Clara Campoamor Rodríguez
(Madrid, 12 de febrero de 1888 - Lausana, 30 de abril de 1972)
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Ninguna
guerra se condujo con tanta crueldad. Por la intensidad y la extensión de la
represión, sobrepasa todo aquello que sabemos de las dos guerras civiles que
anteriormente se han sostenido en España.
Hemos
conservado en nuestra historia como ejemplo legendario de fría crueldad el
recuerdo de aquel general de los ejércitos carlistas, Cabrera, quien como
represalia del asesinato de su madre
fusilada por sus enemigos hizo fusilar en el acto a las mujeres de cuatro jefes
liberales que eran sus rehenes.
Las
represalias cometidas en la lucha actual sobrepasan con mucho esos asesinatos
históricos. Cientos y cientos de rehenes han sido asesinados por la izquierda.
Es una lucha en la que, por cierto, no se hacen prisioneros. Las fotografías de
los periódicos extranjeros nos muestran montones de combatientes fusilados por
los alzados al entrar sus ejércitos en las ciudades. Se pisotean todas las
leyes de la guerra.
Para
encontrar en nuestra Historia hechos semejantes hay que remontarse a la época
de la guerra de Independencia. Pero
la crueldad de aquella guerra se explica porque España, entonces, era un país
herido, desgarrado por una guerra de invasión, mientras que en la guerra actual
los españoles se despedazan unos a otros y todas las consideraciones de sangre,
de fraternidad o de raza no hacen más que añadirse a la rabia, al furor del
toque a degüello. Es una guerra de odio y de extermino.
No
puede uno dejar de preguntarse en presencia de tantos horrores tan contrarios a
la imagen que uno se hace del pueblo español, siempre cortés, alegre y
benévolo, si no hay en esto la influencia de algunos consejos o de algunas
tácticas tomadas de otras luchas y
de otras razas.
Las
acusaciones de crueldad parten de los dos bandos. Desde el ángulo en que
examinamos la sublevación no tenemos para acusar a los alzados más que las
afirmaciones de los gubernamentales. Se trata de documentos de los que la
historia habrá de juzgar la verdad o la falsedad.
Pero
del lado gubernamental quiso la suerte que fuese testigo más o menos directa de
los excesos cometidos.
El
examen de los hechos acaecidos día tras día en Madrid y Barcelona
especialmente, el número de cadáveres hallados todos los días en la Casa de
Campo, la pradera de San Isidro, la Ciudad
Universitaria y hasta las calles de la ciudad, permite evaluar los asesinatos
en un mínimo de cien diarios, es decir en un número superior a 10.000 el total
de ciudadanos asesinados durante tres meses, y sólo en la capital de la
República.
En
Barcelona donde las organizaciones de la F.A.I. y la C.N.T. eran las verdaderas
dueñas de la ciudad y al carecer de poder el gobierno de la Generalidad, las
ejecuciones se han llevado a cabo siguiendo una suerte de siniestro control que
permite comprobar la extensión de la carnicería de una forma casi oficial. Al
no tener que luchar los grupos obreros, como en Madrid,
con un gobierno preocupado por sus responsabilidades de cara al exterior, ni
tampoco con milicias socialistas, los cuerpos de los fusilados eran todos centralizados
por los verdugos en el Hospital Clínico, una suerte de depósito de cadáveres de
la ciudad. Este hecho ha permitido elaborar una estadística de los asesinatos y
ésta, el 9 de septiembre, sobrepasaba el número de 6.000 de los cuales 511
cometidos durante los dos primeros días de lucha. Este número nos da una
proporción de 100 ejecuciones diarias y se dice que ésta era la cifra prevista
por el comité que se había arrogado la criminal misión de «limpieza».
Estas
ejecuciones se llevaron a cabo con ayuda de unas listas preparadas de antemano
donde se hallaban ya los nombres de todas las personas inscritas por los
partidarios de la dictadura del proletariado con ocasión del movimiento
revolucionario de 1934. Se les habían añadido los nombres de los partidarios
del fascismo y los de los militantes de partidos antimarxistas cuyas listas se
encontraron durante los registros de domicilios privados y oficinas de partidos
políticos.
En
esas listas figuraban en primer lugar los sacerdotes, frailes y religiosas, los
miembros de Falange Española, los de
Acción Popular, los del Partido Agrario y luego los miembros del Partido
Radical. Y también los patronos contra los cuales había denuncias ante los
tribunales laborales.
Se
incluyó también en esas listas los nombres de personas denunciadas aunque fuese
sólo por algún chiquillo o por gente deseosa de satisfacer su propio rencor. Se
podría citar el caso de numerosas venganzas como el asesinato del patrono
catalán Lluch, propietario de un cine de Barcelona. Su crimen consistía en
haber negado su sala de espectáculo, meses antes, a un comité de la C.N.T. que
quería organizar un mitin. Sin embargo había atenuado su negativa con
la donación de 1.000 pesetas para la caja de la organización. Sólo se acordaron
de su negativa, que pagó con la vida.
De
tantos asesinatos execrables, los más odiosos fueron, como siempre, reservados
a las mujeres, apaleadas y ultrajadas antes de perder la vida.
Se
registraba el domicilio de las personas presentes en las listas. Si no se las
hallaba, se buscaba en casa de familiares o amigos. Esos fueron los casos de
don Melquiades Álvarez, detenido en casa de su hija, y de Salazar Alonso, al
que sólo se encontró tras dos meses de intensa búsqueda.
Clara
Campoamor
"La crueldad de la lucha"
Capítulo
XV - "La revolución española vista por una republicana", 1937
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