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2553. Españoles tras el Telón de Acero. El exilio republicano y comunista en la Europa socialista

El exilio ha sido una constante en la historia porque siempre han existido sistemas excluyentes materializados en dictaduras, xenofobias o integrismos religiosos que rechazan a la población no afín. La Convención de Ginebra de 28 de julio de 1951 precisaba en su artículo 1 que el término refugiado se destina a toda persona extranjera que ha dejado su país creyendo estar perseguida por razón de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un cierto grupo social o por sus opiniones políticas, y que no puede o no quiere reclamar la protección de su país. Es un concepto de aplicación retroactiva al exilio español culminado en 1939 cuya salida forzada forma parte del conjunto de movimientos migratorios que han tenido lugar en el siglo xx como consecuencia de la implantación de regímenes de carácter totalitario.

Los cerca de medio millón de personas que atravesaron las fronteras no tenían, en su inmensa mayoría, responsabilidades políticas ni militares. Gran parte eran mujeres, niños, ancianos y hombres que huían empujados por el temor físico y psicológico de la conquista de sus lugares de origen por el ejército franquista. Muchos volvieron a lo largo del verano y otoño de 1939 y otros, algo más tarde, convencidos de que nada les pasaría. Los que se quedaron en Europa se toparon con el estallido de una guerra, en principio continental y luego mundial, en la que se vieron implicados incluso con la pérdida de sus vidas.

Junto a las personas se exiliaron las instituciones republicanas, ubicadas primero en México y después en París, con el objetivo de mantener el espíritu y la legalidad del Estado republicano, característica que difiere de otros movimientos poblaciones de la pasada centuria. En marzo y junio de 1939 se crearon, respectivamente, dos organismos para organizar la emigración: el SERE (Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles) y la JARE (Junta de Ayuda a los Republicanos Españoles). Entre mayo de 1939 y junio de 1940, casi el 80 por 100 de los trasladados fue responsabilidad del SERE, cuya actividad fue declinando a medida que se agotaron los fondos y, sobre todo, cuando se firmó el pacto germano-soviético. Esta institución, vinculada al Gobierno Negrín, tenía como objetivo ayudar a los exiliados a asentarse en terceros países mediante la financiación de los costes del viaje y del alojamiento. Con tal propósito, se realizó una selección en la que prevalecieron los criterios de afinidad política y profesional. En este sentido, la influencia de los comunistas constituyó motivos de fricción, decepción y críticas entre personas y grupos de emigrados.

La trayectoria del exilio español cuenta hoy día con una abundante bibliografía que desvela la dimensión numérica, social, cultural y científica de un fenómeno originado por el carácter de la sublevación militar de julio de 1936. Francia y México son, sin lugar a dudas, los países que han suscitado el mayor interés entre los historiadores debido a que constituyeron los dos focos principales de atracción para los desterrados, seguidos por diversas naciones iberoamericanas, la Unión Soviética y Europa 1.

En lo que respecta a las temáticas, se ha examinado la contribución de los exiliados a la resistencia francesa contra Alemania, la tragedia de los niños evacuados a la Unión Soviética, biografías de personajes relevantes e incluso se ha insistido en lo que supuso la ausencia de miles de científicos e intelectuales del suelo español durante décadas 2.

La campaña de Guipúzcoa fue la que generó un primer contingente de salidas —entre 15.000 y 20.000—, seguida por el resto de la campaña del norte en el verano y octubre de 1937 —compuesta de unas 125.000 personas—. A finales de marzo de 1938 la ofensiva franquista en el Alto Aragón provocó una nueva salida hacia Francia, que se vería sobrepasada por completo a principios de 1939 con la caída del frente de Aragón y Cataluña. Según confirman las cifras, en los últimos días de enero y primeros de febrero de 1939 pasaron la frontera unos 470.000 refugiados, aunque a la vez se estaban produciendo repatriaciones por Irún, en especial de mujeres y niños 3.

En estas fechas, el Gobierno de la República también cruzó la frontera, celebrando la última reunión de las Cortes en Figueras el 1 de febrero de 1939, un acto que más tarde tendría un importante carácter simbólico. Esos primeros días de febrero fueron testigos también de la salida hacia Francia de los presidentes de la República, de las Cortes, del Gobierno central y de los Gobiernos autónomos catalán y vasco. En cambio, el presidente Negrín y su ministro de Estado, Julio Álvarez del Vayo, volvieron a la zona centro-sur siguiendo la política de «resistir es vencer» propuesta por el primero. La caída de esta zona provocó la salida de otros 11.000 o 12.000 refugiados y la ocupación de Madrid el 28 de marzo de 1939 sería la última oleada de una huída al límite que no fue posible para todos los que pretendían salir.

