Miles de mujeres lucharon contra el régimen con sutiles y no
tan sutiles formas de resistencia a la represión y el despojo .
Irene Murillo Aced / Diagonal Periódico / 22-11-2015
Valentina Lizalde quedó viuda con dos hijos después de que su marido, albañil, fuera fusilado junto a otros vecinos por “pertenecer al Frente Popular”. Por si fuera poco, tras su muerte, fue multada con mil pesetas en virtud al artículo 15 de la mayor legislación de incautación del franquismo, la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939.
Irene Murillo Aced / Diagonal Periódico / 22-11-2015
Valentina Lizalde quedó viuda con dos hijos después de que su marido, albañil, fuera fusilado junto a otros vecinos por “pertenecer al Frente Popular”. Por si fuera poco, tras su muerte, fue multada con mil pesetas en virtud al artículo 15 de la mayor legislación de incautación del franquismo, la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939.
Valentina
envió una carta al presidente de la Comisión de Incautaciones negándose a pagar la multa impuesta y denunciando
abiertamente el discurso de justicia social de Falange: “Bastante tengo con
preocuparme de buscar [recursos], lavando ropa para familias particulares y
haciendo recados, con los que poder dar a mis pequeñuelos un trozo de pan y ver
que mi humilde hogar tenga algún día lumbre, cosas que no siempre consigo en la
cantidad necesaria, y por lo que, contra las disposiciones de nuestro invicto
caudillo, en mi casa existen días sin pan y también en mi hogar días sin
lumbre”.
La
resistencia que se reconoce y se ha integrado en el imaginario colectivo es la
abordada en singular y con mayúsculas, lo que nos coloca frente a frente con un
análisis eurocéntrico y androcéntrico: es héroe
de la resistencia el hombre militante que se va a Europa a luchar con las armas
contra el fascismo, pero no es ni heroína ni resistente la mujer que permanece
en su pueblo y se niega a pagar las multas que le impone un régimen considerado
ilegítimo.
Es
importante no olvidar que para el proyecto político de Franco la “contrarrevolución
de género” era una prioridad. De hecho, la dictadura
puso en marcha numerosas normativas de carácter específicamente antifeminista
para la patologización y fiscalización de las vidas de las mujeres, así como
medidas de violencia explícita, implícita y simbólica para su control social.
Pero la actitud de las mujeres estuvo lejos de ser la de meras receptoras del
modelo. La historia desde abajo del franquismo así nos lo muestra.
Las
estrategias de resistencia de mujeres tuvieron como objetivo principal
minimizar en su día a día la apropiación del poder sobre sus vidas. En la
recuperación de la dignidad material se produjeron todo
tipo de acciones para lograr una cierta autonomía. Por
ejemplo, reapropiarse de los recursos materiales de los que habían sido
despojados a través de la aplicación de diversas medidas, entre las que se
encuentra la Ley de Responsabilidades Políticas.
Estas
resistencias incluían la reocupación de sus casas cuando habían sido incautadas,
el cultivo de sus campos cuando estaban embargados, o auténticas luchas
titánicas para que la máquina de coser, el instrumental médico o el utillaje
agrícola les fueran devueltos. Es interesante pensar que, en Aragón, de los
veinte millones de pesetas exigidos en forma de multas a la población vencida,
sólo tres millones y medio se saldaron, en buena parte gracias a los mecanismos
de dilación y desobediencia civil de las víctimas de la Ley de
Responsabilidades Políticas.
Precursoras de la memoria
El
propio discurso de género franquista que les relegaba al ámbito doméstico y
privado fue revertido, como en un juego de espejos, y transformado en arma
mediante la cual defender una conciencia femenina que
ensalzaba su papel como administradoras del hogar y priorizaba el derecho a la
vida y al pan ante las imposiciones de la Ley.
En
agosto de 1940, y sin que se hubiera todavía celebrado el consejo de guerra que
la mantenía presa, María Bordonaba, analfabeta
de 28 años y acusada de ser una “mujer peligrosa para el régimen actual”,
escribió al Auditor de Guerra gracias a la ayuda de Flora Mateos, una de las
muchas mujeres que ejercieron de escritoras delegadas en pueblos y cárceles. En
la carta pedían la libertad atenuada de Bordonaba para poder atender a sus
“hijitos” y a su “salud quebrantada”. Concedida la libertad provisional, pedía
su traslado a Zaragoza, con sus niños, “para dedicarse a trabajos domésticos
para cuidar a su familia y socorrer” a su marido.
Precisamente la
emigración a las ciudades permitía la búsqueda de trabajos
informales como el servicio doméstico, la hospedería, la limpieza de ropa y
edificios, o el cuidado de personas, así como el tránsito de los márgenes de la
Ley formando parte del mercado negro local, o practicando la prostitución, pero
también llevando a cabo hurtos y estafas.
