Lo Último

2298. Despachos de la guerra civil española III



Madrid, 26 marzo 1937

Un día soleado y diáfano nos hallábamos en las colinas rojas al norte de Guadalajara, en el borde rocoso de un altiplano del que descendía una carretera blanca hacia el valle del fondo, observando a las tropas fascistas en la meseta empinada que cruzaba el estrecho valle.

—Uno sube por aquel sendero — dijo un oficial español que estaba a mi lado—. Tienen un puesto de ametralladora allí. Mire, por ahí van tres más. Y allá hay otros cinco.

Me senté con unos gemelos de campaña (en este momento, mientras escribo esto en el hotel, una granada ha hundido el tejado de un edificio justo detrás del hotel, explotando con gran estrépito, y este corresponsal ha mirado por la ventana y no ha visto a una sola persona abandonar la cola que hacen para comprar comida. El único movimiento ha sido un correteo de niños en dirección de la granada) y conté más de ciento cincuenta soldados moviéndose por la meseta y sus sendas, parecida a un despeñadero.

—Ahí no tienen artillería —me aseguró el oficial—. Es demasiado lejos para dispararnos con ametralladoras.

Soldados fascistas con uniformes del ejército regular español y mantas ondeantes se dedicaban sin prisa a fortificar su posición en el escarpado risco. Abajo, en el valle, se apiñaban las casas pequeñas y marrones de los pueblos de Utande y Muduex. A la izquierda, yacía Hita como un cuadro cubista contra la colina empinada con forma de cono. La carretera blanca de abajo conducía al otro lado del altiplano que teníamos enfrente y, después de la batalla de Brihuega, avanzar por ella más allá de Utande, que es hasta donde ha llegado de momento el gobierno, habría obligado a una retirada por lo menos hasta Jadraque. Pero los fascistas destruyeron en su retirada esta carretera en el punto donde sube por el estrecho paso, haciéndola impracticable para los tanques, de modo que los oficiales del gobierno decidieron mantenerse en su excelente posición actual en lugar de avanzar más por la carretera principal de Aragón y extender su peligroso flanco izquierdo.

Era el primer día cálido de primavera y las tropas yacían sin camisa, tomando el sol y escarbando en las grietas. Con un jefe de brigada que luchaba en Brihuega, este corresponsal fue hasta el kilómetro noventa y cinco de la carretera principal de Aragón, muy cerca de la línea del frente.

Mientras la altiplanicie de la izquierda está en poder de las tropas fascistas españolas, la línea que cruza la carretera principal de Aragón es defendida, según se informa, por la única división italiana de la reserva que no luchó en la batalla de Brihuega, exceptuando el fuego de batería de los españoles, que usan granadas y cañones capturados a los italianos, el frente está absolutamente tranquilo y con toda probabilidad, seguirá estándolo hasta que las tropas italianas hayan tenido tiempo de reorganizarse. Incluso entonces, este corresponsal duda de que intenten otro ataque en el sector de Brihuega, ya que la fuerza de las posiciones gubernamentales es ahora bien reconocida y las posibilidades defensivas se pusieron de manifiesto en la batalla mientras las señales de la peor derrota de los italianos en la primera batalla de esta guerra librada a una escala de organización mundial, aún cubren el campo de batalla de diez kilómetros de extensión.

Es imposible exagerar la importancia esta batalla en la que batallones españoles nativos, compuestos en su mayor parte de muchachos que en noviembre pasado aún no habían recibido ningún entrenamiento, no solo se defendieron con tesón sino que atacaron con otras tropas mejor entrenadas en una operación militar de complicado planeamiento y perfecta organización, solo comparable con las mejores de la «Gran Guerra». Este corresponsal ha estudiado la batalla, ha recorrido el terreno con jefes que lucharon allí, ha comprobado posiciones y seguido sendas de tanques, y afirma contundentemente que la batalla de Brihuega figurará en la historia militar con las otras batallas decisivas del mundo.

No hay nada tan siniestro como las primeras huellas de un tanque en acción. El paso de un huracán tropical deja una franja caprichosa de total destrucción que es aterradora, pero los dos surcos paralelos que deja el tanque en el fango rojo conducen a escenas de muerte planeada, peores que las de cualquier huracán. Los bosques de robles achaparrados al noroeste del palacio de Ibarra, cerca de la carretera de Brihuega a Utande, están todavía llenos de italianos muertos a los que aún no han llegado las brigadas de enterradores. Las huellas de los tanques conducen adonde murieron, no como cobardes sino defendiendo posiciones de ametralladoras y rifles automáticos hábilmente construidas, donde los tanques los encontraron y donde todavía yacen.

Los campos incultos y los robledales son rocosos, y los italianos se vieron obligados a construir parapetos de roca en vez de cavar en un terreno donde las azadas no podían clavarse, y los terribles efectos de los cañones de sesenta tanques que lucharon con la infantería en la batalla de Brihuega y cuyas municiones explotaron en y contra aquellos montones de rocas, son una pesadilla de cadáveres. Los pequeños tanques italianos, armados solamente con ametralladoras, eran tan impotentes contra los tanques gubernamentales de tamaño mediano, armados con cañones y ametralladoras, como guardacostas contra buques de guerra.

Los informes de que Brihuega fue sencillamente una victoria aérea en la que columnas de tropas se dispersaron presas del pánico, son desechados cuando se estudia el campo de batalla. Fue una batalla encarnizada de siete días durante los cuales la lluvia torrencial y la nieve casi constantes hacían imposible volar. En el ataque final, cuando los italianos se rindieron y emprendieron la huida, el día permitía volar y 120 aviones, 60 tanques y unos 10 000 infantes del gobierno vencieron a tres divisiones italianas de 5000 hombres cada una. La coordinación de esos aviones, tanques y soldados de infantería es lo que hace entrar a esta guerra en una nueva fase.

El gobierno podría pasar ahora a la ofensiva, pero los hombres entrenados valen más que el terreno y el gobierno ocupa unas posiciones inmejorables para defender la carretera de Guadalajara. Franco necesita con urgencia una victoria para recobrar el prestigio Al parecer también ha sufrido una grave derrota en el frente de Córdoba. Las preguntas que todos se formulan son: dónde hará Franco la próxima tentativa y cómo aceptará Mussolini la derrota italiana.


Ernest Hemingway
Despachos de la Guerra civil española (1937-1938)









No hay comentarios:

Publicar un comentario