Sucede, pues, que la palabra democracia se asemeja
extraordinariamente a un frasco rotulado, vacio y de enormes tragaderas, capaz
de contener los productos más heterogéneos. No hay sustancia por tóxica o
explosiva que sea, desde la leche de cabra hasta el ácido prúsico o el
fulminato eclesiástico, que no encuentre en él cabida. Y lo que ocurre con esta
palabra tipo, ocurre con las otras. El lenguaje es algo inanimado, muerto, un
nuevo envase cuando no un ataúd. Lo funesto de la situación salta a los ojos. Porque
¿qué es lo que puede esperarse del hombre si el elemento que le distingue del
animal carece de vida?
Un botón de muestra en el campo
político. Hace más de un año que ha triunfado en todo el mundo la democracia.
Los regímenes de Alemania, Italia y Japón, han demostrado a la vista del mundo
lo mortales que eran. Más he aquí que tal vez la única verdadera democracia en
formación dentro del área europea, la española, el régimen que albergaba en su
seno a la democracia más antigua de Europa, la vasca, siga asesinada, clamando
al cielo. Tales afirmaciones no son gratuitas, ni tendenciosas, ni interesadas
como las que divulgan las grandes agencias de corrupción verbal del mundo. Se
fundan en la Constitución de la República Española y en hechos muy precisos. Su
democracia era expresamente pacífica hacia adentro y hacia afuera. En su
repudio expreso de la guerra había llegado a licenciar a la mayor parte de su
Ejército. por ello, heroicamente, fue su víctima. Oponía a la secular inercia
de las clases poseedoras, no una clase social, sino una categoría
esencialmente humana y popular, el trabajo, el dinamismo. Para ese dinamismo
creador en todos los órdenes, buscaba el bien de todos. Había venido al poder
en 1931 de manera incruenta. En 1936 la voluntad popular se manifestó
democráticamente en las urnas a favor del régimen popular republicano en el
momento escogido por sus enemigos de siempre, estando estos virtualmente en el
poder y cuando disponían del máximo de elementos de organización y económicos
para la adquisición de votos. Nadie hasta los albores de la guerra peninsular
que, al verse irremisiblemente perdida, desataron con ayuda de Hitler y
Mussolini las clases invertebradas de la nación, puso en entredicho la victoria
del pueblo (1). Según confesión de parte y documentación fehaciente, esa
sublevación se había planteado con dos años de anticipación por los representantes
de la monarquía y del ejército y el Duce italiano. Nadie ignora que en cuanto
el pueblo expresó su veredicto, empezó de una manera visible la labor de zapa y
provocación por parte de la reacción española, más con un virtuosismo patentado
en otros países. A pesar de que las cosas están cambiando mucho en estos
últimos tiempos por lo que a Franco se refiere, parece ser interés decidido de
varias grandes potencias "olvidar" cuanto atañe al régimen popular
español y las malaventuras que padeció entonces en el campo internacional
dominado por las apellidadas democracias. Más es interés de la conciencia
humana no dejar sin atar ninguno de estos cabos. Ni ocultar los sagrados
estigmas.
Inglaterra y Francia influyeron
en la Sociedad de Naciones a la que pertenecía con ingenuo entusiasmo la
República española para implantar una política de no intervención. He aquí otra
linda palabra que puede utilizarse, como una manguera, en todas las direcciones
de la rosa a fin de regar la maceta que más deleite. Maniatado, el pueblo
español empezó su calvario de iniquidades, vejaciones e insultos. Fue
tramposamente conculcado su derecho por las llamados a rendir justicia. A todos
los demócratas, fuesen del partido que fuesen, se les tachó de criminales y de
comunistas, y a los comunistas la democracia cristiana y la plutocracia
internacional los declararon, por el hecho de serlo, reos de exterminio.
