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1849. Leopoldo Alas Argüelles: el rector de la Universidad de Oviedo en el paredón




Con las últimas luces de la tarde de aquel sábado de Febrero, el alférez médico José Alvarez Cofiño procedió a reconocer el cuerpo ensangrentado y aún caliente que yacía en el suelo de uno de los patios de la cárcel de Oviedo. Mero trámite. Acribillado a balazos, estaba muerto y bien muerto. Entonces, el secretario del juzgado militar comenzó a redactar con lenguaje leguleyo la diligencia para acreditar la ejecución de otro crimen legal:

“En Oviedo, a veinte de Febrero de 1937. El señor juez acordó consignar por medio de la presente diligencia que a las dieciocho horas del día de hoy ha tenido lugar la ejecución de la pena de muerte en la persona del reo Leopoldo Alas Argüelles, pasando al condenado por las armas. La ejecución ha tenido lugar en la prisión provincial de esta plaza. Hecha la descarga por el piquete, el alférez médico José Alvarez Cofiño reconoció el cuerpo del reo, certificando su defunción. Y para que conste, firma la presente dicho señor médico con S. Sª, de todo lo cual, certifico.”

No sería el único crimen de esa tarde: Manuel Martínez Fernández, Alfredo Villeta Rey, Braulio Alvarez Tiñana y Francisco Vázquez Fernández fueron fusilados igualmente por los franquistas.

Jerga judicial y puntillosidad procedimental para asesinar al catedrático de Derecho Civil, al rector de la Universidad, al diputado de las Constituyentes, al subsecretario de Justicia, al hijo de Clarín... De nada sirvieron las peticiones de indulto aparecidas en la prensa internacional ni las enviadas por centenares de profesores de universidades europeas y americanas. Valga como muestra de esa solidaridad internacional estas dos notas remitidas por los embajadores de España en Estados Unidos, Fernando de los Ríos, y en Bélgica, Ossorio:

“Washington, 13 Feb. 1937. Nº 56 “Sólo de Universidad Columbia y Nueva York han solicitado ochenta y un profesores conmutación pena Alas. Continúo moviendo adhesiones. Ríos.” “Bruselas, 8 Feb.1937. Pen Club escritores belgas lengua francesa ha telegrafiado ya interesándose indulto Alas así como entidades Amberes. Ossorio.” Decenas de peticiones similares, tal vez centenares, están depositadas en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores... ¡Y pensar que todavía hay quien ensalza las virtudes humanas y militares, el carácter liberal y no se sabe cuántas cosas más del general Aranda! (Aranda, el condecorado por Juan Carlos y excluido de la lista de la pantomima memorialística por el ex juez del tribunal de excepción que cerraba periódicos y grababa las conversaciones de los abogados defensores).

¡Viva la República! ¡Viva la Libertad! Eso dicen las mujeres presas en la cárcel de Oviedo que oyeron gritar al rector de la Universidad de Oviedo cuando encaró al pelotón que iba a fusilarle. Los republicanos asturianos, “los rojos” que cercaban Oviedo, habían lanzado su amenaza: “Si matáis a Leopoldo Alas, quemamos Oviedo”. Casualidad o no, se puede decir que cumplieron su palabra. Y cuando se supo que su fusilamiento ya tenía fecha, ese mismo día iniciaron la mayor ofensiva contra Oviedo de toda la guerra. Quizás no tuviera ningún viso de realidad, pero en el Gijón de entonces había prendido el rumor de que las autoridades tenían decidido que, si tomaban Oviedo, Leopoldo Alas Argüelles sería el nuevo alcalde republicano.

A Leopoldo Alas Argüelles le detuvieron los esbirros a las órdenes de los sublevados en su domicilio ovetense de la calle Altamirano, en el piso segundo de la casa número 8, y le condujeron a la cárcel provincial. Fue el veintinueve de Julio de 1936, apenas diez días después de que se hubieran adueñado de la ciudad. Junto con él estaba su mujer, Mª Cristina y su hija pequeña, Mary Paz, que tendría unos ocho años. Cristina, la hija mayor, estaba en Mieres, en casa de los abuelos. El matrimonio había tenido también un hijo varón, el primogénito, al que llamaron Leopoldo y que se les murió a los ocho meses de nacer. Con ellas estaba la tía Carmen, que sería el único miembro de la familia que, meses después, asistiría al consejo de guerra.

Primero, sufrieron el saqueo continuado de libros y enseres, “requisas” que le decían los franco-falangistas. Consiguieron frenarlo en parte intimidando a los “requisadores” con la intervención de un teniente coronel. Así fue como se pudieron salvar algunos documentos y manuscritos, y la máquina de escribir de Leopoldo Alas. Les terminaron echando de la casa en que vivían, que era de alquiler, y las tres mujeres se vieron en la calle, en las calles del Oviedo asediado. Encontraron refugio y protección en la casa de Benigna Suárez, viuda del médico Marcelo Alas, primo de Leopoldo y abuelos del conocido periodista y “comunicólogo” Juan Cueto Alas. Fue la salvación y, pese a contraer el tifus por beber el agua contaminada de los pozos, consiguieron sobrevivir.

La otra hija siguió en Mieres, ignorante de la suerte de su padre. Fue evacuada a Francia junto con su prima Margarita, de dos años, a cargo del ama Teresa Babío. Salieron de Ribadesella en un mercante inglés que les condujo hasta el puerto francés de La Rochelle-La Pallice. Coincidió con ellas en ese viaje Soledad Ortega, hermana del consejero de Propaganda Antonio Ortega. En Francia, tras no pocos avatares y mucha suerte consiguieron reunirse con su tío Enrique Rodríguez Mata y permanecieron en Le Croisic, pueblecito próximo a Nantes, hasta 1942. Cristina, aun albergando un cierto temor, no supo que habían fusilado a su padre hasta que se volvió a reunir con su madre en Oviedo. Para agravar todavía más la situación de penuria económica, la mujer de Leopoldo Alas fue “depurada” y no se le permitió ejercer su profesión de maestra hasta el curso 1942/43. Excepcionalmente, no fue desterrada fuera de Asturias y pudo reingresar en su anterior plaza de la Escuela Normal de Oviedo.

