Joaquim Amat-Pinella (Manresa, 22 de noviembre de 1913 - Hospitalet de Llobregat, 3 de agosto de 1974) |
Joaquim Amat-Piniella, fue deportado al campo de Mauthausen, en el que pasó cinco años, hasta que fue liberado por el ejército estadounidense en mayo de 1945.
Los nuevos inquilinos del Block 13 fueron
autorizados a entrar en el dormitorio un rato antes de comer. El Blockälteste, conocido
con el apodo de Popeye, había dicho por medio del intérprete, el August, que
los dejaba entrar a cobijo a condición de no hacer ruido; de lo contrario los
haría salir a la calle y se pasarían todo el día.
En carrandella inacabable, los recién llegados
acababan de pasar por los sacos que hacían de alfombra con los zapatos en la
mano, la cabeza descubierta y silenciosos, en dirección al dormitorio vacío,
helado, donde estaba el tablado de colchonetas y mantas plantado en medio.
Como la pieza era demasiado pequeña para tanta gente, el vaho del rebaño humano
empañaba los cristales y los hombres no tardaron en reponerse del frío. Al
silencio de los primeros momentos sucedían ahora las conversaciones en voz
baja. La situación poco menos que desesperada desvelaba una especie de falsa
alegría, quizá por una necesidad de vivir a pesar de todo; una especie de
histeria creciente y contagiosa, y las voces iban subiendo de tono. Al cabo de
un rato, reinaba en la cámara una verdadera griterío. Hubo quien se atrevió a
encender un cigarrillo. El Blockälteste no tardó en abrir la
puerta:
-Silencio, he dicho! -Gritó con voz explosiva.
Y entró. Con las manos en la espalda, el tronco
inclinado adelante, caminando lentamente ya grandes zancadas, su figura
patibularia rehizo en un momento toda la atmósfera de miedo que los hombres
habían pretendido recrearse con la broma y la palabrería. Era un tipo simiesco,
prognata, producto de los bajos fondos de una ciudad portuaria cualquiera.
Descargador del muelle o pincho de taberna. Su alemán era anguloso y cargado de
jerga. Por las fallas de la boca salpicaba al hablar. No se sentía más ruido que
la de los zapatos de madera de los que se levantaban de tierra a toda prisa.
Detrás de Popeye, el August gesticulaba como indicando
que ya lo había advertido. El alemán, en silencio, pasaba por delante de los
hombres con el aire de un marchante de ganado eligiendo las mejores piezas de
la feria. No se detuvo hasta llegar a la altura del cadalso. Sus ojos se
encendieron de alegría.
-Intérprete! Intérprete! -Gritó como un loco. ¿Quién
ha hecho esto?
Señalaba con el índice de la mano derecha una manta
andrajosa de una punta.
¿Quién ha sido? Eh? ¿Quién? No saben que esto es
sabotaje?
Esa palabra se había puesto de moda en Alemania. Un
plato roto, un portazo, la pérdida de un casquillo, cualquier cosa era
sabotaje.
August tradujo las preguntas de Popeye, pero nadie
contestó.
-Esta manta ha sido desgarrada en este rato -insistió
el Blockälteste hecho una furia. Debe salir del autor. Si no...
-No deben haber sido ellos -dijo August en alemán.
Están muertos de miedo. Nadie se atrevería ...
Como si esperara estas palabras para comenzar el
fuego, Popeye se deshizo entonces en un temporal de gritos, de amenazas y de
insultos. Se abrió paso por entre la gente y, haciendo grandes zancadas arriba
y abajo, adoptaba actitudes teatrales y vomitaba injurias. La gente contemplaba
el espectáculo con curiosidad.
-Pronto lo sabremos. Que no salga nadie.
Los acólitos del Blockälteste (uno
para cada ala de Block) se presentaron para organizar la operación de registrar
esos cientos de hombres.
-Es un pretexto para terminar sesión de
saquear -explicó August. Esto ocurre cada vez que hay expedición.
Todos los pequeños residuos de "tesoro" que
los hombres habían podido pasar, tabaco, encendedores, cuchillos de bolsillo,
estilográficas, fotos, trocitos de jabón, hicieron bien un piloto en medio de
la cámara. El trozo de manta no apareció, August había hecho correr la voz de
que si había algún culpable procurase no descubrirse, ya que su muerte sería
segura.
-En la calle! -Gritó Popeye. A formar! A asumir el
frío hasta que salga el autor del sabotaje.
August no tuvo tiempo de traducir la orden. Los tres
alemanes habían empezado a repartir puñetazos y patadas a diestro y siniestro.
La puerta, demasiado estrecha para doscientos hombres que querían salir a la
vez, crujía como si quisiera astillarse. Muchos, enloquecidos, saltaban por las
ventanas. Algunos cayeron y fueron pisoteados por los otros.
Una vez se hubieran quedado solos, los alemanes
recogieron el botín y lo llevaron al comedor para elegirlo.
Fuera nevaba fuerte.
Nadie comer hasta media tarde.
Joaquím Amat-Pinella
KL Reich, 1963
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