Bandera nazi en el Arco del Triunfo. París, 1940 |
En esta época de feroces egoísmos nacionalistas, época terrible en
la que hay que dar por descontado de antemano el fracaso vergonzoso de toda
solidaridad ideológica internacional, es hasta cierto punto comprensible que un
demócrata inglés encuentre en su egoísmo y su aislamiento imperial motivos
bastantes para desinteresarse de la horrible y titánica lucha que sostiene el
pueblo español. Lo que ya no es tan comprensible es que un demócrata de Toulouse, de Marsella o París encuentre en los mismos argumentos del
demócrata inglés motivos suficientes para justificar su propia inhibición.
Cuando. Mr. Chamberlain dice "no", puede cometer un error político
más o menos profundo. Cuando un francés repite '"no", atenta,
positivamente, a la seguridad de su patria en peligro.
La guerra que Alemania e Italia mueven en España no es
concretamente una guerra contra España misma y si se quiere dar crédito a las
palabras del propio Hitler, puede no ser siquiera una guerra contra Inglaterra.
Pero una guerra contra Francia, sí que lo es. Se necesita estar ciego para no
verlo.
El demócrata francés puede engañarse creyendo que los españoles,
arrastrados por nuestras querellas internas, pretendemos llevar a Francia a un
conflicto armado para defender así nuestra República democrática, pero los
españoles sabemos ya a qué atenernos al cabo de veinte meses de guerra y
después de haber derrotado por tres veces consecutivas a los fascistas
españoles y de haber visto resurgir al enemigo otras tantas, cada vez más
potente, tenemos el derecho de pensar que no es contra los fascistas españoles,
enemigos de la República Española, contra quienes se lucha, sino contra los
ejércitos alemanes e italianos, enemigos no de la República Española, sino de
la República Francesa. Esta es la conclusión a que hemos tenido que llegar en
vista de la inutilidad de nuestro esfuerzo y de la esterilidad de nuestras
victorias.
La colisión ideológica entre españoles, la verdadera guerra civil,
terminó hace ya muchos meses, así como en las primeras cuarenta y ocho horas fue
liquidado por el pueblo, de un manotazo, el pronunciamiento militar, aquella
estúpida y criminal "cadetada" de Franco.
Lo que subsiste en España no es una guerra civil; no se trata ya
de imponer un régimen comunista a fascista, no es siquiera problema de
democracia o autarquía; es, sencillamente, la lucha de Alemania para la
conquista de una posición estratégica, desde la que sea posible atacar a
Francia por la espalda. En la actualidad, España es víctima de una maniobra
estratégica de Alemania, como lo fue Bélgica en 1914. La maniobra es ahora más
hábil y de mejor estilo; pero, en el fondo, es la misma que entonces. Los
aviones de Hitler arrasan España como la artillería del Káiser arrasaba
Bélgica; con una sola diferencia, entonces, Alemania, arrogante e insensata,
decía dónde iba. Hoy, más experimentada y más cauta, dice que va a defender la
civilización occidental contra la barbarie del comunismo que se enseñorea en España. Y los reaccionarios franceses, decididos a dejarse engañar
gustosamente, jalean y aplauden al enemigo de su patria. Es como si en 1914
hubiesen jaleado y aplaudido la invasión de Bélgica.
Creer que a la Alemania "nazi" le preocupa lo más mínimo
el régimen político o social de España, es grotesco. Pensar que Hitler es capaz
de ceder uno solo de sus aviones o sus cañones para que en España triunfe ese
cretino de Franco, ese judío armenoide típico, por el que debe sentir un infinito desprecio desde el fondo de su alma nacionalista, es cerrar los ojos a
la realidad. Los españoles podrían impunemente haber hecho cuantas
revoluciones quisieran, podrían haber instaurado el régimen soviético, o el
comunismo libertario, o el canibalismo, si les placía, sin que Hitler se
hubiese creído en el caso de sacrificar, para impedirlo, el último de sus S.A.
