cuarenta prisiones clandestinas que existían al margen de los lugares de detención conocidos y bajo control oficial.

Al parecer, los conventos eran los lugares preferidos por las organizaciones marxistas y anarquistas y el servicio secreto de información militar republicano, el temido SIM, para instalar sus «calabozos y cámaras de tortura» destinados a los derechistas.


Muchos trasladados

Según los jueces de Instrucción nacionalistas (insurgentes), alrededor de ochocientos prisioneros políticos, considerados los más peligrosos, fueron trasladados por los republicanos en su retirada hacia Gerona cuando evacuaron esta ciudad el pasado miércoles. Otros más de mil doscientos que se quedaron, fueron liberados cuando las tropas del general Franco entraron en la ciudad el jueves.

Algunos de los recién liberados después pasar entre 12 y 30 meses de cautividad, explicaron a los periodistas que hacían la visita cómo había sido el trato recibido durante su encierro. También estaban allí algunas mujeres llorosas que dijeron que sus maridos habían sido sacados de estas cárceles tan sólo cuarenta y ocho horas antes de la caída de Barcelona.

Un gran número de archivos clasificados, abandonados por los vigilantes de las prisiones, ofrecían datos reveladores sobre cuándo y por qué fueron detenidos los prisioneros. Algunos documentos indicaban que unos cuantos prisioneros habían sido puestos en libertad a lo largo del año pasado, poco después de su arresto.

Al ser liberados, eran obligados a firmar una declaración en la que prometían no «confiar a nadie detalle alguno en relación con las circunstancias de mi detención ni del trato recibido mientras estuve en la cárcel ni de mis conversaciones con otros prisioneros ni cualquier conocimiento que haya podido tener sobre la identidad de otros presos o de los funcionarios que los interrogaban y eran responsables de su detención».

Esos pliegos de descargo llevaban el sello oficial del Ministerio del Interior de la República, a pesar de haber sido hallados en las prisiones clandestinas. A los firmantes de esos documentos se les advertía que si incumplían su promesa podían ser castigados por «alta traición».


Documentación mostrada

A este redactor se le mostró documentación relacionada con un interno del antiguo Convento de San Juan que consistía en una orden que indicaba que la razón de la detención había sido su «desobediencia a las órdenes de un comisario» en una determinada planta de una industria de guerra.

El convento de San Juan de la calle Zaragoza fue mantenido como prisión secreta de la FAI, o Federación Anarquista Ibérica. Contaba con un amplio número de celdas construidas en un patio y que parecían gallineros.

Cada celda medía diez pies [3,04 m] de largo y seis [1,82 m] de ancho. Algunas, al parecer, eran para los prisioneros más recalcitrantes, ya que no tenían ni los bancos de cemento que había en las demás celdas y que servían de camas. Había en el suelo aristas de cemento en forma de sierra para que fuera imposible sentarse o acostarse con comodidad.

Sin embargo, en otras prisiones que visité parece que se perseguía más una tortura mental que física, especialmente en el convento de Vall Major y en la Academia Muntaner para Niños, ambas controladas sin duda por el SIM. En estos lugares, según los prisioneros recientemente liberados, se colocaba una luz eléctrica muy potente sobre los presos reacios a dar información, así como unas anillas que les impiden cerrar los párpados, para obligarles a hablar.

En las últimas dos prisiones, algunas celdas eran tan pequeñas que sentado era imposible cambiar de una incómoda posición a otra. En otras, de paredes negras, no entraba la luz del día y las bombillas eléctricas se encendían y se apagaban. Otras celdas tenían extraños dibujos pintados en la pared, lo que daba lugar a que el prisionero se volviera loco si se le recluía demasiado tiempo.

Además de la peculiar construcción de los suelos de algunas celdas, se usaban otros mecanismos para evitar que los prisioneros durmieran, como un metrónomo situado al otro lado de la puerta.

Las mujeres prisioneras en el convento de Vall Major no eran tratadas con la misma dureza que los hombres, a juzgar por la apariencia de sus celdas. Allí se descubrieron colchones ocultos en la celda de una mujer y dos rosarios trenzados de modo artesanal con lana de tejer. Algunos juguetes muy toscos indicaban que pudo haber niños confinados junto con las mujeres.

En documentos referentes a una prisionera se anotó que la razón de su detención era que en su casa se encontró escondido a un sacerdote.


William P. Carney 
The New York Times, 31 de enero de 1939 








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