La República española,
abandonada por todos (salvo por México y la Unión Soviética) sucumbió. Diz que
aras de la paz universal, para evitar la guerra. Cuantos no comulgan con ruedas
de molino sabían que era una mentira de las que deshacen época. Quien más quien
menos, todos han sabido después a qué atenerse. Pero ello no quita para que
Franco siga todavía en el poder sostenido todo por el artilugio
católico-plutócrata del mundo, por el Vaticano, por Churchill. Cierto es que,
aunque a regañadientes y a costa de forcejeos, poco a poco se van tomando los
medidas para que desaparezca del tablado internacional ese baldón demasiado
flagrante y delator para todos y demasiado estorboso para una bien ordenada
política de "olvido". Sí, es ya inminente el derrumbe de Franco pero
¿y la democracia española?
He aquí algo de lo que no se
oye hablar nunca. La democracia española tenía y tiene un gobierno legítimo
que, con las precisas asistencias debiera estar hace tiempo gobernando. Ni lo
está ni ninguna de las grandes potencias, inclusas las que no tienen relaciones
con la España actual, se ha dignado reconocerlo. Prefieren seguir empeñadas en
su política de sobrepujanza, peleándose por arrimar cada cual al ascua española
a su sardina. Como si no fuera temerario jugar con tan peligrosas espoletas.
Todo se vuelve trampas, obstrucciones, palabras cruzadas, pasatiempos, ardides
para dar lugar a que transcurran los días con la esperanza de poder derivar los
acontecimientos por ciertos declives de manera que el régimen sustituto del
actual sea el que cada jugador estima adecuado a sus particulares conveniencias
o siquiera el menos conveniente para los intereses ajenos. Y ello aunque ese
régimen no tenga mucho que ver con el que responde a la voluntad democrática de
España. Esa voluntad es lo único que, a lo que estamos viendo, no cuenta para
el sentido de justicia de los administradores de la victoria. La intervención
de no intervención sigue tan flamante como en sus mejores días. A Chamberlain
sucedió Churchill y a Churchill Bevin. ¿Delenda est Britania?
Se considerarán desorbitadas
estas afirmaciones. Quien esto escribe no lo piensa así. Política. Política de
tira y afloja. De toma y daca. De compra y venta. (A lo mejor por treinta pozos
de petróleo...) A veces sin finalidad práctica, por la voluptuosidad de
entregarse poderosamente al deporte político. El hecho es que ninguna de las
grandes potencias, ligadas a lo que cabe conjeturar, por secretos compromisos,
ni siquiera Rusia, ha reconocido al gobierno republicano en el destierro, único
representante legítimo de la voluntad española victimada atrozmente por el
fascismo, a la deriva de su propia irrestañada sangre. Puntualizando: este
hecho catalizador, revelador, viene a significar claramente, al confrontarlo
con los demás hechos, que el círculo de potencias llamadas democráticas, no
tiene de democracia sino un tanto por ciento de su nombre. A lo mejor hasta
seis de las letras que lo forman. Las últimas (que son las primeras): cracia,
el poder. Falta enteramente lo que se había ya vislumbrado más arriba: el
pueblo. No hay pueblo. No lo hay ni puede haberlo sin lenguaje. No hay lenguaje
universal, sino su babélica negación. No hay, por tanto justicia.
Sólo una excepción total,
siempre la misma, con cuanto ello significa: México. No lo pensamos nosotros.
Lo ha pensado la Historia.
Quede todo ello bien sentado
para que no se olvide.
Juan Larrea
“Visión de paz” Apogeo del Mito.
Cuadernos
Americanos, vol. XXVIII, núm. 4, julio-agosto 1946
(1) He aquí tres testimonios
irrecusables: "Nadie puede desde nuestro campo negar este hecho evidente:
la jornada del 16 de febrero ha constituido una hecatombe para la derecha
española", José Calvo Sotelo (El Diario Vasco, 11 de marzo de 1936);
"La gravedad de la situación creada por unos comicios que han resultado
adversos a la política conservadora me obliga a comunicarme otra vez con
Vuestra Eminencia", Isidro Gomá (en carta al Secretario de Estado,
Cardenal Pacelli, hoy Sumo Pontífice, fechada en Toledo el 26 de febrero de
1936); "La inesperada y formidable victoria del Frente Popular (16 de
febrero de 1936) entregó una vez más las riendas del poder a Azaña", Francisco
Franco (Revue Universelle, 15 de marzo de 1937)
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