Miquel Triay (a la derecha) en Carcassonne, 1941 |
1994, 9 de
febrero. Miguel Triay cuenta los años de la caída de Menorca en manos de las
tropas combinadas de “moros”, fanáticos fascistas (camisas negras italianos),
inquisidores y golpistas franquistas. Han pasado 55 años de su exilio en
Francia y América del Sur, sin embargo el impactante recuerdo se hace recursivo
de año en año.
Miguel verbaliza el
trauma ante quienes quieran oírle. Así fue, así el trauma se fijaba en un mes;
un espacio: Menorca; una circunstancia: la derrota; un mar, un día: ese 9 de
febrero de 1939.
La
circunstancia
El mes de
febrero de 1939 centenares de menorquines tuvieron que abandonar la isla antes
de que cayera en manos de los invasores, extranjeros en su mayoría, aunque se hicieran
llamar ejército nacional. La heroica isla
blanca y azul con sus mujeres y hombres también había perdido la guerra. Miguel,
mi padre, lo relata así: “Eran las dos y media de aquella funesta madrugada,
cuando apareció en la central telefónica, bajo mi responsabilidad, el soldado
Preto para conminarme a abandonar el sitio. El cuartel había sido tomado por el
capitán Márquez, quien hacía los reemplazos de los guardias republicanos por la
quinta columna de infiltrados (…). Resolví llamar al Estado Mayor del ejército para informarme
de la situación en la isla luego del desembarco, en Ciudadela, de tropas
enemigas para nosotros. Una voz desconocida me contestó: Aquí, el coronel Usuleti, encargado de recibir a las tropas nacionales.
(…) Una chicharra de la central telefónica repicó para anunciarme que mi
camarada Kropokin Pons pasaba en un bote frente a San Felipe, rumbo al barco
inglés.”
Rumbo al
barco inglés
El cuartel
se movía, la explanada de Villa Carlos se despertaba a la derrota, a la toma del
sitio. Miguel salta los portones, las astillas se clavan en su piel, baja
volando al puerto de pescadores de Calafonts en busca de un bote. El relato de
Miguel sigue así: “Todo estaba en calma. (…) La madrugada era magnífica, no
hacía frío, ni un soplo de aire movía las tranquilas aguas del mar. El cielo
estaba despejado (…), el claro de luna resplandecía sobre la superficie del mar
y por los efectos de la luz reflejada por ella (…) podíamos imaginar que la
inmensidad del mar era plateada”. Esta percepción cosmológica contrasta con lo
que sentía Miguel: convulsión por la pérdida de la guerra, España en manos de
la traición, hipotecada al nazi-fascismo. En el reloj del ayuntamiento suenan
las tres, lejos, fuera del puerto mahonés titilan las luces de ese barco, el
inglés. Miguel, de 19 años recién cumplidos, sufre desasosiego, convulsión e
incoordinación de ideas para enrumbarse en el drama que está viviendo. Ése, que
en una hora, constituye un cambio brusco y brutal. Una sola idea clara:
conseguir una embarcación que le permita llegar al barco de guerra inglés,
fondeado a dos millas marinas, mar adentro. Encuentra un bote con remos. De
repente, un amigo, Rafael Camps, viene a acompañarle y después de dos horas de
remar se hallan frente a la fortaleza del crucero.
El Dewonshire.
La salvación
La fortaleza
marina era impresionante ante la cantidad de embarcaciones repletas de personas
ansiosas de abordarla. La odisea del abordaje comienza con la negativa del
capitán británico de dar cabida a tantas personas; solo cuarenta y nueve
escogidas subirían al buque: gobernador, alcalde y sus adláteres, estado mayor
combinado, dirigentes del partido
socialista. Más de cuatrocientas seres perseguidos por la muerte estaban en las
embarcaciones congregadas alrededor del Dewonshire, todos clamando a pulmón
para ser admitidos por la vida que prometía el crucero. Entre ellos están los
internacionalistas de las Brigadas que amenazan, en inglés, al teniente vigía
británico con las cargas de dinamita que llevan en el pecho. La imagen que
dibuja Miguel de este hecho es fílmica. Estos héroes están dispuestos a hacer
volar el barco con todos adentro y, naturalmente, a ellos mismos. El capitán, informado de tan grave amenaza y
ante tan delicada situación hace contacto, por radio con Londres, y así las autoridades inglesas
dan orden de embarcar a todos los demandadores de salvación. Una hora de
interminable angustia pasó en el patíbulo de esa espera. Finalmente, los
cuatrocientos fueron escalando la escalerilla de soga sin preguntarse cómo
llegarían a bordo, tal era la
obnubilación y el desespero.
