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2099. Eduardo Martínez Alonso. El triunfo de los buenos propósitos humanitarios

Eduardo Martínez Alonso - (Vigo 1903 - Madrid  1972)


De Patricia Martínez de Vicente, autora de La Clave Embassy y Paso Doble, para Búscame en el ciclo de la vida.


“Mi padre fue un hombre civilizado que vivió en un tiempo incivilizado“.

La frase no es mía, es del escritor William Styron y la saco de su novela La decisión de Sophie, en cuya magnífica película la pronuncia Merryl Streep con un marcado acento alemán. Pero como a mi no me gusta plagiar a nadie, doy mis fuentes puesto que en este caso, me viene como anillo al dedo. Además de civilizado, Eduardo Martínez Alonso fue un médico demasiado sensible para ignorar la barbarie que palpó desde la primera fila de los peores acontecimientos bélicos de su tiempo. Sanar y mantener con vida, con la mejor forma de vida posible, a sus semejantes –como es la obligación de cualquier médico– fue para él una filosofía de vida. Su máxima hipocrática, su razón de existir. Y de ahí partieron el resto de los compromisos humanitarios a los que aquí me refiero.

Los hechos verídicos, e inusitados para algunos, que cuento en La clave Embassy, sucedidos en la España de los años 1940, -aunque estuvieran prácticamente excluidos de la historia de Europa (y de España) hasta que comencé a tirar del hilo en el año 2000,- se enlazan con los orígenes de la IIGM y la relegada ayuda humanitaria paralela. Ajustando este auxilio en tiempos de máxima tensión internacional, humana y política a nuestra historia contemporánea, -curiosamente repetida dos generaciones después con la tragedia de Siria y los refugiados que buscan un lugar tranquilo en el mundo huyendo de otra barbarie similar– he querido impulsar al lector a que se replantee ciertas relaciones internacionales confusas del franquismo de los años 1940. Y no sólo desvelar la que ha sido durante décadas la secretísima actividad humanitaria de mi padre en colaboración con el MI6, encubierto como el simpático médico de la embajada Británica en Madrid -que lo era-, estrechamente implicado en aquellas operaciones clandestinas de las que ya se oye hablar al cabo de los años sobre los salvamentos de refugiados prisioneros entre la cárcel de Miranda de Ebro, Madrid y Redondela. Donde relato con gran orgullo personal los alojamientos familiares entre 1940-42 de cientos de perseguidos en nuestra finca de La Portela, con sus correspondientes salidas encubiertas por la Ria de Vigo. O indistintamente a través del Rio Miño hasta Portugal a nado desde Rivadavia, o en taxi cruzando abiertamente la frontera. El mapa de los itinerarios fronterizos gallegos/portugueses dibujado por mi padre a lápiz para los ingleses en 1940 y que reproduzco en La clave Embassy, lo corroboran.

Las arriesgadas experiencias de este vigués nacido en el Arenal –en la casa familiar pegada a la fábrica de conservas de su abuelo Antonio Alonso– son la consecuencia de un hombre más bien tímido, de una sencillez mundana y discreta frivolidad, para quien su educación cosmopolita entre Inglaterra, Uruguay y España, nula militancia política, e ideológica en cualquier lugar; un afranquista convencido –es decir, monárquico y antifascista, como se  describe él de su puño y letra en el archivo personal del Servicio Secreto Británico- sirvieron de inmejorable coartada para ejercer en una clandestinidad abierta por media España sus funciones humanitarias en ese difícil y crucial momento político e histórico de los años 1940. Desde que se personó en la Embajada Británica en Madrid ofreciéndose voluntario a ir a la guerra el 3 de septiembre de 1939 (había estudiado previamente medicina en Liverpool y ejercido durante la Guerra Civil como médico en campaña en ambos bandos desde la Cruz Roja Española), aunque luego prefirió quedarse y arriesgarse a participar voluntariamente, por indicación del agregado militar, el Brigadier Torr, en una clandestinidad más atrayente -muy al estilo del Servicio Secreto Británico,- actuando abiertamente a los ojos de todos. Pues aunque el doctor contara con ese importante respaldo, además de rescatar a los fugitivos con engaños médicos para sacarlos de la cárcel en Miranda de Ebro, luego había que trasladarlos medio ocultos hasta depositarlos en Valença do Minho, donde encontrarían el relevo portugués. Una solución humanitaria elaborada mientras tomaban el té en el Embassy por el agregado naval, Alan Hillgarth, Michael Creswell, encargado del MI9 y mi padre. Lo que en realidad formaba parte de una estrategia política internacional de primera magnitud, supervisada por el gobierno británico y consentida bajo cuerda por el general Franco.

