Señores diputados,
esta tarde entra el Parlamento español en la fase última y definitiva de la
resolución del problema de Cataluña, y ello es de un alcance y de un volumen
que no es menester subrayar; de ahí que a todos los señores diputados,
intervengan o no en este problema, les alcance una gran responsabilidad, y muy
singularmente a los diputados de esta minoría catalana, y, quizás, de un modo
especial, a mí, porque las circunstancias me han colocado en un puesto de gran
responsabilidad muy superior a mis modestas fuerzas. Pero tengo la conciencia
clara y la percepción exacta de esta responsabilidad y estoy limpio de pasiones
que desvíen el juicio, porque, por ser catalán, catalán hasta los tuétanos, y
por ser también racialmente republicano, por mi educación política, por mi
historia, por mis antecedentes, por mi emoción española, a través de mi vida
llega a mí, como en un impulso automático, la conciencia de esta
responsabilidad, y creo que ello dará a mis palabras la discreción que en otro
momento no tendrían. Y no digo esto por las breves que ahora voy a pronunciar,
que serán, como he manifestado, muy pocas, sino por sucesivas intervenciones.
Además, desde este instante quiero pedir a la Cámara, tanto para mí como para
mis compañeros, el máximum de comprensión y de buena voluntad que nosotros
tendremos para los demás -puesto que a todos nos debe unir igual deseo de
acierto-, aun para aquellos que se dejan conducir por la irreflexión o por la
obcecación, porque a los que amamos a la República nos importa mucho que este
debate se mantenga con alteza de miras, pues por sus antecedentes y por los
aspectos que roza y que afectan al sentimiento, es propenso a los estados
pasionales, aquí y fuera de aquí, y propenso también a que le utilicen
elementos representantes de la política nefasta que todos derrotamos el 14 de
abril.
Yo veo, señores
diputados, el problema muy preciso y en términos muy concretos, y casi no
tendría nada más que decir, sino repetir, sin estar conforme con las
consecuencias que se derivan del dictamen de la Comisión, las palabras que
acaba de pronunciar el presidente de la misma, y aun reproducir las tesis
primordiales de discusión que ha formulado el Sr. Maura.
En otras ocasiones, el
problema catalán se ha discutido aquí en sus aspectos doctrinales, en largas
disertaciones académicas; pero ahora no es éste el caso. Ahora la República no
sólo lo ha reconocido -lo digo aquí y lo proclamo allá-, sino que lo ha
encauzado, le ha dado normas de gobierno, y yo afirmo, Sr. Maura, que, además,
lo ha definido y ya lo tiene resulto. (Rumores.)
No voy a repetir los
antecedentes que están en la memoria de todos; lo ha explicado el Sr. Bello, se
ha referido a ellos también el Sr. Maura, con la elocuencia de su talento y
alteza de miras con que se ha producido esta tarde. Ha sido el Gobierno el que,
por decreto de 21 de abril restauró la Generalidad de Cataluña, constituyó la
Asamblea de la Generalidad de Cataluña con las representaciones de los
Ayuntamientos; el que nos señaló el camino para formalizar nuestro Estatuto; se
elaboró nuestro Estatuto, que contenía la aspiración de Cataluña (entonces no
habíamos empezado a discutir la Constitución), y en nuestro estatuto
consagramos la voluntad de Cataluña; este Estatuto se presentó aquí en un
momento solemne por el presidente de la Generalidad y fue entregado al jefe del
Gobierno, Sr. Alcalá Zamora, hoy S.E. el Presidente de la República española;
se cambiaron unas palabras cordiales, de tonos levantados, y quiero recordar
que entonces todos los comentarios que se hicieron alrededor del Estatuto
fueron para considerarlo moderado y prudente. Me remito al juicio de los
comentaristas de entonces.
Después se discutió la
Constitución, se pronunciaron también discursos doctrinales muy elocuentes, no
sólo al discutirse la totalidad, sino también al debatirse cada una de las
cuestiones principales que trataban de las facultades de los Poderes
regionales. Algunas de las sesiones terminaron bien avanzada la mañana del día
siguiente.
