De Patricia Martínez de Vicente, autora de La Clave Embassy y Paso Doble, para Búscame en el ciclo de la vida.
“Mi padre fue un hombre civilizado que vivió en un tiempo incivilizado“.
La frase no es mía, es del escritor William Styron y la saco de su novela La decisión de Sophie, en cuya magnífica película la pronuncia Merryl Streep
con un marcado acento alemán. Pero como a mi no me gusta plagiar a nadie, doy
mis fuentes puesto que en este caso, me viene como anillo al dedo. Además de
civilizado, Eduardo Martínez Alonso fue un médico demasiado sensible para ignorar
la barbarie que palpó desde la primera fila de los peores acontecimientos
bélicos de su tiempo. Sanar y mantener con vida, con la mejor forma de vida
posible, a sus semejantes –como es la obligación de cualquier médico– fue
para él una filosofía de vida. Su máxima hipocrática, su razón de existir. Y de
ahí partieron el resto de los compromisos humanitarios a los que aquí me
refiero.
Los hechos verídicos, e inusitados para
algunos, que cuento en La clave Embassy,
sucedidos en la España de los años 1940, -aunque estuvieran prácticamente excluidos
de la historia de Europa (y de España) hasta que comencé a tirar del hilo en el
año 2000,- se enlazan con los orígenes de la IIGM y la relegada ayuda
humanitaria paralela. Ajustando este auxilio en tiempos de máxima tensión
internacional, humana y política a nuestra historia contemporánea, -curiosamente repetida dos generaciones después con la tragedia de Siria y los
refugiados que buscan un lugar tranquilo en el mundo huyendo de otra barbarie
similar– he querido impulsar al lector a que se replantee ciertas relaciones
internacionales confusas del franquismo de los años 1940. Y no sólo desvelar la
que ha sido durante décadas la secretísima actividad humanitaria de mi padre en
colaboración con el MI6, encubierto como el simpático médico de la embajada
Británica en Madrid -que lo era-, estrechamente implicado en aquellas
operaciones clandestinas de las que ya se oye hablar al cabo de los años sobre los
salvamentos de refugiados prisioneros entre la cárcel de Miranda de Ebro,
Madrid y Redondela. Donde relato con gran orgullo personal los alojamientos
familiares entre 1940-42 de cientos de perseguidos en nuestra finca de La
Portela, con sus correspondientes salidas encubiertas por la Ria de Vigo. O indistintamente
a través del Rio Miño hasta Portugal a nado desde Rivadavia, o en taxi cruzando
abiertamente la frontera. El mapa de los itinerarios fronterizos gallegos/portugueses dibujado por mi padre a lápiz para los ingleses en 1940 y
que reproduzco en La clave Embassy,
lo corroboran.
Las arriesgadas experiencias de este vigués nacido en el Arenal –en la
casa familiar pegada a la fábrica de conservas de su abuelo Antonio Alonso–
son la consecuencia de un hombre más bien tímido, de una sencillez mundana y
discreta frivolidad, para quien su educación cosmopolita entre Inglaterra,
Uruguay y España, nula militancia política, e ideológica en cualquier lugar; un
afranquista convencido –es decir, monárquico y antifascista, como se describe él de su puño y letra en el archivo
personal del Servicio Secreto Británico- sirvieron de inmejorable coartada para
ejercer en una clandestinidad abierta por media España sus funciones
humanitarias en ese difícil y crucial momento político e histórico de los años
1940. Desde que se personó en la Embajada Británica en Madrid ofreciéndose
voluntario a ir a la guerra el 3 de septiembre de 1939 (había estudiado
previamente medicina en Liverpool y ejercido durante la Guerra Civil como
médico en campaña en ambos bandos desde la Cruz Roja Española), aunque luego prefirió
quedarse y arriesgarse a participar voluntariamente, por indicación del
agregado militar, el Brigadier Torr, en una clandestinidad más atrayente -muy
al estilo del Servicio Secreto Británico,- actuando abiertamente a los ojos de
todos. Pues aunque el doctor contara con ese importante respaldo, además de
rescatar a los fugitivos con engaños médicos para sacarlos de la cárcel en
Miranda de Ebro, luego había que trasladarlos medio ocultos hasta depositarlos
en Valença do Minho, donde encontrarían el relevo portugués. Una solución
humanitaria elaborada mientras tomaban el té en el Embassy por el agregado
naval, Alan Hillgarth, Michael Creswell, encargado del MI9 y mi padre. Lo que
en realidad formaba parte de una estrategia política internacional de primera
magnitud, supervisada por el gobierno británico y consentida bajo cuerda por el
general Franco.
