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2141. Despachos de la guerra civil española XIV



Madrid, 6 de octubre 

En otoño la llanura castellana tiene el color del león y está tan desnuda como un perro trasquilado. Mirando hacia el llano amarillento desde la cumbre de una colina por donde pasaba la vieja línea del frente, se veían cuatro pueblos y una ciudad lejana. La ciudad era Navalcarnero, en la carretera de Extremadura, el objetivo final de la gran ofensiva gubernamental de julio. Se veía azul en la distancia y los campanarios de sus iglesias se elevaban sobre la llanura amarilla donde ochenta mil hombres lucharon en la batalla más encarnizada de la guerra española.

La carretera de Navalcarnero estaba defendida por los cuatro pueblos que se veían abajo. Se hallaban casi en las posiciones los defensas de un equipo de fútbol americano preparados para recibir el balón que inicia el juego. Villanueva del Pardillo era el zaguero derecho, Villanueva de la Cañada el defensa, y Quijorna el zaguero izquierdo. A medio camino de Navalcarnero estaba Brunete, defensa central. Todos los pueblos habían sido fortificados por los rebeldes y todos fueron conquistados por el gobierno, pero el juego no tenía fluidez. El momento era inoportuno.

Las tropas del gobierno penetraron con facilidad por el centro, tomaron Villanueva de la Cañada y se aprestaron para tomar Brunete, con solo sesenta bajas la primera mañana de la ofensiva. Habrían seguido adelante y explotado su ventaja, pero Quijorna, a la derecha, protegida por eminencias fortificadas, detuvo el avance durante tres días y Villanueva del Pardillo no fue tomada hasta el quinto día. Se formó un peligroso saliente con Brunete en la punta y por el momento pareció indefendible en el caso de una contraofensiva. La toma de la posición de zaguero derecho de Villanueva del Pardillo y las cumbres a sus espaldas hicieron posible defender el saliente y, cuando liego la contraofensiva, el gobierno conservó todas sus posiciones durante cinco días de la batalla más sangrienta de la guerra, exceptuando la propia ciudad de Brunete y una estrecha franja de la parte delantera de su saliente. La línea del frente, según vimos ayer, está ahora justo a medio camino entre Villanueva de la Cañada y Brunete.

Las carreteras sin árboles y la total ausencia de protección expusieron a las tropas de ambos bandos a un terrible castigo de fuego de artillería y ataques incesantes de la aviación enemiga. Ayer descubrimos lo visible que resulta cualquier movimiento en una llanura desnuda cuando Herbert Matthews de The New York Times, Sefton Delmer del Daily Express y yo visitamos el frente de Brunete en el Ford de Delmer, con las banderas británica y americana en los guardabarros. Habíamos mirado la ciudad de Brunete desde las alturas y visto a soldados rebeldes caminar por las calles y observado con sorpresa el campanario todavía erguido y muchas casas moderadamente intactas en una ciudad que se creía convertida en polvo. Volvimos a pie a la carretera y al Ford y seguimos a un vehículo del estado mayor del gobierno que corría a toda velocidad por la surcada carretera de asfalto negro hacia Villanueva de la Cañada. Allí un oficial salió al encuentro del coche y nos detuvo, diciendo: «No pueden continuar. Han visto su vehículo con las banderas y están bombardeando la carretera». Se oyó un fuerte estallido y una nube de humo negro se elevó ante nosotros a cien metros de distancia, donde había caído junto a la carretera una granada de seis pulgadas, de explosión instantánea; Nos apeamos del coche y vimos caer media docena de bombas en la encrucijada de Quijorna, mientras el oficial explicaba que el puesto de observación rebelde en el campanario de Brunete debía de haber tomado al Ford abanderado por una especie de coche de alto estado mayor. Sugerí que nos fuéramos, si estábamos atrayendo el fuego, pero el oficial dijo; «Ni pensarlo. Nos encanta que desperdicien bombas». Ser blanco de bombas de seis pulgadas, es un cumplido que los periodistas reciben con muy poca frecuencia, pero en realidad fue un alivio oír caer las bombas sobre la tierra y explotar con un decente surtidor de barro, lanzadas hacia un objetivo concreto, después de lo que uno siente sobre el bombardeo indiscriminado en las calles empedradas de Madrid.

