Valencia,
13 de septiembre
Cuando alcanzamos a los americanos, yacían bajo unos olivos
cerca de un arroyo. El polvo amarillo de Aragón soplaba sobre ellos, sobre sus
ametralladoras cubiertas por mantas, sobre sus rifles automáticos y cañones
antiaéreos. Soplaba en nubes cegadoras levantadas por las herraduras de los
animales de carga y las ruedas del transporte motorizado y, bajo la ventolera,
las nubes de polvo que avanzaban por las colinas desnudas de Aragón
se parecían a una ventisca de Montana.
Al
amparo de la abrupta orilla, sin embargo, los hombres estaban repantigados,
alegres y sonrientes, y sus dientes eran como rendijas blancas entre el polvo
amarillo. Desde que los vi la primavera pasada, se han convertido en soldados.
Los románticos han resistido, los cobardes se han ido a casa junto con los
heridos graves. Los muertos no estaban allí, claro. Los que quedaban tenían
caras serias y ennegrecidas y después de siete meses conocían su oficio. Han
luchado con las primeras tropas españolas del nuevo ejército del gobierno, que
capturó las alturas muy fortificadas
y la ciudad de Quinto en una acción brillantemente concebida y ejecutada, y que
ha tomado parte con tres brigadas españolas en el ataque final de Belchite
después de que fuera rodeado por tropas españolas.
Tras
la toma por asalto de Quinto, marcharon hacia Belchite. Se echaron de bruces en
el bosque que bordea la ciudad y avanzaron a gatas con la táctica de combate de
los indios, que sigue siendo la más segura que puede saber cualquier infantería.
Cubiertos por una barrera de artillería de gran precisión, asaltaron la entrada
de la ciudad. Luego, durante tres días lucharon de casa en casa, de habitación
en habitación, derribando
paredes con picos, abriéndose paso con bombas desde cada esquina, ventana,
tejado, agujero o pared, en persecución de los fascistas en retirada. Por fin
establecieron contacto con las tropas españolas que avanzaban por el otro lado
y rodearon la catedral, donde aún resistían cuatrocientos hombres de la
guarnición de la ciudad. Estos hombres lucharon desesperada y valerosamente, y
un oficial fascista continuó disparando una ametralladora desde la torre hasta
que una granada derrumbó sobre él y su arma el campanario de mampostería.
Lucharon alrededor de la plaza, manteniendo el fuego de protección con rifles automáticos,
y realizaron el asalto final a la torre. Después, tras un combate que uno nunca
sabe si clasificar como histerismo o el colmo del valor, la guarnición se
rindió.
Robert
Merriman, antiguo profesor de la Universidad de California y ahora jefe de
estado mayor de la Brigada 15, fue uno de los que dirigieron el asalto final.
Sus hombres cuentan cómo sin afeitar, con la cara negra de humo, avanzó
arrojando bombas, herido ligeramente seis veces en manos y cara por cascos de
granada, pero negándose a que le vendaran las heridas hasta que hubieron tomado
la catedral. Las bajas americanas fueron veintitrés muertos y sesenta
heridos de un total de quinientos de todas las graduaciones que tomaron parte
en las dos operaciones. El total de bajas gubernamentales en toda la ofensiva
fue de dos mil entre muertos y heridos.
Toda
la guarnición de Belchite, tres mil hombres, fueron capturados o muertos
excepto cuatro oficiales que lograron escapar de la ciudad durante la noche
anterior al asalto final. Las fuerzas del gobierno hicieron tres mil
prisioneros en toda la ofensiva, de los cuales este corresponsal pudo ver unos
ochocientos cincuenta, pues los otros fueron enviados a campos de
concentración, y afirman haber causado más
de siete mil muertos y heridos entre las tropas nacionalistas. Los prisioneros
a quienes interrogué dijeron que habían sufrido mil doscientas bajas solo en
Belchite.
No
hay forma de comprobar estas bajas, pero cuando visitamos Belchite hace tres días,
dos horas después de que fuera bombardeado por la aviación fascista, el olor
putrefacto de los cadáveres en las casas derrumbadas era tan fuerte que los
pelotones de sepultureros del gobierno no podían cavar tumbas sin máscaras de
gas. Oficiales del Gobierno afirmaron haber enterrado a más de mil doscientos
fascistas solo en Belchite, una cifra que coincidía
con la facilitada por los prisioneros.
Lo
que sí pude comprobar fue el avance gubernamental desde la retaguardia, líneas
ligeramente atrincheradas y con muchas alambradas del antiguo frente
estabilizado de Aragón. Este avance, que verifiqué cuidadosamente durante tres
días en aquel frente, capturó una área de más de setecientos kilómetros
cuadrados y tomó las alturas fortificadas con cemento y protegidas con trampas
para tanques de Quinto y Belchite, las dos posiciones clave que cubren la
entrada de Zaragoza desde el sudeste. También cortó la carretera principal y la
vía férrea de Zaragoza
a Huesca en un punto un poco al norte de Zuera.
