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2380. Yo fuí presa de Franco

Os ofrecemos por cortesía de los autores, Fernando Cardero Azofra y Fernando Cardero Elso, el primer capítulo del libro YO FUI PRESA DE FRANCO, la historia real novelada basada en un trabajo de investigación de 151 mujeres burgalesas anónimas (capital y provincia) que fueron encarceladas en la prisión de Burgos durante la guerra de España. En él se incluyen las vidas e historias reales de mujeres de Burgos, de Miranda de Ebro, de Aranda de Duero, de Medina, de Villarcayo y de muchos otros lugares de la provincia de Burgos.



*


El apresamiento, reclusión y conversación con la primera presa pollítica.

Apenas la conocía cuando comenzó a conversar conmigo, solamente tenía el vago recuerdo de habérmela cruzado un par de veces en la acera frente a mi casa. Poseía una voz fuerte y cantarina y sus manos que agitaba y retorcía continuamente se movían con una gracia especial. Conservaba rasgos de haber sido una mujer muy guapa, alta dentro de la estatura nuestra y morena aunque empezaban a surgir en su cabello hilos blancos que ensalzaban su personalidad. Se mantenía esbelta a pesar de los años, aunque los sufrimientos se notaban en los rasgos duros de su rostro anguloso surcado por varias arrugas debajo de sus ojos verdes.

-Ahí donde me ves, he pasado mucho y durante estos años el miedo me ha atenazado y he callado, pero ahora ha llegado el momento de expresar lo que pienso y lo que he sufrido por callar.

Se recostó plácidamente en el sillón de piel del cuarto de estar, me miró fijamente a los ojos y comenzó su relato.

-En 1934 tenía veinte años y me contrataron como ayudante de un fotógrafo muy famoso de Madrid, mi trabajo era muy normal, me encargaba del traslado hasta el lugar indicado por mi jefe, cargada con el trípode y las máquinas de fotos. Esta actividad nada lucrativa se compensaba porque gracias a ella disponía de acceso libre al Congreso de Diputados. Me conocía a todos los Diputados y Diputadas. Mi ilusión en aquellos años de juventud consistía en escuchar con atención los debates, tenía un especial entusiasmo cuando intervenía Dolores Uribarri. Mi vida podía decirse que resultaba placentera, tenía un trabajo agradable y además me gustaba, ganaba un dinero y me sentía feliz. Mi mala suerte fue cuando se fijó en mi aquel maldito falangista al que nunca tomé en consideración, no me gustaba en absoluto y esta animadversión me costó seis años de mi vida imposibles de olvidar y que a nadie deseo. Sin más, me privaron de libertad y fui recluida en una inmunda prisión.

La vida es caprichosa, nos depara sorpresas y situaciones difíciles de pronosticar que a veces ocurren y nada puedes hacer por cambiarlas.

Bebió despacio un sorbo del café que le había servido depositando cuidadosamente la taza sobre el plato en un gesto habitual.

No me había fijado hasta entonces, pero en su dedo anular observé dos alianzas y me hizo sospechar que estaba viuda, pero no me atreví a preguntarla, ya me lo diría si lo creía conveniente.

Volvió a tomar otro pequeño sorbo y a continuación alzó un tanto la voz tratando de darla más profundidad al tiempo que sus ojos verdes me miraban con dureza y comenzó de nuevo a hablar cansinamente.

-Como te decía, la vida está llena de sorpresas y en el mes de julio mi jefe me dijo.

-Tómate unos días de vacaciones, el Congreso no celebra sesiones en este mes y en Madrid hace un calor insoportable, puedes marcharte unos días a descansar.

-Le hice caso, como mis abuelos vivían en Burgos y había viajado en numerosas ocasiones acompañada de mis padres a la ciudad castellana desde pequeña, cogí el tren y después de un largo y pesado viaje de varias horas y numerosas paradas, llegué a Burgos. Mis abuelos, ya mayores, me recibieron con gran alegría, estaba encantada al verles disfrutar con mi presencia, además tenía en Burgos amigas de la infancia pues en mis años de juventud había pasado varios veranos en casa de los abuelos con lo que estaba dispuesta a disfrutar unos merecidos días de vacaciones. Residían en la calle Almirante Bonifaz y como la mayoría de los burgaleses y burgalesas en esos tiempos paseábamos y nos veíamos en el conocido y transitado paseo del Espolón.