Tras explorar la ruinosa desolación de Villanueva de la Cañada, fuimos en un coche camuflado del estado mayor a Villanueva del Pardillo y examinamos las fortificaciones y trincheras con las que los rebeldes habían transformado dicha ciudad en una verdadera fortaleza. Al ver el círculo de defensas/fue fácil comprender por qué se había detenido allí el avance del gobierno y pudimos apreciar las lecciones aprendidas por el nuevo ejército en Brunete y que había aplicado en Aragón. Brunete no fue el último desesperado esfuerzo del gobierno para aliviar el asedio de Madrid, sino la primera de una serie de ofensivas lanzadas sobre la base realista de que la guerra podía durar dos años. Para comprender la guerra española es necesario tener en cuenta que los rebeldes no mantienen una única; y continua línea de trincheras en un frente de mil trescientos kilómetros, sino ciudades fortificadas, sin comunicación con ninguna defensa, pero que dominan el campo circundante como lo hacían los castillos en la antigua época feudal. Estas ciudades han de ser sobrepasadas, rodeadas, asediadas y asaltadas como los castillos en otros tiempos. Las tropas que habían estado a la defensiva durante nueve meses en espera de atacar, aprendieron sus primeras lecciones en abril en la Casa de Campo: los ataques frontales en una guerra moderna contra buenas posiciones de artillería son suicidas. El único sistema de ataque que puede vencer la superioridad que la artillería da a la defensa si el bombardeo aéreo no infunde pánico a los defensores, es por sorpresa, oscuridad o maniobra. El gobierno empezó a maniobrar en la contraofensiva que venció a los italianos en Guadalajara. En Brunete no tenían la experiencia suficiente para tomar sus objetivos al mismo tiempo a fin de que todo el frente pudiese avanzar. Sin embargo, lanzaron una contraofensiva que costó a los rebeldes más hombres de los que podían perder. Las bajas de los leales al gobierno se estimaron en quince mil, y la contraofensiva rebelde en el terreno baldío carente de todo elemento de sorpresa debió de costarles mucho más.

Ahora, mientras las tropas de Franco avanzan en Asturias, el gobierno acaba de completar otra cautelosa ofensiva en el extremo norte de Aragón que los conduce a una distancia estratégica de Jaca, la misma a que están de Huesca, Zaragoza y Teruel. Pueden luchar de este modo indefinidamente, mejorando sus posiciones mientras forjan a sus tropas en un ejército de ataque en una serie de pequeñas ofensivas con objetivos limitados, destinadas a ser realizadas con un mínimo de bajas mientras enseñan a un ejército a maniobrar en preparación para operaciones a gran escala.

Entretanto, Franco se ve constantemente obligado a distraer tropas para hacer frente a estas pequeñas ofensivas. Franco solo tiene dos alternativas. Puede seguir tomando ciudades «de nombre», sin verdadera importancia estratégica, avanzando por la costa y mejorando así su posición internacional con éxitos obvios y rentables, o enfrentarse con la inevitable y amarga necesidad de atacar nuevamente Madrid y sus líneas de comunicación con Valencia.

Personalmente, creo que al avanzar hacia Madrid y fracasar en su conquista se metió en un lío del que aún no ha podido salir. Tarde o temprano tendrá que arriesgarlo todo en una gran ofensiva en la meseta castellana.

Mientras volvía a casa ayer noche, sin luces y en el asiento trasero del Ford de Delmer, observando la Osa Mayor y la Estrella Polar y oyendo a Matthews hablar de la Cruz del Sur, pensé que la impresión más viva del día no era el bombardeo. Todas las bombas se parecen y si no te aciertan, no hay historia y si te aciertan, no tienes que escribirla. Era el hecho de que en aquel llano amarillento y baldío habían surgido alfombras de flores púrpuras como flores de azafrán donde los proyectiles incendiarios habían prendido fuego a los trigales. En la oscuridad recordé un jardín de Key West y pensé que si Franco va a tomar la ofensiva, que lo haga pronto y acabemos con esto de una vez.


Ernest Hemingway
Despachos de la Guerra civil espñaola (1937-1938)









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