Al acabar la guerra se estima que alrededor de 440.000 españoles se hallaban en Francia, de los cuales se calcula que la mitad retornó a partir de mayo de 1939. Su situación dio un giro dramático cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y se vieron de nuevo inmersos en otra contienda de enormes dimensiones. Muchos murieron en el frente de combate, otros sufrieron el hambre y las penurias derivadas del conflicto, e incluso algunos cayeron presos en los campos de exterminio nazi. En 1949 todavía quedaban unos 125.000, ya adaptados al estilo de vida de su nueva residencia, a pesar de que el Gobierno francés no les había concedido la condición de refugiados hasta 1945 4.

El 6 de marzo de 1939 marcó la fecha del final de la existencia legal del PCE en España. Los principales dirigentes —Dolores Ibárruri, Jose Móix, el coronel Enrique Líster, etc.— salieron del aeródromo de Elda (Valencia) junto a algunos ministros del Gobierno Negrín con la doble derrota sufrida a manos del ejército de Franco y de la Junta del coronel Casado. En la primavera, después de un breve paso por Francia, aproximadamente unos mil dirigentes y mandos del PCE y oficiales del ejército republicano desembarcaron en Leningrado 5, aunque ellos no fueron los primeros, puesto que desde 1937 habían ido llegando a la Unión Soviética sucesivas expediciones de niños con sus maestros y educadores hasta formar un colectivo de casi 3.000 niños y 150 adultos 6. También se encontraban allí los alumnos pilotos y tripulantes de barcos españoles que navegaban hacia la zona cuando terminó la guerra. En definitiva, el grupo llegó a alcanzar un número aproximado de 4.000 personas en 1941, sujeto a unas condiciones de vida muy difíciles tal como atestiguan en sus memorias algunos de los protagonistas 7. Para algunos, sin embargo, no fue su residencia definitiva, puesto que Stalin no quería ofrecer una acogida ilimitada de comunistas españoles y obligó a solicitar una nueva ubicación en algún país latinoamericano.

Los exiliados sentían que no podían admitir la derrota porque, si bien habían sido vencidos en los campos de batalla, consideraban que la República representaba un conjunto de valores y principios éticos, culturales y humanos que no podían ser derribados. Con esta idea ha de entenderse su empeño en mantener las instituciones republicanas, la propagación de sus fundamentos ideológicos y jurídicos, de su cultura y, sobre todo, de su legalidad. De ahí que la representación oficial de la España republicana se mantuviera vigente hasta el 18 de marzo de 1977, cuando se cancelaron de forma oficial las relaciones diplomáticas entre México y el Gobierno de la República en el exilio. Los exiliados tampoco abandonaron la idea de volver a España para recuperar el sistema democrático que había desaparecido en 1939.

A pesar de la importante producción historiográfica, quedan todavía diversos aspectos por analizar sobre este contingente de personas que salió de España en oleadas distintas a partir del verano de 1936. Más allá del exilio numeroso de Francia y México y del grupo singular llegado a la Unión Soviética, quedaba un núcleo que ha merecido la atención de pocos historiadores. Se trata de un éxodo minoritario de carácter eminentemente político, más tardío y procedente, sobre todo, de Francia, que se instaló en los países de Europa Central y Oriental tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría. Los estudios sobre la historia del PCE, la historia de la oposición y otras cuestiones afines han aportado el marco político en el que este exilio se desenvolvió 8. Las memorias de los protagonistas y, asimismo, los trabajos de Szilvia Pethö, Iván Harsányi, Aurelie Denoyer o Harmut Heine, entre otros, han contribuido con exhaustividad a conocer el perfil y el papel de los españoles comunistas en el recién nacido Telón de Acero.

La investigación que aquí se reproduce tiene como objetivo, por tanto, analizar la trayectoria política y social del exilio español en las denominadas democracias populares europeas, fundadas a principios de la Guerra Fría con motivo del reparto del mundo en bloques ideológicos. Sobre este exilio se conoce su impronta eminentemente política, tanto de los diplomáticos enviados por el Gobierno republicano como del posterior colectivo comunista. En este sentido, consideramos que este destino fue una opción obligada para ambos aunque por distintas razones: en el caso de los diplomáticos se trataba de una misión de carácter estratégico y en el de los comunistas se debió a la necesidad del traslado con motivo del peligro que acechaba a sus vidas en Francia. Pensamos, asimismo, que los colectivos asentados en esta zona fueron víctimas del sistema internacional de la Guerra Fría al ser enviados a una geografía con grandes restricciones sociales, económicas y políticas y con una cultura muy diferente de la española. A ello se añadió la estrecha vigilancia a la que se vieron sometidos y la difícil integración laboral y cultural. Si, por una parte, gozaban de algunas ventajas al ser miembros del PCE y recibir asilo en Estados que les procuraron de inmediato vivienda, trabajo y educación; por otra parte, se sometieron a un estricto control, tanto en sus actividades públicas como en su vida privada. Era el exilio del exilio, una segunda o tercera diáspora de los que ya habían sufrido y experimentado una salida traumática de su lugar de origen.