Mi mala suerte fue cuando en una de estas salidas me di de bruces con el falangista.

-Hola, ¿eres de Burgos?, me preguntó a modo de saludo.

-No, le dije de forma muy seca, mis abuelos viven aquí y he venido a pasar unos días con ellos, le respondí sin ánimo de entablar conversación.

-Estupendo, yo tampoco soy de la ciudad, he llegado hace pocos días. ¿No te interesa saber porqué estoy aquí?, me preguntó con un cierto aire de misterio.

Parecía muy contento y aquella espontaneidad me produjo cierto malestar.

-Tú me dirás, contesté sin ánimo de conocer los motivos de encontrarse en la ciudad.

-Uno de estos días va a suceder algo muy interesante y por eso he venido.

Me pareció que sonreía socarronamente e hice intención de marcharme pero insistió en mantener la conversación a pesar de no darle motivos para ello.

-Si quieres podemos salir juntos y me enseñas los monumentos y los lugares entrañables de la ciudad, debes conocerlos muy bien.

-Quisiera hacerlo, pero mis abuelos estarían intranquilos si les contase que iba a salir con una persona que no conocen, contesté secamente a su invitación.

Volvió una nueva pausa, cogió la taza de café y pasó su fino dedo por el borde produciendo un pequeño silbido que recorrió el salón. Finalizó el recorrido sobre la taza y continuó hablando.

-Aquel personaje no me agradaba en absoluto y por nada del mundo tendría una cita. Vestía de una manera un tanto rara, botas negras muy lustrosas, peinado a raya, con el pelo engominado y aquel bigotillo tan singular; había visto varios como ese, los llevaban en Madrid los falangistas que acompañaban a José Antonio Primo Rivera. No me gustaba nada y no deseaba su compañía aunque tampoco deseaba mostrarme displicente. Ciertamente no podía soportarlo.

No se dio por vencido y entabló de nuevo conversación.

-¿Cuántos días vas a estar?, me preguntó.

-No lo se exactamente, tengo vacaciones hasta el día 20.

Le mentí, tenía permiso hasta el 1 de septiembre pero quería zanjar aquella conversación cuanto antes.

-Entonces, me dijo en voz baja y acercándose a mi rostro dejando traslucir una mirada burlona, tendrás ocasión de presenciar algo interesante que puede ocurrir un día de estos.

No me imaginé entonces el sentido de sus palabras ni el significado de aquella sonrisa burlona. Desgraciadamente el día 18 de julio sucedió y me vi sin quererlo involucrada. He pensado en muchas ocasiones que si en vez de rechazarlo hubiera salido con él nada me hubiera ocurrido, pero seguramente hoy no estaría aquí y tampoco podría contarte lo que me sucedió.

-Comprobé que no le había agradado mi rechazo; al irse me miró despectivamente de arriba a abajo y me lanzó unas palabras en voz baja que no pude escuchar con exactitud. Levantó la mano, no sabría decirte si  a modo de saludo o de reprimir mi actitud hacia su persona, se dio media vuelta y marchó con aire marcial pero antes me dirigió otras palabras que esta vez si escuché nítidas y me hicieron, sin saber porqué, estremecer.

-Igual me necesitas muy pronto, pero será difícil que te pueda ayudar, quizá te  arrepentirás de lo sucedido hoy y me suplicarás que interceda por ti.

-Muchas gracias, espero que no se cumplan tus designios y no necesitarte nunca, además ante tu enigmática postura, si nos volvemos a ver desearía que no me dirigieras la palabra ni tampoco intentaras volver a salir conmigo.

No me contestó, dio media vuelta y con un gesto de rabia que no pudo disimular y del cual me alegré, se alejó Espolón adelante con paso firme y veloz.

En este mismo momento comprendí que me había buscado un enemigo.

