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2037. Recordando a Juan Larrea

Sucede, pues, que la palabra democracia se asemeja extraordinariamente a un frasco rotulado, vacio y de enormes tragaderas, capaz de contener los productos más heterogéneos. No hay sustancia por tóxica o explosiva que sea, desde la leche de cabra hasta el ácido prúsico o el fulminato eclesiástico, que no encuentre en él cabida. Y lo que ocurre con esta palabra tipo, ocurre con las otras. El lenguaje es algo inanimado, muerto, un nuevo envase cuando no un ataúd. Lo funesto de la situación salta a los ojos. Porque ¿qué es lo que puede esperarse del hombre si el elemento que le distingue del animal carece de vida?

Un botón de muestra en el campo político. Hace más de un año que ha triunfado en todo el mundo la democracia. Los regímenes de Alemania, Italia y Japón, han demostrado a la vista del mundo lo mortales que eran. Más he aquí que tal vez la única verdadera democracia en formación dentro del área europea, la española, el régimen que albergaba en su seno a la democracia más antigua de Europa, la vasca, siga asesinada, clamando al cielo. Tales afirmaciones no son gratuitas, ni tendenciosas, ni interesadas como las que divulgan las grandes agencias de corrupción verbal del mundo. Se fundan en la Constitución de la República Española y en hechos muy precisos. Su democracia era expresamente pacífica hacia adentro y hacia afuera. En su repudio expreso de la guerra había llegado a licenciar a la mayor parte de su Ejército. por ello, heroicamente, fue su víctima. Oponía a la secular inercia de las clases poseedoras, no una clase social, sino una categoría esencialmente humana y popular, el trabajo, el dinamismo. Para ese dinamismo creador en todos los órdenes, buscaba el bien de todos. Había venido al poder en 1931 de manera incruenta. En 1936 la voluntad popular se manifestó democráticamente en las urnas a favor del régimen popular republicano en el momento escogido por sus enemigos de siempre, estando estos virtualmente en el poder y cuando disponían del máximo de elementos de organización y económicos para la adquisición de votos. Nadie hasta los albores de la guerra peninsular que, al verse irremisiblemente perdida, desataron con ayuda de Hitler y Mussolini las clases invertebradas de la nación, puso en entredicho la victoria del pueblo (1). Según confesión de parte y documentación fehaciente, esa sublevación se había planteado con dos años de anticipación por los representantes de la monarquía y del ejército y el Duce italiano. Nadie ignora que en cuanto el pueblo expresó su veredicto, empezó de una manera visible la labor de zapa y provocación por parte de la reacción española, más con un virtuosismo patentado en otros países. A pesar de que las cosas están cambiando mucho en estos últimos tiempos por lo que a Franco se refiere, parece ser interés decidido de varias grandes potencias "olvidar" cuanto atañe al régimen popular español y las malaventuras que padeció entonces en el campo internacional dominado por las apellidadas democracias. Más es interés de la conciencia humana no dejar sin atar ninguno de estos cabos. Ni ocultar los sagrados estigmas.

Inglaterra y Francia influyeron en la Sociedad de Naciones a la que pertenecía con ingenuo entusiasmo la República española para implantar una política de no intervención. He aquí otra linda palabra que puede utilizarse, como una manguera, en todas las direcciones de la rosa a fin de regar la maceta que más deleite. Maniatado, el pueblo español empezó su calvario de iniquidades, vejaciones e insultos. Fue tramposamente conculcado su derecho por las llamados a rendir justicia. A todos los demócratas, fuesen del partido que fuesen, se les tachó de criminales y de comunistas, y a los comunistas la democracia cristiana y la plutocracia internacional los declararon, por el hecho de serlo, reos de exterminio.