Leopoldo Alas permaneció en la cárcel junto a tantos otros, más que como prisionero, como rehén del coronel Aranda. La ofensiva republicana de Octubre a punto estuvo de hacerse con el dominio de toda la ciudad y dejar a los militares sublevados sitiados en los cuarteles. De conseguirlo, hubiera significado la toma de la cárcel y la liberación de todos los presos, pero la ruptura del cerco en la zona del Escamplero-Gallegos-Naranco por las tropas gallegas, legionarias y moras permitió a Aranda establecer una línea de comunicación y avituallamiento. Superado el peligro y roto el aislamiento, los prisioneros rehenes ya no eran necesarios: los consejos de guerra, los fusilamientos y los “paseos” se sucedieron con intensidad, unos en Oviedo y otros en Luarca.

Con fecha cuatro de Noviembre, el comisario de Investigación y Vigilancia ovetense dirigió un escrito al comandante militar de la plaza, coronel Eduardo Recas, para comunicarle, “a los efectos que proceda”, que tenía detenido al rector de la Universidad, Leopoldo Alas, desde Julio. Para ese señor comisario, Leopoldo Alas era “uno de los elementos más destacados de la extrema izquierda republicana, tomando parte en multitud de actos extremistas, distinguiéndose con frecuencia en ataques al Ejército”. También afirmaba el comisario que Leopoldo Alas era el presidente de un organismo tan denostado por la reacción como la Asociación de Trabajadores de la Enseñanza de Asturias (ATEA) y que su proclamación como candidato a diputado en Cortes por el Frente Popular había originado incidentes en la Universidad. Por todo ello, y a juicio del citado comisario de Investigación y Vigilancia, había que considerar a Leopoldo Alas “como peligroso y gran colaborador del estado insurreccional asturiano.” ¡Ya tenían el papel que valía la vida de un hombre justo y cabal! ¡Podía comenzar la representación de la farsa jurídico militar que conduciría al trágico final del fusilamiento!

Así que el día trece de Noviembre, el teniente de Artillería León Aliaga Esparza fue nombrado juez instructor de la causa seguida contra Leopoldo Alas “por el supuesto delito de Rebelión.” El teniente Aliaga inició sus actuaciones y lo primero que hizo fue designar como secretario al cabo de Infantería Antonio Fernández Blanco, sustituido más adelante por Camilo Díaz Seoane.

En los días siguientes, prestaron declaración el encausado y varios testigos: el catedrático de la Facultad de Derecho Sabino Alvarez Gendín, el magistral de la catedral de Oviedo Benjamín Ortiz, y los estudiantes de Derecho, alumnos de Leopoldo Alas, Braulio Canga Rodríguez, Eugenio Miñón Ferreiro y Antonio Pérez Campoamor.

Leopoldo Alas afirmó haber pertenecido, como todo el mundo sabía, al Partido Radical Socialista y, después, a Izquierda Republicana. Reconoció haber sido diputado en las Cortes Constituyentes y Subsecretario de Justicia, pero también reiteró que desde la disolución de aquellas Cortes se había apartado totalmente de toda actividad política para dedicarse en exclusiva al desempeño de su cátedra. Esa decisión ya la había hecho pública en una carta que apareció en La Voz de Asturias el día 29 de Enero de 1936, como consecuencia “de ciertos alborotos que se promovieron entre los estudiantes de esta Universidad” por rumorearse su participación en la candidatura del Frente Popular. Alas quiso dejar claro también en su declaración que en sus discursos “jamás atacó a ninguna institución fundamental del Estado, como el Ejército, por ejemplo, a las que siempre creyó su deber fortalecer en lugar de menguar en su prestigio”. Negó pertenecer o haber pertenecido a la ATEA así como no haber realizado nunca propaganda política en sus actividades universitarias. Finalmente, en el folio y medio mecanografiado que ocupan sus palabras, el rector de la Universidad de Oviedo dejó sentado “que desde el día en que estalló el Movimiento hasta el día en que fue detenido, que fue el día 29 de Julio, no recibió en su casa visita ninguna de carácter político, únicamente la de su primo hermano don Alvaro Martínez y García Argüelles, que como tal pariente le visita con frecuencia, así como el resto de su familia; que durante dichos días no salió de su casa ni un solo momento hasta que la Policía vino a detenerle.” Alvaro Martínez era hijo del médico Alfredo Martínez García-Argüelles, correligionario e íntimo amigo de Melquiades Alvarez, que había sido diputado en Cortes y ministro de Justicia y Trabajo. Alfredo Martínez había sido asesinado en Oviedo en la primavera de 1936. Otro hijo de Alfredo Martínez, Fernando, abogado, fue el que se encargó de redactar el escrito con la petición de indulto para Leopoldo Alas que se dirigió a las autoridades franquistas una vez conocida la sentencia del consejo de guerra.

No importaba lo que hubiera hecho o dejado de hacer ni lo que dijera o dejara de decir: rebelión militar y pena de muerte, porque, como tantos y tantos otros, Leopoldo Alas también estaba condenado de antemano. Ignorante del destino que le habían trazado, sin poder imaginar hasta dónde podía llegar la maldad y la crueldad de aquellos hombres, militares y civiles, que conformaban las jerarquías franquistas, Leopoldo Alas le pedía a su mujer que le trajera libros para preparar oposiciones a notarías. ¡Oposiciones a notarías! Cabe suponer que su razonamiento sería que los franquistas le tendrían en la cárcel hasta el final de la guerra y, si la ganaban, le quitarían la cátedra y le expulsarían de la Universidad. Resulta difícil imaginar lo nunca visto.