Treinta
mil hombres de una docena de diferentes ciudades marcharon durante diez días
por las colinas sin agua de Aragón en esta segunda y triunfante ofensiva
lanzada por el gobierno bajo el mando del general Pozas, general superior del
ejército español, doce años en el ejército regular y un veterano de África, que
ahora manda el Ejército del Este, Fue la primera gran tentativa, empleando
tropas del nuevo ejército español con una pequeña adición de internacionales»
de romper el punto muerto en que se encontraba el frente de Aragón, causadonpor
meses de inactividad de las tropas anarquistas y del POUM.
Las
tropas del POUM han alardeado de no haber perdido nunca un centímetro de
terreno en el frente de Aragón, pero omitieron añadir que tampoco perdieron a
un solo hombre en seis meses de pretendida lucha ni conquistaron un solo metro.
Las primeras líneas cruzadas por las tropas del gobierno estaban en muchos
lugares a tres kilómetros de las alambradas enemigas. El oficial médico, a
cargo del único gran hospital de la Cruz Roja Internacional en el frente de
Belchite, admitió que por su hospital solo pasaron tres heridos en los tres
meses anteriores a la ofensiva, durante la
cual este hospital trató a mil doscientos heridos.
En
un principio se concibió como una ofensiva de tres frentes, con la mayor
concentración contra las posiciones clave de Quinto y Belchite, mientras una
segunda columna avanzaba desde el norte de Zaragoza hacia Villamayor para
amenazar a Zaragoza por el este y una tercera columna de tropas catalanas atravesaba
un terreno difícil en dirección a Zuera para cortar la carretera y la vía
férrea de Huesca. La ofensiva fue solo un éxito completo en los salientes de
Belchite y Quinto, pero esta era la operación más difícil e importante.
El
general Kleber, que está lejos de ser considerado en España el genio militar
que algunos periódicos americanos han intentado hacer de él, tomó Villamayor
con una fuerza de cuatro mil hombres, pero fue obligado a retroceder quince
kilómetros hasta unas alturas al sur de Perdiguera. Si este avance fue una
maniobra fingida, puede considerarse un éxito, pero de todas las columnas que
avanzaron, esta fue la que tomó menos terreno. Más al norte, las tropas
catalanas, que avanzaban por una tierra desolada, severa e implacable como
cualquier parte desierta de África, tomaron la ciudad de Zuera cruzando el
cauce seco del río Gallego y logrando el primer
éxito militar verdadero contra un enemigo activo que Cataluña ha obtenido en
esta guerra. Mientras un batallón ocupaba Zuera, otro que bajaba de las colinas
y había perdido el contacto, abrió fuego sobre las tropas que estaban en la
ciudad. Estas, creyendo que habían sido rodeadas, se retiraron a las alturas de
Zuera donde este corresponsal visitó hace dos días su primera línea fuertemente
fortificada y estudió la posición fascista a ochocientos metros de distancia.
Tras retirarse de la ciudad, las tropas abandonaron las alturas y cruzaron la
carretera principal de Huesca, cortando esta y la vía férrea, y ya estaban bien fortificadas
al otro lado de la carretera cuando empecé a escribir este despacho. Aquella
carretera y aquella vía férrea están definitivamente cortadas. No por el fuego
de las ametralladoras sino por la presencia de la infantería.
En
resumen, la situación hoy en la guerra civil española es la siguiente: Franco
avanza en Asturias, donde el gobierno puede ofrecer poca resistencia debido a
un bloqueo de la costa que impide el envío de tropas y a una falta de aviones
del gobierno, en especial cazas, que no pueden volar tan lejos a causa de su
limitada capacidad de combustible. Es de esperar que el éxito de Franco
continúe en Asturias.
El
gobierno ha intentado su segunda gran ofensiva con las nuevas tropas y obtenido
un gran éxito al tomar las posiciones clave del sudeste de Zaragoza con bajas
increíblemente escasas gracias a una perfeccionada artillería ligera, una
coordinación excelente de los tanques y la experiencia ganada por el nuevo
ejército en Brunete.
Si
Franco contraataca en el frente de Aragón, tendrá que retirar hombres de
Asturias y aplazar cualquier ofensiva contra Madrid o contra Teruel. Ayer aún
no había signos de concentraciones de tropas para una contraofensiva, según los
oficiales de aviación que reconocieron exhaustivamente las líneas de
comunicación de Franco. Si Franco no contraataca, el gobierno puede continuar
su avance hacia Zaragoza con muy buenas perspectivas de tomarla si Franco sigue
concentrándose en Asturias. Hay algo que permanece inalterable: para ganar la
guerra, Franco ha de conquistar Madrid y esto requiere cortar la carretera de
Valencia o la carretera entre Valencia y Barcelona.
Mientras
tanto, con esta última ofensiva el gobierno es una amenaza constante para
Zaragoza, que es la puerta trasera de Franco. Zuera me pareció, al estudiarla,
una posición vulnerable que no ofrece grandes dificultades y abre el camino a
un rápido avance
hacia el norte. La puerta del sur ya está entornada, aunque será una gran
operación despejar posiciones fortificadas a la izquierda de un avance general.
La cuestión es si Franco intentará ahora cerrar de golpe esa puerta.
Ernest Hemingway
Despachos de la guerra civil española (1937-1938)
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