Otra vertiente de estas
resistencias fue la escritura, un mecanismo clave que
supuso para las mujeres la posibilidad de reivindicar su voz y su propia visión
de los acontecimientos, dejando además para la Historia no pocos relatos que
unían testimonio con conocimiento y conocimiento con denuncia. Mediante cartas
a las autoridades, plasmaban ante los más altos tribunales relatos de
ilegalidad, rapiña y saqueo donde tanto ellas como sus familias eran víctimas
de los hechos, o denunciando violaciones por parte de patronos, o la violencia
de guardias civiles y falangistas.
Además,
dejaban constancia de que la legislación franquista venía acompañada del
enriquecimiento y la reposición en el poder de personas provenientes de un
mundo de privilegios económicos y sociales, mientras dejaba en la indigencia a
la mayor parte de la población.
En
tanto que supervivientes de la guerra y agentes de memoria, la labor de no pocas mujeres durante la posguerra puede
considerarse pionera de la hoy conocida como memoria histórica. Las
denuncias de las viudas e hijas de republicanos destaparon la verdad de los
eufemismos franquistas, desafiando la versión oficial y descubriendo dónde
estaban los cuerpos de los “desaparecidos” que la sublevación había dejado tras
de sí y quiénes fueron sus verdugos.
Historiar la resistencia de las
mujeres al franquismo es una cuestión de género, pero también de construcción
de ciudadanía. Al incorporar estas experiencias al
imaginario colectivo, a los tejidos culturales más invisibles, reclamamos este
patrimonio como asunto de todas y todos, y nos reivindicamos como sujetos,
también en lo que respecta a la resistencia al poder.
Traspaso del patrimonio a los vencedores
Las
mujeres denunciaron cómo la guerra y el enriquecimiento que de ella surgía
había sido una opción planeada desde arriba y ejecutada a nivel local por
agentes conocidos.Dejaban así constancia del enriquecimiento que acompañaba a la
incautación de bienes de particulares vencidos en la guerra,
cuyo patrimonio iba a parar a manos de las fuerzas vivas, solidificando un
mundo de privilegios económicos para los colaboradores del nuevo Estado en su
tarea represiva… Entre los testimonios, el de una mujer, llamada Fermina Larraga, que describía al mínimo detalle cómo
un grupo de gente armada del pueblo “que se dijeron falangistas” se llevaron de
su establo cuatro vacas, seis ocas, diez gallinas “porque se incautaba de las
mismas el Estado”. De aquella requisa “no les dieron justificante o recibo de
clase alguna”.
Disfrazadas para llegar a sobrevivir
En el
ambiente de la dictadura, estas mujeres debían pasar desapercibidas a ojos del
régimen. Para que sus técnicas fueran exitosas, el régimen debía encontrar en
ellas todo el elenco de virtudes políticas y morales que el nacionalcatolicismo
franquista llevaba por bandera. Por eso, la protesta de estas mujeres no
era siempre y en todo caso abierta. Es
significativa la gran cantidad de mujeres que en el pueblo de Caspe (Zaragoza)
escribieron defendiéndose con las mismas palabras ante acusaciones también similares. Magdalena Dolador, Pilar Lacarta,
Antonia Piera, María Poblador, Lucía Rafales y Benita Sorrosal compartieron un texto común para
defenderse de sus cargos de “transgresoras”. Reproducimos, poniendo entre
corchetes las variaciones entre unos y otros pliegos: “(...) tanto por su sexo,
como por su estado de viuda [tanto por su sexo, edad y estado; y de salud],
como por su falta de instrucción, nunca ha tenido la menor intervención en
política [de la cual no entiende lo mas mínimo y que la tenía sin cuidado; ni
cosas sindicales; sin que se haya metido nunca en política, ni pueda ser
considerada como revolucionaria], no se ha ocupado de otra cosa que de las
atenciones de su hogar [sin haber desarrollado otras actividades que las de su
casa; de las faenas de su casa]; más que de sus faenas en el campo; y de sus
seis hijos; haciendo la vida propia de un pueblo de las de su sexo”.
La lucha por la justicia y la reparación
La
idea de que la violencia es conocida por todos y que no podrá ser sepultada
por eufemismos como “desaparecido”, la encontramos en
muchos testimonios, como el de Romualda
Garulo, que ejercía de voz de la memoria de las historias familiares. Ella
recordaba que “se habla en el expediente de fallecimiento, más lo cierto es
que, a mediados del mes de agosto de 1936, se presentaron en casa unas cuantas
personas, que obligaron a mi esposo y a nuestros dos hijos Emilio y José de 24
y 21 años respectivamente, a que se levantasen de la cama y los acompañasen,
apareciendo días después el cadáver de mi esposo y no habiendo sido posible
encontrar hasta el presente el de mis dos hijos. Comprenderá el Tribunal la
situación de terror en que se desenvolvía nuestra actividad familiar”.
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