El día 19 la ciudad era un hervidero de gente, vi como una enorme muchedumbre se dirigía por el Paseo del Espolón camino de la catedral en manifestación; al frente de la misma iban varias personas enarbolando un gran estandarte cuyo contenido no alcancé a vislumbrar. En las esquinas de las calles más importantes y en las proximidades de los edificios principales se podían ver soldados armados de fusiles y grupos de falangistas y requetés vestidos con su indumentaria característica patrullando las calles y haciendo guardia en los edificios estratégicos.

Una marea humana me arrastró hacia la Plaza Mayor donde se agolpaba tal multitud que no cabían. Muchos de ellos gritaban desaforadamente:

!Que salga el Alcalde! !Que hable!, ¡Queremos oírle!.

Al poco tiempo aparecieron en el balcón del Ayuntamiento unos individuos portando la bandera roja y gualda y al unísono descolgaron del mástil la republicana arrojándola al pavimento. Inmediatamente un grupo de aquellos energúmenos comenzaron a pisotearla mientras en la balconada izaban la nueva bandera, siendo muy aplaudida esta acción.

La situación se empezaba a complicar, un gran movimiento de personas deambulaban por las calles sin rumbo fijo, las campanas de las iglesias y de la catedral no cesaban de tañir produciendo un ruido ensordecedor. Ante este espectáculo y por lo que pudiera ocurrir, decidí refugiarme en casa.

En el camino escuché a un grupo de falangistas que charlaban con otros individuos tocados con un gorro cuartelero, vestidos con camisas pardas y en sus correajes portaban enormes pistolas. Cuando llegué a casa le pregunté al abuelo quienes eran aquellos individuos.

-Son conocidos como los albañistas, huestes de extrema derecha a las órdenes del diputado nacional Albiñana. Tienen fama de ser muy peligrosos.

-Abuelo, he oído que han detenido al Gobernador Civil y al General Batet junto a otros militares y personas afiliadas a partidos políticos. También dicen que han detenido a varios Concejales socialistas y al venir a casa he visto a un buen número de militares y guardias de asalto en la puerta de la Diputación impidiendo la entrada a los ciudadanos y eso es señal de que algo grave ha sucedido.

-¿Como terminará esto?, tengo un mal presentimiento, abuelo tengo miedo.

Me cogió de la mano cariñosamente y me sentí aliviada.

-No debes preocuparte, aquí estarás bien, pronto cogerás un tren y volverás a Madrid con tus padres. Procura no salir a la calle, ya verás como esta algarada acabará pronto. ¡Que equivocado estaba!.

-Hice caso al abuelo y no volví a pisar la calle, no quería preocuparles y además todo aquel jolgorio no iba conmigo.

Llamé a mis padres por teléfono para tranquilizarlos, al tiempo ellos me quisieron transmitir confianza diciéndome que en Madrid todo era calma y tranquilidad.

-Tiene pinta de ser una militarada, me dijo mi padre, Madrid está tranquilo, se han sublevado algunos militares del cuartel de la Montaña pero ha sido sofocada y los rebeldes han muerto o  han sido detenidos. En cuanto esto termine, coges un tren y te vienes, te echamos en falta, cuídate y da un fuerte abrazo a los abuelos de nuestra parte.

-No os preocupéis, hago caso al abuelo y no piso la calle, cuidaros y hasta pronto. Muchos, muchos besos.

Dejó de hablar y su semblante se iluminó, quizás recordando a sus seres queridos.

-Esta fue la última vez que tuve noticias suyas, mi padre murió en un bombardeo de la aviación alemana sobre Madrid y mi madre a los pocos meses de pena.

Llevaba días sin pisar la calle pero no me importaba, la casa de los abuelos era confortable y amplia. Comunicaba a través de un largo pasillo la calle Almirante Bonifaz con La Moneda, gracias a esta situación podía observar lo que sucedía en la Plaza Mayor y en la del general Prim. A través del largo pasillo podía ver llegar a los soldados en los cambios de guardia y a las milicias patrióticas desfilando siempre acompañadas de numeroso público que los vitoreaban cuando se dirigían desde la Diputación al Ayuntamiento. Sin saber muy bien porqué siempre hacían este recorrido, por la mañana y por la tarde desfilaban marcialmente amenizados por bandas de música.