Entre los días dieciocho y veintiuno de Noviembre, los testigos citados acudieron a prestar declaración ante el juez militar. Todos eran de derechas y partidarios de los sublevados, y varios, además, estaban luchando en el frente de Oviedo. El primero en hacerlo fue el catedrático de Derecho Administrativo Sabino Alvarez Gendín que afirmó que sabía por los alumnos de derechas que Leopoldo Alas “siempre se ha comportado con exquisita corrección, dedicándose única y exclusivamente a su labor de enseñanza.” Y, más adelante, añadió que “con motivo del conflicto escolar provocado por los alumnos en el mes de Enero del año actual (1936), por creer que don Leopoldo Alas Argüelles iba a hacer propaganda para las elecciones del mes de Febrero siguiente, éste señor (Alas), cree el declarante que hizo unas declaraciones a la Prensa haciendo constar la solidaridad del resto de los compañeros con su conducta: entonces, el dicente, de acuerdo con el señor Tejerina (seguramente se refiere al profesor Isaías Sánchez Tejerina), provocó una reunión con otros compañeros a fin de publicar una nota en la que se dijese que nuestra solidaridad con el Rector terminaría si el titular del Rectorado figurase en la próxima contienda electoral en candidatura aliada a los que ocasionaron el incendio de la Universidad, patrocinase o propagase dicha candidatura. Algún compañero mostró su deseo de que en vez de publicarse la nota, se entrevistase una comisión con el señor Alas con el objeto de que éste, de una manera espontánea, hiciese constar, por medio de una carta dirigida a la prensa, su alejamiento de la próxima contienda electoral. Esta comisión cumplió su cometido y dicha carta apareció en uno de los números de La Voz de Asturias, correspondiente al mes de Enero, cuyo recorte exhibe el declarante.” Con lo que Alvarez Gendín dio por finalizado su testimonio.

Benjamín Ortiz, magistral de la Catedral de Oviedo, tenía cincuenta años y era natural de Montiel, en la provincia de Ciudad Real: era el detalle que faltaba para que todo tomase ya el aire de un revival de “La Regenta” y el aspecto de una vendetta de la Vetusta más reaccionaria contra el primogénito de Clarín. La relación del magistral con Leopoldo Alas Argüelles se había iniciado durante el curso de Teología que el testigo había dado en la Universidad y, más tarde, como alumno de Alas en las clases de Derecho Civil. Benjamín Ortiz afirmó que durante su asistencia a las citadas clases “no ha encontrado en las explicaciones del señor Alas extremismos de carácter político ni social...” y que “a raíz del movimiento de Octubre, al abrirse las clases en la Escuela Normal tuvo frases de reprobación para un movimiento que había tenido manifestaciones como el incendio de la Universidad y la destrucción de la Cámara Santa.”

El resto de los testigos no hizo sino reiterar, como no podía ser de otra manera, este tono exculpatorio. Braulio Canga Rodríguez, natural de La Felguera y vecino de Oviedo, de veinte años, presidente de la Asociación de Derecho de la Federación de Estudiantes Católicos de Oviedo, dijo que “no le oyó hacer en la Cátedra ninguna manifestación política”. La declaración de Antonio Miñón Ferreiro, natural de Gijón, de veintiún años y licenciado en Derecho, añadió algún matiz más, pues si bien ratificó el apoliticismo en el desempeño de la cátedra, hizo la siguiente excepción: “con motivo de la huelga de veinticuatro horas provocada por los estudiantes con ocasión del indulto a favor de González Peña, manifestó (Alas) que había que tener en cuenta que por encima de la letra fría de la Ley existía el corazón de los hombres.” (En este punto, Cristina, la hija de Leopoldo, me cuenta que una de las compañeras de juegos de la infancia en aquellos años de 1934 y 1935 era una niña llamada Conchitina. Un día, se presentaron en el domicilio de Alas una mujer con dos niñas y una de ellas era Conchitina: resultó ser que era hija de Ramón González Peña. Detenido éste, su mujer, Mª Concepción Fueyo Rodríguez, y las dos hijas venían a pedir a Leopoldo Alas que aceptase la defensa de Peña ante el consejo de guerra en el que habría de comparecer. Leopoldo Alas estaba sumamente indignado y dolido con la destrucción de la Universidad, pero toda la familia se apiadaba de aquellos tres seres indefensos. A González Peña le defendió el señor Matilla; no hay certeza de que Leopoldo Alas colaborara en la defensa.) Volviendo a Braulio Canga, también tuvo unas palabras para recordar que a raíz de unos incidentes ocurridos en Llanes, durante un viaje de los estudiantes a Santander, el rector les culpó a ellos por haber provocado a los obreros cantando continuamente la Marcha Real y otros himnos derechistas. Terminó su declaración Antonio Miñón diciendo que “con ocasión de haberse hecho circular el rumor de que el señor Alas iba a ser proclamado candidato a Diputado a Cortes para las elecciones del mes de Febrero del corriente año (1936), un grupo de estudiantes dio diversos gritos, entre los que figuraban los siguientes: “Abajo los incendiarios” y “Viva España”; que el señor Alas se dio por aludido y se encaró con aquel grupo, y al contestarle un estudiante que dando gritos de “Viva España” no ofendía a nadie, el señor Alas le contestó que como aquellos gritos no eran frecuentes y además los enlazaban con los de “Abajo los incendiarios”, precisamente en el momento en que se hablaba de su proclamación como candidato de Izquierda Republicana, tenía que darse por aludido; este incidente terminó con la intervención del señor Decano y no tuvo más trascendencia”.

Antonio Pérez Campoamor, natural de Oviedo, de veintiún años, abogado, declaró en el mismo sentido que los anteriores y añadió que Alas había sido colaborador del periódico “Cartel”, órgano del izquierdismo asturiano, publicado después de las elecciones del mes de Febrero del año actual”.

