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2212. La noche del 24 de diciembre en las trincheras

Turron, fruta, tabaco, embutido y una botellita de licor, que, con algunas cosas más, fueron enviados a los luchadores de la República
en la noche del día 24 de diciembre de 1936 (Fotografía de Albero y Segovia)


Hay fiestas arraigadas de tal modo en la entraña popular, en el corazón del pueblo, que no pueden quedar olvidadas o suprimidas, ni aun en momentos tan graves como los que atraviesa actualmente nuestra nación.

La noche del 24 de Diciembre de 1936 no ha pasado como una noche más entre las noches de la guerra, del mismo modo que no pasarán como días cualesquiera el último día del año y la fiesta de los Reyes Magos, ya próxima, en la que miles y miles de juguetes serán repartidos entre los hijos de los combatientes, por iniciativa del Gobierno de la República.

Son fechas marcadas con tinta alegre en el calendario; fechas que no pueden quedar borradas así como asi, porgue tienen calor de hogar y calor de tradición.

El miliciano que en las trincheras forma parte de la muralla humana, de la muralla de pechos descubiertos levantada ante el enemigo, ha tenido también este año, pese a todo, su cena popular. Días vendrán en que esta cena se celebrará al calor del brasero, entre los seres queridos y entre los recuerdos, difuminados por la niebla del tiempo, de las jornadas trágicas que ahora estamos viviendo. Entonces se hablará de esta cena cuyos restos están aún calientes, de esta del 24 de Diciembre de 1936, como de algo único y lejano.

El miliciano, el combatiente del Frente Popular, no se ha quedado sin la alegría de la noche clásica, y hasta las avanzadillas más peligrosas han llegado los productos de las suscripciones, los regalos de los familiares y amigos, los envíos todos de la gente que está en la retaguardia.

En las trincheras ha sido, pues, este que comentamos, lo que tenía que ser: un día de excepción. No ha importado la proximidad del enemigo, y ha sido una cena amenizada con música de silbidos de balas y con coplas flamencas, cantadas al son de la ametralladora.

Han faltado al lado de los bravos defensores de la República los abrazos palpables y el caiiño próximo de los padres, de los hermanos, de los hijos, de todos los seres queridos, en quienes en esta noche ha vivido más permanentemente que nunca el recuerdo del familiar que empuña un fusil tras los parapetos.

Pero los milicianos no han estado solos, no se han sentido solos, porque detrás de ellos miles y miles de personas les han demostrado que no les olvidan en ningún momento, que han hecho todo lo humanamente posible para que, a falta del ambiente hogareño, no falte, en cambio, la solidaridad, el apoyo incondicional de los que sienten sus afanes, de los que están compenetrados de tal modo con los que defienden las posiciones leales que más que compañeros unidos en el logro de un mismo afán, son hermanos entrañables en la ventura y en la desventura.

No no ha faltado la alegría en las trincheras en la noche histórica y tradicional del 24 de Diciembre de 1936. De todas las poblaciones en poder del Gobierno del Frente Popular han llegado hasta los lugares donde se habla con la muerte copiosos envíos, camiones enteros cargados de comestibles, de tabaco, de licores, de todo lo que ha podido contribuir a llevar al miliciano la alegría indispensable, la alegría consagrada a través de los siglos, la alegría que ni el tronar de los cañones lia sido bastante para suprimir.

No ha sido malo el aguinaldo del miliciano. No ha sido triste la noche. No podía serlo. El luchador se ha sentido más amparado que nunca, y en este amparo ha encontrado la cantera inagotable de donde sacar energías para la lucha y bravura indomable para arremeter contra el enemigo.


Ramón Martorell
Crónica,  27 de diciembre de 1936










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