Al no salir no participaba en aquellas algaradas, de encontrarme en la calle no tendría más remedio que aplaudir al paso de los soldados y de las milicias y aquel espectáculo no me agradaba, no por nada especial, simplemente no me gustaban las armas ni los desfiles y mucho menos si estas celebraciones eran en contra del Gobierno legítimo de la República.

Serían alrededor de las ocho de la mañana del día 20 cuando escuchamos un gran alboroto en la escalera. Al poco rato el timbre comenzó a sonar insistentemente; el llamador de bronce que la abuela mantenía lustroso a base de limpiarlo todos los días con un producto que solo ella conocía y semejaba la mano enguantada de una señorita no cesaba de ser aporreado. Era tal el ruido producido que el abuelo no tuvo más remedio que abrir la puerta.

En el rellano y a lo largo de las escaleras vimos a varias personas vestidas con camisas azules, calzaban botas altas, de sus cinturones pendían  cartucheras y en sus manos portaban unos enormes pistolones.

El abuelo se asustó ante semejante espectáculo, diez hombres con pistola en mano ocupaban el rellano del piso y otros tantos se encontraban en el pasillo y en las escaleras.

-Que quieren a estas horas, porqué este alboroto, les inquirió de mal humor.

-Sabemos que aquí vive una señorita, quizás sea su nieta, que ha venido hace poco de Madrid y existen sospechas sobre su afiliación; tenemos órdenes de interrogarla respondió él que parecía mandar sobre aquellos energúmenos.

Me encontraba detrás de la puerta y al escucharlo lo reconocí; era el falangista. Antes de que el abuelo dijera nada salí y me enfrenté a ellos disimulando como pude el miedo que me producían.

-Sí, soy yo, pasa algo, respondí con voz firme.

No me amedrentaba por cualquier cosa y menos ante aquel odioso individuo.

-Vas a venir con nosotros, tenemos ciertos indicios en referencia a tu persona que es preciso investigar.

El abuelo se interpuso entre los dos al tiempo que le dijo.

-Mi nieta no sale de esta casa si no vienen con una orden judicial o con un mandamiento del juez.

-Mire abuelo dijo el falangista sin alzar la voz pero haciendo ademán de levantar la mano al abuelo.

-Su nieta va a venir con nosotros y si se pone terco usted también.

-Abuelo déjelo, nada he hecho y por tanto nada me puede ocurrir, pronto estaré de vuelta.

Me dirigí al falangista para decirle.

-Déjenme vestirme adecuadamente y no tendré ningún inconveniente en acompañarlos.

Mientras me cambiaba de ropa no dejaba de preguntarme; ¿sería posible que aquel individuo fuera tan mezquino como para detenerme por haberlo rechazado?, no podía creerlo, que venganza más ruin, no porque fuera detenida, sino por el mal trago que estaban pasando los abuelos. Me vestí de prisa, me calcé los zapatos, me peiné los cabellos y me dispuse a acompañar a aquellos individuos que seguramente asustaban a los vecinos.

Bajé en silencio los tres pisos entre medio de aquella tropa. Al salir a la calle Almirante Bonifaz me introdujeron en un camioneta donde había otras personas, me imaginé que también serían prisioneros. Al ver aquello opuse cierta resistencia, más sentí un fuerte dolor y cuando desperté estaba atada a una silla en una habitación oscura; había perdido la noción del tiempo, me dolía la cabeza y sentía sed, mucha sed.

No puedo calcular cuantos días pasé en aquella habitación sin moverme, atada de pies y manos, pero recuerdo perfectamente que entraron varias personas, una de ellas cuyo rostro recordaré siempre me cortó el pelo al cero ante las risotadas del resto; cuando hubo terminado, otro, al que no pude ver la cara, empezó a interrogarme.

-Queremos conocer los contactos del sindicato de mujeres rojas en Burgos y provincia. ¿Dónde pensabais reuniros?, ¿Cuál es tu relación con las Diputadas rojas Dolores Uribarri y Margarita Nelken?, ¿qué consignas traes de Madrid?.

Aquel individuo repetía una y otra vez idénticas palabras y mi respuesta era siempre la misma. No se de que me hablas, no pertenezco a ningún sindicato, estoy de vacaciones en Burgos, en casa de mis abuelos. En una de estas se volvió y me soltó tal puñetazo en la cara que la habitación me daba vueltas; por un momento perdí el conocimiento pero el agua sobre la cara me espabiló.

