Dibujos de Miguel Hernández realizados por Antonio Buero Vallejo y Eusebio Oca |
Miguel, hermano ausente, no osaría
oficiar de poeta
cuando me atrevo a hablarte.
Desde las lanzas de oro de tus versos
perdona estas opacas retahilas. Oye sólo a mi
alma
no a mis pobres sonidos,
tú, para siempre sordo.
Sin bulto, sin colores, sin conciencia,
el pálido ectoplasma de un dibujo
me devuelve tu rostro.
Hará treinta y seis años
que lo tracé con pulso conmovido.
Alentabas, vivías.
sonreías a veces
sentado en el petate
e iban naciendo los rasgos de mi lápiz.
Fueron tiempos insólitos.
Hacinados en vasta galería
la derrota y el hambre compartíamos
en aquella antesala de la muerte.
Las flechas de la luz, desde una reja
incendiaron tus iris.
No a mí, sino a esos hierros,
siguen mirando sus dos leves chispas
en el viejo retrato que contemplo.
Cuando agobiado y triste
vuelvo de mis inútiles afanes,
reclino en un sillón la anatomía
hastiada de mi cuerpo
e interpelo a la esfinge
de tu pena extinguida
bajo el cristal que en mi pared te guarda.
Estás vivo –medito-. Tus pupilas
observan fijamente y yo imagino
que se mueven un poco
cuando la habitación se halla vacía.
Entonces rememoro
otro diseño anónimo
muy posterior al mío
que mostró tu mandíbula sujeta
por el pañuelo de tu despedida.
Abatir no pudiste
-el dibujo lo enseñalos
párpados tenaces.
Y yo sentí aquel día desde lejos
cómo me traspasaba la sospecha
de tus ojos pasmados,
de tu entreabierto labio ya sin hálito
semejante a otro párpado
por donde avizoraran
los dientes de tu boca enmudecida.
Tu ocular claridad en mi retrato
y esos ojos inertes que otro lápiz
recogiera más tarde
son, Miguel, sombra y luces
que nunca nos abandonan.
Tú ya lo habías dicho:
Los muertos, con su fuego
Congelado que abrasa
Laten junto a los vivos
De una manera terca.
Sé que un día ignorado
mi extinción o la injuria de la vida
han de lograr cegarme
para ser, de tu mano,
definitivo hijo de la sombra.
Tus espectrales dedos se detienen
en mis cansados hombros
si me pongo a escribir, porque no cantas
y una agresión viscosa
transformó en pardo magma
los cristalinos globos
con que oteaste el mundo.
Quizá no los cerraras
porque no era tu esposa quien lo hacía.
Hasta el final los mantuviste alerta
llamando a Josefina,
buscando su sonrisa en la ventana
crucificada que se ennegrecía.
Yo me asomo tras ella desde entonces
a una indecible estancia en que reposas
sin poder divisarte.
Sin que tú me divises.
me abalanzo y atisbo
entre un espeso bosque de barrotes
sin entrever siquiera el esqueleto
del armonio callado
donde tu voz reía o sollozaba.
Ya la mía se quiebra por el ansia
de tu clamor vibrante,
de esa música honda que ha de oírse
cuando ya no se escuchen
mis inciertas palabras
borradas por los soplos del olvido.
Tal vez se me recuerde vagamente
sólo por el retrato que te hice.
Eso te deberé, eso te debo.
Recíbenos, Miguel, en tu silencio.
Espéranos a todos
mientras el pueblo sueña con tu viento
como un arpa que avanza
bajo el radiante sol de tus estíos.
Desde hace largos años
comprendo que me aguardas
pues noto que también amarillea
el tiempo sobre mis fotografías.
Dormiré un día al lado de tu sueño
con un mirar absorto y detenido
que irán trocando en cieno
las fraternales larvas inocentes.
Como tú, no podré decir mañana
que mi escondido nombre es el del polvo
pues ya no tendré lengua.
Por eso me adelanto
a susurrarlo ahora,
Miguel, antiguo hermano que destellas
en nuestro eterno barro.
Antonio Buero Vallejo
Dibujos de Miguel Hernández realizados por Antonio Buero Vallejo y Eusebio Oca
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