Se discutió si la
Constitución había de ser federal, y se estimó -contra el criterio de esta
minoría, que no insistió en ese punto de vista- que no debía ser federal, para
no aplicar un estilo uniforme a las diferentes comprensiones y capacidades de
las regiones; se estimó que no debía ser federal (porque el programa federal y
la bandera federal se habían enarbolado por todos los partidos republicanos
históricos); se creyó que no debía ser federal -repito- porque en algunas
regiones no se había despertado el aliento, el espíritu que plasma la
personalidad jurídica regional, y empezó a correr la voz, el vocablo de
"federable", que es un vocablo impropio, pero que demuestra una
intención, y se convino y se hizo una Constitución que creaba, que otorgaba la
autonomía a las regiones. Pues bien; yo digo que en aquel momento las Cortes
españolas dieron su contestación al Estatuto de Cataluña.
Cuando nosotros
votamos el Estatuto expresamos nuestra voluntad; alrededor de la discusión de
la Constitución, con el pensamiento de todos vosotros fijo en el Estatuto de
Cataluña, dibujamos otro Estatuto, formamos la figura de otro Estatuto, que
quedó calcado en la ley fundamental del país y que nosotros aplicamos y
realizamos porque acatamos este precepto constitucional. Porque lo difícil es
la posición del Sr. Maura, que acepta unos principios para luego deducir
consecuencias absolutamente encontradas y diferentes.
Cuando se discuta cada
una de las atribuciones trataremos de esas observaciones que el Sr. Maura ha
formulado a las diferentes facultades que se atribuyen a Cataluña en el
Estatuto, en el dictamen o en el voto particular de los Sres. Xiráu y Liuhí;
pero ahora me importa decir que S.s. casi está en el mismo plano en que nos
encontrábamos antes, cuando se hablaba y se trataba de conceder a Cataluña lo
que se llamó una "autonomía
bien entendica".
En el fondo del
pensamiento de S.S. creo que lo que late, aunque S.S. lo ha negado, quizá por
cortesía o galantería, es una desconfianza a la madurez y a la capacidad de
Cataluña. Pues bien, nosotros decimos que Cataluña está preparada, está
capacitada, es digna de que se le conceda la más amplia autonomía, y decimos,
además, que con ella empezaremos la instauración de un régimen autonómico, que
contribuirá a fortalecer la unidad de España de manera más firme y más segura
que lo ha hecho el experimento peligroso porq ue hemos pasado de la monarquía
unitaria borbónica.
Si los preceptos
constitucionales, señores diputados, dicen que pueden concederse a las
regiones, sin mengua del Estado, éstas las otras facultades, nosotros pedimos a
quienes impugnen para Cataluña alguna de estas facultades que razonen los
motivos de su negativa. Nos encontramos con una Constitución que dice que
pueden ser otorgadas a las regiones determinadas facultades que formen su vida
regional autónoma -y estaba puesto el pensamiento de todos los señores
diputados, al discutirse la Constitución, en el Estatuto de Cataluña-, y por
eso a aquellos que impugnen el otorgamiento de esas facultades les pedimos nos
expliquen los motivos que le induzcan a ello. (El Sr.
Maura pronuncia palabras que no se perciben claramente.) Sí, el Sr. Maura ya los ha dicho; él
ha iniciado ese camino; pero yo invito a todos los demás señores representantes
de núcleos políticos, de fuerzas parlamentarias, a que expresen con la misma
claridad su opinión.
No contento uno por
uno los extremos del discurso del señor Maura, en relación con lo que acabo de
decir, por dos razones: primera, porque sería una discusión, la que
entabláramos, ociosa, puesto que luego, al discutirse las atribuciones,
tendríamos que repetirla; y segunda, porque no tengo capacidad bastante para
improvisar ahora en las materias a que ha aludido. Señores diputados: mi
intervención ha sido únicamente para formalizar esta posición de la minoría
catalana; nosotros realizamos y cumplimos la Constitución; nosotros deseamos
que los debates se mantengan con alteza de miras, y daremos el ejemplo de esta
conducta y de esta corrección para todos los señores diputados. (Muy
bien.- Aplausos.)
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