«Ibamos por la calle de Augusto
Figueroa. Era el cumpleaños de mi padre, y habíamos comido con él y con mi
madre. Mi marido tenía que irse, porque entraba de servicio... Yo quería
acompañarle, pero él no quiso: era muy andaluz, así, celoso. Que me fuera a
casa. Nos separamos. Yo estaba en la esquina de Hortaleza y él en la de
Fuencarral. Oí los tiros, muchísimos tiros. Cayó en aquella esquina, donde hay una ermita. En la ermita quedaron
los impactos de las balas.» (Consuelo Morales, viuda del Teniente Castillo)
María Torres / 12 Julio 2016
El Teniente de Asalto José Castillo fué asesinado a las diez de la noche
del 12 de julio de 1936. Cuando se encaminaba a su trabajo en el Cuartel de
Pontejos, cuatro individuos de extrema derecha lo esperaron a la salida de su
casa e hicieron contra él varios disparos, uno de los cuales lo hirió
mortalmente en el pecho.
Unas horas después se produjo el asesinato del diputado José Calvo Sotelo. Una excusa perfecta en la que los generales fascistas se apoyaron para justificar un golpe de Estado contra la República que venían planificando desde hacía meses.
El teniente Castillo fue la primera víctima de la Guerra española, una
víctima olvidada no solo por el franquismo, que sepultó su memoria, sino también por la transición y la democracia.
¿Quien era el teniente Castilo?
Nació en Alcalá la Real (Jaén), el 29 de junio de 1901. Hijo de un abogado liberal
y de una madre aristócrata emparentada con José Antonio Primo de Rivera. Realizó sus estudios en el mismo colegio de Granada en que lo hizo García
Lorca, el del Sagrado Corazón. Ingresó en la Academia de Infantería de Toledo en 1919,
graduándose tres años más tarde como alférez. Destinado a Tetuán combatió en la
Guerra del Rif, donde por méritos de guerra alcalzó el grado de teniente. Tras
el desembarco de Alhucemas de 1925 es destinado al Regimiento de Infantería
de Alcalá de Henares.
Una vez proclamada la II
República, simpatiza con el socialismo. Durante la Revolución de 1934
es destinado al frente de una sección de morteros en Cuatro Caminos
(Asturias). Ante su negativa a reprimir a los obreros sublevados: «Yo no
tiro sobre el pueblo», este acto de rebeldía lo somete a un consejo de guerra
en el que es condenado a un año de prisión militar. Una vez cumplida la pena, adopta una
actitud más decidida en defensa de los ideales de izquierda y de apoyo a la
República.
Tras el triunfo del Frente
Popular en 1936, ingresa en la Guardia de Asalto siendo
destinado a la 2ª Compañía de Especialidades, con base en Madrid, en
el cuartel de Pontejos. Se afilia a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA) y se encarga de la instrucción de las milicias de las
Juventudes Socialistas, así como del transporte y distribución de armamento
para las milicias, de forma clandestina.
El 14 de abril de 1936 durante los
actos conmemorativos del quinto aniversario de la proclamación de la República, resultó muerto el
alférez De los Reyes, perteneciente a la Guardia Civil. Este hecho motivó una manifestación
contra el gobierno del Frente Popular por parte de las fuerzas de derecha. En los disturbios que tuvieron lugar en la misma falleció Andrés
Sáenz de Heredia, primo del fundador de la Falange, a causa de un disparo
de uno de los hombres de la sección de Castillo y resultó herido de
gravedad, por supuestos disparos del propio teniente, José Llaguno
Acha, un joven militante carlista. Desde este día Castillo se
convierte en objetivo de las milicias derechistas, por lo que sus superiores le
proponen un traslado fuera de Madrid, pero él no acepta. Sufre dos
intentos de asesinato fallidos.
12 de julio de 1936
Es advertido por Leonor Menéndez,
militante socialista de los rumores que aseguran que esa
noche se iba a atentar contra su vida. No los toma en cuenta. Acude a los toros
y da un paseo con su esposa Consuelo, con la que se había casado apenas dos
meses antes. A las diez de la noche, cuando dobla la esquina de la calle
Augusto Figueroa con Fuencarral, es disparado por cuatro desconocidos que se
dan a la fuga. No tiene tiempo de sacar su arma reglamentaria. Cayó a
las puertas de la ermita del Humilladero.
Fue auxiliado por Juan de Dios Fernández
Cruz, un periodista que casualmente pasaba por el lugar del atentado y que
también resultó herido en el brazo a consecuencia de una caída.
Juan de Dios Fernández Cruz y un vecino
de la misma calle trasladaron en un automovil al teniente Castillo al Equipo
Quirúrgico sito en la calle Ternera. El teniente falleció en el camino. Presentaba una herida de arma de fuego
con orificioo de entrada por la cara posterior del brazo izquierdo, terció
interior, y salida por la cara anterior, con fractura del húmero, y otra,
también de arma de fuego, con entrada por el quinto espacio intercostal y sin
orificio de salida, mortal de necesdad.
