Mire la calle.
¿Cómo puede usted ver
indiferente a ese gran río
de huesos, a ese gran río
de sueños, a ese gran río
de sangre, a ese gran río?
Nicolás Guillén
María Torres / Collado de Belitres, agosto de 2017
Dejo a mi espalda Port Bou, la última población de la
costa española y tras una tortuosa carretera me encuentro con el Collado
de Belitres, el punto fronterizo más oriental entre España y Francia, entre los
municipios de Port Bou y Cerbère.
Hoy no sopla la tramontana, sino un suave viento ampurdanés y el cielo está
abarrotado de nubes. Observo la abrupta y escabrosa costa y el mar Mediterráneo
de un azul intenso que parece no terminar nunca.
Todo es silencio. Cierro los ojos e intento recordar lo que ocurrió en ese espacio
hace casi ocho décadas: frío, hambre, miedo y muerte. Sacuden mi memoria unos versos de
José María Quiroga Plá: «Todos los crímenes
tienen/perdón, y hallan indulgencia,/menos el crimen de echar/a los hombres
de su tierra.»
Un manto de nieve cubre caminos y montañas. Vehículos
empotrados unos en otros sin poder avanzar son abandonados. Una
riada humana horrorizada, arropada con mantas, camina lentamente hacia la
frontera. Está compuesta por mujeres desoladas, niños desconcertados y
hambrientos, ancianos extenuados y
soldados abatidos, heridos, mutilados, que huyen de España. Lo han perdido todo
y aunque aún no lo saben, vivirán la amargura de un exilio permanente y
definitivo.
Hay tropas francesas distribuidas a lo largo de la frontera. Una aduana con
la bandera gala y la tricolor española, vigilada por soldados senegaleses, despojan
a los españoles de las pocas pertenencias que han logrado salvar de sus hogares
destruidos y abandonados. Los soldados del ejército vencido, pero con más dignidad que el vencedor, son obligados a dejar sus armas. Aviones
de la Legión Cóndor vuelan a baja altura. Aterrorizan, ametrallan y bombardean a
los que intentan penosamente alcanzar la frontera. Cuentan que Port Bou fue
bombardeado hasta 52 veces por aire y dos por mar.
Francia había pedido formar una
"zona neutral" en territorio español donde pudiesen establecerse los
refugiados republicanos bajo supervisión internacional, evitando abrir así los
pasos fronterizos a varios miles de civiles españoles, pero Franco rechazó la
propuesta. El falangista José Esteban Vilaró explicaría después en su libro El ocaso de los dioses rojos el deseo
del dictador: «Los rojos sobrevivirán
sólo en la infamia, antes de que desaparezcan del imaginario colectivo y de los
anales de la historia para siempre. Ellos se marchitarán sin gloria por los más
remotos lugares del mundo. Es, al fin y al cabo, la historia de todos los
emigrados […] La historia de todos los emigrados es la historia de un lento
desaparecer sin gloria.»
Bajo la cabeza para esconder las lágrimas y pienso: ¡Malditos! Malditas
las democracias europeas responsables de esa catástrofe; maldito
Franco que no se conformó con la victoria y decidió la aniquilación de los
perdedores; Maldita Francia, que no socorrió a estas personas, denominando La Retirada como «invasión
de bandidos y asociales españoles, asesinos de religiosos y gentes de
orden», internándoles como ganado en condiciones deplorables.
El 28 de enero de 1939 se abrió la frontera para la población civil. El 9 de febrero de 1939 un total de 140.000 personas habían atravesado a
pie el paso fronterizo de Port Bou. Un mes después, un informe oficial realizado por el
Gobierno francés (El Informe Valière), indicó que el número de refugiados
españoles en Francia ascendía a 440.000 personas. 170.000 eran mujeres, niños y ancianos, 220.000
soldados, 40.000 inválidos y 10.000 heridos.
Manuel Moros inmortalizó el drama y el éxodo más
importante de la historia de los españoles. Sus imágenes, tomadas entre el
5 y el 10 de febrero de 1939, se pueden contemplar en el desolador Memorial de
Coll de Belitres, que no sólo fue espacio de La Retirada. Poco tiempo después
se transformaría en lugar de paso de Francia a España de los que huían del
nazismo.
Entre 1939 y 1940 el franquismo colocó un
monolito como homenaje a los caídos de la IV División de Navarra que ocupó
Portbou y el Collado de Belitres el 10 de febrero de 1939, utilizado asímismo como
recuerdo del control militar que alcanzó en los Pirineos. También se conservan varios
búnkeres y sistemas defensivos de los sublevados sin señalizar.
Con el objetivo de rendir homenaje y recordar a los miles de republicanos españoles que emprendieron el camino del exilio en febrero de 1939, se erigió en el año 2009 el Memorial del Exilio del Collado de Belitres por parte del Memorial Democràtic de la Generalitat de Cataluña junto
con el Ayuntamiento de Portbou y la colaboración del Museo Memorial de l'Exili.
El Collado de Belitres es hoy
un espacio de Memoria del exilio que nos recuerda a pesar del tiempo transcurrido, «que sólo la memoria puede permitirnos renacer de la nada.
No importa donde, no importa cuando, pero si conservamos el recuerdo de nuestra
pasada grandeza y de los motivos por los que hemos perdido, resurgiremos.»
Paso fronterizo Port Bou/Cerbère |
Vista de Cerbère desde el Collado de Belitres |
Collado de Belitres. Homenaje a las Brigadas Internacionales |
Esa frontera, tantas veces transitada por todos sus caminos, para la familia Triay es el revivir de la desolación. Mientras exista esta hija de la derrota, seguirá el sentimiento llano del trauma. No creo ser la única hija que lo vive.
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