En La clave Embassy (La Esfera de los
Libros, 2010) (hubo otra novela previa a la desclasificación de los
documentos británicos, Embassy y la
Inteligencia de mambrú, 2003) mantengo sin embargo el relato original que
le sonsaqué a mi madre durante más de dos años, con el diario de mi padre en la
mano. Las principales fuentes de información de aquellas experiencias compartidas.
Porque también ella, Ramona de Vicente
Núñez, viguesa de 21 años, fue compañera
y cómplice de la mayoría de estas
trascendentales aventuras humanitarias desde su noviazgo gallego hasta su fuga
a Londres, perseguidos por la Gestapo, ya casados, en 1942. Sólo que en la
versión del 2010 confirmo por fin la realidad completa, tal como se conserva
entre los documentos oficiales británicos, exclusivos de su carpeta del
Servicio Secreto, (22666/A, Dr.
E.Martinez Alonso) -por cierto abierto
a consulta– confirmando asi muchos detalles de las primeras operaciones de
salvamento de aquellas rutas de evacuación españolas. Puesto que mi padre fue
uno de los primeros SOE (special operations executive) en España, antes de que estas
operaciones se fueran ampliando y extendiendo a lo largo de toda la guerra,
como cuento ya en Paso Doble, publicados
dos años después en Amazon. De manera
que con estas evidencias palpables he podido romper viejos esquemas históricos
y sociales dados por válidos a los largo de 70 años de ignorancia informativa,
mientras que, una vez más y por muy serios y trascendentales motivos de Estado,
se nos ocultaban. He podido asimismo revelar desde una perspectiva familiar y
realista - pero que ya es histórica- ,
que gran parte de la participación aliada en España entre 1940-45 fue tan explícita
y favorable a los intereses británicos como a los franquistas. Mucho más de lo
que creíamos. Aunque los discretos movimientos de los aliados por España quedaran
apantallados por las fanfarronerías alemanas. Porque hemos dado por hecho que
la desbordante influencia del III Reich y el poder superlativo de Hans
Hellermann, -alto cargo de la Gestapo en nuestro país- anulaban la muy
directa, -aunque prudente y soterrada intervención de los representantes
diplomáticos británicos - (y luego los USA)- ante el gobierno del dictador.
Hay que replantearse entonces, en lo que a ayuda humanitaria se refiere, el
alcance insospechado de la neutralidad española en esta recóndita y secretísima
colaboración durante la IIGM como una crucial y oculta maniobra política aliada,
defendida a capa y espada por el embajador británico Sir Samuel Hoare, hasta el
punto de mantenerse sus verdaderas intenciones humanitarias en absoluto secreto
hasta el año 2005. Cuando se desclasifican oficialmente los archivos del
Servicio Secreto británico a través del Freedom of Information Act. Sin duda una
hábil manipulación diplomática de la política británica frente a la frágil
neutralidad española de la IIGM.