Terminada la instrucción del sumario, llegó la hora de celebrar el consejo de guerra en “plaza sitiada”. Tuvo lugar en el salón de actos del palacio de la Diputación el día veintiuno de Enero de 1937.Presidió el tribunal militar el coronel Carlos Arias de la Torre, de la Caja de Recluta nº 54; los vocales que completaron el tribunal todos capitanes, fueron los siguientes: Luis Fernández Corugedo, del Grupo de Artillería de la Brigada Mixta; Gerardo Albornoz García, del Regimiento Simancas nº 40; Enrique Rengifo Flórez, del Regimiento de Infantería Milán nº 32, al que también pertenecían Eduardo Gispert Iturmendi y Juan Naranjo Martínez. Actuó como vocal ponente el alférez honorífico del cuerpo Jurídico militar, Alfonso Fidalgo Pereira, y de fiscal, el alférez honorífico del citado cuerpo, José María García Rodríguez. Se encargó de la defensa de Leopoldo Alas el alférez de complemento Diego Sánchez Eguíbar, perteneciente también al “Milán”.

Leopoldo Alas había elegido semanas atrás, en concreto, el veintitrés de noviembre, otro defensor: el capitán Enrique Rengifo, que ahora formaba parte del tribunal militar. El dieciocho de Enero, tres días antes de que se celebrase el consejo de guerra, Alas tuvo que buscar y designar un nuevo defensor, que resultó ser el alférez de complemento Fernando Valdés Hevia. Mas tampoco aceptó éste la defensa por encontrarse desempeñando funciones de juez instructor, recayendo aquella entonces en Sánchez Eguíbar. En la celebración del consejo de guerra se encontraban también presentes los dos vocales suplentes: capitanes Ricardo Rodríguez Lechuga, del “Milán”, y Juan Rodríguez Gámez, de la Comandancia de Voluntarios. Leopoldo Alas Argüelles asistió al consejo de guerra que se celebró en “audiencia pública”.

Comparecieron en el consejo de guerra, además de los testigos que ya habían depuesto en autos, Fernando Valdés Hevia, alférez de complemento; José María Serrano Suárez, catedrático de la Universidad de Oviedo, y José Fernández Fernández, estudiante de Ciencias. Como no había de qué acusar a Leopoldo Alas Argüelles, todo se redujo a hacer repetir a los testigos hasta la saciedad, la pertenencia del rector al Partido Radical Socialista, primero, y a Izquierda Republicana después; el haber desempeñado el cargo de Subsecretario de Justicia y si había jubilado a jueces o no; si apoyaba a los estudiantes de la FUE más que a los de derechas o no; si era masón o no; si se había opuesto o no a la reconstrucción de la capilla destruida durante el incendio de la Universidad; si se había manifestado a favor del indulto a González Peña o no; si había defendido la enseñanza laica en el discurso que pronunció en la “Semana Pedagógica” que se había celebrado en Llanes o no; si había participado o no en la campaña electoral de Febrero de 1936 y si era realmente él o, más bien, Pérez Lozana el que había hablado en un mitin en San Juan de la Arena; si había participado en un acto del Socorro Rojo Internacional a favor de las viudas y huérfanos de la Revolución de Octubre o no...; y todo en ese plan: ¿Dónde estaba el delito?, ¿dónde la rebelión militar?

El resumen de este consejo de guerra, que duró un día entero, puede ser este párrafo de las conclusiones finales del fiscal, el alférez José María García Rodríguez: “No pretende el fiscal que se tengan en cuenta pasados crímenes, pero sí que se valoren los hechos en recta apreciación, buscando con constante y perpetua voluntad definir las conductas, defender a España y dar a cada uno la pena que según la Ley le corresponde, y en la acusación del ministerio fiscal, exenta de personalismos, en que más que delincuentes vulgares, se acusa a traidores a España, no veáis, señores del Consejo, sino una complacencia en la verdad y un profundo amor a la Justicia. Y en la represión, indudablemente rigurosa, de tanto crimen, se ha de empezar por todos aquellos que por su cultura y por su capacidad, más que suficiente para apreciar la significación de los idearios de la izquierda, envenenaron día a día la conciencia española  y pusieron, sin duda alguna, las armas en la mano de muchos de lo que hoy combaten contra nosotros, siendo tan responsables como ellos, y por su formación espiritual, más que ellos, de tanta nobilísima sangre española pródigamente derramada. Ellos, que fueron infieles con su patria, pusieron su inteligencia al servicio de su egoísmo y al calor de la inspiración masónica, engreídos con alabanzas inoportunas de aduladores profesionales, se sintieron imprescindibles y potentes por los apoyos extranjeros que recibían, llevaron a España a las puertas de la anarquía y el caos, del que la libertan los que, cobijados en la bandera roja y gualda, vierten día a día su sangre por la patria...”

Después de párrafos como ése y de otros iguales o peores, ¿qué podía importar lo que dijera o dejara de decir el abogado defensor? La suerte de Leopoldo Alas Argüelles estaba decidida desde antes de que le detuvieran en su casa. Terminado el consejo de guerra, los miembros del tribunal militar se reunieron en sesión secreta y en una sentencia que parece redactada por ese mismo fiscal, firmaron la pena de muerte.

El día diez de Febrero, el general jefe de las fuerzas militares en Asturias, Antonio Aranda Mata, aprobaba la sentencia dictada y daba orden de que se comunicase telegráficamente a la Secretaría de Guerra del Estado, quedando en suspenso su ejecución hasta que llegara el “enterado” o la “conmutación”. El “enterado” llegaría diez días después, el veinte de Febrero. Entonces, el juez instructor y el secretario acudieron a la cárcel y procedieron a leerle la sentencia al prisionero Leopoldo Alas, que horas después sería fusilado.

En el Archivo Municipal de Oviedo se conserva un diario del catedrático de la Universidad de Oviedo Alvarez Gendín en que aparecen referencias a las gestiones realizadas, supuestamente, para intentar salvar la vida de Leopoldo Alas. Yo no sé, ni tampoco me interesa mucho, si el señor Alvarez Gendín y los demás testigos de la causa contra el rector de la Universidad de Oviedo eran franquistas, colaboracionistas del régimen o, simplemente, acomodaticios. Lo que es indudable es que eran gente sobradamente preparada, con formación universitaria y, además, doctorados en leyes. ¡Y se prestaron a participar y amparar con su presencia aquella farsa judicial que iba a terminar en asesinato! Y no estoy sugiriendo heroicidades, bastaba con que se hubieran quedado en casa, o en las trincheras del frente...

