Gilberto Bosques condecorado como maestrante de la orden de la Liberación de España, entregada en la embajada de la República
Española en el exilio, en México 1956
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Georgina
Moreno / Association Gilberto Bosques
Cuando
en 1939 París cayó en manos de los alemanes, Francia quedó dividida en dos: el
norte, bajo total control de los alemanes y el sur, gobernado desde Vichy por
el general Pétain, colaborador con el régimen nazi, pero considerado jefe de
Estado de la Francia “libre”. Estos cambios provocaron el traslado de la
embajada mexicana a Vichy, pero el consulado general de México fue transferido
a la ciudad de Marsella. Gilberto Bosques, el Cónsul General, había llegado a
Francia meses antes con la consigna de organizar el retorno de los mexicanos a
su país y de coordinar la ayuda para que México acogiese a “a todos los
españoles refugiados en Francia, sin importar sus ideas políticas.”(1) Sin
embargo, Gilberto Bosques nunca imaginó que pronto se encontraría en el centro
de una vasta organización dedicada a socorrer a todos aquellos perseguidos por
el fascismo y el nazismo.
La elección de Marsella como sede del consulado
general presentaba múltiples ventajas, por un lado, su salida al mar que podía
facilitar la evasión de Francia en breve tiempo, su posición dentro de lo que
se consideraba la Francia libre y por otro, la cercanía con la frontera
española que permitía socorrer con más facilidad a la población española que
desde 1936 había empezado a huir, cruzando la frontera francesa.
Al derrumbarse
el gobierno de la II República española en 1939, cientos de miles de familias y
de republicanos españoles traspasaron la frontera francesa huyendo de una
muerte segura a manos del ejército franquista. Pero del lado francés sólo
encontraron una playa desierta donde fueron obligados a permanecer sin
alimentos y sin cobijo en medio de un riguroso invierno. En las playas de
Argelès-sur-Mer, Saint Cyprien, o Le Barcarès, el gobierno francés estableció
campos de concentración que púdicamente llamaron “campos de internamiento”
donde se encerró a estos miles de desplazados de la guerra civil española, que
morían diariamente por centenas a causa de la falta de alimentos y de cobijo.
Enfermos, hacinados, agotados por tres años de guerra civil y sin ninguna
ayuda, muchos refugiados españoles tuvieron como único consuelo una playa
desierta. Las noticias sobre la situación de los exiliados republicanos en
Francia fue conocida del gobierno cardenista y la prioridad fue resolver, lo
antes posible, la situación de precariedad y hacinamiento en que se hallaban.
El gobierno mexicano, encabezado por el presidente Lázaro Cárdenas, había
sido uno de los pocos aliados con los que había contado la República Española
durante la guerra civil, sus estrechos vínculos con el bando republicano le
hicieron estar muy atento a la suerte que corría la población que la había
defendido, al irse perfilando la derrota de la República.(2)
En
junio de 1940 el embajador de México en Francia recibió la orden de negociar
con el gobierno francés la salida hacia México de todos los refugiados
españoles, comprometiéndose a asumir la protección de toda esa población. El
Mariscal Pétain, al recibir tal petición se mostró asombrado, preguntándole al
embajador Luis I. Rodríguez Taboada las razones de querer favorecer a “gente
indeseable”, a lo que respondió el diplomático mexicano que dicho gesto debía
interpretarse como “un ferviente deseo de beneficiar y amparar a elementos que
llevan nuestra sangre y espíritu.” (3) No obstante, para el gobierno de
Pétain, la inesperada propuesta del gobierno mexicano, lo descargaba de la
responsabilidad de franquear cualquier auxilio a los españoles desplazados por
la guerra que se hallaban en condiciones de precariedad extrema, por lo que accedió
a la solicitud de la representación mexicana.
El flujo de personas solicitando
auxilio era tan grande, que el consulado mexicano tuvo que pensar en otros
medios a fin de poder organizar la protección de los perseguidos por la
Gestapo y el régimen de Vichy. Republicanos españoles encontraron refugio en
uno de los dos castillos que el cónsul Gilberto Bosques arrendó en Marsella.