Justificar la intervención "nazi" en España por la
cruzada anticomunista es una burda maniobra que ningún francés, por
reaccionario y anticomunista que sea, podrá creer jamás.
No puede aceptarse la teoría de que el intento de bolchevización
de España sea la causa verdadera de la situación peligrosa que se plantea hoy a
Francia. Piénsese que, por el contrario, hay elementos conservadores españoles,
anticomunistas también, que se creen con derecho a afirmar que la sublevación
de los generales y la subsiguiente intervención alemana en España no son más
que las etapas previstas de un plan estratégico del Estado Mayor alemán,
concebido para hacer frente a la situación creada por las capitulaciones del
pacto franco-ruso. Estos españoles creen a pie juntillas que no es nuestra
lucha fratricida la que atrae sobre España la ira y la ambición de Alemania,
sino que, por el contrario, es precisamente la política internacional seguida
por Francia la que ha provocado en España la catástrofe de la guerra civil y de
la intervención alemana. Mientras no existió el pacto franco-ruso, los
españoles pudimos disponer libremente de nuestros destinos. Si el Estado Mayor
alemán no se hubiese creído en la necesidad de crear un nuevo frente de lucha
contra Francia, en los Pirineos, no habría habido guerra civil en España. Así
razonan hoy muchos españoles y principalmente los conservadores.
Este criterio, mezquino, como todo criterio netamente conservador
y, por lo tanto, incapaz de abarcar en toda su magnitud el panorama actual de
Europa, no sirve, en fin de cuentas, más que para devolver a los reaccionarios
franceses las imputaciones injustas que hacen a los demócratas españoles. De la
situación angustiosa que se ha creado en Europa los españoles no tienen la
culpa. Los españoles están siendo, únicamente, las primeras víctimas.
Quienes crean que con el sacrificio de la democracia española
basta para aplacar a la Bestia, se equivocan. La República Española, inerme,
maniatada por la "no intervención", ofrecida como víctima
propiciatoria a la voracidad del naciente imperialismo de los países de régimen
totalitario, no bastará para concitar el peligro que se cierne sobre la Europa
democrática y, concretamente, sobre Francia.
La voluntad de guerra de Alemania e Italia no se detendrá ante la
muralla levantada al otro lado de los Pirineos amontonando los cadáveres de los
niños, las mujeres y los ancianos sacrificados por la aviación de Hitler y
Mussolini, que va abriéndose paso implacablemente a través de la carne
desgarrada de España para poder dar a Francia, por la espalda, el golpe
decisivo.
El ciudadano de Toulouse, de Marsella o de París puede creer
realmente que ese encarnizamiento feroz de los aviones alemanes con los niños, las
mujeres y los ancianos de Barcelona tiene una finalidad en sí. Puede engañarse
pensando que el odio de la Alemania hitleriana a la población civil de Cataluña
sea tan fuerte que se atreva a arrostrar la condenación universal, sin una
finalidad ulterior, sin más motivación que la de matar por matar. Cuando ese
ciudadano francés se entera de que en veinticuatro horas los aviones alemanes
han hecho millares de víctimas en Barcelona no se acuerda de las palabras
terminantes del propio Hitler: "EL ENEMIGO MORTAL, EL ENEMIGO IMPLACABLE
DEL PUEBLO ALEMÁN ES, Y SEGUIRÁ SIENDO, FRANCIA. CON LA QUE HABRÁ QUE TENER UNA
EXPLICACIÓN DEFINITIVA Y UNA LUCHA DECISIVA".
Para que Alemania tome posiciones ventajosas en esta lucha
decisiva contra Francia está sacrificando a España ese traidor a su Patria que
se lama Franco.
¡Y aún hay franceses patriotas tan ciegos que no lo ven!
Manuel Chaves Nogales
Facetas de la actualidad española, año 2, núm. 1
La Habana, mayo 1938
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