-Está bien, fuera de aquí, la lleváis a la otra habitación donde está la bañera, meterla la cabeza en agua hasta que esté a punto de ahogarse  cuantas veces sean precisas hasta que declare, dijo aquel malvado a los sicarios que me tenían atrapada. Sentí ahogarme en varias ocasiones, la cabeza parece que se abomba, el agua penetra en los pulmones y estás a punto de ahogarte, los oídos te zumban como si fueran a estallar.

En aquel momento comprobé que ante las torturas firmas lo que te pongan delante con tal de acabar con aquel sufrimiento.

-Traed la confesión, dijo el falangista, va a firmar.

Reconocí su voz y lo maldije una y otra vez.

Estampé la firma y sin pronunciar palabra esperé.

De nuevo me llevaron a la habitación, esta vez no me ataron, me dejaron sobre el suelo y me quedé dormida; no se calcular el tiempo que permanecí pero me pareció muy poco cuando dos individuos entraron en el cuarto, me despertaron y sin mediar palabra me bajaron las escaleras en volandas. Al salir a la calle vi que había estado retenida en un piso de la calle San Juan, me introdujeron en un coche que partió a gran velocidad por la calle de Vitoria, cruzo rápido el puente Santa María y enfiló la carretera de Valladolid para detenerse a las puertas de la cárcel provincial de la calle Santa Águeda.

Era un viejo caserón construido a finales del siglo pasado, había sido concebido como  alhóndiga para guardar el trigo pero dadas las malas condiciones del penal viejo de San Juan lo habían habilitado como prisión provincial. Allí trasladaron a las reclusas de la Casa Galera y también internaban a presos preventivos del ámbito provincial. Cuando se abrieron las puertas y me hicieron entrar no me lo podía creer, no había hecho nada malo, únicamente no salir con aquel falangista, ahora me daba cuenta de sus palabras y pensaba hasta donde puede llegar la maldad de algunos seres humanos.

Casi a rastras me introdujeron en un pequeño despacho donde había un oficial de prisiones vestido con un uniforme de color oliva con botones dorados relucientes, llevaba un cinto de la misma tela con una enorme hebilla y la guerrera abierta.

Haciendo gala de una parsimonia de quien está acostumbrado a efectuar esta clase de trabajos, sacó un pliego de papel, mojó la pluma en el tintero de encima de la mesa y comenzaron las preguntas. Nombre, edad, nombre de los padres, lugar de nacimiento, residencia actual, religión que profesaba, si sabía leer y escribir, si estaba casada, soltera o viuda. Cuando terminó de escribir se levantó, se acercó y me preguntó ¿de qué color tienes los ojos?.

-Verdes, respondí sin ningún ánimo mientras me observaba para comprobarlo.

El cabello cortado al cero, ponemos negro, cara ovalada, cejas poco pobladas, nariz recta, careces de señas especiales.

-Supongo, le respondí, mientras aquel individuo continuaba hablando consigo mismo, es la primera vez que te detienen, mides poco más o menos un metro con cincuenta y ocho centímetros y son las once y diez de la mañana del día 24 de julio cuando ingresas, te han traído un grupo de falangistas, pondremos que has sido detenida en la calle y estás a disposición del gobernador civil de la provincia.

Terminó de escribir, él se lo había dicho todo.

A continuación llamó varias veces a un timbre y aparecieron dos guardianas.

-Ya hemos terminado, dijo a una de ellas.

-Hacedme un favor, llevadla al puesto de guardia, que la tomen las huellas y ponga el dedo índice en el expediente; cuando haya cumplido todos los trámites me lo traéis para registrarlo en el libro.

Me llevaron a través de un largo pasillo, caminaba atontada, no comprendía nada de lo que estaba sucediendo, aquello era una pesadilla, pero aún hoy, transcurridos muchos años, recuerdo perfectamente el rostro y los nombres de las dos guardianas, Guillermina y Ángeles, que junto a doña Carmen tuvieron mucho que ver en mi vida.

Esa misma tarde recibí la visita de mi abuelo.