La República española, abandonada por todos (salvo por México y la Unión Soviética) sucumbió. Diz que aras de la paz universal, para evitar la guerra. Cuantos no comulgan con ruedas de molino sabían que era una mentira de las que deshacen época. Quien más quien menos, todos han sabido después a qué atenerse. Pero ello no quita para que Franco siga todavía en el poder sostenido todo por el artilugio católico-plutócrata del mundo, por el Vaticano, por Churchill. Cierto es que, aunque a regañadientes y a costa de forcejeos, poco a poco se van tomando los medidas para que desaparezca del tablado internacional ese baldón demasiado flagrante y delator para todos y demasiado estorboso para una bien ordenada política de "olvido". Sí, es ya inminente el derrumbe de Franco pero ¿y la democracia española?

He aquí algo de lo que no se oye hablar nunca. La democracia española tenía y tiene un gobierno legítimo que, con las precisas asistencias debiera estar hace tiempo gobernando. Ni lo está ni ninguna de las grandes potencias, inclusas las que no tienen relaciones con la España actual, se ha dignado reconocerlo. Prefieren seguir empeñadas en su política de sobrepujanza, peleándose por arrimar cada cual al ascua española a su sardina. Como si no fuera temerario jugar con tan peligrosas espoletas. Todo se vuelve trampas, obstrucciones, palabras cruzadas, pasatiempos, ardides para dar lugar a que transcurran los días con la esperanza de poder derivar los acontecimientos por ciertos declives de manera que el régimen sustituto del actual sea el que cada jugador estima adecuado a sus particulares conveniencias o siquiera el menos conveniente para los intereses ajenos. Y ello aunque ese régimen no tenga mucho que ver con el que responde a la voluntad democrática de España. Esa voluntad es lo único que, a lo que estamos viendo, no cuenta para el sentido de justicia de los administradores de la victoria. La intervención de no intervención sigue tan flamante como en sus mejores días. A Chamberlain sucedió Churchill y a Churchill Bevin. ¿Delenda est Britania?

Se considerarán desorbitadas estas afirmaciones. Quien esto escribe no lo piensa así. Política. Política de tira y afloja. De toma y daca. De compra y venta. (A lo mejor por treinta pozos de petróleo...) A veces sin finalidad práctica, por la voluptuosidad de entregarse poderosamente al deporte político. El hecho es que ninguna de las grandes potencias, ligadas a lo que cabe conjeturar, por secretos compromisos, ni siquiera Rusia, ha reconocido al gobierno republicano en el destierro, único representante legítimo de la voluntad española victimada atrozmente por el fascismo, a la deriva de su propia irrestañada sangre. Puntualizando: este hecho catalizador, revelador, viene a significar claramente, al confrontarlo con los demás hechos, que el círculo de potencias llamadas democráticas, no tiene de democracia sino un tanto por ciento de su nombre. A lo mejor hasta seis de las letras que lo forman. Las últimas (que son las primeras): cracia, el poder. Falta enteramente lo que se había ya vislumbrado más arriba: el pueblo. No hay pueblo. No lo hay ni puede haberlo sin lenguaje. No hay lenguaje universal, sino su babélica negación. No hay, por tanto justicia.

Sólo una excepción total, siempre la misma, con cuanto ello significa: México. No lo pensamos nosotros. Lo ha pensado la Historia.

Quede todo ello bien sentado para que no se olvide.


Juan Larrea
Visión de paz” Apogeo del Mito
Cuadernos Americanos, vol. XXVIII, núm. 4, julio-agosto 1946


(1) He aquí tres testimonios irrecusables: "Nadie puede desde nuestro campo negar este hecho evidente: la jornada del 16 de febrero ha constituido una hecatombe para la derecha española", José Calvo Sotelo (El Diario Vasco, 11 de marzo de 1936); "La gravedad de la situación creada por unos comicios que han resultado adversos a la política conservadora me obliga a comunicarme otra vez con Vuestra Eminencia", Isidro Gomá (en carta al Secretario de Estado, Cardenal Pacelli, hoy Sumo Pontífice, fechada en Toledo el 26 de febrero de 1936); "La inesperada y formidable victoria del Frente Popular (16 de febrero de 1936) entregó una vez más las riendas del poder a Azaña", Francisco Franco (Revue Universelle, 15 de marzo de 1937)










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