También resultó herido en el tiroteo
José Luis Alvarez, de dieciocho años, dependiente de una farmacia. Sufría
una herida de arma de fuego en la cara posterior del muslo izquierdo con
fractura de fémur, sin orificio de salida y pronóstico grave.
Declaración de Juan de Dios
Fernández Cruz
«Serían las nueve de la noche
cuando subí en la glorieta de Quevedo al tranvía de la linea numero 18, que,
por cierto, tardó bastante en llegar a la esquina de las calles con Augusto
Figueroa y Fuencarral, en cuyo sitío hube de apearme. En aquel instante, al
entrar en la cade de Augusto Flgueroa, volviendo la esquina de la capilla, vi
venir hacia mi a un Teniente de Asalto que dejaba la acera de enfrente, sin
duda para entrar por la calle de Fuencarral, por la opuesta.
No habria llegado al centro da la calle
cuando tras el irrumpieron cuatro o cinco individuos —no puedo determinar el
numero exactamente—, a uno de los cuales le ol gritar: «Ese es, ése es;
tírale»
Acto continuo se produjo un terrible
tiroteo, cuyas balas alcanzaron al oficial de Asalto, que, dando traspiés, vino
a caer sobre mi cuerpo, derribándome en tierra, lo que me produjo una lesión en
el codo, que acaba de ser curada por los médicos de este establecimiento.
Intenté levantarme, lo que conseguí
dificilmente y al notar que había perdido las gafas, las busqué, encontrando
unas junto al cadáver. Al fijármelas ante los ojos observé que no veía,
lo cual atribuí a mi estado de mareo y nerviosismo causados por el horror
que me produjo el suceso. Instantes después un individuo me entregaba unas
gafas, que eran las mías, y entonces comprendí por qué se me nublaba la vista.
En aquel momento se me acercó un joven,
D. Félix Torán, y con su ayuda colocamos el cuerpo de la victima en un
automóvil que a la sazón pasaba por aquel sitio, y lo trajimos al Equipo
Quirúrgico.
Recuerdo exactamente las últlimas
palabras que pronunció el desventurado teniente: «Lléveme con mi mujer,
que ha poco se ha separado de mí »
No podría recordar el aspecto y la
fisionomía de los agresores. Era tal mi estado de nervosidad y tal la confusión
y circunstancias en que el suceso se produjo, que no podría decir si iban bien
o mal vestidos, y mucho menos sus señas personales, lo cual lamento con toda mi
alma, porque la muerte del Sr. Castillo ha sido una verdadera iniquidad. La
visión de esta tragedia no se borrará facilmente de mi memoria.
La esposa del teniente Castillo, avisada
de que su esposo se hallaba herido, se trasladó al Equipo Quirúrgico unos
minutos después del atentado.
Las personas allí presentes trataron de
disuadirla de que viera el cadaver de su esposo, y lograron convencerla que se
ausentara al decirle que su esposo estaba herido y no muerto. »
Traslado del cadáver del Teniente
Castillo a la Dirección General de Seguridad
El cadáver del Teniente hizo su entrada
en la Dirección General de Seguridad poco antes de las once y media de la
noche, dentro de una caja de caoba. La capilla ardiente fue expuesta en el
Salón Rojo, cubierto de flores y banderas.
Allí acudieron en primer lugar su esposa, Consuelo Morales, los hermanos del Teniente Pedro, Francisco,
Griselda, Atocha y Lola y sus suegros.
La guerrera del Teniente Castillo fué
expuesta en el despacho del Teniente Coronel jefe de las fuerzas de Asalto.
Ante el cadaver desfilaron centenares de
obreros, mujeres, soldados, marinos, guardias civiles y de Asalto,
diputados socialistas, comunistas y republicanos, así como un grupo de soldados
que había servido en el Ejército a las órdenes del Teniente Castillo.
Las paredes de la capilla ardiente se
encontraban cubiertas de coronas dedicadas por diversas agrupaciones políticas,
compañeros del teniente, de los Cuerpos de Seguridad y Asalto y del de
Inveatigaclón y Vigilancia, así como también del Director General de Seguridad
y otros altos jefes. En los pliegos puestos al efecto se estamparon millares de firmas. El cadáver fue velado por oficiales del
Cuerpo de Asalto.
El entierro
Eran las cuatro y medio de la madrugada
cuando el cadaver del teniente Castillo fue sacado de la capilla ardiente para
su traslado al cementerio.