Los Castillos de Montgrand y Reynarde, fueron convertidos en lugares de asilo,
con una capacidad de 800 y 850 personas, respectivamente, donde permanecían los
candidatos al exilio mientras podían salir de Francia. La vida transitoria de
los asilados en los castillos se articuló en torno a una escuela, un servicio
médico y un servicio jurídico; pero también se llegaron a montar obras
teatrales, conciertos y competencias deportivas.
La labor del Cónsul
General Gilberto Bosques no se limitó a otorgar visas, sino también a realizar
búsquedas en los campos de concentración; así se salvaron figuras importantes
de la República Española como fue el caso de Max Aub, rescatado del campo de
Vernet. Otros, comunistas y antifascistas europeos también recibieron ayuda y
apoyo para salir de Francia, a través de la visa mexicana: la famosa escritora
alemana Anna Seghers, la fotógrafa Lore Krüger, internada en el campo de Gurs
(cuya obra es ahora objeto de una exposición en el Museo de Arte e Historia del
Judaísmo en París), entre otros muchos.
El
otorgamiento de las visas no se limitó solamente a quienes saldrían exiliados a
México, se extendió a todo aquél que necesitaba un salvoconducto, evitando así
ser detenidos por los nazis o la policía de Vichy. Esas visas fueron conocidas
como “visas Bosques” por el nombre de quien las concedía. Decenas de miles de
visas “Bosques” fueron entregadas a todos aquellos miembros de la
resistencia antifascista que pudieron acercarse al consulado mexicano para
conseguir esos documentos, que sin tener valor legal para emigrar a México, les
permitían evitar ser encarcelados por el gobierno de Vichy o la Gestapo. La
distribución de visas mexicanas se convirtió en el proyecto más temerario que
se haya implementado durante la Segunda Guerra Mundial, a fin de proteger a
todo aquel que lo necesitara.
No
se sabe cuál fue el número exacto de personas que obtuvieron las visas, pues
para evitar futuras persecuciones el consulado no elaboró listas de ninguna
índole; el tiempo les dio la razón. Cuando en 1942 el gobierno mexicano rompió
relaciones diplomáticas con Alemania y la policía nazi asaltó el Consulado
General de México en Marsella y confiscó los archivos, ésta no encontró
documentos comprometedores que pusieran en peligro la integridad de las bases
de apoyo con las que necesariamente contó el consulado, tanto en otras
legaciones, como entre la población local. Se estima, sin embargo, que fueron
más de 45 000 personas las que lograron salvarse gracias a la labor humanitaria
de Gilberto Bosques. (4)
Gilberto
Bosques, su familia y los 43 empleados del consulado general fueron trasladados
a Alemania, donde estuvieron arrestados hasta 1944, cuando fueron
intercambiados por otros presos.
La labor de auxilio de Gilberto Bosques a los
republicanos no finalizó con la Segunda Guerra Mundial, continuó en 1946 cuando
regresó a Europa como embajador de México en Portugal, desde donde continuó
organizando la protección, ayuda, asilo y exilio de los perseguidos por el
régimen franquista.
______________________
(1) Benítez, Fernando, Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana, Tomo III “El
Cardenismo”, FCE, México, 1 1978, p. 177
(2) Abdón Mateos, “La embajada ‘oficiosa’ de Indalecio Prieto en México durante la
presidencia de Lázaro 2 Cárdenas, 1939-1940”, Revista de Indias, vol. LXIII,
no. 228, 2003, pp. 541-560.
(3) L. I. Rodríguez, “La protección de los refugiados españoles, julio - diciembre
de 1940”, p. 10, citado 3 por Friedrich Katz, Nuevos Ensayos Méxicanos, ERA,
México, 2006, p. 416. Ver igualmente: Luis Prados, “Los Schindler mexicanos”,
El País, 22 de noviembre del 2012. http://politica.elpais.com/politica/2012/11/22/actualidad/1353542637_397026.html
(4) Cf.
el film documental “Visa al Paraíso” de Lilian Libermann, México 2010 (108mn)
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