Muchos españoles se habrán dado cuenta —por lo menos cabe
esperarlo— de que en el día de hoy se cumple el primer centenario de uno de los
hechos más crueles, por su refinada crueldad, de cuanto registra la Historia
monárquicoabsolutista de nuestra patria.
La muerte de Mariana Pineda en el cadalso es y será, siempre
prueba irrefutable; primero, de los extremos a que puede llegar todo
poder que se ejerce personalmente sin trabas ni freno, pudiéndose encubar en su
seno la semilla de las más torpes pasiones, y segundo, del alto valor, de la
fuerza espiritual que pueden alcanzar algunas almas —aun siendo de suyo
tímidas— cuando un ideal las enardece.
En Mariana Pineda, en su persecucción indigna, concurren ambos
hechos.
De un lado, la presión autoritaria de un rey malvado y
desaprensivo, sombra amparadora de esbirros que dan rienda suelta a
su concupiscencia, y del otro, la figura tiernísima de una mujer
acostumbrada a una vida de regalo, que se expone a toldo género de riesgos en
defensa de sus ideales y rechaza con bella altivez las dos alternativas
mediante las cuales puede salvar su vida: la de prostituirse, cediendo a los
requerimientos amorosos del más vil de sus perseguidores, y la de vender a sus
compañeros de infortunio.
«Ningún hombre puede hacer más que dar la vida por sus
hermanos», dijo el Nazareno. Mariana Pineda no sólo cumplió plenamente sus
deberes fraternales, sino que, además, conservó intacta su dignidad de mujer, y
de mujer enamorada.
Quiso el destino que la semilla de la rebeldía ante la
injusticia, que tan rico fruto diera en la mártir granadina, fuese depositada
en su vibrante corazón por quien la inspiró al propio tiempo un apasionado
cariño.
Los seres humanos llegan a la comprensión y al cumplimiento de
sus deberes por caminos distintos, y el amor no es el menos eficaz y elevado de
ellos. En Mariana Pineda ambos sentimientos, el de la rebeldía noble frente a
todos los abusos y el del amor incondicional, lograron convertir a la mujer
timorata y dulce en una criatura arrogante, valerosa, dispuesta a todos los
sacrificios en bien de sus semejantes.
Aquellas palabras: Libertad, Fraternidad, Igualdad, que con
hebras de oro y seda estaba grabando en una bandera la excelsa patriota cuando
la detuvieron, y que fueron el único motivo hallado por la Justicia para el
cuniplimiento de una pena ignominiosa, quedaron escritas, por modo imborrable,
en las crónicas acusadoras de un régimen de perfidia y de un período bochornoso
de nuestra Historia. Historia que, por desgracia, se repite. ¡Ahí está el
ejemplo recientísimo de Galán y de García Hernández!
Lástima que en lugar de repetirse nos hubiera servido de
escarmiento, y... ¡Si al menos esta vez...! ¡Si los dos insignes patriotas
inmolados hace unos meses hubieran sellado para siempre la relación de estos
hechos!... ¡Es preciso que así sea! Es preciso que, en nombre de las tres
palabras que Mariana Pineda llevaba grabadas en el corazón y quiso grabar en la
tela de una bandera para que impregnaran de su perfume de fervor todo el ambiente,
nosotros, los españoles redimidos, procuremos imposibilitar la repetición de
estos actos vergonzosos, y que en nombre de la Libertad, que al fin
disfrutamos; de la Fraternidad, que todos anhelamos; de la Igualdad, que
tenemos la sagrada obligación de imponer, nunca más vuelva a ser necesario que
una ola de tardío remordimiento colectivo, consecuencia siempre de una cobardía
colectiva en el momento del peligro, nos lleve a protestar de hechos que la
unión y la lealtad pudieron evitar. Hay que evitar, sí, y a todo trance, el que
algún día nosotros mismos o los que tras nosotros vengan pasen de nuevo por la
enorme vergüenza de reconocer que en ei momento oportuno fuimos cobardes y
dejamos que nuestros mártires afrontaran el suplicio completamente solos, totalmente
abandonados!
No es de creer que estos hechos vandálicos puedan repetirse;
pero por si acaso, bien está que aprendamos en el ejemplo de los que padecieron
con valor a desarrollar las propias fuerzas.
Bien está el que las figuras ¡lustres de los mártires de la
Libertad sean conocidas por todos, y ninguna ocasión mejor que el momento
actual.
Se ha formado en Madrid una Comisión que prepara diversos actos
para celebrar el centenario de Mariana Pineda y ensalzar su ejemplo.
Es de esperar que todos coadyuven a tan bella obra,
y que el día 26 de mayo de este año, tan
rico ya en hechos y promesas halagadoras, todos los es pañoles rindan
un tributo de admiración a quien tan heroicamente luchó por sus ideas y
tan gallardamente defendió su honestidad y su virtad, y que al mismo tiempo
formen el propósito de impedir que en el futuro sean posibles semejantes
infamias.
Isabel de Palencia
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