“Una vez a bordo,
dice Miguel, la presión fue cediendo (…). Habíamos alejado el peligro fascista,
pero también, nos alejábamos de los seres más queridos: madres, padres,
hermanos, y de la vida que hasta entonces había sido la nuestra.”
Rumbo a
Mallorca
“En el navío
Dewonshire viajaba también el conde de San Luis, representante de Franco,
negociador con los británicos de la rendición de Menorca, dice Miguel en sus
memorias. Una goleta recibió al personaje y el sacrificio de la Menorca heroica
estuvo concluido.”
Marsella.
Argelès-sur-Mer
El día 10
de febrero, llegada a Marsella. “En circunstancias normales, la vista de aquel
famoso puerto (…) habría colmado nuestra curiosidad, dice Miguel, sin embargo
en aquella situación, desconociendo las intenciones anglo-francesas, nuestra inquietud
iba en aumento (…) pisamos tierra francesa (…) de inmediato fuimos rodeados por
hombres gigantes de color, que no hablaban, que amenazaban con su fusiles
calados ante la negativa de los soldados derrotados de entregar las armas, con las
cuales pretendían volver a España para liberarla. Eran tropas coloniales,
senegaleses, encargados de custodiarnos. ¡Gran proeza del gobierno “democrático
francés! La medida tenía como objetivo impedir todo contacto del pueblo
progresista francés con los derrotados españoles. Puestos en fila, como
prisioneros de guerra (…) encerrados en un tren todo el día (…) conducidos a
otro muelle (…) embarcados en el buque Ifni (barco prisión). (…) Desembarco en
Port-Vendres (…), los moros nos llevaron a punta de machete (…), andando
durante trece horas sin comer ni beber (…), acosados constantemente por los
“moros” a caballo (…), llegada al infierno de Argelès-sur-Mer.”
En dos días la vida de Miguel había traspasado la frágil cortina que separa la vida de la muerte y había, a sus pocos años, revertido el sentido de su existencia.
En dos días la vida de Miguel había traspasado la frágil cortina que separa la vida de la muerte y había, a sus pocos años, revertido el sentido de su existencia.
Daniela Triay
Nuestro agradecimiento a Daniela Triay por compartir con Búscame en el ciclo de la vida este texto sobre su padre.
LA VIDA DE MIGUEL TRIAY ESTUVO MARCADA POR ESA CIRCUNSTANCIA: LA DERROTA DE LA REPÚBLICA Y, ADEMÁS, SU POSTERIOR AVENTURA POR LOS CAMINOS DE UN MUNDO NADA PLÁCIDO. SIEMPRE BUSCANDO OCUPACIÓN, SIEMPRE CON LA MEMORIA PERDIDA SIN REMEDIO. AGRADECIMIENTO A "BÚSCAME EM EL CAMINO DE LA VIDA" POR OCUPARSE DEL RECUERDO DE MI PADRE. danielle triay.
ResponderEliminarGracias Daniela. Esa misma circunstancia marcó la vida de miles de personas. No debemos permitir que caigan en el olvido. Un abrazo.
EliminarMiguel mi abuelo, fue sembrado en la ciudad de Mérida, Venezuela en medio de la revolución bolivariana con su bandera y sus cantos republicanos, murió libre mi abuelo.
ResponderEliminarMi recuerdo agradecido a Miguel Triay a su hija Danielle a toda la familia. Tambien a mi suegro Juan Saura, pues fue a través de el que pude leer su relato de "Las vicisitudes de un exilado mahonés en Francia" y así meterme de lleno en toda la historia de Miguel y sus compañeros en el terrible exilio en Francia. Mi admiración por todos ellos, por su lucha y sus ideales y por ser leales a la República hasta el final.
ResponderEliminarConmovedora historia que no deben olvidarse
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