Paso a reproducir a continuación algunas partes de ese diario; entre paréntesis van las aclaraciones que consideré preciso realizar:

“Día 9 (de Enero de 1937).- Dedico la mañana a obtener permiso para ir a Grado a fin de conseguir del general Aranda un salvoconducto para David Alvarez para ir a campo rojo a gestionar la libertad de Mauro con la carta de Antuña, dirigente rojo, prisionero en Oviedo y otros.” (Se trata del dirigente socialista Graciano Antuña, diputado en Cortes. Estamos ante un buen ejemplo de cómo se utilizaban a los prisioneros destacados como rehenes con los que poder negociar).

“Recibo, acabado de comer en casa, a donde bajé, como solía permitirme el capitán (Janáriz), la visita de Guillermo Estrada, el Secretario de la Universidad, un poco alarmado temiendo le apliquen la ley de fugas a nuestro Rector, Leopoldo Alas, por haber llegado a nosotros rumores de haberse efectuado con algunos detenidos. ¡Qué grave injusticia sería no utilizar los trámites procesales! Sin duda es obra de ex-rojos que quieren desacreditar nuestro glorioso Movimiento patriótico.

De una tal jaez y causada sin duda por esos elementos de psicología rojizante fue la caída de Winter, director del Orfanato Minero, y de su hijo, y eso que testimonió en el seno del Patronato del despojo de las maestras derechistas de este establecimiento hecho por Amador Fernández y Belarmino Tomás, ¡y cuántos miembros del Patronato de nuestra ideología no se atrevieron a declarar el despojo en reunión del mismo!

De la visita de Estrada se derivaron otras que hice a Serrano y Galcerán, compañeros de la Universidad, quedando en que yo hablaría con el general Aranda para interesarle la seguridad personal de Alas y que se aplicasen las normas procesales reconocidas por el nuevo Estado.”

Día 10.- (...) Me acompañó por la tarde (el secretario del Ayuntamiento de Grado, José Ramón Díez) y para ver a Aranda. Bien recibido fui. Accede a que David vaya al campo rojo a llevar la carta para jefes socialistas a fin de rescatar a Mauro. Hablará con Oviedo el capitán Alonso para que extienda el salvoconducto etc., para esta misión puramente particular.

En cuanto a las garantías de seguridad personal y procesales en el sumario del Rector, las ofrece plenamente, haciendo protestas de atenerse a la legalidad del nuevo régimen, y ofreciendo impedir que nadie se sobrepase a sancionar a los detenidos, misión que cumple únicamente a las autoridades y sus agentes. (Ese mismo día, el general Aranda había dado su conformidad a la sentencia de pena de muerte impuesta a Leopoldo Alas). En un principio me dice que no hubo sanciones porque se desconocían las figuras de delitos que establecería el nuevo régimen. Una vez conocidas, desde luego se sancionarían con arreglo al vigente o conocido procedimiento de justicia militar con la garantía de que para confirmar los fallos, que no comprenden la pena de muerte, tiene él jurisdicción y para la pena de muerte, el general de la División.

Día 25.- Con ocasión de ponerme de acuerdo con los compañeros, catedráticos, para ver si logramos el indulto del ex-rector de nuestra Universidad, Leopoldo Alas, condenado por un Tribunal militar a la pena capital, me dirigí a la casa de Serrano a la tarde, pero antes entré en la de mi cuñado Fernando, calle de San Francisco. ¡Qué cañoneo infernal! Bajamos al piso primero, pero pasé miedo. (...) Después vi a Serrano y planeamos pidiera el indulto de Alas, condenado a muerte por el consejo de guerra, el defensor, según lo que el anterior día nos aconsejara el vocal ponente del Tribunal sentenciador. Pero pensamos en otras gestiones de índole particular.

Día 29.- Aparte algunas visitas que hicimos a algún amigo del Generalísimo para tratar del indulto de Alas, decidimos los catedráticos ver a Aranda para que aconsejara el indulto si a él correspondía informar, y acudimos al Gobierno Civil a recabar del comandante Caballero el pase para Grado, donde reside el general; (el comandante Gerardo Caballero Olabézar mandaba las fuerzas de la Guardia de Asalto en Oviedo y fue cesado por el gobierno del Frente Popular y residenciado fuera de Asturias. En Julio de 1936 estaba ilegalmente en Oviedo y es considerado como uno de los principales instigadores de la sublevación en la capital asturiana, sino el principal) mas Caballero creyó inútil toda gestión. Le parecía que era un asunto personal de Aranda. Manifestó que sólo fuera uno y el Sr. Galcerán –apuntó mi nombre-. Mala faena –alguno dijo que me había hecho-. Los demás compañeros estimamos que él, como Rector accidental era el llamado a ir a Salamanca.

Dimes y diretes sobre quien va en toda la noche. Ni conmigo accedió a solicitar la gracia.

Día 30.- Al fin se decidió Galcerán a que yo lo acompañara.

Día 31.- Salimos Galcerán y yo, obtenido el pase gubernativo, para Salamanca. Hicimos el viaje, en auto de Busto, para Lugo.

Día 1 (de Febrero).- (...) De Zamora a Salamanca en poco más de tres horas. Unos 150 kilómetros. Peregrinación por hoteles. No hay albergue. ¡Eureka!, topamos a Falo Nieto, que nos lleva al Hotel Covadonga, cuyos dueños, asturianos de pura cepa, y parientes suyos, nos colman de agasajos. Nos aseamos, y al Palacio Episcopal, donde reside el Generalísimo. Inscripciones, fichas, etc., para ver al Jefe de la Secretaría de S.E. Le expresamos nuestro propósito. Nos cita a las nueve de la tarde para ver al teniente coronel del Cuerpo Jurídico Militar, asesor del Jefe del Estado en asuntos de justicia. Merendamos bien, para extinguir el hambre.Volvemos a la morada del Generalísimo. Nos recibe el teniente Molina, del Cuerpo Jurídico. Me conoce. Nos presenta a Martínez Fusé. Exponemos el deseo de ver al General Franco para solicitar el indulto de Alas. También saludamos a Blas Pérez, capitán jurídico,compañero mío de pensión en Madrid, Cruz, 42, cuando yo preparaba la tesis doctoral y él seguía la carrera de Derecho. Me reconoció enseguida. 