Por la complejidad jurídica de la ayuda a los refugiados, apátridas, o
indocumentados sometidos al III Reich, -volvemos al triste paralelismo actual
con los sirios y tantos otros refugiados que buscan su liberación huyendo por
el mar Mediterráneo– que se saltó olímpicamente
cualquier Tratado de La Haya, no digamos ya, el mínimo respeto a la dignidad
humana y aunque rescatados con vida, los miles de fugitivos europeos que logran
llegar a España atravesando hasta 100 pasos pirenaicos encubiertos, como
detalla una publicación oficial de la Cruz Roja Británica del año 1949, (lo que
que podrían sumar unas 300.000 personas, y no añado ningún cero) tuvieron que
recurrir a estos métodos ilegales por vivir expuestos a un absurdo vacío de identificación
por la falta de documentos. El mayor impedimento para el traslado o acogimiento
de esos 200 ilegales que llegan diariamente a nuestro país, 500 de los cuales
deberán salir con urgencia por los mismos medios. Una situación extrema que
unida a las terribles consecuencias de la masiva desaparición de judíos en los
países ocupados, obliga a los aliados a buscar soluciones desde el exterior. De
ahí que se recurriera a los expertos del MI6 con la cobertura oficiosa de la
Cruz Roja Internacional. Los auténticos estrategas de unos rescates hábilmente encubiertos
dada la tenaz presencia alemana en nuestro país al que posteriormente se unirán
otras asociaciones judías como JOINT (Jewish International Association), o los
cuáqueros norteamericanos, que amplío con detalle en Paso Doble. No sólo era cuestión
de socorrer a las víctimas y salvarles la vida, liberarlos de su cautiverio,
darles cobijo antes de reintegrarlos a la sociedad. También había que reconvertirlos
en las personas que serían al devolverles la dignidad arrebatada como judíos, indocumentados
o apátridas. Un problema humano de tal envergadura para Winston Churchill y el
presidente Roosevelt que lo convirtieron en un asunto de Estado a tratar
directamente con el general Franco tan pronto como noviembre de 1940. Noticias Top Secret que los propios rescatados –y rescatadores- han preferido no comentar ni con sus hijos, pero cuya
veracidad se ha podido probar al desclasificarse los documentos oficiales del
Servicio Secreto británico al cabo del tiempo.
El juramento de silencio firmado en el Acta Oficial Secreta (Official
Secret´s Act) por mi padre, ante el Estado y la Corona Británicos en 1943, cuya
copia publiqué en La clave Embassy
tal como se guarda en su archivo exclusivo del Public Record´s Office de
Londres, es la punta del iceberg que confirma esta delicada colaboración bélica.
La conclusión de una realidad rocambolesca de un súbdito español cooperante del Servicio Secreto
británico durante la guerra internacional antes de su regreso de Londres sin
mayor problema. Y sin la mínima amenaza de ser represaliado, o rozar siquiera
el temido Tribunal de Espionaje y Alta Traición de España. Al punto de
continuar viviendo y ejerciendo su profesión libremente en Madrid bajo la rigurosa
dictadura del general Franco. Además de no padecer ninguna contrariedad profesional, o
persecución personal desde nuestro regreso familiar definitivo en 1946. Por eso
quiero destacar el interesante hallazgo de mi colega, Antonio Giraldez Lomba,
publicado en la página 605 de su “Vigo y su Colonia Alemana en la IIGM”. Aquí
aparece el telegrama fechado el 2 de diciembre de 1946, tal como se conserva en
el expediente del Dr. Eduardo Martínez Alonso en el Archivo Histórico de la
Dirección Gral de Seguridad. En él se
comunica a las fronteras de Eíbar, San Sebastían y Fuenterrabía (aunque no
entiendo bien por qué solo en esas fronteras y no en muchas más) que “se prohíbe la entrada en España, aunque
documentación venga en regla, al uruguayo, Eduardo Martínez Alonso, médico”. Cuando mis padres y yo recién nacida ya habíamos
volado directamente de Londres a Madrid con los lógicos pasaportes españoles en
regla sin sufrir el menor impedimento en el mes de octubre. Un remate oficial en contrapartida a su valiosa
labor con el Servicio Secreto británico y que confirma los acertados manejos internos
de otros agentes del MI6 que supieron enredar acertadamente los futuros pasos
de su antiguo colaborador, al manipular su situación familiar –sin mentir-
como hijo de uruguayo y española. Un método paralelo a la significativa e
ignorada colaboración franquista sobre las ayudas humanitarias durante la guerra.
Aunque tampoco nos deja duda de que el general aceptara estas complejas
concesiones humanitarias gratuitamente y a cambio de nada. Porque también
Franco tuvo otras compensaciones.
Reconsideremos entonces nuestra tullida memoria histórica. No nos ocupemos
solo de reclamar los cadáveres de los que desgraciadamente ya no lo pueden
contar. Recordemos también y con alegría a aquellos discretos y muy meritorios
participantes de uno de los pocos lados
amables de la guerra, que es ese que se encargó de salvar las vidas de unos extranjeros desconocidos de nombres
impronunciables y de los que nunca más se volvería a saber, por ilegales y
extravagantes que fueran los procedimientos utilizados.
Patricia Martínez de Vicente
Escritora, antropóloga social y autora de La Clave Embassy (La Esfera de los
Libros, 2010) y Paso Doble, Amazon 2012.
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