-¡Que ha sucedido!, me dicen que eres una activista de izquierdas, que pretendías por orden de dos diputadas rojas y de un sindicato de mujeres montar una estructura del partido comunista, estando dispuestas a denunciar a personas de derechas Burgos.

-No es cierto abuelo, le respondí aterrada por lo que me acaba de decir- no tengo nada que ver con acciones de este tipo, nunca me ha gustado la política, no estoy afiliada a ningún partido ni a ningún sindicato, lo único que he hecho en mi vida ha sido trabajar y ser una persona de bien. Todo esto viene por mi rechazo a salir con un individuo, un jefe de falange y por despecho me veo en esta situación.

-Estábamos preocupados, me respondió aliviado, sin saber donde estabas, ni que te podía haber pasado, hemos preguntado en el gobierno civil, en los hospitales, nadie daba razones de tu paradero. Tuve que hablar con Don Paco, el vecino del segundo piso, el coadjutor de San Lorenzo que tiene buenas amistades con el general Dávila. Ha subido a casa y nos ha dicho que estabas detenida y hoy me concedían permiso para verte. Hasta que se resuelva esto vendré todos los días de visita, prepara una lista con las cosas que necesites para traerlas.

Ese día dormí sola en un habitación pequeña, me hicieron cambiar de ropa, me desparasitaron y como todo lujo, me proporcionaron un cubo con agua para lavarme. Guillermina me había espetado varias veces donde había estado pues olía muy mal. Me aseé como buenamente pude con aquella agua helada, me vestí con un guardapolvo de color gris, prenda que me acompañó durante los seis largos años de cautiverio, aunque mis abuelos me proporcionaban ropa limpia, en la prisión fue el único vestido que me dejaron llevar.

A las seis de la mañana me despertaron. Guillermina me acompañó al comedor, un cuarto sin más con varias mesas y bancos corridos donde una presa provista de un enorme puchero despachaba un brebaje negro, sucedáneo del café con leche, acompañado de un trozo de pan bastante duro. Cogí de una mesa una lata de hojalata y la compañera presa depositó aquel brebaje que agradecí, llevaba varios días sin tomar alimento y ese líquido caliente me reconfortó.

Ángeles después de desayunar me llevó a un pequeño despacho;  resaltaba lo bien cuidado y amueblado que estaba con muebles rústicos castellanos, contrastaba con lo destartalado del resto de la prisión. Allí se encontraba erguida, desafiante, la funcionaria que hacía las veces de directora de la cárcel de mujeres. Se llamaba María Carmen Alonso, nunca podré olvidar su nombre. Era una mujer de mediana edad, desgarbada, peinada hacia atrás con el pelo tirante que sujetaba en un moño sobre la nuca. Vestía uniforme de color azul de idéntico corte al de los funcionarios de prisiones pero en vez de pantalones llevaba una falda plisada. Estaba delgada, la sobresalían los pómulos del resto de la cara y apenas se podían ver sus ojos pequeños y negros; portaba en la mano derecha una pequeña fusta de cuero con la que jugueteaba constantemente y que en más de una ocasión, seguramente, las reclusas la habrían sentido en su cabeza y espalda.

Se dirigió a mí sin levantar la cabeza del papel que estaba mirando, como si mi persona no significara nada en aquel mundo de miseria y tristeza.

-Mientras estés aquí, me espetó de malas maneras- deberás cumplir las normas, Ángela se encargará de ello, son muy sencillas y si las obedeces todos viviremos mejor. Desde ahora quedarás destinada al pabellón B donde están las presas políticas, sois pocas a día de hoy pero es previsible que vayan viniendo muchas más.

El día 24 de julio me sacaron de la celda donde me habían confinado y me incorporé al pabellón B. Pude comprobar como había dicho doña Carmen  que éramos pocas aunque recuerdo muy bien a todas.

A la hora de comer se me acercó una reclusa, me dio la sensación de ser bastante mayor y sin más dilación me preguntó.

-¿Tú eres presa política?, o acaso has sido detenida en la calle por robo o cosas peores.

En ese momento me dieron ganas de no contestarla pero pensé que no era cuestión de crearme enemigos.