Mientras los ubicados en otros países iban recuperando una cierta tranquilidad económica y social, los instalados en el bloque comunista sufrieron cambios de residencias y crisis políticas profundas, desde la desestalinización a la revolución húngara y polaca de 1956 o la Primavera de Praga de 1968, lo cual derivó en una gran incertidumbre para las familias y un problema de construcción identitaria para los hijos y las segundas generaciones. En virtud de ello, compartimos la hipótesis de Guy Hermet 9 de que la clandestinidad y el exilio generaron lazos contradictorios: por un lado, se forjaron vínculos sólidos entre los militantes expuestos a los mismos retos y compartiendo los mismos valores, pero, por otro, surgieron múltiples puntos de fricción y división crónicas ante la dispar suerte de los individuos y colectivos.

El monográfico que se presenta plantea, por tanto, no sólo la trayectoria del exilio español en los países socialistas, sino diferentes temáticas que se entrecruzan en la historia de este particular exilio: la política francesa con respecto a los republicanos ya instalados desde hacía años y que comenzaron a ser molestos con motivo de las nuevas relaciones internacionales que surgieron en el mundo bipolar, y la historia del PCE y del comunismo europeo, puesto que su destino dependió, en gran parte, del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y de los partidos comunistas ubicados en las democracias populares en su papel de modelo y motor del sistema comunista mundial. No se trató tanto de las relaciones entre países —Francia-Hungría-Checoslovaquia-Polonia, etc.—, sino de los vínculos entre los partidos y el internacionalismo proletario. Las relaciones del PCE con los partidos comunistas de los respectivos países de destino fue clave para las trayectorias vitales de quienes dependían de los apoyos solidarios.

El grupo se caracteriza por un conjunto de rasgos que le hacen bastante uniforme a nivel interno, pero muy distinto a otros republicanos de izquierda y, en concreto, a los diplomáticos republicanos 10. En primer lugar, se trata de la emigración de mayor duración, comparada con la de otros perfiles ideológicos, debido a que los retornos se produjeron de manera muy lenta, sólo a finales de la década de los cincuenta y, en la mayoría de las ocasiones, en los sesenta. En segundo lugar, su militancia en el PCE: afiliados durante la etapa republicana, en muchos casos con cargos directivos, y otro grupo de militantes asociados durante la Guerra Civil que, en tiempos de la disidencia checoslovaca en 1968, se salieron del PCE; además de personas iniciadas en el comunismo durante el tiempo del exilio, en especial durante la Segunda Guerra Mundial en Francia. En tercer lugar, conformó un número relativamente reducido de exiliados, comparado con los miles que se instalaron en México o Francia.

En el plano cronológico, la presencia española en las democracias populares se puede enmarcar en dos etapas: la primera, entre 1946-1949, correspondiente a la estancia de diplomáticos republicanos en las capitales de los Estados que habían reconocido a la República en el exilio como el único Gobierno oficial de España, y la segunda, iniciada a partir de 1949-1950, coincidente con la expulsión de Francia de los miembros del PCE y del PSUC y con el asentamiento en el poder de los partidos comunistas en todo el bloque centro-oriental. Esta coyuntura propició la acogida de exiliados vinculados y dependientes de la cúpula española que se hallaba en Moscú.

En torno a estas dos grandes etapas se ha estructurado la obra que el lector tiene en sus manos. En el primer bloque se analiza la primera fase cronológica, compuesta por los republicanos con misión diplomática en Varsovia, Praga, Budapest, Bucarest, Belgrado o Sofía, enviados con distintas funciones, entre las que se encuentran las de emitir señales a la comunidad internacional de existencia real del funcionamiento de las instituciones republicanas, la búsqueda de apoyos internacionales, la difusión de información sobre la situación en el interior de España, así como la observación atenta a los cambios que se producían en una zona que concentraba la atención de Moscú y Washington por su carácter de línea fronteriza entre el mundo capitalista y el comunista. En el segundo bloque se aborda la segunda fase, cuyo foco de atención se centra en los comunistas. Comienza en el momento en que fueron expulsados por las autoridades francesas e iniciaron un periplo accidentado por el norte de África hasta que los responsables del PCE hallaron ciudades en el campo socialista que pudieron acogerles.