Nos dice Martínez Fusé que el Generalísimo no suele recibir para estos efectos, y que él al despachar mañana le transmitirá nuestro deseo, que él muestra preocupación por el sumario, que remitirá el Tribunal de Valladolid. 

No insistimos. Conversamos con ellos durante un rato y nos despedimos, ya dadas las 10 de la noche. (El teniente coronel Lorenzo Martínez Fuset, “tinerfeño de corazón”, estaba destinado, con la graduación de comandante jurídico, en Canarias, a las órdenes de Franco, cuando éste se sublevó. Franco le trajo consigo a la Península y pasó a desempeñar el cargo de jefe de la Oficina jurídica del Cuartel General del Generalísimo, última instancia en la que se confirmaban o conmutaban las penas de muerte dictadas por los tribunales militares nacionalistas.)

Día 10.- Me entero (en Anleo, Navia) del nombramiento (suyo) de Rector de la Universidad de Oviedo al leer La Voz de Asturias en casa del maestro.”

Sorprendido por la ofensiva republicana sobre Oviedo de finales de Febrero de 1937, Sabino Alvarez Gendín no pudo regresar a la capital hasta el día cuatro de Marzo, después de “bordear y ascender el Monte Naranco, chapoteando en el barro y el agua. Me hundo hasta la rodilla.” El día cinco de Marzo tomó posesión del cargo de Rector de la Universidad de Oviedo en las oficinas de la calle Jovellanos, “aunque no me desmovilizo, así que poseo el fusil y la munición en casa”.

Leopoldo Alas Argüelles había nacido en Oviedo en Septiembre de 1883. Fueron sus padres, Leopoldo García-Alas Ureña y Onofre García Argüelles, por lo que los apellidos que le correspondería llevar serían: García y García, pero Leopoldo tomó de su padre el “Alas”, que haría famoso en el mundo el notable escritor y profesor, “Clarín”, autor de esa novela señera titulada “La Regenta”, y como segundo apellido, el “Argüelles” de su madre. Leopoldo, el primogénito, tuvo dos hermanos más: Adolfo y Elisa.

Sigo, fundamentalmente, a Constantino Suárez, “Españolito”, para este apunte biográfico del hijo de “Clarín” y por él sabemos que el propio “Clarín” actuaba con su hijo Leopoldo, y supongo que con los otros dos de igual manera, como una suerte de profesor particular empeñado en aumentar y completar los conocimientos que recibían en la escuela y en el instituto. Tener un padre catedrático de la Universidad siempre será de más utilidad en los estudios que si fuera picapedrero, así que en 1899, sin haber cumplido aún los dieciséis años, Leopoldo finalizaba el bachillerato con la calificación de sobresaliente. Pasó a estudiar Derecho en la Universidad de Oviedo, donde “Clarín”, que murió en 1901, desempeñó las cátedras de “Derecho Romano”, primero, y de “Derecho Natural”, después.

El joven Leopoldo obtuvo su licenciatura en Derecho el año 1904 con premio extraordinario. Ya escribía artículos en los periódicos progresistas asturianos y en ellos se dejaban notar sus inquietudes políticas y sociales, que no en vano “Clarín”, su padre, había sido concejal republicano en el Ayuntamiento de Oviedo. Poco después, se trasladó a vivir a Madrid para conocer la vida de la capital y preparar el doctorado. Melquiades Alvarez le abrió la puerta de su despacho profesional a la práctica de la abogacía y el joven licenciado empezó a trabajar en él como “pasante”. Al poco de fundarse la “Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas” en Enero de 1907, Leopoldo consiguió un empleo en la secretaría de esa institución, en cuyo desempeño permaneció varios años. En 1913, la propia Junta le otorgó una beca para ampliar estudios en la universidad alemana de Halle. Allí recibió clases del afamadísimo jurista alemán Rudolf Stammler, especialista en filosofía del derecho. Redactó entonces una memoria titulada “Problemas de la codificación del Derecho privado”, que envió a España, lo que le valió para que la Junta para la Ampliación de Estudios le otorgase una prórroga de un año más en Alemania. Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial le obligó a regresar a España.

En Madrid, La Junta para la Ampliación de Estudios le continuó protegiendo y le destinó como colaborador a la sección de Derecho del Centro de Estudios Históricos. Ahí, bajo la dirección del catedrático de Derecho Civil Pedro Clemente de Diego, permaneció varios años. Fueron años en los que, primero, obtuvo el doctorado en Derecho por la Universidad Central con la tesis titulada: “Las fuentes del Derecho y el Código Civil alemán”. Esta tesis fue premio extraordinario y se publicó en la “Revista General de Legislación y Jurisprudencia”. En ese tiempo Leopoldo Alas se inició como conferenciante y autor de artículos y colaboraciones que publicaba en la prensa de izquierdas: El Radical, El Heraldo de Madrid, El País y El Socialista. Además, junto con Demófilo de Buen y Enrique R. Ramos dieron a la imprenta en 1916 y 1918 las obras: “De la usucapión” y “De la prescripción extintiva”.