En La clave Embassy (La Esfera de los Libros, 2010) (hubo otra novela previa a la desclasificación de los documentos británicos, Embassy y la Inteligencia de mambrú, 2003) mantengo sin embargo el relato original que le sonsaqué a mi madre durante más de dos años, con el diario de mi padre en la mano. Las principales fuentes de información de aquellas experiencias compartidas.  Porque también ella, Ramona de Vicente Núñez, viguesa de  21 años, fue compañera y cómplice  de la mayoría de estas trascendentales aventuras humanitarias desde su noviazgo gallego hasta su fuga a Londres, perseguidos por la Gestapo, ya casados, en 1942. Sólo que en la versión del 2010 confirmo por fin la realidad completa, tal como se conserva entre los documentos oficiales británicos, exclusivos de su carpeta del Servicio Secreto, (22666/A,  Dr. E.Martinez Alonso) -por cierto abierto a consulta– confirmando asi muchos detalles de las primeras operaciones de salvamento de aquellas rutas de evacuación españolas. Puesto que mi padre fue uno de los primeros SOE (special operations executive) en España, antes de que estas operaciones se fueran ampliando y extendiendo a lo largo de toda la guerra, como cuento ya en Paso Doble, publicados dos años después en Amazon. De manera que con estas evidencias palpables he podido romper viejos esquemas históricos y sociales dados por válidos a los largo de 70 años de ignorancia informativa, mientras que, una vez más y por muy serios y trascendentales motivos de Estado, se nos ocultaban. He podido asimismo revelar desde una perspectiva familiar y realista - pero que ya es histórica- , que gran parte de la participación aliada en España entre 1940-45 fue tan explícita y favorable a los intereses británicos como a los franquistas. Mucho más de lo que creíamos. Aunque los discretos movimientos de los aliados por España quedaran apantallados por las fanfarronerías alemanas. Porque hemos dado por hecho que la desbordante influencia del III Reich y el poder superlativo de Hans Hellermann, -alto cargo de la Gestapo en nuestro país- anulaban la muy directa, -aunque prudente y soterrada intervención de los representantes diplomáticos británicos - (y luego los USA)- ante el gobierno del dictador.

Hay que replantearse entonces, en lo que a ayuda humanitaria se refiere, el alcance insospechado de la neutralidad española en esta recóndita y secretísima colaboración durante la IIGM como una crucial y oculta maniobra política aliada, defendida a capa y espada por el embajador británico Sir Samuel Hoare, hasta el punto de mantenerse sus verdaderas intenciones humanitarias en absoluto secreto hasta el año 2005. Cuando se desclasifican oficialmente los archivos del Servicio Secreto británico a través del Freedom of Information Act. Sin duda una hábil manipulación diplomática de la política británica frente a la frágil neutralidad española de la IIGM.