Según la información de que disponemos, el país que más exiliados recibió fue Checoslovaquia (35 por 100), seguido de Polonia (26 por 100), Hungría (21 por 100) y la República Democrática Alemana (17 por 100). Sin embargo, no existe un censo por completo fiable y exhaustivo en la documentación que ha quedado en los archivos y se ignora cuántos españoles residían con anterioridad a marzo de 1939, cuántos llegaron con exactitud a partir de 1950 y cuál fue su movilidad, puesto que muchos cambiaron de residencia a lo largo de los años e incluso volvieron otra vez a Francia o encontraron asilo en México. En cierto modo llegaban con una ventaja y era la buena imagen de España, asociada a los años de la República, a su apogeo intelectual o a la labor de algunos de sus representantes diplomáticos, como Luis Jiménez de Asúa en Praga 11. Esta buena imagen era fomentada por las asociaciones de excombatientes en la guerra de España, que mantenían viva la esencia de la mejor cultura republicana. Tampoco hay que olvidar los viejos lazos históricos, como el pasado sefardí en el caso de Rumania. Los diplomáticos republicanos allí destinados asumieron la misión de conservar vivo ese recuerdo y mantener activo el rescoldo cultural que la República había encendido.

Este estudio recoge, en cierto modo, algunas publicaciones dispersas difundidas en revistas académicas o congresos que he considerado oportuno centralizar para ofrecer en un volumen una visión unificada y lo más completa posible de esta geografía del exilio. La investigación ha sido realizada con documentación recogida durante muchos años en diversos archivos nacionales y extranjeros y ha sido posible gracias a las diversas estancias académicas, los contactos y la colaboración estrecha con colegas de Europa central y oriental de quienes he aprendido mucho. Desde el año 2000-2001 inicié sucesivas visitas a los archivos de algunos países del antiguo Telón de Acero, que fueron complementadas con encuentros con colegas de la zona.

En tiempos de la Guerra Fría, esta emigración fue considerada como «alto secreto» para los archivos de los partidos comunistas y estatales, y hasta que no se han descatalogado no ha sido viable su estudio. El Archivo Central del Estado en Praga y el Archivo Nacional Húngaro han proporcionado una documentación muy valiosa. Los problemas del acceso derivaron más bien del idioma en que estaban escritos, el checo y el húngaro, en ocasiones el francés y también el español. En cualquier caso, esta dificultad sólo ha podido ser superada por la financiación de la Comisión Eu ropea a través del programa Jean Monnet, materializada en publicaciones colectivas con algunos historiadores de estos países, como Iván Harsányi, Ádám Ánderle, Dragomir Draganov, Vladimir Nálevka, Péter Száraz, Jan Ciechanowski o Szilvia Pethö.

La documentación se refiere, en su mayoría, a correspondencia e informes políticos o económicos del Comité Central de los respectivos partidos. En Praga se encuentra una documentación muy relevante y original, como los documentos de las autobiografías escritas por los militantes del PCE. La importancia que dio el movimiento comunista a la autocrítica o al hecho de «confesarse» ante la dirección del Partido y de los camaradas convirtió a la autobiografía y a las memorias en un género de gran importancia. En los archivos de los partidos y movimientos comunistas se conservan decenas de textos escritos por los militantes, en general a petición de los dirigentes. En ellos se encuentran numerosos datos, pero sobre todo las percepciones de acontecimientos y de la vida cotidiana escritos con la conciencia de que iban a ser auscultados por la cúpula del Partido. En el Archivo Nacional Húngaro se hallan los documentos del Departamento de Relaciones Internacionales del Comité Central del Partido de los Trabajadores Húngaros (PTH) y los del Departamento de las fábricas Ikarus y Beloiannis del PTH, del Ministerio de Asuntos Exteriores, donde trabajaron algunos exiliados. En Bulgaria tuve la suerte de contar con la información proporcionada por el profesor Dragomir Draganov sobre el Fondo 176 del Archivo Central de Sofía, en el que hay documentación de interés.

En España hemos accedido a las fuentes primarias custodiadas en el archivo del PCE, el antiguo Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y el de la República Española en el Exilio (ubicado en la Fundación Universitaria Española, situada en Madrid). Las referencias de las carpetas y legajos que aparecen en las notas pertenecen a los antiguos catálogos de ambos archivos. Siento no ofrecer la conversión de estas referencias a las actuales, aunque es relativamente fácil encontrarlas con la ayuda del amable personal que trabaja en dichas instituciones y los recursos descriptivos que permiten las búsquedas de la antigua catalogación.

