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2281. La igualdad de la mujer IV




—Pues esa hipocresía y falsedad no es transitoria e individual, sino permanente y casi general.

Si fuera fácil descubrirle todas las miserias que se ocultan en esos hogares donde moran los grandes personajes. Si pudieras sorprender los secretos de esas familias encopetadas cuyos blasones deslumbran. Si penetras en lo íntimo, en lo que se oculta a nuestra vista tras adamascados cortinajes, es seguro vencieras la repugnancia que, al parecer, sientes hacia lo que, por lo mismo que es la encarnación de la justicia, hacen tanta oposición los que tienen el corazón podrido por la inmoralidad.

La alta burguesía es una clase desenfrenada, sin humanidad, sin cariño ni otro lazo que el interés.

Huera en materia de virtudes, exhausta de todo noble sentimiento, envilecida en la malicie más repugnante, no hay freno que la contenga, y así mancha el tálamo nupcial como perpetra en sus orgías y bacanales los más repugnantes vicios, los extremos de goces más inverosímiles y contrarios a la naturaleza.

Según eso, el adulterio es la norma a que se ajustan los que nos predican con la palabra moralidad.

¡El adulterio! Para nuestros burgueses, el adulterio es una frase inodora. Es un señor a quien saludan respetuosamente si le encuentran de paso y de quien se burlan en cuanto ha traspuesto la esquina.

Mejor dicho, el adulterio es visita de las casas aristocráticas, visita tan constante, que se ha familiarizado ya con los cónyuges. Ni él exige nada, ni éstos le guardan otros respetos que los de la etiqueta más frívola.

Esto te lo explicarás fácilmente si observas que, a pesar de ser tan grande el número de burgueses y burguesas que, por rendir tributo a la nota y al buen tono, cambian con frecuencia de consorte, apenas si oyes se haya celebrado un divorcio.

El adulterio entre los grandes es un mito en el que no reparan las gentes de alta alcurnia. Cuando más, algunos maridos suelen aprovecharse de él para convertirle en elemento cotizable.

Si la cara mitad es rica, apronta una cantidad como precio a esta libertad, y el tolerante esposo se aprovecha de este dinero para jugar y profanar santidades que aparecen respetables.

Suele acontecer que la fiel esposa, cansada de comprar tan caro el secreto, niegue alguna vez lo solicitado por su indisoluble consorte. Éste se enfurece y la amenaza con que el escándalo va a ser tan mayúsculo que se van a enterar hasta las naciones extranjeras.

Y ya ves, por desarrollada que sea una mujer en el vicio, esto la atemoriza y sigue soltando jugo.

Que es lo que realmente desea el envilecido eunuco para poder satisfacer a su devoción los múltiples caprichos de un ser estragado física y moralmente.

Algo de eso tengo yo oído cuando tenía relaciones con la doncella, pero no me negarás ahora, que si bien eso es cierto en cambio destruye vuestras pretensiones de que a la mujer le es suficiente con ilustrarse para que pueda ser un dechado de moral.

Por lo general, la burguesía es instruida, tiene medio de educarse. Sus hijos frecuentan las universidades, los ateneos, los centros del saber, en fin; sus hijas van a los colegios, no solamente españoles sino extranjeros.

Afinas la puntería, a lo que parece, y quizás sin quererlo, aduces argumentos que no se le hubieran ocurrido a Santo Tomás, gran dechado en teología.

Sin embargo, voy a tratar de probar como esas, que a simple vista parecen razones de peso, sólo tienen una falsa apariencia de doblé.

Desde luego yo no puedo asegurarte, porque no he penetrado siquiera en uno de esos colegios de jesuitas a donde va a parar la flor y nata de nuestros burguesitos, cuál es en detalle la educación que reciben.

Pero a juzgar por las manifestaciones exteriores y lo que la razón indica, puede conjeturarse en parte que ésta no es muy lúcida.

Tú bien conoces que esos sayas negras saben perfectamente donde les aprieta el zapato: habida cuenta de esto, no he de esforzarme mucho para demostrarte que lo que para ellos (las sotanas) desean es que se prolongue la estancia de los muchachos, puesto que éstos pagan por manutención, residencia y educación sumas crecidas que aumentan el tesoro de los hijos de Loyola.

Así, ya puedes figurarte si pondrán de su parte todos los recursos imaginables para que no se les acabe la bicoca.

Esto de una parte, y de otra ¿qué ilustración puede adquirirse en unos antros donde a porfía se ponen todos los medios para extraviar la razón y hacerla refractaria a las luces de la investigación científica; donde la libertad se subordina al fanatismo; donde, en fin, existe una atmósfera mefítica que emponzoña en su nacimiento las ideas más puras y los sentimientos más nobles?

¿Por ventura este género de educación sui generis, sólo concretada al servicio de una clase egoísta, puede proporcionar beneficios a la humanidad en general?


Teresa Claramunt
Bandera Social, Madrid, 25 de noviembre de 1886










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