La caja fué depositada en un coche estufa,
al que seguía otro cargado de coronas y ramos de flores. Rodeaban al coche
estufa oficiales y guardias de Asalto y de la Guardia Civil, figurando entre
ellos milicias socialistas y comunistas. Acompañaba al
cortejo el director de Seguridad, algunos otros altos jefes, los jefes y
oficiales de Seguiridad y Asalto y comisarios del Cuerppo de Investigación y
Vigilancia, La comitiva, que se componía de unos 50 ó 60 coches, llegó al
cementerio municipal del Este, en la parte denominada antiguamente civil, donde
fué depositado, y donde quedaron numerosos compañeros suyos velando el cadáver
en compañía de los familiares.
Desde las nueve de la mañana comenzaron a
llegar obreros, mujeres y muchos guardias. A las diez de la mañana se
realizó el sepelio presidido por el subsecretario de Gobernación, Sr.
Osorio Tafal, el director de Seguridad, el alcalde de Madrid D. Pedro Rico,
concejales, gestores provinciales, numerosos diputados del Frente
Popular, jefes y oficiales del Ejército y de los cuerpos da Seguridad y Asalto,
sargentos y suboficiales.
La caja fue cubierta con la bandera del
Comité provincial del partido comunista y ante ella desfilaron las milicias
unificadas. Las mismas milicias que entrenaba el Teniente portaron su féretro. La comitiva
recorrió unos veinte metros hasta la sepultura y una vez allí, antes de dar
tierra al cadáver, el Teniente Coronel Julio Mangada pronunció un emocionado
discurso.
El entierro fue una impresionante manifestación
de duelo y de rabia.
Las milicias que entrenó en teniente
Castillo se constituyeron en un Batallón con su nombre que participó en la defensa de Toledo. También el Socorro Rojo Internacional
puso su nombre a uno de los grupos que atendían a los heridos en el frente.
Los culpables
Se culpó desde el primer momento a la
Falange y se puso en marcha una operación policial con el fín de detener las
agresiones fascistas que sufrían los oficiales afines al Frente Popular. En
1986 Gibson aportó pruebas de que no fueron miembros de Falange, sino un grupo
de requetés pertenecientes al Tercio de Madrid, que buscaban venganza por el
disparo involuntario del teniente Castillo al militante carlista José
Llaguno Acha.
Según la sentencia del Tribunal Supremo
de 12 de junio de 1968 redactada por el magistrado Antonio
Esteva Pérez, «el único hecho acreditado es que la muerte del señor
Castillo se produjo violenta y alevosamente por un grupo terrorista, posiblemente integrado por personas de ideas políticas opuestas a aquellas
que, acertada o desacertadamente, profesaba don José del Castillo y Sáez
de Tejada, y ello más como venganza política, represalia personal, que
como atentado a su condición de teniente de la Guardia de Asalto».
Tras la Guerra
Una vez finalizada la Guerra, los
vencedores retiraron de la tumba del Teniente Castillo su rango militar,
quedando la inscripción solo con su apellido y año de nacimiento y muerte en
números romanos.
La esposa del teniente, embarazada cuando
murió este, -aunque ambos lo desconocían- tuvo una hija en enero de 1937 en
Valencia, que fallecería tres años después. Cuando regresó a Madrid Consuelo
fué denunciada y condenada a nueve meses de cárcel que cumplió
en la prisión de Ventas: «Después de la guerra hubo una denuncia
y nos metieron en la cárcel. Sí; a mis padres también. Estuvimos nueve
meses. Yo no quiero volver a la cárcel ¿Han estado en la cárcel? En
Ventas, como yo soy alta—aunque ahora menos: he encogido— no tenía
suficiente espacio para estirarme. Decían: Castillo, que ocupas mucho. Eramos
7.000 mujeres. A la niña la dejé con mi abuela, de noventa años. La niña murió
después. El parto había sido malo, y luego, todo aquello... La niña no se crió
bien. Le dio algo al corazón. Por la mañana yo la había llevado al Retiro, y
murió la misma noche.»
Al salir de la cárcel Consuelo solicitó la
pensión que le correspondía como viuda de un oficial, ya que se había anulado
la concedida por la República. Su solicitud fue denegada. En 1966 comenzó a recibir una pensión
del 25% del salario. Una sentencia del Tribunal Supremo de 12 de junio de
1968 estimaba que el teniente Castillo, que acudía de uniforme a su
puesto, ya que «no había tornado el servicio, no podía estar en ejercicio
de desempeño del mismo, y menos aún realizando en esos momentos un acto de
Servicio de armas, definido en las leyes militares como aquel que reclama
en su ejecución el uso empleo o manejo de las mismas». Ese mismo año,
el Boletín Oficial del Estado publicaba una orden de Presidencia del Gobierno por la que se
concedía una pensión extraordinaria a la viuda de José Calvo Sotelo,
considerando a este «muerto en campaña».
Hasta 1983, cuarenta y siete años
después de perder a su marido, no pudo cobrar la paga extraordinaria de
viudedad, ya que esta solo se concedía a las esposas de los militares
fallecidos en actos de servicio.
Disparo accidental? Que cosas
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