En 1920 consiguió por oposición la cátedra de Derecho Civil de la Universidad de Oviedo, que era una de las metas más importantes que se había marcado. De ese mismo año, y publicada en Madrid, es la obra titulada: “La publicidad y los bienes muebles”. De vuelta a Oviedo, resuelta su vida con la cátedra recién obtenida, se casó en diciembre con Mª Cristina Rodríguez Velasco, celebrándose la boda en Mieres. Mª Cristina era maestra, obtuvo el número uno en las oposiciones y ejerció como profesora en la Escuela Aneja a la Normal, en la ovetense calle Quintana. Habían sido ocho hermanos, de los que sobrevivieron solamente cuatro hermanas. Su padre, Ramón Rodríguez fue un destacado profesor de la Escuela de Capataces de Minas de Mieres. La mayor de las hermanas, Carmen, era también maestra y no se llegó a casar. Mercedes, maestra igualmente, formó matrimonio con Vital Alvarez-Buylla Sampil, abogado, periodista, escritor y activista cultural en Mieres; que presidió la Juventud Republicana y fue uno de los organizadores de la Conjunción Republicano-Socialista en la localidad. A Cristina la seguía Margarita, que se casó con Enrique Rodríguez Mata, discípulo de Flores de Lemus y catedrático de Economía de la Universidad de Zaragoza. Al iniciarse la guerra, era director del Banco de España y se opuso a la salida del oro hacia Rusia, por lo que se exilió. Al terminarse la guerra, continuó en el exilio francés, donde tradujo algunas obras de economistas alemanes; colaboró con la Resistencia y fue deportado a un campo de concentración. Más tarde, vivió en Tánger, donde trabajó para la importante familia judía de los Salama, que le encargaron de sus negocios y le montaron un despacho en Madrid, a donde finalmente regresó. Su mujer, Margarita Rodríguez Velasco, había hecho los estudios de Magisterio y se licenció en Derecho y en Letras. En Madrid, fue directora, antes de la guerra, de la Residencia de Niñas del Instituto-Escuela, ubicado en chalet de la calle Ríos Rosas. El Instituto-Escuela había sido creado en 1918 por la Institución Libre de Enseñanza.

Leopoldo Alas, como catedrático de la Universidad de Oviedo, se volcó por entero tanto en la actividad docente como en la tarea de contribuir al engrandecimiento de la propia Universidad. Por sus méritos y esfuerzos, fue elegido Decano de la Facultad de Derecho y en 1931, a propuesta unánime del Claustro, fue nombrado Rector de la Universidad, cargo en el que permaneció hasta ser detenido por fuerzas a las órdenes del coronel Aranda tras la sublevación de éste en Julio de 1936.

Durante la dictadura de Primo de Rivera manifestó su oposición a la misma, siempre que pudo, en escritos y conferencias, y colaboró en la elaboración de la propaganda republicana, además de apoyar los intentos revolucionarios que pretendían instaurar un régimen republicano y de libertades en España. Tras el triunfo de la coalición republicano-socialista en las elecciones municipales de Abril de 1931 y la instauración de la II República, Leopoldo Alas salió elegido, como ya se sabe, diputado por Asturias a Cortes Constituyentes en las filas del Partido Radical Socialista fundado por Marcelino Domingo, Alvaro de Albornoz y Angel Galarza. Sus intervenciones parlamentarias fueron mínimas, compaginado esa actividad con la de vocal del Consejo de Instrucción Pública.

Cuando Alvaro de Albornoz fue nombrado ministro de Justicia, designó para el cargo de subsecretario del Ministerio a Leopoldo Alas. Es necesario recordar que Alvaro de Albornoz se había licenciado en Derecho en la Universidad de Oviedo y había tenido como profesor a Leopoldo Alas padre. Al frente de la Subsecretaría del Ministerio de Justicia permaneció desde Diciembre de 1931 hasta la disolución de las Constituyentes en Septiembre de 1933. Fue durante esa etapa cuando se elaboraron y aprobaron todas las leyes tendentes a poner freno y limitar el poder del clericalismo, para intentar que España fuera un estado laico en el que se respetase la libertad de creencias y de conciencia del individuo. Como es fácil de suponer, todas estas leyes fueron ferozmente combatidas por las fuerzas reaccionarias de la sociedad española.

Su hermano Adolfo fue nombrado gobernador civil de Almería el veintinueve de Octubre de 1931. Su relación con esa provincia venía de atrás, pues en ella había vivido varios años al frente de negocios industriales. El seis de Mayo de 1932 presentó la dimisión del cargo como respuesta a las críticas de que había sido objeto por el Comité provincial del Partido Radical-Socialista. Efectivo su cese el quince de Junio, le sucedió en el puesto, precisamente, Isidro Liarte Lausín.

Leopoldo Alas declinó presentarse a la reelección como diputado por Asturias en las elecciones de Noviembre de 1933. Quizás supo prever el descalabro del Partido Radical Socialista que de cincuenta y tantos diputados en las Constituyentes, pasó a tener sólo tres. En la candidatura por Asturias de Izquierda Republicana figuraba su hermano Adolfo. Separado voluntariamente del activismo político, Leopoldo Alas se dedicó con todas sus fuerzas a las tareas docentes de la cátedra y a la labor ingente del rectorado, sin abandonar otras actividades intelectuales, tanto como articulista en periódicos y revistas, o como traductor de importantes obras extranjeras sobre Derecho Civil. Por desgracia, sus esfuerzos y desvelos en pro de la Universidad de Oviedo serían anulados por una formidable catástrofe: durante la Revolución de Octubre de 1934, la Universidad sería incendiada y reducida a escombros: bibliotecas, archivos, cuadros, todo quedó convertido en cenizas.

En la reunión del Claustro celebrada el diez de Octubre de 1934 en la Cátedra de Química Analítica del pabellón de la Facultad de Ciencias, Leopoldo Alas, que como rector la presidía, pronunció estas palabras, que reproduzco tal y como figuran recogidas en el acta correspondiente: “Por vivir muy cerca del edificio tuvo el sentimiento de presenciar parte de lo ocurrido y describe cuanto pudo apreciar desde su casa. Procuró mandar recado al Comité que actuaba en este barrio pero no le fue posible. El hecho ocurrió el día mismo en que se retiraban los que se apoderaron de la Universidad. Tengo la seguridad –añade- que la destrucción no fue consecuencia de un accidente de la lucha, sino que la Universidad fue incendiada con toda intención. En la investigación que se hizo al día siguiente de restablecerse la paz, se encontraron cierres de bidones de gasolina y otros objetos que prueban como el incendio fue provocado. También hubo diversas explosiones que contribuyeron a la destrucción y aniquilamiento de los arcos y paredes del Claustro. Decir que protestaba con toda energía de lo ocurrido y que la desgracia le llega al alma, como a la de todos, es inútil.”