-Me detuvieron hace días, la contesté, me han interrogado y cortado el pelo al cero y aún no se si soy como dices una presa política o me encuentro aquí por otras causas, pues nadie hasta ahora, quitando lo dicho por mi abuelo cuando ayer me visitó, me ha explicado porque estoy aquí.

-Ten la seguridad que para ellos eres una presa política, la mayoría hemos sido denunciadas por actos contra los militares sublevados.

-No me creerás, la respondí poniendo cara de ingenua, pero no soy política ni he tenido que ver nada con los hechos ocurridos estos días, estoy aquí por despecho de un falangista a quien no hice caso cuando intentó cortejarme.

-Como seguramente pasarás un tiempo en esta cárcel empezaré presentándome. Mi nombre es Sergia y me apellido Izquierdo García, a veces pienso que mi apellido es la causa de mi detención. Soy de un pueblo pequeño de la provincia llamado Castromorca perteneciente al partido de Villadiego y tampoco entiendo de política, lo único que he hecho en mi vida es trabajar en el campo, en casa y traer cuatro hijos al mundo. Fui acusada por algunos vecinos, me delataron a los guardias civiles de Villadiego acusándome de insultar a los generales rebeldes e incitar a varios vecinos a levantarse contra ellos. Todo era mentira y a pesar de su ignorancia los guardias me llevaron detenida y me encerraron en el calabozo del cuartel.

A los dos días telefonearon a Burgos, el gobernador les comunicó que me trasladarán y aquí estoy, en esta cárcel de donde espero salir pronto pues nada tienen en mi contra.

A partir de este día y hasta su puesta en libertad tres meses después se convirtió en un gran apoyo para mí. Era una mujer ruda y fuerte que nunca desfallecía a pesar de las calamidades y los castigos que sufrió mientras permaneció en la cárcel. En varias ocasiones fue llevada a declarar al juzgado militar, en las escuelas de la calle Sanz Pastor. Nunca suplicó ante el juez instructor, un comandante de caballería apellidado Lomas quien después de interrogarla durante horas no encontró ningún motivo para su encarcelamiento. Como no tenía pruebas hizo llamar a varios vecinos pero se equivocó, testificaron a su favor y no tuvo más remedio que dejarla en libertad.

Para Sergia yo era la hija que no tuvo y que deseó desde que se casó. Solo fueron hijos, cuatro, que le ayudaron en su devenir.

Viuda tuvo que realizar las labores del campo con los chicos hasta que al mayor lo destinaron a África a cumplir el servicio militar. A su vuelta ya no era el mismo, hablaba y hablaba de lo mal que lo pasaban las clases trabajadoras y un día me dijo:

-Madre, voy a ir a la capital a buscar trabajo.

-Era mayor y no podía retenerlo así que marchó a Burgos y encontró  trabajo en una fábrica de zapatillas. De vez en cuando venía al pueblo y nadie sospechaba que estuviera afiliado a ningún partido, ni sindicato, en el pueblo no se sabía de estas cosas políticas.

Calló un instante, quizás reflexionando si era conveniente continuar con el relato.

Yo no sabía si preguntarla o callar, la cosa me interesaba pero…. finalmente la dije.

-Sergia, aunque me interesa lo que me estás contando, si quieres no continuar lo entenderé perfectamente, pero también quiero decirte que si deseas proseguir, no tengas miedo, nadie lo conocerá si tú no quieres que se sepa.

Me miró de arriba abajo como queriendo escrudiñar mis pensamientos, lo que me iba a contar debía ser importante y su libertad podía depender de mi silencio.

Después de un buen rato en que las dos permanecimos en silencio me cogió la mano entre las suyas fuertes y huesudas apretándola hasta hacerme daño, no hice ademán de retirarla y este gesto debió de convencerla pues continuó hablando.

-Era la noche del 19 de julio y todo ocurrió muy rápido. Llamaron a la puerta insistentemente, a pesar de la hora bajé a abrir, la llamada era conocida, dos golpes seguidos y luego tres rápidos.

Era Ciriaco mi hijo mayor junto con dos personas le acompañaban.

-Ciriaco ¡por Dios! Como se te ocurre venir a estas horas.

