XI. Y creyendo en este ideal quiero vivir y morir
Porque creo firmemente que la República es la única solución posible de los
males que sufre España actualmente; porque considero que esta forma de gobierno puede torcer en una buena orientación el curso de nuestra historia, elevando a cierta parte del pueblo español
sobre el escepticismo repugnante o la bestial indiferencia en que le han educado los reyes y sus auxiliares; porque siento en mí una chispa del nuevo ideal que
debe reemplazar al ideal muerto, y bien muerto, que en otros tiempos guió a
nuestra raza, poseo la energía de una segunda juventud y marcho adelante, ignorando el miedo al obstáculo y al peligro.
Todos los días recibo amenazas de muerte, cartas
groseras o anónimas repletas de insultos y calumnias. Creo inútil repetir aquí las persecuciones de que
soy objeto por parte del rey y de sus defensores, gentes
que solo son capaces de emplear la injuria y no pueden alegar en defensa de
dicho monarca una sola razón que resulte aceptable ante la opinión universal. Con las pesetas de los
contribuyentes españoles pagan a mercenarios de la pluma y a pobres diablos ganosos de
notoriedad, para que escriban contra mí, sea lo que sea.
Si esperan cansarme o infundirme miedo, pierden el tiempo. Jamás me he sentido tan fuerte, tan satisfecho de mí mismo, con la tranquilidad interior que proporciona el cumplimiento del deber.
Hace cuatro meses nada más, antes de que publicase mi
primer folleto sobre Alfonso XIII y la tiranía del Directorio, era yo, para los
diarios monárquicos de Madrid, un gran novelista, una gloria nacional,
comentando con satisfacción patriótica mis triunfos en el extranjero y los
honores de que era objeto. Después de haber escrito contra Alfonso XIII, soy
para los mismos periódicos un cualquiera, un escritor despreciable, y como no pueden
negar mis éxitos fuera de España dicen que dentro de ella mis novelas son poco leídas, cuando algunas han llegado, como es sabido, a la más alta cifra de tiraje
conocida en la época presente, tanto en España como en la América de lengua española.
Esto demuestra el apasionamiento grotesco y la
pequeñez de espíritu de los que pretenden dirigir la opinión desde Madrid, bajo
el reinado de Alfonso XIII. Para ser escritor en este desgraciado país hay que
creer en la gloria militar y la sabiduría política de ese métome—en—todo
coronado que quiso hacer una prueba de monarquía absoluta con un general
presidiable, y ahora no sabe cómo salir del atolladero.
Repito que me siento satisfecho de mi cambio de
existencia.
Podía haber permanecido indiferente ante los males de
mi patria. Para algunos españoles a lo Sancho Panza esto hubiera sido lo
oportuno. Los grandes diarios de Madrid, al servicio del rey, me habrían declarado genio, al envejecer un
poco; los honores oficiales habrían llovido sobre mí; tal vez hubiese gozado el altísimo honor
de que Alfonso XIII me diese algún día la mano, dedicando elogios a mis novelas (sin haberlas leído,
pues los deportes no te dejaron nunca tiempo para leer), «honor» que trastornó
las cabezas de algunos españoles ilustres, ya desaparecidos o anulados
actualmente por su servilismo para la vida ciudadana, los cuales hicieron
palpable con dicho trastorno lo poco que valían como hombres.
Pero en tal caso las gentes habrían recordado mi
ignominia, hasta después de mi muerte, diciendo así: «Hubo un escritor que en
pleno despotismo pudo protestar. Tenía todo lo necesario para cumplir este
deber patriótico: vida independiente, fortuna, un nombre conocido en el mundo.
Sus escritos eran traducidos a los idiomas más importantes, podía contar con d
apoyo de miles y miles de diarios extranjeros, y sin embargo permaneció callado, indiferente a los males
de su país. Fue un mal español, un individuo de crueles egoísmos, tal vez obró así por miedo.
Dejemos aparte al novelista y digamos que el hombre fue digno de eterno
menosprecio.»
No; pase lo que pase, estoy tranquilo, y contemplo sin
miedo el porvenir porque sé que este dirá de mi:
«Pudo mantenerse al margen del combate y, sin embargo, se lanzó a él, convencido de que no iba a ganar nada y en
cambio iba a perder mucho. Se unió sin vacilar con Miguel de Unamuno, con
Eduardo Ortega, que luchaban valerosamente por la dignidad española antes de su
llegada, sin fijarse en si sus nuevos compañeros de combate eran pocos o
muchos. Dedicó el resto de su vida a la resurrección de España, al triunfo de
la República, y solo tuvo una ambición: ocupar el extremo más saliente de la primera línea de asalto, donde se
reciben los golpes más terribles, donde pueden devolverse más directos y certeros.»
Vicente Blasco Ibañez
Lo que será la República española - Capítulo X
París 1925
I.-El espantajo rojo y la mentirosa propaganda de los monárquicos
II.-Al Ejército
III.-A los contribuyentes
IV.-A los trabajadores
V.-Los tributos y el progreso del país
VI.- La República y el separatismo
VII.-La Iglesia
VIII.-Los hombres que gobernarán nuestra República
IX.-Lo que podemos hacer nosotros y lo que harán las generaciones venideras
X.-La República tiene un ideal
XI.-Y creyendo en ste ideal quiero vivir y morir
I.-El espantajo rojo y la mentirosa propaganda de los monárquicos
II.-Al Ejército
III.-A los contribuyentes
IV.-A los trabajadores
V.-Los tributos y el progreso del país
VI.- La República y el separatismo
VII.-La Iglesia
VIII.-Los hombres que gobernarán nuestra República
IX.-Lo que podemos hacer nosotros y lo que harán las generaciones venideras
X.-La República tiene un ideal
XI.-Y creyendo en ste ideal quiero vivir y morir
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