Hay fiestas arraigadas de tal modo en la entraña popular, en el corazón del pueblo,
que no pueden quedar olvidadas o suprimidas, ni aun en momentos tan graves como
los que atraviesa actualmente nuestra nación.
La
noche del 24 de Diciembre de 1936 no ha pasado como una noche más entre las
noches de la guerra, del mismo modo que no pasarán como días cualesquiera el
último día del año y la fiesta de los Reyes Magos, ya próxima, en la que miles
y miles de juguetes serán repartidos entre los hijos de los combatientes, por
iniciativa del Gobierno de la República.
Son
fechas marcadas con tinta alegre en el calendario; fechas que no pueden quedar
borradas así como asi, porgue tienen calor de hogar y calor de tradición.
El
miliciano que en las trincheras forma parte de la muralla humana, de la muralla
de pechos descubiertos levantada ante el enemigo, ha tenido también este año, pese
a todo, su cena popular. Días vendrán en que esta cena se celebrará al calor
del brasero, entre los seres queridos y entre los recuerdos, difuminados por la
niebla del tiempo, de las jornadas trágicas que ahora estamos viviendo.
Entonces se hablará de esta cena cuyos restos están aún calientes, de esta del
24 de Diciembre de 1936, como de algo único y lejano.
El
miliciano, el combatiente del Frente Popular, no se ha quedado sin la alegría
de la noche clásica, y hasta las avanzadillas más peligrosas han llegado los
productos de las suscripciones, los regalos de los familiares y amigos, los
envíos todos de la gente que está en la retaguardia.
En
las trincheras ha sido, pues, este que comentamos, lo que tenía que ser: un día
de excepción. No ha importado la proximidad del enemigo, y ha sido una cena
amenizada con música de silbidos de balas y con coplas flamencas, cantadas al
son de la ametralladora.
Han
faltado al lado de los bravos defensores de la República los abrazos palpables
y el caiiño próximo de los padres, de los hermanos, de los hijos, de todos los
seres queridos, en quienes en esta noche ha vivido más permanentemente que
nunca el recuerdo del familiar que empuña un fusil tras los parapetos.
Pero
los milicianos no han estado solos, no se han sentido solos, porque detrás de
ellos miles y miles de personas les han demostrado que no les olvidan en ningún
momento, que han hecho todo lo humanamente posible para que, a falta del
ambiente hogareño, no falte, en cambio, la solidaridad, el apoyo incondicional
de los que sienten sus afanes, de los que están compenetrados de tal modo con
los que defienden las posiciones leales que más que compañeros unidos en el
logro de un mismo afán, son hermanos entrañables en la ventura y en la
desventura.
No no
ha faltado la alegría en las trincheras en la noche histórica y tradicional del
24 de Diciembre de 1936. De todas las poblaciones en poder del Gobierno del
Frente Popular han llegado hasta los lugares donde se habla con la muerte
copiosos envíos, camiones enteros cargados de comestibles, de tabaco, de
licores, de todo lo que ha podido contribuir a llevar al miliciano la alegría
indispensable, la alegría consagrada a través de los siglos, la alegría que ni
el tronar de los cañones lia sido bastante para suprimir.
No
ha sido malo el aguinaldo del miliciano. No ha sido triste la noche. No podía
serlo. El luchador se ha sentido más amparado que nunca, y en este amparo ha
encontrado la cantera inagotable de donde sacar energías para la lucha y
bravura indomable para arremeter contra el enemigo.
Ramón Martorell
Crónica, 27 de diciembre de 1936
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