Hemos hecho uso también de los testimonios escritos publicados tras la salida de los protagonistas de las democracias populares, como el de Manuel Tagüeña, Carmen Parga, Teresa Pàmies, Antonio Cordón o Enrique Líster, entre otros. Hay algunas memorias muy ortodoxas, como las de Irene Falcón, en un intento de justificar el pasado y la implantación del comunismo; otras dogmáticas, y muchas relacionadas con los testimonios de los disidentes, en los que se puede advertir una crítica dura contra los esquemas comunistas. Se entiende que cumplieron funciones de autojustificación de su propia vida e incluso una función terapéutica para aquellos que necesitaban expresarse, ser escuchados, así como de dejar constancia de los motivos de su alejamiento del Partido.

Hemos recurrido, asimismo, a la historia oral de quienes vivieron la época como hijos de los exiliados. Vera Hoffmannova ayudó a contactar con algunos miembros de la antigua colonia española en Praga, entre ellos Violeta Uribe, siempre muy generosa al ofrecer toda su memoria y conocimiento, al igual que su hermano Luis Uribe, residente en Madrid. Igualmente supuso una gran ayuda el testimonio escrito de Teresa Cordón, quien realizó una amplia contribución con la memoria de su vida familiar. Asimismo, el testimonio de Concha Vela, muy magnánima en el acceso que ofreció para consultar documentación escrita y gráfica muy enriquecedora que conserva sobre su padre, José Vela, y su madre, Petra Inciarte. Por último, el testimonio de Carmen Tagüeña Parga, aclaratorio sobre todo para entender la percepción de los hijos y de la segunda generación de exiliados.

Quisiera insistir en mi profundo agradecimiento por la ayuda inestimable que me prestaron siempre Vera Hofmannova y Ventseslav Nikolov; la fundamental aportación y orientación que con total desinterés me han ofrecido durante todos estos años los profesores hispanistas Iván Harsányi, Ádám Ánderle, Dragomir Draganov, Vladimir Nálevka y Peter Száraz. Asimismo es necesario agradecer y subrayar la atención de Vicky —del Archivo del PCE—, Pilar Casado —del antiguo Archivo del Ministerio de Exteriores y Cooperación— y Pilar —del Archivo de la Fundación Universitaria Española—. A Violeta Uribe, Concha Vela, Teresa Cordón, Carmen Tagüeña Parga y Luis Uribe, las hijas e hijos de estos personajes imprescindibles en la historia del siglo xx español. Los encuentros habidos con ellos son, sin lugar a dudas, algunos de los mejores momentos de mi trayectoria profesional y una experiencia inolvidable. Sin su generosidad y conversación paciente y exhaustiva, siempre rigurosa y abierta, hubiera sido imposible la recuperación de la historia de este pequeño retazo de la biografía nacional.


Matilde Eiroa
Marcial Pons Historia 2018


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1 No es posible enumerar todas las importantes y numerosas contribuciones a la historia del exilio republicano español de 1936-1939. En la bibliografía incluida al final de este libro se ofrecen las obras más relevantes relacionadas con el tema objeto del presente estudio.

2 Javier Rubio (1977a), Fernando Piedrafita (2003), Alicia Alted (2005), Alicia Alted y Encarna Nicolás (1999), Alicia Alted y Lucienne Domergue (coords.) (2003), Jorge Domingo Cuadriello (2009), Geneviève Dreyfus Armand (1999) e Inmaculada Colomina (2010).

3 Javier Rubio (1977a y 1996).

4 Consuelo SoldeviLLa (2001), p. 65.

5 Manuel Tagüeña (1978), Carmen Parga (1996) y Enrique Líster López (2002).

6 Alicia Alted y Encarna Nicolás (1999) y Alicia Alted (2012).

7 Juan Blasco Cobo (1960), Enrique Líster (1978), Vicente Monclús GullLar (1959), Ramón Moreno Hernández (1956), Juan Negro Castro (1959), Carmen Parga (1996), José Antonio Rico (1960) y Manuel Tagüeña (1978).

8 Joan Estruch (2000), Víctor Alba (1976), Santiago Carrillo (1993), Geoffrey Eley (2003), Fernando Hernández Sánchez (2007b), Manuel Bueno y Sergio Gálvez (eds.) (2009) y Enrique Líster López (2002).

9 Guy Hermet (1971).

10 Ángeles Egido y Matilde Eiroa (eds.) (2004).

11 Matilde Eiroa (2010).










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