Por la complejidad jurídica de la ayuda a los refugiados, apátridas, o indocumentados sometidos al III Reich, -volvemos al triste paralelismo actual con los sirios y tantos otros refugiados que buscan su liberación huyendo por el mar Mediterráneo–  que se saltó olímpicamente cualquier Tratado de La Haya, no digamos ya, el mínimo respeto a la dignidad humana y aunque rescatados con vida, los miles de fugitivos europeos que logran llegar a España atravesando hasta 100 pasos pirenaicos encubiertos, como detalla una publicación oficial de la Cruz Roja Británica del año 1949, (lo que que podrían sumar unas 300.000 personas, y no añado ningún cero) tuvieron que recurrir a estos métodos ilegales por vivir expuestos a un absurdo vacío de identificación por la falta de documentos. El mayor impedimento para el traslado o acogimiento de esos 200 ilegales que llegan diariamente a nuestro país, 500 de los cuales deberán salir con urgencia por los mismos medios. Una situación extrema que unida a las terribles consecuencias de la masiva desaparición de judíos en los países ocupados, obliga a los aliados a buscar soluciones desde el exterior. De ahí que se recurriera a los expertos del MI6 con la cobertura oficiosa de la Cruz Roja Internacional. Los auténticos estrategas de unos rescates hábilmente encubiertos dada la tenaz presencia alemana en nuestro país al que posteriormente se unirán otras asociaciones judías como JOINT (Jewish International Association), o los cuáqueros norteamericanos, que amplío con detalle en Paso Doble.  No sólo era cuestión de socorrer a las víctimas y salvarles la vida, liberarlos de su cautiverio, darles cobijo antes de reintegrarlos a la sociedad. También había que reconvertirlos en las personas que serían al devolverles la dignidad arrebatada como judíos, indocumentados o apátridas. Un problema humano de tal envergadura para Winston Churchill y el presidente Roosevelt que lo convirtieron en un asunto de Estado a tratar directamente con el general Franco tan pronto como noviembre de 1940. Noticias Top Secret que los propios rescatados –y rescatadores- han preferido no comentar ni con sus hijos, pero cuya veracidad se ha podido probar al desclasificarse los documentos oficiales del Servicio Secreto británico al cabo del tiempo.

El juramento de silencio firmado en el Acta Oficial Secreta (Official Secret´s Act) por mi padre, ante el Estado y la Corona Británicos en 1943, cuya copia publiqué en La clave Embassy tal como se guarda en su archivo exclusivo del Public Record´s Office de Londres, es la punta del iceberg que confirma esta delicada colaboración bélica. La conclusión de una realidad rocambolesca de un súbdito español cooperante del Servicio Secreto británico durante la guerra internacional antes de su regreso de Londres sin mayor problema. Y sin la mínima amenaza de ser represaliado, o rozar siquiera el temido Tribunal de Espionaje y Alta Traición de España. Al punto de continuar viviendo y ejerciendo su profesión libremente en Madrid bajo la rigurosa dictadura del general Franco. Además de no padecer ninguna contrariedad profesional, o persecución personal desde nuestro regreso familiar definitivo en 1946. Por eso quiero destacar el interesante hallazgo de mi colega, Antonio Giraldez Lomba, publicado en la página 605 de su “Vigo y su Colonia Alemana en la IIGM”. Aquí aparece el telegrama fechado el 2 de diciembre de 1946, tal como se conserva en el expediente del Dr. Eduardo Martínez Alonso en el Archivo Histórico de la Dirección Gral de Seguridad.  En él se comunica a las fronteras de Eíbar, San Sebastían y Fuenterrabía (aunque no entiendo bien por qué solo en esas fronteras y no en muchas más) que “se prohíbe la entrada en España, aunque documentación venga en regla, al uruguayo, Eduardo Martínez Alonso, médico”. Cuando  mis padres y yo recién nacida ya habíamos volado directamente de Londres a Madrid con los lógicos pasaportes españoles en regla sin sufrir el menor impedimento en el mes de octubre. Un remate oficial en contrapartida a su valiosa labor con el Servicio Secreto británico y que confirma los acertados manejos internos de otros agentes del MI6 que supieron enredar acertadamente los futuros pasos de su antiguo colaborador, al manipular su situación familiar –sin mentir- como hijo de uruguayo y española. Un método paralelo a la significativa e ignorada colaboración franquista sobre las ayudas humanitarias durante la guerra. Aunque tampoco nos deja duda de que el general aceptara estas complejas concesiones humanitarias gratuitamente y a cambio de nada. Porque también Franco tuvo otras compensaciones.

Reconsideremos entonces nuestra tullida memoria histórica. No nos ocupemos solo de reclamar los cadáveres de los que desgraciadamente ya no lo pueden contar. Recordemos también y con alegría a aquellos discretos y muy meritorios participantes de uno de los pocos lados amables de la guerra, que es ese que se encargó de salvar las vidas de unos extranjeros desconocidos de nombres impronunciables y de los que nunca más se volvería a saber, por ilegales y extravagantes que fueran los procedimientos utilizados.


Patricia Martínez de Vicente

Escritora, antropóloga social y  autora de La Clave Embassy (La Esfera de los Libros, 2010) y Paso Doble, Amazon 2012.









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