En esa misma reunión del Claustro se tomaron acuerdos importantes, tales como fotografiar el estado en que había quedado la Universidad para que en su día esas fotografías pudieran servir como pruebas y formar una comisión, integrada por el rector y el vicerrector, los decanos y el secretario, con la misión de buscar locales en los que se pudiera reanudar las clases como fuera. A tal fin, se terminarían utilizando aulas de la Normal y del pabellón de maestras. Posteriormente se aceptarían también los locales del Orfeón Ovetense, ofrecidos por su presidente, el diputado melquiadista Pedro Miñor. La Facultad de Ciencias pudo continuar utilizando en precario sus propias instalaciones. Otro de los acuerdos tomados en esa reunión fue señalar el día doce de Noviembre para el comienzo de las clases. Para vigilar las tareas de desescombro, se nombró otra comisión, pero finalizadas aquellas tareas, no se pudo recuperar ni un solo libro ni ningún otro objeto de interés.

Una de las primeras autoridades en visitar las ruinas de lo que había sido Universidad de Oviedo fue el subsecretario de Instrucción Pública, Ramón Prieto Bances, catedrático de la propia Universidad y futuro ministro de Instrucción Pública. Ramón Prieto inmediatamente realizó las oportunas gestiones para que las tareas de reconstrucción pudieran iniciarse lo primero posible. El Ministerio de Instrucción Pública designó al arquitecto José Avelino Díaz Fernández-Omaña para que se encargase de redactar el proyecto de reconstrucción. José Avelino Díaz, según datos que me proporciona el arquitecto Joaquín Aranda, fue el autor del proyecto de Instituto de Enseñanza Media “Alfonso II”, de Oviedo, pues el anterior edificio había resultado destruido también durante la Revolución de Octubre; fue arquitecto municipal de Gijón hasta su jubilación en 1958, y autor de proyectos tan conocidos como “La Escalerona” de la playa de Gijón, el edificio de Bomberos, el mercado de San Agustín y el Polígono de las 1.500 viviendas de Pumarín. Para la reconstrucción de la Universidad, en principio, se barajaron dos opciones: reconstruir un edificio idéntico al anterior o mantener la identidad exterior y la del claustro, modificando la distribución interior en aras de una mayor funcionalidad, además de construir un nuevo edificio para la Facultad de Ciencias. Se terminaría optando por esta última solución.

Sin libros, no hay Universidad, así que uno de los primeros objetivos fue volver a formar una nueva biblioteca general y las correspondientes a las facultades. Inmediatamente empezaron a llegar muestras de solidaridad de muchos catedráticos de España y de antiguos profesores. Bolívar y Altamira hicieron importantes ofrecimientos para la reconstrucción del Museo de Historia Natural. De Inglaterra enviaron donativos en metálico y lotes de libros. Manuel Rico, a la sazón Alto Comisario en Marruecos, hizo entrega de diez mil pesetas recaudadas por suscripción popular y libros. Se iniciaron también las gestiones para la adquisición de la biblioteca de Roque Pidal que, tras el correspondiente peritaje, fue valorada en medio millón de pesetas. Pero uno de los pasos más importantes que se dieron fue la creación de la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Oviedo, que se presentó como continuadora de la fundada por Fermín Canella en los años del centenario. Se nombró presidente de honor al ministro de Instrucción Pública, Filiberto Villalobos, que asignó a la Asociación un administrativo y un local en el propio Ministerio. Se crearon juntas de la Asociación en distintas ciudades españolas y extranjeras, pues, según se afirmaba, allí donde había un antiguo alumno había una delegación. La Junta de la Asociación en Oviedo la presidía el propio Leopoldo Alas, mientras que la presidencia efectiva de la de Madrid la detentaba Melquiades Alvarez. También existía un comité ejecutivo que presidía Adolfo Posada.

La reconstrucción de los edificios de la Universidad avanzaba a buen ritmo y un continuo goteo de donaciones iba dotando a la biblioteca de los libros más imprescindibles. La Universidad alemana de Friburgo donó a comienzos de 1936, gracias a la mediación del profesor Traviesas, dos mil libros de un valor y calidad tan señalados que lo convirtieron en la aportación más importante de las recibidas por la Universidad, motivo por el cual el Claustro aprobó pedir al gobierno una condecoración para el rector y bibliotecario de dicha universidad. El veintinueve de Enero de ese año, a propuesta del Rector, el Claustro aprobó solicitar al gobierno la concesión de un presupuesto extraordinario que permitiese afrontar la inauguración, amueblado y decoración del nuevo edificio. En la última reunión del Claustro antes de la guerra, celebrada el veintinueve de Junio, se acordó comprar el reloj para la torre a los relojeros de Corao, “que son caros, pero de excelente calidad”.

A pesar de la destrucción y a pesar de la agitación estudiantil que obligó, para calmarla, a conceder unas vacaciones hasta después de las elecciones de Febrero, la Universidad de Oviedo estaba de nuevo en marcha gracias al esfuerzo de muchos. Leopoldo Alas fue el Rector al que le tocó dirigir, unir, coordinar, buscar y pedir. Por todo ello, aunque sin renunciar a sus ideales y militando ya en Izquierda Republicana, el partido de Azaña, Leopoldo Alas declinó ocupar un puesto en la lista electoral del Frente Popular en Asturias para las elecciones a diputados en Cortes de Febrero de 1936.

Tras el triunfo electoral y la constitución de un gobierno presidido por Azaña, Blasco Garzón, ministro de Justicia, pensó en Leopoldo Alas para presidir el Tribunal Supremo, pero él prefirió seguir pilotando los destinos de la Universidad de Oviedo en unos momentos tan difíciles. Tanto esfuerzo y tanto desvelo fueron premiados, meses después, con la descarga de un pelotón de ejecución.


Marcelino Laruelo
Muertes Paralelas. Gijón, 2004







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