El 27 de octubre de 1930 nacía Francisca Aguirre. Fue una niña de la guerra y la posguerra españolas, hija del pintor Lorenzo Aguirre, ejecutado en 1942 por la dictadura franquista mediante garrote vil en la prisión de Porlier, cuando ella tenía doce años. Esté trágico hecho marcó su vida y su obra.
El último mohicano
No tuve nada, y sin embargo, de algún
modo,
comprendo que lo tuve todo
no teníamos nada, nada, salvo el
miedo, el dolor,
el estupor que produce la muerte.
Cuando mataron a mi padre, nos quedamos en
esa zona
de vacío que va de la vida a la muerte
dentro de esa burbuja última que lanzan
los ahogados,
como si todo el aire del mundo se hubiese
agotado de pronto,
ahí nos quedamos, como peces en una pecera
sin agua,
como los atónitos visitantes de un planeta
vacío.
Nada teníamos, aunque también es cierto
que ya nada queríamos.
Recuerdo bien que a mi hermana Susi y a mí
nos dieron la noticia en el cuarto de aseo
de aquel colegio
para hijas de presos políticos.
Había un espejo enorme y yo vi la palabra
muerte
crecer dentro de aquel espejo hasta salir
de él y alojarse
en los ojos de mi hermana
como un vapor letal y pestilente.
Nada ha logrado hacerme olvidar aquellos
ojos
salvo algunas horas de amor en que Félix y
yo éramos
dos huérfanos, y el rostro milagroso de mi
hija.
Y nada más tuvimos durante mucho tiempo
pero mamá tuvo menos que nadie,
mamá quedó como un espejo sin azogue,
lo perdió todo, salvo un hilo delgado que
la unía a nosotras.
Y por aquel inconcebible puente, como tres
hormiguitas, íbamos y
veníamos a su estatua de vidrio
restituyéndole el azogue.
Volvió a nosotras desde el país del hielo.
Y volvió tan absolutamente, que gracias a
ella, nosotras,
que nada teníamos, lo tuvimos todo.
Mamá fue nuestro esparzo nuestro guerrero
del antifaz, el país de las hadas, la abundancia dentro de la miseria,
nuestro mejor amigo, nuestro escudo contra
los moros,
la enamorada de las bellas artes
la que hizo posible que papá no muriera,
la que lo fue resucitando en cada uno de
sus cuadros.
Mamá fue quien nos dijo que mi padre
admiraba a los griegos,
que adoraba los libros, que no podía vivir
sin la música,
y que fue amigo de Unamuno.
Cierto que no tuvimos nada.
Que muchas veces nos faltaba todo
Pero aunque algunos días no comimos,
tuvimos una radio para oír a Beethoven.
Y un día de reyes de 1944 mamá y los tíos
fueron al Rastro.
Nos compraron tres libros: La Cuesta
encantada, Nómadas del Norte y el último mohicano.
Dios sabe cuántas veces habré leído esos
libros.
Mamá nos trajo El último mohicano. Y de la
mano de ese
indio solitario entramos en el mundo de lo
maravilloso.
Y lo tuvimos todo para siempre.
Y ya nadie podrá quitárnoslo.
Francisca Aguirre
Francisca Aguirre me ha hecho llorar de emoción con este poema.
ResponderEliminarValiente mujer, de madre perfecta para el dolor sin recuperación.
¡¡Viva Francisca Aguirre y su poesía!!!
danielle, hija de un derrotado.