Sin mediar palabra me introdujo en la casa y poniendo su dedo índice en la boca me indicó que guardara silencio.

-Madre, tienes que escondernos, en Burgos las cosas están muy mal, están deteniendo a gente y los tres hemos logrado huir antes de que nos detuvieran, solo pasaremos esta noche aquí, mañana nos iremos, no  queremos involucrarte.

No entendía nada, ¿porqué querían detener a mi hijo?, ¿quienes eran las personas que le acompañaban?, ¿que había hecho?, ¿de que huían?. Todas estas y más que no recuerdo fueron las preguntas que se agolpaban en mi cabeza y no tenía respuestas.

-Sería largo de contarte me dijo Ciriaco, ahora no es momento y además cuanto menos sepas mejor, no sabemos como finalizarán las cosas.

-A la mañana siguiente no se fueron, permanecieron en casa dos días más. Apenas hablé con él en este tiempo, solo me dijo que estaba afiliado al partido comunista; si lo apresaban acabaría en la cárcel y por ello habían decidido marchar de Burgos e ir al norte, quizás a Santander o Bilbao.

-Desde entonces no he vuelto a tener noticias suyas. A Segundo le pregunto cuando viene a visitarme si sabe algo de su hermano pero me contesta que no tiene noticias suyas desde el día que marcharon del pueblo.

Debió darse cuenta por la cara que puse que no entendía nada de la relación existente entre lo que me estaba narrando y su presencia en la cárcel.

-Quizás te parezca extraño, pero todo tiene su porqué. Algún vecino se percató de la llegada de Ciriaco y sus dos amigos y después de pensárselo decidió denunciar su llegada al pueblo. A los tres días aparecieron por Castromorca, concretamente en mi casa, para interrogarme varios guardias civiles de Villadiego. Tras dos días en el calabozo y un hábil interrogatorio llamaron al gobernador civil de Burgos quien mandó trasladarme a la cárcel y aquí estoy sin saber muy bien porque me han detenido pues de mi boca no ha salido ni saldrá una sola palabra que involucre a mi hijo, pero me retienen acusada sin pruebas por insultar a los generales rebeldes y ni siquiera conozco sus nombres, lo que de verdad quieren es que les diga donde se encuentra Ciriaco y quienes eran las personas que le acompañaban pero nunca traicionaré a mi hijo aunque tenga que estar presa de por vida.

Lo que me contó, como la había prometido, nunca se lo dije a nadie hasta hoy.

Al cabo de tres meses como Sergia no dijo nada sobre el paradero de su hijo, ni siquiera a mí, en el supuesto de que lo conociera, fue puesta en libertad.

Sentí mucho su marcha, prácticamente y por diferentes motivos en los tres meses que permaneció presa apenas entablé amistad con otras reclusas.

Poco le duró la dicha a Sergia, en enero de 1937 volvió de nuevo a la cárcel. En esta ocasión la denuncia partió del párroco del pueblo, la había denunciado alegando mantener reuniones clandestinas con individuos de diferentes lugares del entorno. En esta época la censura era tan estrecha que prohibieron las reuniones donde participaban más de tres personas y Sergia se había reunido en el pueblo de Pampliega con varios labradores de la zona para tratar cuestiones relacionadas con el campo. Fue detenida y juzgada de nuevo acusada de reunión clandestina contra el nuevo régimen; la condenaron a seis meses.

Nuestros caminos discurrieron por senderos distintos, pasé seis años en diferentes cárceles y no volví a saber nada de ella durante este tiempo. Cuando recobré la libertad fui un día a Castromorca para hablar con ella, según me dijeron había muerto al poco de ser liberada, sus hijos se marcharon del pueblo y nadie conocía su paradero o bien no quisieron darme razón de donde localizarlos.

-Bien, basta por hoy. Como habrás intuido mi intención es narrarte las historias y desgracias de muchas mujeres, incluida la mía propia, que fuimos encarceladas por tener pensamientos distintos al régimen.

-De acuerdo, la contesté sin más, estaba impresionada por la oferta realizada aunque decidí aceptarla sin mediar palabra.

-Hasta mañana exclamó mientras iba agitando la mano en señal de despedida hacia la puerta de mi casa.











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